POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL*
El retiro del Ejército de Estados Unidos y sus aliados constituye una derrota al intervencionismo en Afganistán, de 775.000 soldados, con armamento de todo tipo, de los cuales murieron 2448, más 4000 contratistas. Del lado afgano, se calcula que murieron 100.000 personas, entre civiles y militares. Los heridos superan los 300.000. A la par, se habla del desperdicio de un billón de dólares. Es un fracaso de la dominación imperialista, que duró veinte años, con el pretexto de perseguir a Osama bin Laden y a Al Qaeda, responsables del atentado de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.
Considerar que la democracia occidental ha sido derrotada, como insinúan algunos analistas, constituye un eufemismo. Las intervenciones militares, geopolíticas, de dominio imperial en el siglo XXI se hacen en nombre de los derechos humanos, como en Irak, Libia, Haití, Siria, para nombrar algunos casos. Son intervenciones con la bandera de la democracia, pero sus métodos y propósitos de control, sometimiento y explotación en su economía y sociedad responden a los intereses y lógicas de los Estados Unidos y otras potencias.
Son los hechos crueles en Afganistán lo que vuelve a colocar en la escena y en los pensamientos una categoría tan potente en el análisis como la del imperialismo, que había sido desterrada de las ciencias sociales y el periodismo. Resulta plausible que los medios de comunicación insistan en el imaginario colectivo con la derrota político-militar de los Estados Unidos en Vietnam. También en aquellos tiempos la mea culpa, la ideologización de la derrota, circularon entre las élites del poder. El triunfo de los vietnamitas descansó en que tenían razón; la derrota de los Estados Unidos en Afganistán descansa en que no tienen razón.
Pero, hay una diferencia de fondo entre Vietnam y Afganistán, aunque en ambas circunstancias fue derrotado un imperio. En Vietnam, se dio una revolución con una guerra popular prolongada y un partido comunista dirigiendo la lucha, mientras en Afganistán se derrumbó el régimen de Kabul, colocado por los gringos como marioneta.
Ha quedado al desnudo un país productor del 90 % de la heroína y el opio del mercado legal e ilegal del mundo, lo que hace legítima la pregunta de si es otro capítulo de la guerra de las drogas. Un país empobrecido, con hambre, atrasado y con una corrupción generalizada, donde la ayuda norteamericana creó una casta de políticos profesionales del clientelismo, al igual que una nomenclatura de militares incompetentes.
El régimen de Protectorado implantado por Estados Unidos fue eso: protección a los jefes tribales y feudales que negocian la droga, a los militares prestos a desertar, a gobernantes apátridas y vividores. Esa es la democracia liberal implantada en el invernadero de la política afgana. Los talibanes demostraron que son una fuerza no solo terrorista, sino capaces de organizar una resistencia nacional que ha logrado el triunfo. Se trata, en lo político, de una restauración conservadora que impondrá, seguramente con disfraces, el fundamentalismo islámico y los fanatismos. Esa fuerza demostró una gran capacidad diplomática y una habilidad negociadora que llevó al gobierno de Donald Trump y luego al de Joe Biden a firmar y cumplir un acuerdo de cancelación del intervencionismo. A Biden, le tocó enterrar el cadáver insepulto de una política inmoral y lo hizo sin grandeza, convirtiendo la evacuación en una catástrofe humanitaria.
La derrota en Afganistán es un capítulo del declive, lento, seguro y que se precipitará de la hegemonía norteamericana en el mundo. Los otros actores que se disputan la escena con China y Rusia a la cabeza aparecen como los beneficiarios de la debacle afgana, con la bandera de ser decisivos para que los talibanes no sigan un curso terrorista. Y como telón de fondo, Paquistán y los Saudíes.
El futuro de Afganistán es pesimista por la preponderancia de las flores del mal, de la heroína y el opio, y la fragmentación del país. El terrorismo de Isis-K ya hizo su presencia de horror en el Aeropuerto de Kabul, el pasado 26 de agosto, donde hubo más de ciento setenta muertos, incluyendo trece militares estadounidenses. Lo positivo es que las mujeres están en las calles por sus derechos.
*Profesor emérito, Universidad Nacional de Colombia y profesor titular, Universidad Libre.
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