POR MARTHA LUCÍA QUIROGA RIVIERE
Hace 60 años, en la madrugada del 13 de agosto de 1961, se trazaba el muro que dividiría a Alemania oriental de Alemania occidental y culminaba el proceso de la partición de Europa en esferas de influencia que se había iniciado tras la Segunda Guerra Mundial con los acuerdos de Yalta y Potsdam. Era la concreción definitiva de los dos Estados alemanes, la República Federal Alemana (RFA) creada en mayo de 1949 con su nueva capital Bonn, y la República Democrática Alemana (RDA) creada pocos meses después, con Berlín Oriental como su capital. Dos meses antes de ese 13 de agosto, Walter Ulbricht, el jefe de gobierno de la RDA y jefe del Partido Socialista Unificado SED obediente a Moscú, aseguraba en un discurso que nadie pensaba en construir un muro.
No fue un muro cualquiera, ni separó fronteras entre dos países: el muro significó la separación brutal de familias, amigos, padres, hijos, vidas; dividió de sur a norte no pocas ciudades pequeñas y pueblos, tramos de ferrocarril, vías de automóviles, caminos de herradura de los campesinos, la costa, los ríos y las quebradas. Ese 13 de agosto de 1961 se perdía la esperanza, hasta ese momento viva, de la reunificación alemana y se aplazaba hacia un futuro incierto.
En Berlín este muro sería dramático. Encontrándose la ciudad en territorio alemán oriental y fraccionada a su vez en las cuatro zonas de los aliados, la Berlín dividida, se había convertido en el centro sensible de la Guerra Fría. Pero hasta ese 13 de agosto y no obstante la existencia de los dos estados alemanes, la población alemana se sentía una. Por ello a los obreros y obreras de Berlín oriental les pareció la cosa más natural pasar al lado occidental y convocar la solidaridad de sus colegas occidentales en la huelga histórica del 17 de junio de 1953, rebelión que fue aplastada por los tanques soviéticos del stalinismo ante la mirada impávida de los EE.UU. Quedaba patente que el status quo acordado al final de la II Guerra Mundial significaba el control de cada potencia de su zona de influencia.
La construcción del “muro de protección antifascista” logró su cometido, contener la migración creciente de oriente a occidente -2,7 millones entre 1949 y 1962, de ellos 1’700 a través de Berlín occidental-, y con esto el Partido Unificado Socialista de Alemania SED, obtuvo la estabilidad deseada. Cruzar la frontera, sin los permisos requeridos y en los casos especiales, era prohibido desde antes del 61 para los orientales y se hacía no sin peligro y con las consecuentes represalias, indagaciones y arbitrariedades para los familiares o amigos que se quedaban. Después de la construcción del muro estos castigos y represalias se hicieron más duros. Muchos morirían intentando cruzar el muro y todavía hoy se sigue investigando cuántos fueron.
Para la población y para las generaciones que vivieron este tiempo, los poco más de mil kilómetros de minas antipersonas, concreto y alambre de púas que dividieron su territorio, comenzaba un tiempo difícil y esquizofrénico. Hoy sigue siendo un testimonio de esos dolorosos años en Berlín un edificio junto a la Friedrichstrasse, punto de paso más importante de la ciudad, que se conoció y se conoce como “El palacio de las lágrimas”: era el lugar en el que tenían lugar las despedidas.
De ese primer tiempo han quedado imágenes desgarradoras en Berlín: una hija alzando y sosteniendo desde la distancia a su bebé para que su madre pudiese ver desde el otro lado del muro a su nieta; pañuelos blancos de un lado y otro para saludarse. O historias como la del chico berlinés que viviendo en el barrio de Neukölln bajaba a jugar todos los días en el parque hasta ese 13 de agosto en que no pudo jugar más porque el muro, en ese momento solo un alambre de púas, pasaba por el parque y lo dejaba a él y a sus padres del lado oriental y del otro a su abuela y tíos. Todavía hubo muchos lugares abiertos y muchas historias. El muro era poroso en sus inicios; por eso las historias de personas y familias que pudiendo cruzar los dos metros que los separaban de occidente no lo hicieron porque su casa y trabajo estaba en oriente. Así, miles de historias personales muestran de forma conmovedora la aberración que significó el muro en Alemania y el muro en Berlín.
El tiempo haría que esta situación se fuera cristalizando y en ambas partes la población alemana se acostumbraría de cierta forma a vivir su cotidiano logrando en uno y otro lado encontrar nichos de tranquilidad personal. En Berlín occidental, una isla a la que se entraba por tres autopistas desde Alemania occidental, se paseaba la población junto al muro y en Berlín oriental se lo miraba desde lejos o ya ni se lo miraba y así en todo el país. A pesar de que la política de distención de Willy Brandt de los años 70 ablandó un poco la frontera entre ambos países, no obstante, esta política significó también el endurecimiento contra cualquier disidencia al interior del país oriental.
La situación aparentemente estable de dos estados alemanes empezó a verse alterada con la dinámica de lo que sucedía en la zona de influencia soviética. En Polonia el movimiento masivo del sindicato independiente de Solidarnosc a inicios de los 80s cuestionaba el régimen del partido único, mientras que en Hungría se iniciaba un proceso de reformas que llevarían a que los primeros huecos de la cortina de hierro se dieran entre Hungría y Austria en mayo de 1989. En la Unión Soviética esta nueva dinámica confluyó en Gorbachov hacia mediados de la década de los 80s con Glasnost y Perestroika dando fin a la doctrina Brezhnev de la soberanía limitada de los Estados del bloque socialista.
La construcción inestable de dos estados alemanes se percibe precisamente en estos momentos. A diferencia de Polonia o Hungría que saludaron los vientos refrescantes que llegaban con Gorbachov, en Alemania oriental cualquier apertura cuestionaba su existencia y la división alemana. La burocracia del SED respondió con restricciones crecientes para la población oriental contra el “revisionismo gorvachiano”; a la población se le permitió viajar solo a los países más renuentes a las reformas como Checoslovaquia o Rumania, y se restringieron viajes a países como Polonia o Hungría; se prohibieron varios filmes y periódicos soviéticos o la revista Sputnik. Buscando controlar a la población, el servicio secreto, la odiada STASI, se hizo cada vez más presente y asfixiante; la extraordinaria película “La vida de los otros” permite acercarse a estos tiempos anteriores a la caída del muro. Para mediados de los 80s se calcula que la STASI tenía unos 100.000 empleados oficiales y alrededor de unos 200.000 colaboradores informales para una población de cerca de 18 millones de habitantes. Estos colaboradores informales que espiaban a amigos, a familiares, a colegas de trabajo y hasta a sus parejas, fueron una aberración más: la proporción es que una de cada 90 personas era colaborador informal, muchos de ellos con promesas de privilegios y muchos otros presionados a dar información con intimidaciones o castigos de todo tipo.
A pesar de este cuasi perfecto sistema de espionaje que atravesaba todas las esferas de la vida de la población, este no pudo sin embargo impedir que el régimen se derrumbara y que el muro cayera estrepitosamente.
En los meses que precedieron a la caída del muro, la reacción de la población ante la inercia del SED, que se inicia con la huida en masa en la primavera de 1989, y continúa con el fortalecimiento de diferentes grupos de oposición y con una creciente movilización en las calles que grita “nosotros somos el pueblo”, logra en poco tiempo una serie de derechos democráticos como la libertad de prensa y de opinión. El 18 de octubre de 1989 dimite ya la plana mayor del SED: Erick Honecker jefe del partido único y de gobierno desde 1971, Günter Mittag, responsable de la economía planificada bajo cuya responsabilidad se encontraban 22 ministerios, 225 grandes empresa y 3526 empresas industriales y Joachim Hermann, quien tenía el control de todos los medios de comunicación del SED y los organismos de prensa, radio, televisión y revistas entre otros.
El anhelado derecho de salir del país, el derecho de la libertad de movimiento, se lograría la noche del jueves 9 de noviembre, cuando como resultado del creciente proceso de movilización de la población y la presión constante, la burocracia alemana oriental dio a conocer hacia las 7 de la noche, al final de una conferencia de prensa, una nueva reglamentación que permitía viajar fuera del país sin necesidad de pasaporte ni visa. El jefe de prensa Schawobski, por el caos que reinaba ya al interior del SED, leyó de forma equívoca el comunicado sin aclarar que esto empezaría a regir solo a partir de las cuatro de la mañana del 10 de noviembre. La población alemana oriental, que escuchó poco después la nueva reglamentación en los noticieros, se dirigió sin pensarlo dos veces hacia los diferentes puntos de cruce de la ciudad. En uno de los puntos al norte de Berlín, en la Bornholmer Strasse, los inseguros policías de frontera que todavía no habían recibido ninguna orden, permitieron primero que cruzaran la frontera aquellos que tenían pasaporte, hasta que, ante la creciente multitud exigiendo que los dejaran salir, tuvieron que abrir finalmente las compuertas y dejar cruzar a quien quisiera. Después de ese momento fue ya imposible que la policía de Alemania oriental y que el partido único, pudiera volver a retomar el control de la ciudad y del país. El muro había caído. Habían pasado 28 años y 88 días desde su construcción.
Qué fue el muro: Animación de la Deutsche Welle DW – inglés: https://www.youtube.com/watch?v=OwQsTzGkbiY
La caída del muro en la Bornholmer Strasse en Berlín, 9 de noviembre de 1989: Die Öffnung der Mauer in Berlin, Bornholmer Strasse, 1989 – inglés: https://www.youtube.com/watch?v=3bN9ZRj3NBs
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