Pedro Castillo, el hombre que entrará al Palacio de Gobierno de Perú

Pedro Castillo, mandatario de Perú.

POR HERNÁN P. FLORÍNDEZ /

Desde la academia peruana, un primer intento de explicar cómo se dio el paganísimo milagro de Pedro Castillo derrotando a la maquinaria del sistema.

En febrero pasado Pedro Castillo Terrones era un NN de la política. Las encuestadoras lo amontonaban en el pelotón de “otros”, con una intención de voto que no llegaba ni al 3 %. Cuatro meses después, a falta de que el Jurado Nacional de Elecciones oficialice su victoria, Castillo es el virtual Jefe de Estado. El profesor chotano es el rostro del bicentenario. ¿Cómo un maestro de escuela rural sin un programa de gobierno logró conquistar electoralmente a la mitad del país? Historiadores, antropólogos, sociólogos, politólogos y hasta filósofos ensayan algunas explicaciones.

“Históricamente, es un fenómeno inédito y simbólico. La gente campesina, a la que se le ha negado el derecho a la educación, ha buscado a un maestro desconectado totalmente de las élites para que gobierne”, sostiene Cecilia Méndez, doctora en Historia por Stony Brook University y directora del Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de California-Santa Bárbara.

Méndez explica que Castillo encarna a los campesinos, obreros, indígenas y, en general, a los sectores sociales olvidados que “nunca han tenido representación”. Se trata –explica la historiadora– de la población que aparece retratada tirando piedras en las protestas sociales, “pero que nunca los hemos reconocido como personas con voz política”, apunta.

“El historiador Jorge Basadre decía que los antiguos aristócratas sintieron un profundo disgusto y repudio ante el experimento republicano del Perú”, agrega.

Al respecto, la antropóloga y filósofa María Eugenia Ulfe sostiene que la elección de Pedro Castillo es una respuesta ante la contradicción de “hablar por todo lo alto de la gastronomía, de la Marca Perú, del turismo y de la riqueza de nuestra diversidad pero que cuando esa diversidad exige, grita, vota como ciudadanos, nos hacemos los sordos”.

Para Ulfe, negar la participación de los sectores D y E en las grandes decisiones del país ha provocado que tengamos casi 200 conflictos sociales latentes y sin solución a la vista. Olvidamos que “esas voces en continuo conflicto tienen voto. El voto es de los pocos espacios democráticos en donde todos y todas valemos igual, pero parece que cuesta entender que esas personas también pueden tomar decisiones de país”, dice.

De los informes de la Defensoría del Pueblo sobre conflictividad social se desprende que, de las siete regiones con más conflictos, en cinco de ellas el candidato de Perú Libre arrasó en las urnas.

Héctor Béjar, doctor en sociología y guerrillero fundador del Ejército de Liberación Nacional en los 60, explica que los conflictos sociales son la expresión de un sentimiento de rabia ante una desigualdad que es tan vieja como la república. Eso explica –añade Béjar– por qué Verónika Mendoza no terminó de calar en las zonas rurales. “Antes que una agenda en defensa de los derechos de la mujer o de género, arrastramos una agenda más antigua que aún no atendemos y que es subestimada por la izquierda siempre: los derechos económicos, políticos, sociales y culturales, que es básicamente lo que hemos estudiado como ‘el problema del indio’”.

Béjar sostiene que si bien ya “no existen esos indios que salen en las fotos de (Martín) Chambi, ahora son los cholos que siguen siendo tratados como indios”. Y es esta población la que ha inclinado la balanza en las urnas.

“Cuando usted pasea por esa zona de Larcomar… ¡carajo! Uno recuerda sus carencias, sus cerros, su falta de agua. Eso en el Perú se siente”.

Béjar recurre a José Carlos Mariátegui para explicar el desconcierto que se ha producido en Lima y en las zonas urbanas. “Las clases altas han recibido el mensaje de los dos mitos del indio: uno, que algún día ellos van a bajar de la sierra y nos van a matar a todos por venganza; y el otro, que ellos son inferiores, ingenuos, tontos, manipulables. Los dos mitos siguen en la conciencia de gran parte del país”, dice.

¿Cómo logró Castillo esquivar la maquinaria de demolición que puso en marcha la élite política y económica?

El sociólogo Santiago Pedraglio asegura que la fortaleza de Castillo tiene tres pilares: la relación de empatía con el electorado que vio en él a un prójimo; el discurso de cambio de modelo que cuajó fácilmente en medio de la brutal crisis sanitaria y económica que produjo la pandemia, y la movilización de los maestros que, según cifras del Ministerio de Educación, en el Perú ronda el medio millón. “Esto se entrelaza dándole al votante una resistencia o distancia frente a la crítica contra Castillo”, comenta Pedraglio.

Sobre la capacidad de convocatoria, resiliencia y movilización, Antenor Escudero, politólogo especializado en Economía del Comportamiento, apuntala la explicación de Pedraglio. Escudero considera que una ventaja excepcional de Castillo es la capacidad organizativa que obtiene del magisterio en las zonas rurales. “Hay una estrecha relación entre la composición laboral y el voto. En aquellos lugares donde ganó Castillo hay predominio del sector agrícola que se siente abandonado por el Estado y que ha sido el seno de los movimientos regionales. Allí, dentro de cada pueblo, la figura del maestro es la de un ‘notable’, una fuente de influencia política en las relaciones interpersonales”, indica.

Juan Carlos Ubilluz, doctor en literatura y especializado en psicoanálisis, añade otros dos conceptos. Asegura que Castillo representa la reivindicación de clase pero desde “el nacionalismo e indigenismo”. Castillo –asegura Ubilluz– entrelazó “lo que Gonzalo Portocarrero llamaba ‘el discurso crítico de profesores de izquierda en colegios marginados’, y la reivindicación de lo étnico”.

Urpi Torrado, gerente general de la encuestadora Datum sostiene que “la sensación de hartazgo de la clase política y el pedido de cambio, viene desde los tres últimos procesos electorales”.

“Se vio a alguien que alzaba la voz de manera estridente, pero con autoridad para reclamar necesidades básicas. Conectó con la población porque era el hombre del sombrerito, el hombre más cobrizo, más rural, menos citadino que se fue convirtiendo poco a poco en un símbolo del Perú marginado”, dice Ubilluz.

Eduardo Dargent, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Texas, comenta que existe un patrón en el electorado que prefiere al candidato antiestablishment. “La pregunta cada cinco años es ¿quién va a representar ese voto? En su momento Castillo me pareció un candidato muy precario para lograr aglutinar a ese electorado, pero lo hizo en las últimas semanas. Una explicación es el voto comunitario. Este es un comportamiento propio de los sectores rurales: personas que se reúnen y ante decisiones complejas se preguntan, ‘¿qué hacemos, por quién votamos?’. No es casual que su bolsón de votos se despierte en el sur del país”, dice Dargent.

Héctor Béjar cuenta que colegas y militantes de izquierda se escandalizaron cuando en la primera vuelta felicitó públicamente a Castillo por su desempeño en el debate. “Me preguntaban qué me había fumado. No entendieron que el lenguaje de Castillo no es para alguien con posgrado universitario. Para una población de primero de media, lo que dijo Castillo fue claro y coherente. Comparado con un hombre que no podía ni leer como Aliaga, o De Soto, que hablaba incoherencias, ¡imagínese qué bien quedó!”.

Eduardo Villanueva, investigador de la PUCP: “La gente no se apropió y difundió el discurso de Castillo por una campaña política bien hecha, fue porque utilizó a Castillo para encarnar sus propias expectativas”.

Eduardo Villanueva, investigador en Comunicación y Tecnología de la PUCP, sostiene que en un determinado momento de la campaña, el personaje cobró más relevancia que sus propuestas. “Su figura terminó siendo un depósito de expectativas y esperanzas abstractas más que una persona con un programa convincente”. El profesor de la PUCP considera que Castillo terminó encarnando diversas denuncias que “parecían sinceras porque uno supone que también las vive él y entonces va a estar pendiente de nosotros como ningún otro gobierno lo estuvo”.

“Fue el único candidato que sí visitó pueblitos. Él decía que no perdía el tiempo yendo a la televisión, su discurso era que si querían hablar con él vayan y lo busquen en la plaza de armas de Chota”, describe Urpi Torrado. Y añade: “Él mantuvo su discurso y su público desde el inicio hasta el final, siempre fue ‘no más pobres en un país rico’. Nunca buscó hablarle a otro público como a los empresarios o a la capital”.

Villanueva insiste en que el rol que el maestro tiene en el ámbito rural fue decisivo. “Este eslogan ‘palabra de maestro’ para la clase media y alta de Lima no significa nada o incluso es negativo”, explica.

Cecilia Méndez describe el estupor con el que han reaccionado los limeños y gran parte de la población urbana. “Para ellos, el indio tiene un lugar: ser porteros, vigilantes, sirvientes, campesinos, pero no presidentes. Es la idea del ‘indio permitido’, al que se le prohíbe tener una voz política. Y, por primera vez la democracia parece que se la está dando. Es un salto radical. La élite no puede procesarlo, por eso tiene que inventar una realidad alterna: se trata de un monstruo que es el enemigo del Perú al que vinculan con el comunismo y el terrorismo, sin entender que en realidad, este es el país”.

Héctor Béjar asegura que se trata de un voto que “tiene 200 años de espera”. “Recién en la Constitución de 1920, un siglo después de la independencia, se reconoció que existían comunidades indígenas. ¡Las élites habían creado, hasta entonces, un país solo para ellos! Ahora, por primera vez, el Perú real va a entrar a Palacio, porque Pedro Castillo no es solo uno. Hay miles de pedros castillo en el Perú. Con este Castillo, van a entrar todos los demás que no somos usted ni yo. Y ya es hora de que entren”, dice.

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