POR RAMIRO GÁLVEZ ALDANA /
Daniel Tanuro asume que para salvar el clima no basta con la abolición del capitalismo, que dicha tarea debe ser entendida como un punto de partida en una larga transición que debe terminar con la eliminación del capital y del dinero; agrega que una revolución cultural debe terminar por deconstruir la concepción occidental de la modernidad… tarea ineludible en el propósito de poner fin a la destrucción y abrir la puerta de los posibles. El desacuerdo sobre este asunto resume el gran escollo entre el ecosocialismo y la ecología política.
Donde todo se compra y todo se vende
Para el autor belga el capitalismo sólo puede ser entendido como una sociedad de producción generalizada de cosas para ser vendidas en el mercado con beneficios, con preeminencia del trabajo asalariado, por la competencia por la ganancia … y por la determinación ex post de las necesidades humanas por la demanda solvente. El capitalismo es la sociedad mercantil por excelencia, en la que todo se compra y se vende, incluso aquello que no es producto del trabajo y, por tanto, aunque no tiene valor, adquiere un precio.
En los modos de producción históricos anteriores al capitalismo en Europa, explica Tanuro, el trabajo asalariado y el mercado sólo existían en los intersticios sociales. El valor de cambio era marginal, los valores de uso producidos por trabajos concretos constituían la forma principal de la riqueza, y la relación social con la naturaleza conservaba muchos vestigios de la antigua propiedad colectiva del suelo: los comunes. El capital habría transformado esta situación de arriba abajo. Hizo del valor abstracto, el dinero, la riqueza por excelencia; del trabajo abstracto (simple gasto de energía) la medida de este valor, y del trabajo asalariado la forma por excelencia de la explotación del trabajo. Pero esta transformación presuponía la apropiación privada del suelo y de todo lo que contiene por una minoría privilegiada. En Inglaterra, esta desposesión de la mayoría campesina se extendió durante varios siglos. Conocida con el término cercamientos, sancionada por varias leyes, culminó a finales del siglo XVIII. Una vez arrancadas de la tierra nutricia, la población rural no tenía ya otro medio de supervivencia que vender su fuerza de trabajo a quienes poseían los medios de producción.
¿Cómo fue posible esta transformación? pregunta el ecosocialista belga. Por una parte, el saqueo del Nuevo Mundo había permitido acumular enormes cantidades de dinero efectivo. Por otra parte, en Inglaterra, según Ellen M. Wood, una corta fase de “capitalismo agrario” había permitido desde fines del siglo XVIII, aumentar considerablemente la productividad del trabajo agrícola, lo que engendró una superpoblación relativa y creó las condiciones para la industrialización y la urbanización posteriores. Sobre esta base estalló la revolución industrial: los propietarios de fábricas, al principio reticentes, optaron por el carbón, una fuente de energía concentrada y abundante, que les permitió someter al mundo entero bajo su yugo. El capitalismo realmente existente es por tanto mucho más que la excelente modelización teórica realizada por Marx en El Capital: es una sociedad histórica compleja donde se combinan la explotación del trabajo humano y de la naturaleza, así como múltiples opresiones: patriarcal, nacional, colonial. Esta sociedad toma configuraciones diferentes en función de las formaciones sociales, de la historia y de la ideología de los pueblos. Esta sociedad tiene a la vez una notable flexibilidad y una gran rigidez estructural debido a su columna vertebral técnica: el sistema energético basado en los combustibles fósiles. Pero obedece siempre y en todas partes a las leyes de la acumulación mediante la competencia por el beneficio, además es patriarcal y racista.
Dinero, capital, capitalismo
“El dinero… -afirma Tanuro- es símbolo de valor abstracto, no satisface en sí mismo ninguna necesidad… pero aparece como el medio para satisfacer todas… Las primeras sociedades cuya economía se basó en la moneda fueron probablemente aquellas en que la desmesura de los deseos… comenzó a amenazar seriamente la vida en común. Está claro que la satisfacción de deseos desmesurados supone obligatoriamente presiones agudizadas sobre el trabajo y sobre los recursos. Estas presiones se acentúan a medida que se desarrollan los intercambios y el papel de la moneda. Lo destaca Marx al comparar los dos movimientos: vender para comprar (Mercancía-dinero-mercancía) y comprar para vender (Dinero-mercancía-Dinero)”.
“Comprar para vender “es por tanto la “fórmula general del capital” e implica una tendencia a una acumulación sin fin”.
“(…) el capital industrial compra la única mercancía capaz de crear valor -la fuerza de trabajo- y la emplea para producir un valor superior al salario pagado. Por consiguiente, las horas de trabajo no pagadas producen la plusvalía y todo se acelera bajos los latigazos de la competencia. La dinámica capitalista de acumulación despega en realidad con la Revolución Industrial para apoderarse de toda la sociedad.”
Tanuro explica el proceso histórico del régimen capitalista: “Cuando el dinero vuelve una vez aumentado por la plusvalía, la competencia empuja al o a la capitalista a privilegiar una inversión que aumente la productividad del trabajo sustituyendo a los trabajadores o trabajadoras por máquinas, Para la o el capitalista, esta sustitución no pretende reducir el tiempo de trabajo necesario, sino alargar el tiempo de trabajo no pagado. Las máquinas llevan a producir más, lo que requiere más recursos extraídos del entorno. Esta tendencia productivista … se desarrolla planamente cuando la relación capitalista se vuelve dominante; es decir en el capitalismo. Así, al hilo de la historia, se puede decir que el dinero, el capital, y después el capitalismo, han dibujado una curva exponencial de la destrucción ecológica. Esta aumentó muy lentamente durante siglos, se aceleró durante los siglos XVI y XVII con los grandes descubrimientos y más rápidamente después con la invención de la máquina de vapor y las revoluciones industriales posteriores. Al tiempo que trastornaba las relaciones sociales, el sistema trastornaba también las relaciones entre la naturaleza y la sociedad, abriendo un período de destrucción ecológica acelerada sin ningún tipo de precedente histórico, ni siquiera a escala local…La causa no reside en la naturaleza humana sino en la fuerza destructiva del dinero, multiplicada por el capital y llevada a su punto máximo por el capitalismo.”
Producir para producir, consumir para consumir
Una contradicción fundamental del sistema, señala Tanuro, es que, siendo el trabajo humano la única fuente de valor, la carrera por sustituir trabajo vivo por trabajo muerto (las máquinas) implica el descenso de la tasa media de ganancia. Tal descenso se compensaría con un incremento de su masa, puesto que el uso de máquinas multiplica la cantidad de bienes producidos. Aunque todo ello aumenta el impacto ambiental, algunas y algunos ponen en cuestión esta afirmación diciendo que el progreso tecnológico permite, por el contrario, reducir el impacto ecológico. Es verdad que la tendencia a disminuir los costes se traduce también en una tendencia a utilizar mejor los recursos y a transformar los deshechos en recursos. Pero la competencia por el beneficio hace que cualquier mejora de la eficiencia sea utilizada para producir más. Si no fuera así…, en teoría, se podría concluir que el impacto ambiental disminuye gracias a los progresos técnicos. Pero esta hipótesis resulta absurda, por ser contraía a la ley de la ganancia. En realidad, cuanto más capital se acumula, más aumenta relativamente la cantidad de materias primas (energía, sol, agua dulce, etc.) que debe ser extraída del entorno para que la masa de ganancia aumente o se mantenga a pesar de la disminución de su tasa. De acuerdo con Postone (afirma Tanuro) para continuar generando sobre valor en cantidad suficiente, la fuerza de trabajo debe ser incorporada a una cantidad creciente de materias primas. “Es esa dinámica, y no el aumento del consumo debido a la ampliación de la clase media…, lo que explica que la cantidad de materias primas extraídas del planeta se haya triplicado en estos cuarenta últimos años. (PUNE)”.
Tanuro destaca que “la relación entre necesidades humanas y producción tiende a invertirse, en el sentido de que en lugar de ser las necesidades las que engendran la producción, es la producción la que debe crear necesidades e incluso suscitar los deseos más abracadabrantes. El caso del sistema energético fósil… es esclarecedor: una necesidad humana fundamental -la supervivencia- obligaría a desguazarlo lo más rápido posible para reducir radicalmente las emisiones de carbono, pero las exigencias de rentabilización del capital fijo empujan exactamente en la dirección contraria… Marx ya lo había anticipado cuando afirmó que en su evolución el capitalismo conduce a “producir para producir, lo que implica también consumir para consumir”
Una crisis sistémica muy profunda
El impase a que nos ha conducido el capitalismo desde el final del largo período de acumulación, denominado Los Treinta Gloriosos, ha conducido, a juicio de Tanuro, a la humanidad a una crisis sistémica muy profunda. Además de la alternancia de las crisis económicas y de las recuperaciones periódicas, el sistema capitalista conoce también períodos prolongados de expansión y de estancamiento. Del anterior período de estancamiento, en los años veinte y treinta, sólo pudo salirse gracias a la enorme destrucción de la guerra del 39-45 que relanzó los mercados. La cuestión que se plantea hoy es: ¿es posible una salida análoga a la onda larga recesiva? Si fuese así, sería al precio de transformar la catástrofe en cataclismo, porque un nuevo período de gran crecimiento capitalista sería fatal para el equilibrio ecológico. Si la respuesta fuese que no, el cataclismo podría ser precisamente la superdestrucción sin la cual el capitalismo, en esta ocasión, sería incapaz de recuperar su aliento. En las dos hipótesis está asegurado un desastre humano y ecológico inimaginable, lo que lleva a concluir que este modo de producción no se confronta a una simple crisis, sino más bien, desde los años 70, a una crisis sistémica, histórica, extremadamente profunda. Para gestionar mal que bien, a comienzos de los años 80 el capital optó por un régimen neoliberal autoritario en que el Estado se dedica a modelar el mundo del trabajo según los intereses de las empresas, a deconstruir las conquistas sociales del período precedente y a crear constantemente nuevos mercados, privatizando o creando nuevos campos de valorización y de acumulación (el mercado de derechos para contaminar o el mercado de derechos para destruir la biodiversidad entran en este ámbito) explica Tanuro. Actualmente, desde el punto de vista del capital no hay ninguna alternativa posible a este régimen de acumulación particular. Esto profundiza la crisis sistémica sobre todo en su dimensión ecológica.
La contradicción creciente entre la internacionalización de los capitales y el carácter nacional de los Estados es un factor suplementario que agudiza la crisis sistémica. Por una parte, podría decirse que el capital por naturaleza, tiende a conquistar la Tierra entera, lo que se traduce en el enorme poder de las sociedades transnacionales. Las más grandes (en particular las compañías del sector fósil) son hoy en día más poderosas que los Estados. Por otra parte, las clases dominantes de cada país se mantienen estructuradas en torno a su Estado, que les es necesario para emitir moneda, fijar las reglas del mercado y mantener a los explotados y explotadas bajo su yugo. A lo largo de la historia, esta estructuración política ha tomado caminos específicos en función de los contextos nacionales. En concreto el conflicto de clase con los explotados y explotadas ha sido gestionado de manera diferente según los países, dando lugar a instituciones diferentes… Por eso la competencia entre capitalistas se traduce también en una competencia entre Estados (competencia cuya forma extrema es la guerra). Cuando una superpotencia impone su dominio planetario, el caos de esta competencia se gestiona globalmente en función de sus intereses y sobre las espaldas de los más débiles. Entonces se da una cierta coherencia en la incoherencia, orden dentro del desorden. Por el contrario, cuando el leadership de la superpotencia es puesto en cuestión por una o varias superpotencias ascendentes, la gestión de las contradicciones se vuelve caótica. Sin duda, es lo que ocurre ahora. La hegemonía estadounidense se desmorona, las rivalidades entre Estados Unidos, China, Unión Europea y Japón se agudizan y emergen potencias intermedias ofreciéndose como aliadas potenciales al mejor postor. La elaboración de una respuesta capitalista a la crisis ecológica es menos que probable. Esta gran dificultad no puede ser superada ni por Naciones Unidas, ni por plataformas como el GIEC o el IPBES, ni por Think Tanks como la Comisión Global, porque todas estas estructuras no tienen otra opción que inclinarse ante la relación de fuerzas entre potencias.
“(…) Si la expresión capitalismo verde tuviera algún sentido, sería el de suponer que el sistema puede dejar de acumular valor, autolimitar su desarrollo, compartir las riquezas, cerrar la brecha de las desigualdades abierta a base de crímenes con la colonización y el patriarcado, utilizar con prudencia los recursos naturales, respetar a las otras especies, y gestionar el planeta como un buen padre o una buena madre de familia, según un plan racional… Todas estas cuestiones están ligadas. Pero esta ruptura no se va a dar, porque el capitalismo funciona, en última instancia, sobre la base de la ganancia. Verdear, para él, no significa salvar el clima y la biodiversidad, sino conquistar nuevos mercados, destaca Tanuro.
Evidentemente, hay un límite absoluto a la bulimia de crecimiento del sistema: si no hay más fuerza de trabajo y otros recursos naturales ya no habrá producción ni acumulación. Aunque esto desagrade a los ultraliberales que deliran sobre la posibilidad de sustituir indefinidamente los recursos destruidos por el capital, su absurdo sistema no puede existir más allá de este límite absoluto. Pero no discutimos de esto: discutimos de los topes ecológicos relativos del desarrollo sostenible de la humanidad. Ni estos topes, ni ningún “indicador alternativo” (del tipo: “felicidad nacional bruta”) impedirá al capitalismo franquearlos, ninguno le impedirá profundizar la catástrofe climática o continuar masacrando la biodiversidad. Fruto del capitalismo, estas plagas sólo pueden ser eliminadas eliminando el capitalismo”.
Ecología liberal: abanderada del capitalismo verde
La ecología política rechaza la anterior conclusión -afirma Tanuro- “Una parte no despreciable del movimiento ecologista la encuentra incluso ridícula. Sobre todo, en el mundo anglosajón. En Estados Unidos en particular, ecologistas liberales, partidarios del capitalismo verde, creen -o fingen creer- que la transición ecológica se hará con flexibilidad en el marco del mercado, que es perfectamente compatible con la acumulación capitalista … Esta gente para la que todo va bien en el mejor de los mundos posibles esquiva la cuestión clave: ¿cómo pasar en menos de treinta años de un sistema energético basado en un 80% en los fósiles a un sistema basado en un 100% en las renovables sin reducir la producción material y salvando la biodiversidad? Esquiva también esta verdad impertinente: incluso sin subsidios, hoy en día las renovables son casi competitivas en relación a las fósiles en todos los mercados …, pero este boom no frena el ritmo de inversiones en hidro carburos. Estos siguen siendo más atractivos porque los capitales están más concentrados. Conclusión: la mano invisible del mercado no basta para responder a la urgencia ecológica.”
“Las obras de los ecologistas liberales adoptan la forma de pesados catálogos de recetas tecnológicas condimentadas con exhortaciones morales a cambiar nuestros comportamientos como consumidores Porque esta gente piensa que la tecnología y la moral nos salvarán” … “En la medida de la posibilidad social, -agrega Tanuro- cada cual debería esforzarse por adoptar un comportamiento ecológico adecuado (por razones de coherencia racional y de salud). En ámbitos como la alimentación y la movilidad, el compromiso a cambiar de hábitos puede además tener un impacto social significativo…”
Ecología liberal social: ¿La salvación por medio de impuestos?
Tras descalificar la discusión con los ecologistas liberales por limitada, Tanuro estima viable debatir con los partidarios y partidarias del impuesto sobre el carbono propuesto por el climatólogo estadounidense James Hansen. “En primer lugar, porque Hansen impone respeto ya que actúa a favor del clima. También porque ambiciona dar respuestas al desafío ecológico sin salir del mercado, pero teniendo en cuenta la cuestión social. Para hacerlo, Hansen propone un impuesto sobre el carbono con un tipo elevado, que progrese de año en año, y cuyo producto sería íntegramente restituido a los ciudadanos y ciudadanas individuales en forma de un dividendo idéntico para todo el mundo… “la gente con bajos ingresos podrá ganar limitando sus emisiones. La gente que tiene muchas casas, o que vuela mucho en avión por el mundo, pagarán más de lo que vayan a ganar con el dividendo en precios incrementados… si los fondos se distribuyen al 100%, el publico aceptará que el impuesto alcance niveles elevados, lo que no ocurre con el precio relativamente ineficaz del carbono que caracteriza al cap-and-trade o con un simple impuesto sobre el carbono. Para Hansen, el fee and dividend debe ir acompañado del abandono del carbón, de la optimización de la absorción del CO2 por los ecosistemas y de la energía nuclear “de cuarta generación “. En Estados Unidos, su planteamiento social le ha valido el apoyo crítico de John Bellamy Foster, autor de La ecología de Marx.
“En la práctica (en la Unión Europea, California y otros estados de EEUU, y en China) esta regulación se hace a través de sistemas de cap and trade (atribución de cuotas e intercambio de derechos), cuya ineficacia denuncia Hansen. Se trata de una regulación débil, que no impide ni buscar nuevos yacimientos fósiles, ni explotarlos, por no hablar, por ejemplo, de imponer un racionamiento de los transportes aéreos. El mecanismo tiene un fondo racional -privilegiar los ámbitos donde es más fácil bajar más rápidamente las emisiones- pero opera de una manera perversa, porque en la práctica el intercambio de derechos (trade) es una escapatoria a la distribución de cuotas (cap) lo que debilita la obligación de obtener resultados.
“Según Hansen, EEUU y algunos grandes países emisores deberían instaurar el fee and dividend, que se propagaría después por los mecanismos del mercado. Pero la patronal de los países afectados no dejará que el impuesto se eleve año tras año. Eso minaría su competitividad frente a los competidores de los países que no hubieran establecido ese impuesto. Chantajeará al empleo por medio de la deslocalización. Para evitarlo Hansen diseña un “ajuste de fronteras”, es decir, derechos de aduana sobre los productos derivados del petróleo procedentes de naciones que no participen (en implantar el impuesto del carbono, DT), y reembolsos del impuesto para los productores domésticos que exportan bienes hacia las naciones que no participan “. Pero en este caso, a los llamados países en desarrollo se les impondría de facto, un precio mundial de carbono alineado con el precio de los países ricos, sin tener en cuenta las responsabilidades diferenciadas en el cambio climático. Hansen se ha opuesto siempre a la compensación del carbono. Es consciente de la contradicción en que se coloca al apoyar una compensación en las fronteras. “Los países en desarrollo tienen derechos reconocidos en el concepto de responsabilidades comunes pero diferenciadas y el derecho a una asistencia económica, dice. Pero ésta debería quedar condicionada a la mejora necesaria de las prácticas agrícolas y forestales para limitar las emisiones y para almacenar carbono en el suelo y la biosfera”. De forma que la “preocupación suscitada por la cooperación forzosa que está implícita en los ajustes fronterizos” podrá ser “atenuada”, concluye. En nuestra opinión, esta posición tiene más que ver con un neocolonialismo climático “atenuado” que con la solidaridad con los pueblos en lucha por la justicia climática”.
La ecología profunda o la tentación misántropa
En algunos medios -señala Daniel Tanuro- el rechazo del anticapitalismo se justifica con el argumento de que el productivismo no es únicamente capitalista, sino también comunista. Si bien es cierto, como agrega el escritor belga, se comparte la idea de que los llamados países comunistas han sido productivistas, de ello no se deriva que el productivismo sea, por así decirlo, un super modo de producción común a Occidente y al exbloque del Este. El comunismo designa a una sociedad sin clases y sin Estado, que sólo se puede realizar a escala mundial. La URSS nunca fue comunista, aunque hubiera erradicado la competencia y la propiedad privada de los medios de producción… En el capitalismo, el producir para producir es el resultado espontaneo de la competencia por la ganancia. Está profundamente enraizado en las relaciones de producción. En la URSS y en los otros países del Este fue el resultado de la decisión política de atribuir primas a los gestores por cumplir los objetivos del plan. Estaba superficialmente anclada en la defensa de los privilegios parasitarios de una casta en el poder que había abandonado el proyecto mundial del comunismo para conseguir un compromiso con el capitalismo. En otras palabras, este productivismo era una consecuencia de la contra revolución burocrática estalinista, no un legado de la revolución de 1917 que, como toda revolución social, consistió en un vigoroso impulso de autoactividad, autoorganización y autogestión. Al igual que la burocracia, no tenía ninguna función burocrática objetiva. Por consiguiente, a menos que se produjera un derrocamiento de la casta en el poder, sólo podía desembocar en el restablecimiento de la economía de mercado. Sus estragos ecológicos fueron considerables, pero el productivismo capitalista es un adversario infinitamente más coriáceo.
La ecología anti-técnica de Jacques Ellul
“(…) Para Ellul, el sistema capitalista ha dejado el lugar a un “sistema técnico”. Sin que se sepa por qué, ni cómo, ya no es el trabajo el que crea el valor, sino “la Técnica” … Para Ellul no hay sociedad humana sin jerarquía, razón por la que está en contra de “la autogestión por la base, que es una “peligrosa utopía”. “La exigencia de igualdad absoluta (por ejemplo, en Karl Marx) no es otra cosa que el producto ideológico de la aplicación ilimitada de la técnica” …” El hecho de que la organización se haya convertido en la condición principal de la producción ha provocado forzosamente un cambio de naturaleza en la riqueza y en la propiedad privada. Las organizaciones ya no pertenecen al capitalista; lo que constituía la propiedad se ha escindido (en diferentes elementos como) los derechos de los empleados a su condición y a la seguridad (…), etc. Nuevas formas de riqueza han ocupado el lugar del antiguo capital: un empleo, el derecho a la jubilación (…), la seguridad social”.
“(…) El hecho de sustituir la denuncia del sistema social capitalista por la denuncia del autodenominado “sistema técnico”, despolitiza la cuestión ecológica en beneficio de un misticismo en el que “la técnica” ocupa el lugar del pecado” Tanuro concluye con un certero interrogante acerca de las tesis de Ellul: “¿Habrá que esperar la salvación por la gracia divina, reuniéndose en torno a guías espirituales? ¿Pero se trata de ecología política o de jansenismo?
La colapsología o el fatalismo del colapso
Tanuro explica en este apartado cómo “Otra manera cómoda de evitar el anticapitalismo consiste en decir que es superfluo, porque “todo se va a hundir”. Es la tesis de los colapsólogos Sevine, Stevens, Chapelle y Cochet, quienes en esto siguen los pasos del informe de los Meadows, “Limits to growth”, y del best seller de Jared Diamond, “Colapso”, dos obras que citan sin preguntarse por sus presupuestos ideológicos ni por su solidez científica. Para ellos, “el colapso de nuestra (sic) civilización termo-industrial” es inevitable., punto… “no hay solución estructural para los colapsólogos…” Nuestra sociedad está basada tanto en las energías fósiles como en el sistema-deuda”: “para funcionar, necesita cada vez más crecimiento”, “sin energías fósiles no hay crecimiento”, y “las deudas nunca serán reembolsadas”, por lo que todo nuestro sistema socioe-conómico se va a hundir”. El error del razonamiento es flagrante: amalgama ciencias sociales y ciencias naturales. Las empresas fósiles y sus accionistas no quieren dejar de explotar sus stocks porque esto haría estallar una burbuja financiera, OK. Pero esta burbuja financiera es el producto de la especulación capitalista. Ninguna ley natural dice que el estallido de la burbuja deba ser pagada por el resto de la sociedad y que arrastre inevitablemente al colapso de la población mundial. El riesgo de que esto se produzca está en que el capital conserve las manos libres para imponer las soluciones. Que los accionistas paguen los gastos de su despilfarro y el problema estará resuelto.”
Para escamotear al capitalismo, los colapsólogos -recuerda Tanuro- aplican la receta común a los Meadows, a Malthus y… a la ciencia bajo dominio neoliberal: hacer como si las relaciones sociales estuvieran reguladas por leyes naturales. De ahí su fatalismo. En su último libro, comparan el colapso con la enfermedad de Hutchinson -una enfermedad degenerativa, hereditaria y mortal- y concluyen que hay que dejar de pelear” …; sobre todo hay que aceptar que somos demasiado numerosos, de tal forma que una hecatombe “inevitable” ajustará la población a la “capacidad de carga” de la Tierra. Los colapsólogos se vuelven hacia quienes comparten la deep ecology. Servigne y sus coautores son prudentes (se contentan con citar previsiones de caída demográfica brutal, sin comentarlos), pero el exministro Cochet es explícito: profetiza que la mitad de la población mundial desaparecerá en los años treinta de este siglo. Es inevitable y científico, como para Forrester: lo han dicho los modelos.”
Ecología mística y valor intrínseco de la naturaleza
Un nexo común entre colapsólogos, Ellul, la deep ecology y otros muchos movimientos ecológicos consiste en afirmar el valor intrínseco de la naturaleza. Por nuestra parte, afirma Tanuro, preferimos hablar de respeto y prudencia. Como dice Murray Bookchin, “hablar frívolamente de valor intrínseco, como si los seres humanos, desde el punto de vista de su valor, fueran iguales a los mosquitos, y pedir a continuación que los humanos asuman una responsabilidad moral hacia el mundo de los seres vivos, es degradar la idea misma de una ética ecológica digna de este nombre (…). Efectivamente, la naturaleza puede adquirir un significado ético”, dice Bookchin, pero eso “implica una visión extensa de la realidad, una visión dialéctica de la evolución natural y un lugar distinto -aunque en ningún caso jerárquico” para la humanidad en la evolución de la naturaleza”. Completamente opuesto al imperio de lo irracional en el movimiento ecologista, el anarquista estadunidense añade: En una época en que el ego, o incluso la propia personalidad, se ve amenazada por la homogeneizante y la manipulación autoritaria, la ecología mística avanza un mensaje de autodifuminación, de pasividad y de obediencia a las leyes de la naturaleza, presentadas como superiores a las afirmaciones de la razón y de la praxis. Se debe desarrollar una filosofía que rompa con esta sofocante aversión hacia la razón, la acción y el compromiso social”.
A continuación, Tanuro, al referirse a la inclinación al misticismo señalada por Bookchin en algunas interpretaciones sobre los “derechos de la madre tierra”, advierte sobre la necesidad de tomar con prudencia el concepto de “derechos”. Para el escritor belga, el derecho y la justicia son, como el valor, nociones específicamente humanas, no emanaciones divinas: esta conquista de la ilustración no se puede echar por el sumidero junto con el agua sucia de la modernidad. Seguramente hay que inspirarse en la visión del mundo de los pueblos indígenas y apoyar con toda energía el combate eco-social de vanguardia que llevan estos pueblos en nombre de los derechos de la madre-Tierra. Pero el concepto no se puede exportar tal cual. En la sociedad capitalista desarrollada, combatir la destrucción ecológica en nombre de los derechos de la madre Tierra es arriesgarse a renunciar al ejercicio de los derechos políticos parciales que, tras grandes luchas, hemos conquistado desde hace dos siglos. Las consecuencias, posiblemente retrógradas, aparecen claramente en este testimonio recogido por la prensa de un participante en la manifestación parisina de 6 de octubre de 2019 contra la Procreación Médicamente Asistida: “Se nos dice que hay que respetar la naturaleza, lo que es biológico, pero en cambio, parece que para el hombre todo está permitido”. No todo está permitido, es cierto. Pero, ninguna trascendencia decide por nosotros. Deliberemos y decidamos sobre la naturaleza en cuyo seno queremos vivir y queremos que viva nuestra descendencia, y hagámoslo entre nosotros y nosotras, de manera profana. En definitiva, dejar esta decisión a las leyes de la tierra sería ofrecer una revancha al Antiguo Régimen.”
“Así mismo, no hay duda de que tenemos que aprender a ver y sentir el mundo desde puntos de vista diferentes al de nuestra especie, con respeto; y salir, por tanto, del antropocentrismo. Pero podemos hacerlo sin tener que caer en el antropomorfismo de las y los cazadores-recolectores. La empatía con que algunos científicos y científicas estudian la etiología de las especies nos indican como hacerlo, y en ello se basa la posibilidad de concretar la idea de que el punto de vista de los seres no humanos debe ser defendido en las deliberaciones políticas de los seres humanos. ¿Si no, que? Si no, en nuestro contexto sociopolítico, existe “un peligro extremo (de que) la difuminación de las barreras entre humanos y no humanos actúe en ambos sentidos”. Dicho de forma clara: el antropomorfismo puede servir para deshumanizar a los humanos y facilitar así actos inhumanos. Poe ejemplo el botanista Jacques Tassin, teme que la ambivalencia antropomórfica del discurso sobre las “especies invasoras “haga el juego a la política deshumanizadora respecto a las y los inmigrantes”.
Ecología y economía estacionaria
Según Daniel Tanuro, en el siglo XIX, “Stuart Mill, llegó a la conclusión de que el capitalismo debía dejar de crecer y pasar a un “estado estacionario”. Hoy en día, a muchos y muchas ecologistas esta idea les parece una solución de sentido común. Lo es…salvo que -y ya ocurría así cuando Stuart Mill- esta solución de sentido común sirve de hecho para condenar vagamente el crecimiento sin denunciar el mecanismo preciso de la acumulación. La economía estacionaria no se invoca para defender salirse del capitalismo sino para tentar con la ilusión de una alternativa dulce, menos peligrosa y menos exigente, que no cuestionaría la explotación del trabajo y que bastaría para convencer a los poseedores y poseedoras de que se lleva a cabo. Desde que la crisis ecológica está la orden del día, esta ida ha sido recuperada y desarrollada en este sentido en varias ocasiones… “
En 2009, dice Tanuro, Tim Jackson propuso tres líneas de acción para detener el crecimiento:
Primera pista: “fijar límites ecológicos” … todo depende de la firmeza con que sean impuestos. sí se respetase el espíritu de esta condición… el impacto sobre el crecimiento podría ser sustancial.
Segunda pista: “reparar el modelo económico” … En teoría, se puede desplazar… simplemente (sic) el punto focal de la actividad económica del sector productivo de valores hacia servicios desmaterializados (cursos de yoga, peluquería, actividades artísticas…) con el fin de crear empleo sin crecimiento… ¿Va a renuncia Exxon Mobil al petróleo para invertir en cursos de yoga? …
Tercera pista: “transformar la lógica social perjudicial del consumismo” … Al final el autor de “Prosperidad sin crecimiento” asigna a los gobiernos la tarea de transformar la lógica social consumista… el poder debe “cuestionar las libertades del consumidor” porque éstas “provocan el crecimiento”; es indispensable desarrollar una visión de la gobernanza que asuma este papel”., etc.
Tim Jackson no es un reaccionario, aboga por reducir las desigualdades. Sus trabajos sobre la coherencia de las reinversiones verdes en una economía alternativa serán realmente útiles en el marco de una planificación social y ecológica. Pero dicha planificación debe ser por fuerza anticapitalista”.
¿ “Encoger el capitalismo” para “hacerlo marginal”?
Según Tanuro, Christian Arnsperger y Dominique Bourg han propuesto una nueva versión de la “economía estacionaria”… denuncian tanto el capitalismo verde como la catástrofe social. “(…) Según ellos: “El desacoplamiento entre crecimiento económico y huella ecológica se ha invertido por completo: a medida que se frena el crecimiento mundial, el consumo de recursos no deja de crecer. Ahora bien, añaden, nunca se han realizado en el mundo tantos progresos en términos de eficiencia para la utilización de recursos, de reciclaje y de limpieza de los procesos productivos, como durante estas décadas. Están puestos en cuestión, y de forma bastante radical afirman, el propio capitalismo verde y el modo consumista al que está vinculado”. Por otra parte, señalan que se mantiene permanente el paro masivo y denuncian “una doble lógica imparable de automatización y de exclusión (…) sin otra finalidad que el aumento y la concentración constante de la riqueza”. Juntando ambas constataciones, Arnsperger y Bourg proponen ecologizar la sociedad y socializar la ecología”. Veamos cómo.
“La socialización de la ecología se hará “transformando la transición digital, … en acelerador de la transición ecológica”, permitiendo “hacer brotar otras lógicas socioeconómicas, otras dinámicas de experimentación y de innovación” …” A la larga, las formas de pensar y de hacer heredadas del capitalismo deberán volverse marginales y sin duda lo serán explican… pero en lo inmediato es imperativo (subrayado mío DT) que nuestras democracias puedan estar compuestas de una pluralidad de experiencias vitales que coevolucionan en paralelo”.
“(…) Arnsperger y Bourg piensan que este mecanismo reducirá y marginará al sector capitalista… “Nuestra propuesta no es ideológica sino científica, por tanto, no es anticapitalista” … Arnsperger y Bourg no se salen de los mecanismos de mercado. Más aún: creen haber encontrado el medio para encontrar los mecanismos de mercado y de la creación monetaria para “encoger en gran medida” al capitalismo hasta el punto de volverlo marginal… Cuando un gobierno se atreve a empezar a pensar en reclamar la “libertad” para optar por otras “formas de vida”, se le llama al orden, se le amordaza y, si se niega acceder, se le tumba. Este es el mundo real. Y está regido por la relación de fuerzas”.
¿Qué se acumula cuando se acumula capital?
Tanuro responde esta pregunta que considera la cuestión clave… Si no se comprende que “el crecimiento” que nos arrastra contra el muro es el crecimiento del PIB, el crecimiento capitalista, el resultado de la sed de plusvalía de los y las capitalistas en competencia -en resumen, si no se comprende que “lo que se acumula” es el producto de la explotación del trabajo- se tiende a meter en el mismo saco todo lo que crece: producción, consumo, población, “poder de compra”, kilómetros de autopistas, consumo de energía, superficies cultivadas de soja, etc. Se alinean las curvas exponenciales, pero no se comprende lo que ocurre. Por eso “el crecimiento” se convierte un mal misterioso, omnipresente, asombroso, que no se domina. Frente a este mal, a menos que se opte por el tipo de dictadura verde imaginada por Daly y el New Scientist, se acaba por no ver más que dos salidas posibles a nivel global: o hay un milagro y toda la sociedad se convierte de pronto a la sobriedad, o la sociedad se hunde.”
“(…) La ética social necesaria para la autolimitación sólo puede resultar de las luchas sociales victoriosas contra la austeridad, la desigualdad, la explotación, el racismo, el machismo y todas las opresiones cuya perpetuación aseguran las élites. Sin estas luchas, el apocalipsis continuará acercándose inexorablemente. Incluso en vísperas de su desencadenamiento, seguirá pareciendo menos inmediato que las facturas a pagar, el empleo a conseguir, la vivienda a encontrar, el hijo o la hija a alimentar, el marido violento a abandonar”.
El carácter Insoslayable de la crítica marxista y su secreto
“(…) Somos animales sociales dotados de una notable inteligencia, tenemos una gran capacidad de anticipación. Esto debería permitirnos producir colectivamente nuestra existencia de manera racional para nosotros y nosotras, así como para nuestra descendencia, sin serrar la rama sobre la que estamos sentados y sentadas. Por tanto, es necesario adaptar nuestros modos de producción y cambiarlos. Nuestros antepasados y antepasadas lo hicieron; a veces para salir de situaciones desesperadas…
“(…) Nosotros también podríamos escapar de la ruina, mejorar el entorno y crear una civilización excepcional. Pero una potencia hostil, que sin embargo consentimos, domina nuestras vidas. Marx explicó los misterios de esta seducción sin precedentes por medio de su crítica al fetichismo de la mercancía… Esta crítica es indispensable porque clarifica el carácter tanto ecocida como genocida de este modo de producción. “La producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social sino socavando al mismo tiempo los dos manantiales de cada riqueza: la tierra y el trabajador”.
Una obra a profundizar y ampliar
Apropiarse de la crítica marxista no implica ni apología ni dogmatismo, enfatiza Tanuro, A título de ejemplo afirma, la praxis de la lucha de emancipación invita a discutir a tres niveles… Primer nivel: el capital no solo agota “al trabajador”. Marx desatiende de manera específica el trabajo de las mujeres, su importancia para la sociedad capitalista y su relación con el patriarcado. Ahora bien, las mujeres no son solo explotadas como asalariadas de segunda categoría, movilizadas o desmovilizadas según la coyuntura: también lo son como las principales abastecedoras del trabajo doméstico de cuidados y de reproducción de la vida. Su actividad a este nivel está invisibilizada, pero se trata de trabajo, y ese trabajo es una fuente de riqueza irreemplazable, y el hecho de ser prestado de forma gratuita
permite al sistema disminuir el precio de la fuerza de trabajo. La formulación feminista impone por tanto completar la fórmula de Marx mencionando explícitamente a “la trabajadora” (asalariada o doméstica, importa poco), y precisando que la doble explotación específica de su trabajo -por los hombres en la casa y por el capital en el mercado- es un pilar del capitalismo, como lo es la explotación del trabajo de los hombres y el saqueo de la naturaleza.
Segundo nivel: Marx – según Tanuro- se equivocó pensando que el campesinado desaparecería completamente en beneficio de la agricultura capitalista. Ese fue el caso de Inglaterra, pero los campesinos y campesinas siguen estando ahí… hay unos 500 millones de campesinos -y sobre todo campesinas-que practican una agricultura sostenible y alimentaria intentando depender menos de las cadenas de abastecimiento que les excluyen… Por eso, en muchas situaciones, estos campesinos y campesinas ya no oscilan entre capital y trabajo asalariado. Forman un sector en lucha contra poderosas multinacionales que están en el centro del capitalismo actual y sacan enormes beneficios (dictando precios bajos que benefician a todos los y las capitalistas, ya que contribuyen a contener bajos los salarios). Marx acertó: el capital agota la tierra. Pero, entra la tierra y el capital no sólo hay proletarios y proletarias sino también campesinos, campesinas y las y los sin-tierra (así como pescadores artesanales), que sin ser asalariados y asalariadas luchan contra una forma particular, externalizada, de explotación capitalista del trabajo, que también les agota (a veces más que a las y los asalariados) al mismo tiempo que agota la naturaleza.
Tercer nivel: Marx conoció los avances científicos e integró los trabajos de Liebig sobre la ruptura del ciclo de los nutrientes y el agotamiento de los suelos. Generalizó la cuestión al conjunto de intercambios de materias entre humanos y no humanos, después la conceptualizó planteando que “la única racionalidad posible es la gestión racional del metabolismo entre la humanidad y la naturaleza”. Esta fórmula notable por su simplicidad -dice Tanuro- , es comparable con las mejores formalizaciones de la ecología científica moderna. Pero el autor de El Capital quedó marcado por el cientificismo de su época. Siguiendo a Liebig, concebía la fertilidad de los suelos como un mecanismo regulado por la química. Pasó por alto la función central de la vida, el papel decisivo de los gusanos de la tierra, de los colémbolos, de los champiñones, etc. No es el único ejemplo de esta influencia cientificista: Marx se burlaba de la idea de que algunas plantas pudieran enriquecer el suelo captando cualidades del aire. Para él se trataba de una leyenda de campesinas y campesinos supersticiosos. Pero la leyenda decía la verdad: las leguminosas fijan el nitrógeno atmosférico en el suelo gracias a su asociación con la bacteria Azotobacter. La ciencia lo ha reconocido después. El saber campesino empírico merecía más respeto.
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