POR RÉGIS BAR
La Comuna y el Paro colombiano son movimientos espontáneos y de base, que no tienen dueños ni son decretados desde arriba. Son impredecibles, sin tener que reportar nada a nadie, sin filtro ideológico y sin programa político predefinido.
En este año 2021 se conmemoran los 150 años de la Comuna de París, experiencia corta pero muy intensa que ha sido fuente de inspiración para movimientos emancipadores en todo el mundo. La Comuna de París, que duró oficialmente 72 días, nace de manera espontánea como respuesta del pueblo a la derrota del Segundo Imperio de Napoleón III ante la Prusia y a la voluntad del nuevo gobierno monarquista y de los diputados de capitular y negociar un armisticio. Se trata, entonces, de la rebeldía de un pueblo que se insurge en contra de la traición y la mediocridad de sus representantes políticos, y que también reclama una democracia y una república más social. A medida que la Comuna, compuesta en su gran mayoría por “pobres”, se organiza, tiene que resistir a la vez a la violenta represión (20 000 muertos, 40 000 prisioneros, miles de deportados y exiliados) y a la tenacidad del hambre.
Aunque tuvo lugar hace mucho tiempo y en un contexto particular, esta experiencia a la vez poderosa y trágica tiene puntos en común con acontecimientos más recientes donde el pueblo insurgente también es el protagonista. Tal parece ser el caso de lo que está pasando en Colombia desde el 28 de abril pasado, día en el que empezó el Paro nacional. Varios elementos que caracterizan la Comuna pueden observarse en el marco de la protesta actual del pueblo colombiano, y ambos eventos pueden entenderse como una experiencia privilegiada de un surgimiento de lo político, donde tiene lugar una especie de regeneración de la democracia.
Si bien la Comuna y el Paro nacional colombiano nacen tras sucesos específicos y bien distintos, hay similitudes en sus causas profundas. En primer lugar, hay una desilusión por la democracia representativa, que aparece como inoperante, o incluso como un engaño. En el caso colombiano, si bien existen instituciones formales que son consideradas como atributos de una democracia, hay un déficit de confianza en ellas, y no pueden esconder la cruda realidad de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos. En este sentido, gran parte de la población considera que Colombia no es una verdadera democracia, o, como lo dice el senador Iván Cepeda, una “democracia simulada”.
En segundo lugar, hay un profundo rechazo hacia las élites nacionales, que son percibidas como corruptas, ilegítimas y provocadoras. En un contexto donde la pobreza y la desigualdad crecen aún más rápida e intensamente, tras una guerra en el caso francés y una pandemia en el caso colombiano, el sistema es visto beneficiando únicamente a una clase minoritaria. El pueblo se indigna de lo que percibe como una cadena de afrentas por parte de las élites, hasta que llegue la gota que colma el vaso. En el caso colombiano, es una reforma tributaria injusta a la que se agregan otros hechos como el comportamiento de muchos congresistas que aprovechan que el Congreso no sesione presencialmente para ir de vacaciones a Miami, y de paso vacunarse.
Otro punto importante es la figura del enemigo, que el poder autocrático fabrica, exagera, o por lo menos aprovecha, para desviar la atención de la población de los verdaderos problemas e injusticias, y así contener el descontento. En el caso francés, Prusia sirvió de enemigo exterior, pero cuando el pueblo francés, luego de la poco gloriosa derrota militar, se da cuenta del aspecto artificial de esta figura del enemigo, su rabia se vuelca hacia las élites nacionales, únicas responsables de la debacle y de las injusticias que padecen. En el caso colombiano, la desaparición de la guerrilla de las FARC, principal enemigo interior y presentada por décadas como el mal absoluto del país, juega un papel muy importante en la ampliación de la toma de conciencia de la mediocridad de las élites por parte de los sectores populares. Así las cosas, la caída de la figura del enemigo significa un despertar crítico y por lo tanto un debilitamiento del poder.
Un punto adicional, de alguna manera conectado con el precedente, es que el pueblo ya no siente miedo de manifestarse en contra del poder, porque ya no come cuento o porque considera que ya no tiene nada que perder. Sabiendo que el coraje es, como lo dice Hannah Arendt, la primera de las virtudes políticas. Se puede observar en este momento que hay una nueva generación de colombianos que encarna muy bien esa virtud.
En cuanto a la composición de esos dos movimientos, tanto los integrantes de la Comuna como los manifestantes del Paro colombiano son en su inmensa mayoría procedentes de los sectores populares. Se manifiestan y actúan como auténticos representantes del pueblo, es decir, de una entidad que va mucho más allá de una clase social, de una condición laboral específica o de una vanguardia política organizada. Son personas que hasta ahora no tenían representación en el espacio público y estaban como relegadas al estatus de “animal laborans”. Es decir, tal como lo describe Arendt, individuos que tienen como único horizonte su supervivencia, que trabajan para conseguir su sustento, que son confinados en su espacio privado, y cuya dominación está naturalizada.
La Comuna y el Paro colombiano son movimientos espontáneos y de base, que no tienen dueños ni son decretados desde arriba. Son impredecibles, sin tener que reportar nada a nadie, sin filtro ideológico y sin programa político predefinido. Auténticamente populares y amplios, exceden de lejos la movilización de la gente “politizada” y convocan al conjunto del “pueblo berraco”. Se puede decir que, si bien la izquierda participa del movimiento, y puede inspirarlo en parte, no lo dirige y es claramente superada por él. En otros términos, se trata de un accionar sin real preparación previa, sin delegación ideológica, y que se despliega en gran medida por fuera de consideraciones teóricas.
La Comuna de París no es un movimiento de clase concientizada, ni un movimiento propiamente obrero, se asemeja más a la herencia de los “sans-culottes”, una muchedumbre de “pobres” que se autogestiona y se dignifica en la lucha. Mientras que, en el caso colombiano, donde el 42 % de la población es considerada oficialmente como pobre y más o menos el 50 % trabajando en el sector informal, la indignación se ha generalizado y conlleva a una movilización extendida. Movilización donde sobresalen los jóvenes de los barrios populares, que pueden hablar y actuar en nombre del vasto “proletariado informal” (como lo caracteriza el profesor Forrest Hylton) y que, a la vez, se apartan de la resignación del “siempre ha sido así”. Si bien existe un Comité nacional del Paro, está claro que no es él que lleva la delantera en esta movilización.
Sin tener un programa político preestablecido, tanto la Comuna como el Paro colombiano llevan fuertes reivindicaciones que se afirman en el calor de la movilización. Los manifestantes reclaman una verdadera democracia, con una fuerte dimensión social y en donde el pueblo tenga un papel activo. Es decir, una democracia que vaya más allá de la práctica electoral, que impulse la soberanía popular y en donde se alcance la dignidad. Hay un profundo deseo de cambio global, que pasa por el cambio de dirigentes políticos, pero va mucho más allá. Se trata de conseguir una liberación, de poner fin a un sistema opresor y de cambiar de época, algo que trasciende la simple cuestión material. En el caso colombiano, hay una reivindicación clave de parar la violencia de Estado, de respetar realmente los derechos humanos y de conseguir por fin la paz.
Tanto la Comuna como el Paro colombiano son protagonizados por un pueblo que toma su destino en sus propias manos, que empieza un proceso nuevo, lo que hace pensar en la noción de “comienzo” que usa Arendt para describir un momento casi mágico de surgimiento político. Este comienzo es como un segundo nacimiento individual permitido por el actuar político conjunto, que se hace visible en el espacio público y desafía la manera como la sociedad se representa a sí misma, al igual que viene interrumpir el orden supuestamente natural de la dominación. Así las cosas, el pueblo lleva el conflicto al centro de la comunidad y destruye la imagen de una sociedad supuestamente armoniosa que suele disimular una opresión real.
La manera como el pueblo se organiza en el marco de su movilización emancipadora se asemeja al “sistema de concejos”, que para Arendt surge como producto auténtico de toda revolución. Estos concejos nacen de la acción espontánea del pueblo, sin preparación previa, y constituyen un espacio de aparición y de revelación, a la vez que impiden que la movilización se vuelva caótica. Producen un cierto orden dentro del cual se difunde una energía utópica y creativa y se experimenta una especie de laboratorio político. La Comuna se caracteriza justamente por su capacidad de organizarse, adaptarse y protegerse, a través de la creación repetida de batallones y de barricadas, por ejemplo. Los integrantes del Paro colombiano también se organizan para protegerse de la violenta represión y para defender sus barrios. Es de destacar la conformación de “primeras líneas” en los lugares más “calientes” de la protesta, integradas por personas que se ofrecen para escudar, literalmente, la movilización. Lo mismo con las brigadas medicales, presentes en ambos movimientos.
Otro elemento que cabe resaltar es la dimensión patriótica en el accionar del pueblo, tanto en la Comuna como en el Paro colombiano. Esta dimensión representa una fuerza movilizadora y unificadora que permite darle más cuerpo a la figura del pueblo. En este sentido, no se trata de una tendencia nacionalista excluyente sino por el contrario de reapropiarse la patria para no dejarla en manos de una oligarquía indigna y desconectada del pueblo. Los integrantes de la Comuna se rebelan en contra de unas élites que empujaron a Francia en una guerra inútil para luego capitular de manera cobarde, mientras que los integrantes del Paro rechazan el falso patriotismo de unas élites ineptas que sueñan con ser “gringas”. En este sentido cobra vigencia el derribamiento de estatuas, que se da en ambas movilizaciones, que personalizan el relato nacional excluyente y opresor de la oligarquía. Porque si bien no se puede borrar la historia, se puede escoger a cuáles personajes honrar.
El surgimiento del pueblo como sujeto político que desafía el orden establecido provoca, de manera lógica, reacciones asustadas y despectivas por parte de las élites. Estas élites espantadas sienten que su dominación y sus privilegios tiemblan por causa de ese despertar popular masivo y rebelde, y no dudan en desatar su plena hostilidad. De ahí la estigmatización permanente a los manifestantes, que se desarrolla de manera evidente en los grandes medios de comunicación, que son presentados como vándalos, saqueadores, salvajes y bárbaros. Estigmatización que precede y acompaña una feroz represión, que incluye una violencia de tipo paramilitar. En el caso de la Comuna, fueron liberados prisioneros con la misión de sofocar a los manifestantes. En el caso colombiano, si bien la violencia paramilitar es habitual, se ha podido observar en esta ocasión nuevas modalidades de un fenómeno ya viejo.
Sin embargo, a pesar de esta efervescencia regeneradora y emancipadora, la esencia de movimientos como la Comuna o el Paro colombiano hace que estos no puedan durar a largo plazo. Su prolongación indefinida termina por provocar un sentimiento de agotamiento generalizado, que a su vez vuelve más “aceptable” la violencia por parte del poder. Deben obtener algo significativo y concreto a mediano plazo o transformarse en algo un poco diferente. Lo que lleva a la cuestión delicada de la “institucionalización” del movimiento. Algo que también hace pensar en el papel de las organizaciones de izquierda. ¿En qué medida los levantamientos populares son inspirados por ideales de izquierda o son en realidad una consecuencia de una pérdida de legitimidad de las élites en el poder? En el caso colombiano, llama mucho la atención que este levantamiento popular, que ha sido soñado por décadas por las guerrillas, se haya dado de forma inesperada y espontánea.
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