
POR MATEO ROMO
Soy de una tierra lejana. Vengo del vértice donde convergen intemperie y desasosiego. Personifico una emoción: soy el miedo vuelto carne. Si Dios nos ha hecho a imagen y semejanza suya, supongo que él alguna vez fue un manojo de temores. Un escalofrío recorre mi espalda como una caricia gélida.
Vengo de paso. Llevo aquí pocos días, aunque este malestar de la cultura no me es lejano. Esta no es mi casa, mi patria, pero siento que he morado estos rincones desde vidas paralelas, eternamente… ¿A qué se debe esta sensación de proximidad, de cercanía con las congojas de este pueblo?
Soy palestino, he ahí la respuesta. La angustia que anida en el ojo de esa madre, de ese niño, de ese trabajador, de esa estudiante la he visto en la pupila dilatada de mi madre, de mi hijo, de mi amigo, de mi sobrina una vez nos despierta el bombardeo, el disparo matutino, el temblor de las botas acercándose a nosotros…, así que, aunque esta no es mi patria, mi casa, igual soy de una tierra en la que las tortugas también vuelan. Soy de aquí, pese a que soy de allá.
Llegué, entre otras razones de fuerza mayor, huyendo de la violencia, pero me topé de nuevo con ella. ¿Será que se ha enamorado obsesivamente de mí? Me persigue con recelo, como queriendo cortejarme, pero los ríos de sangre nunca han sido las aguas en las que he querido zambullirme.
He seleccionado algunos fragmentos de las cartas que les he enviado a mis seres queridos. Quiero que tengas estas notas, porque, pese a que se las he escrito a mi madre, a mi hijo, a mi esposa, te las he escrito también a ti, que vives tu propio drama palestino.
28 de mayo
Madre:
Esta tierra igualmente ha sido ocupada: por el hambre, la violencia, la discriminación en todas sus formas. La diáspora es interna. Millones de desplazados han debido dejar su tierra prometida, su terruño sacro, que para otros tiene un precio, pero para ellos es invaluable. Una casa no es una cosa; es ciertamente el retorno al vientre materno. Sacar a alguien de su morada es un despojo que coincide con orfandad, pero también con pérdida identitaria. Han debido descoserse de la tierra, para echar raíces donde nada crece, en el asfalto de las grandes metrópolis. Ser un extranjero dentro de la propia casa marchita el espíritu de cualquier lirio. Pensé en esto tras hacerme amigo de don Siervo Joya, un campesino de mil y un años que jamás pudo comprarse un pedazo de tierra. Lo conocí hoy en el centro de la ciudad; el día coincidió con una marcha del pueblo llano.
Don Siervo Joya me presentó a sus hijos. “Estamos aquí porque a veces creemos que estamos mudos. ¿Usted nos oye? ¿O acaso nuestra lengua es diferente a la del resto? Es que hace años el padre de mi padre y ahora los hijos de sus hijos reiteramos que requerimos lo básico, “derechos humanos”, que llaman, pero naiden nos escucha, ni a nuestro taita ni a nosotros. Entonces, o estamos mudos o el Congreso está sordo…”.
En aquel momento estaba en el corazón de la Plaza de Bolívar. Al alzar la vista noté una frase de Santander grabada en bajo relieve en el dintel del Palacio de Justicia: “Colombianos: las armas os han dado Independencia. Las leyes os darán la libertad”. Sin embargo, vi a los hijos de don Siervo Joya y a él mismo atados, aunque no de las manos, sino a la penuria de la vida diaria; esclavos, no de un viejo amo, como sí de dos dictadores, Hambre y Frío.
De pronto, una mujer que, después supe, es profesora me sonrió y yo que pensaba que los ramos solo eran de flores recibí de su parte unas palabras enternecedoramente valientes, como las rosas, madre, que te obsequié en el último aniversario de la muerte de papá.
– Hoy estamos aquí, entre otras cosas, levantando nuestra voz en respaldo del cese del genocidio palestino.
La abracé y le pregunté por qué más protestan.
– Las leyes aún no nos dan la libertad. Muchos hoy estamos en pie de lucha, no por el llamado de un caudillo, sino porque la democracia representativa está en crisis; es hegemónica, aburguesada, contramayoritaria. Es tiempo de que florezcan otras dos hijas de la Constitución, de que reivindiquemos su mayoría de edad, la democracia directa y la democracia participativa (que como instituciones tienen una historia muy antigua, a diferencia de su hermana menor, que es moderna, altiva y no pocas veces imponente), de la mano de los mecanismos de participación ciudadana, a través de los cuales conformamos, ejercemos, controlamos el poder político. Activar la soberanía es un derecho y un deber, como lo enseña el constitucionalismo revolucionario norteamericano, francés y haitiano. La Constitución debe ser leída, apropiada, deselitizada interpretativamente. La democracia constitucional es importante para un pueblo, en cuanto modelo que preconiza límites a todo poder y procedimientos que garantizan la manifestación de una pluralidad, pero lo es, así mismo, el constitucionalismo democrático, que le recuerda al poder constituido su condición de poder delegatario, al servicio del titular del poder político: el pueblo. Según la cláusula jacobina, contenida en el artículo 3 de la Constitución: “La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece”.
– ¿Mecanismos de participación ciudadana? ¿Qué son? ¿Tienen respaldo normativo?
– Sí, tienen su fundamento en los artículos 1, 2, 3, 40 y 103 de la Constitución. Fueron reglamentados, a su vez, por la Ley 134 de 1994 y por la Ley 1757 de 2015. La definición oficial se puede consultar en esas normas. También los tipos de mecanismos que existen. Por ahora, quisiera darte una definición poética: las aves han permanecido enjauladas. El alpiste y el agua atemperan los ánimos. La servidumbre deviene en servidumbre amada. La rutina amilana las alas. La experiencia contra naturam llega al punto más alto: el ave se ha olvidado de volar. La sensación de libertad es ahora una quimera. Pero en el corazón del canario aviva el espíritu del cóndor. Tres viejas aves se lo recuerdan con su canto. Pues bien, es hora de hacer música. Cada uno ha de ocupar un lugar en esta sinfonía. La revolución es contra la jaula. Ahora, si lo que deseáramos es conquistar el cielo despejado de la historia, entonces, asumiríamos una forma política, con capacidad ilimitada de acción, en cuanto soberana, prejurídica en su manifestación inicial y suprajurídica en su relación con el orden normativo, dándole rostro y cuerpo al concepto de poder constituyente, esencia y valor de la democracia.
7 de junio
Hijo:
He conseguido un trabajo de medio tiempo. Escribo para un periódico independiente. Me asignaron la columna cultural. He visto una película: La ciénaga entre el mar y la tierra. Producción tenaz, estremecedora, valiente. Pero, en definitiva, una oda al amor y la dignidad. De todas las salas del país, solo fue presentada en unas cuantas. La industria, que es mezquina, monopoliza los espacios, las voces, los lugares de enunciación. Las historias a contrapelo no son bienvenidas. Pensaba escribir algo sobre esta experiencia cinematográfica, pero fue imposible. Una noticia captó con toda razón la atención del país: atentaron contra la vida de un senador y precandidato presidencial. La escena es perturbadora… Un joven de catorce años es el autor material, de catorce años, hijo mío, como tú.
Ha muerto, ha muerto, ¡oh!, qué tristeza, ha muerto, es un campesino. Nadie dice nada. Solo los árboles lo lloran.
Hijo, para tu corta edad, cuántas cosas has vivido. Tu piel es joven, pero tienes más cicatrices en tu memoria que un árbol en el tronco.
Ha muerto, ha muerto, ¡oh!, qué tristeza, ha muerto, es un estudiante. Nadie dice nada. Solo los lápices lo extrañan.
Has llorado tanto que el mar debe sentir celos del agua salada que ha brotado de tus ojos. Ellos, que deberían admirar el cielo estrellado y la célula, lo macro y lo micro, lo bello y lo sublime,
han visto un hombre matar a otro hombre,
un niño desahuciado, inundado de sed,
una escuela bombardeada,
un cielo teñirse de rojo,
un jardín de humo,
una familia insepulta,
un río-fosa.
Ha muerto, ha muerto, ¡oh!, qué tristeza, ha muerto, es una huelguista. Nadie dice nada. Solo los tejidos la abrazan.
Tus oídos, que deberían escuchar músicas y melodías de toda índole, ser seducidos por la lira, se despiertan a medianoche por el estallido ensordecedor, cuando no por algo peor: el sutil zumbido de las moscas. Tus manos, tus manos han tocado más lápidas que siluetas de cuerpos desnudos. Una juventud sin Eros, debido a la tiranía de Tánatos, es como quitarle la miel a la abeja. La vida carece de sentido. Tu adolescencia te ha sido arrebatada. No hay tribunal que juzgue eso, más que el de la historia, cuando tú y yo seamos migajas de recuerdos.
Veo al joven que disparó y pienso, no para justificar lo injustificable, sino por un deseo sincero de comprender, he ahí un Rodrigo D: No futuro. Los sin-esperanza. Los expropiados de porvenir. Los que solo son visitados por Hipnos, pero no por Morfeo, que ha sido amenazado de muerte. Porque ustedes ni siquiera tienen derecho a ser inducidos en ensoñaciones, en utopías. Una ceguera blanca. Solo eso les está permitido.
La expresión “niño-sicario” es un oxímoron, un contrasentido. La inocencia que alude un término, pero más aún, la determinación con que el niño se aferra a la vida, no tendría nada que ver con el desprecio que por ella siente quien apaga el pabilo de otras velas.
Quien disparó no es malo per se. Ya la criminología se ha ocupado de estudiar las carreras criminales de niños y adolescentes, a través de teorías como la interacción social y el aprendizaje de comportamientos violentos, el rompimiento o resquebrajamiento de los vínculos, las confrontaciones entre expectativas sociales y las realidades económicas, la adopción de valores subculturales, las técnicas de neutralización…, que aportan elementos reflexivos esclarecedores, sobre todo cuando se analizan de manera situada, a partir de una realidad infame: la institución de los niños sicarios que, como ha señalado Gonzalo Guillén, data de los ochenta y fue fundada por Pablo Escobar y el Cartel de Medellín. Vale repetirlo: quien disparó no es malo per se; es que sus derroteros o brújulas de acción han sido definidos por instituciones promotoras de carreras criminales que inoculan la banalidad del mal. Es la antipaideia: la Academia (de la nuda vida) y el Liceo (del horror).
Miro al joven, personificando el sicario; el sicario, apropiado del cuerpo del joven; el joven, que nunca fue siquiera niño, y entonces recuerdo la elegía de Gonzalo Arango sobre Desquite:
“En adelante, este hombre, o mejor, este niño, no tendrá más ley que el asesinato. Su patria, su gobierno, lo despojan, lo vuelven asesino, le dan una sicología de asesino. Seguirá matando hasta el fin porque es lo único que sabe: matar para vivir (no vivir para matar). Sólo le enseñaron esta lección amarga y mortal, y la hará una filosofía aplicable a todos los actos de su existencia. El terror ha devenido su naturaleza, y todos sabemos que no es fácil luchar contra el Destino. El crimen fue su conocimiento, en adelante sólo podrá pensar en términos de sangre.
Yo, un poeta, en las mismas circunstancias de opresión, miseria, miedo y persecución, también habría sido bandolero. Creo que hoy me llamaría ‘General Exterminio’.
Por eso le hago esta elegía a ‘Desquite’, porque con las mismas posibilidades que yo tuve, él se habría podido llamar Gonzalo Arango, y ser un poeta con la dignidad que confiere Rimbaud a la poesía: la mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. Pero la vida es a veces asesina.
[…]
Tendrá alguna relación con él aquello de que la libertad es el terror?
Un poco sí. Pero, ¿era culpable realmente? Sí, porque era libre de elegir el asesinato y lo eligió. Pero también era inocente en la medida en que el asesinato lo eligió a él”.
Entretanto, los medios etiquetan, estigmatizan, polarizan. Habrá sanción (si antes no lo silencian), aunque el joven ya fue condenado socialmente. Y quién sabe si algún día pueda ejercer la libertad positiva, pues seguramente seguirá condenado, tras los barrotes de una criminalización terciaria que encierra antes y después de cumplida la condena. La pena social es perpetua, debido al poder del etiquetamiento, de hacer cosas con palabras. Por lo pronto, algunos aprovechan para realizar campañas políticas. Son teatrales, son Tartufos. ¿Qué hay en medio de todo? Una vieja fórmula: sembrar miedo para ofrecer seguridad. Eso es de truhanes. Ya suena el eco de las primeras explosiones.
Por mi parte, miro al joven, más allá del sicario, y en sus ojos se conserva un hilito de luz, resplandor que no han perdido los tuyos, hijo mío.
11 de junio
Mi Leila:
Te extraño y prometo volver pronto. Sabes bien que debí huir a estas tierras (que ya he visitado otras veces, en mi oficio de cronista), autoexiliarme, aunque, ahora que lo pienso, pese a que escapé de la muerte, muerto estoy, porque una vida sin ti y mi hijo no es vida. Poco a poco me voy recuperando. Ya puedo caminar mejor. He perdonado al hombre que me disparó, pero no al hombre de atrás, frente al que reivindico la profunda creencia de que existe lo imperdonable. Él/ellos, a quien la doctrina estudia desde la teoría de la autoría mediata con aparato organizado de poder, son la personificación del mal absoluto. No tienen rostro. Nadie los ve, aunque todos saben quiénes son. Nadie conoce sus nombres, pero deletrean sus apellidos en las pesadillas de la memoria. Y eso es mucho decir porque hasta las pesadillas les tienen miedo.
Reconozco vasos comunicantes entre los dramas palestinos y colombianos. Tanto allá como acá no estamos ante meros determinadores o “autores intelectuales” ordinarios, sino ante autores de escritorio que tienen a su mando organizaciones criminales, estructuradas y jerarquizadas, que ejercen sobre una parte del territorio un control tal que les permite realizar operaciones concertadas y sostenidas.

El ejecutor, en este caso, el niño, es fungible. Lo oprobioso -sin querer justificar el resto- es la pervivencia de la mano negra. Del Burundún-Burundá, que no ha muerto. El autor de escritorio es irónicamente el mismo que segó la vida de Gaitán, de Rodrigo Lara Bonilla, de Bernardo Jaramillo, de Carlos Pizarro, de Luis Carlos Galán, de Enrique Low Murtra, de Jaime Garzón… Ya es un autor-generación, que responde a una política subrepticia de Estado, aunque esta vez con una metodología neofascista, e incluso pasando por encima de un joven senador y precandidato presidencial de centro-derecha, para, a expensas suyas, robustecer el discurso de odio ante el constructo del que para el establecimiento es el enemigo común. ¿La finalidad? Gestar oleadas de violencia sistemática, de reacomodamientos retardatarios y regresivos ¿con miras a instaurar el Termidor? No. Algo más sutil, en su versión disciplinaria, o menos moderno, en su versión necropolítica, procurando en cualquier caso, como siempre lo intenta el mal absoluto, justificar lo injustificable.
No juego a ser Casandra. No es que esté consultando a los dados ni rasguñando el futuro. Mi filosofía de la historia no es astrológica, sino astronómica. El pasado es la constelación que examino con el telescopio del análisis científico. Sí, como dijeron en una obra de teatro que fui a ver hace poco (Guadalupe años sin cuenta), el pasado nos da las claves para leer el presente. El pasado es el oráculo. Los antiguos sabían cuándo iba a haber luna llena o menguante. Contemplando sabiamente la bóveda celeste y los ciclos del sol se hicieron con el calendario. Pues bien, al observar nuestra historia es claro que se avecina un largo eclipse. La noche precediendo a la noche.
Hay, entre todo, un halo sacro-macabro en esto. El hombre de atrás pareciera tener poder ilimitado para suspender el derecho y administrar la muerte, tras hacer del estado de excepción la norma y de la vida una experiencia de incertidumbre. Su ley no está escrita; su silencio sentencia. Se trata de un ente sagrado y maldito, en cuanto oficiante de un sacrificio secular. Puede matar, mandar a matar, y siempre sale impune. Es intocable. Nadie lo ve a los ojos. Somos indignos de ellos. De su sacerdocio al servicio de una invención laica y terrenal: el mal absoluto. No lo quema el fuego. Sale indemne. ¿O no? ¡No! ¡No! ¡No ha de serlo!; lleguemos al eslabón más alto de la cadena. Profanemos los mitos y ritos de la historia universal de la infamia.