Lo lleritas

POR LUIS EDUARDO MARTINEZ ARROYO

Lo lleritas es una especie de estado del alma, eso que dicen que dijo Gabriel García Márquez de Macondo (estado de ánimo), un ethos, dirían los más refinados. Eso que atacó en ocasiones varias al redivivo por Petro, Carlos Lleras Restrepo, cuando ofreció su renuncia a la Presidencia de Colombia, en 1968, porque el Congreso no le aprobaba una reforma constitucional; o cuando ordenó a los colombianos dormir temprano, el 19 de abril de 1970, alebrestados como estaban por el ambiente de fraude electoral que había en el país durante la jornada presidencial de ese día; o como cuando pistola en mano se enfrentó a unos sujetos que pretendían incendiar su residencia.

En palabras del gran hombre Álvaro Gómez Hurtado, también redivivo por Petro, a quien se le ha dado por dedicarse a levantar muertos, lo lleritas viene a ser algo así como el talante de las personas. Bueno, este talante se le escapa a menudo de los fueros internos al perrencudo Germán Vargas Lleras, como la nación pudo comprobar al atreverse a abrir un libro bomba que las Farc le mandaron y que lo dejó para el resto de sus días con el remoquete del “mocho” Vargas Lleras; así como aquella vez que le zumbó un pintoresco cocotazo a su abnegado escolta.

El 1 de agosto presente rajó en su columna de El Tiempo contra las calificadoras de riesgos, algo a lo que ni ellas mismas se atreven, y les dijo hasta de lo que las mantendría vivas por la eternidad. Ayer los destinatarios de los efluvios de su ethos, estado del alma o de ánima, o mejor de su talante, fueron los maestros oficiales colombianos, quienes por su negativa a retornar a las aulas de clases a ejecutar la presencialidad escolar serán los culpables de que perdamos los sitios de honor alcanzados en los distintos certámenes evaluativos en la materia, las pruebas Pisa, por ejemplo. La “élite enquistada en el más sensible de los servicios públicos” será la culpable de la debacle que se avecina sobre Colombia en el área educativa.

Lo lleritas de Vargas no lo disimula. Así, por ejemplo, en su envión contra lo distinto al status quo arremetió contra el gobernador del Magdalena, Carlos Caicedo, quien ha propinado una muenda al clan Cotes, eterno depredador de ese departamento, y aliado estratégico del exvicepresidenteministrosenador, por ponerse del lado de los docentes. Aquí el ethos se transforma en pathos cuando el cruzado pide a la procuradora Margarita Cabello que envié para su casa por siempre (“en forma permanente”, dice) al gobernador.

Pero lo lleritas tiene su dialéctica, quiero decir su enrevesamiento. El expresidente López Michelsen narra con cierto detalle como operó el fraude en Nariño durante la jornada electoral de 1970, en sus Memorias políticas (II), aunque exculpa al presidente del entonces. Raro que, según López Michelsen, el demiurgo de lo lleritas hubiera permanecido ignorante del préstamo de cien mil pesos de la época hecho por un político de apellido Chamorro, para fletar la avioneta que habría de traer los sufragios desde algunas islas nariñenses al continente, en números no imaginados. Agréguese que los votos de unos municipios estaban en las urnas de otros.

Y fue tan decisiva la gestión de Chamorro el prestamista que en adelante en todas las administraciones departamentales nariñenses el mencionado mecenas tenía sus cuotas correspondientes, aun sin Frente Nacional. Pero Hefestos, como también era conocido el abuelo gruñón, para nada se enteró del entuerto y en cambio hizo dormir a los levantiscos colombianos en esa fecha bien temprano.

Pero como lo que se hereda no se hurta, el nieto aventajado suele pasarse por la faja cierta ética, tal fue el caso de la mortandad de miles de niños wayú en La Guajira a causa del radicalismo partidista de su empresa electoral, cuando este dirigía el Bienestar Familiar , y el robo total a ese departamento por Cambio Radical.

Lo lleritas tiene sus bemoles.

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