POR JULIO YAO
El señor Alex Saab, diplomático de Venezuela, fue detenido arbitraria e ilegalmente en junio de 2020 en Cabo Verde, donde fue sometido a vejámenes, maltratos y torturas durante 16 meses, y acaba de ser “extraditado” a Estados Unidos de América (EUA), donde un tribunal lo acusa de lavado de dinero y otros delitos.
Cabo Verde no tenía derecho a ponerle la mano encima a Alex Saab, diplomático protegido por convenciones diplomáticas y el Derecho Internacional. Hay excepciones a la inmunidad, pero ello requiere la aprobación de los gobiernos, y éste no es el caso. Un diplomático es inmune en todo sentido, pero la extradición supone un trámite legal, para lo cual se requiere que el Estado requiriente tenga un tratado de extradición vigente y aplicable con el Estado requerido.
Cabo Verde -el Estado requerido- carece de tratado de extradición con EUA, pero como Washington se arroga una condición sui generis como lo es el “excepcionalismo”, inopinadamente ahora saltan algunos leguleyos del Imperio que buscan cómo hallarle las cinco patas al gato y sostienen que el sistema legal de EUA no requiere un tratado de extradición, la que se puede hacer de manera expedita, como aplican selectivamente en el Canal de Panamá, pues basta con que Washington la pida y ya está.
Alex Saab cumplía una misión por varios países para paliar las sanciones de EUA, que afectan siempre a los más pobres de la población. En efecto, era una misión que daba cumplimiento a los derechos humanos negados a los venezolanos por Washington. El hecho de que Saab represente al gobierno en las negociaciones que se llevan a cabo en México en nada afecta su inmunidad diplomática y es solo un elemento más de la política entre venezolanos y de las diferencias con EUA.
Si Alex Saab no es devuelto a Venezuela, EUA estará demostrando que el mundo debe obedecer el mandato norteamericano y no al Derecho Internacional. La arrogancia de Washington está ocasionando un desmoronamiento del sistema internacional basado en leyes.
El caso más análogo al de Alex Saab es el del General, comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá y Jefe de Gobierno, Manuel Antonio Noriega. A Washington no le importó un comino que lo fuera. Los norteamericanos lo querían fuera, y eso era suficiente. Colin Powell ordenó aplicar la Doctrina de “Tierra Arrasada” ensayada en Vietnam, pero en Panamá, que no tenía ejército, fuerza aérea o marina de guerra. Ni siquiera radares: 1989 no fue una invasión sino una masacre.
El excomandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá tenía inmunidad diplomática por ser Jefe de Gobierno, por decisión de la Asamblea de Representantes de Corregimientos el 16 de diciembre de 1989 y porque la Convención de Montreal sobre Terrorismo Aéreo, de 1969, prohijada por Washington, así lo disponía.
Con la invasión, Noriega buscó asilo en la Nunciatura, que es la embajada de El Vaticano. Con el debilitamiento, la división interna, el saboteo de EUA, el desarme interno de las FDP, tres golpes de Estado, la cooptación del pueblo panameño por la Cruzada Civilista, manipulada por la embajada de Washington, no había posibilidad de resistencia.
Noriega solicitó asilo a España, que se le concedió. Pero el nuncio, Sebastián Laboa, que actuó como verdadero constrictor (nunca hubo apellido tan acertado) ahogó, desalentó, presionó y engañó al militar, en complicidad con las fuerzas invasoras que rodeaban la Nunciatura, y le advirtió que la turbamulta que se agolpaba en la entrada podrían lincharlo como le ocurrió a Mussolini cuando intentaba huir a Suiza. En otras palabras, la Nunciatura (El Vaticano) violó las Convenciones de Asilo al no proteger al asilado y al frustrar el asilo dado por España al militar.
Entretanto, los invasores pusieron un concierto de rock a todo volumen para atormentar al general Noriega y hacerlo rendirse a las tropas norteamericanas. Como colofón, el Arzobispo de Panamá, un norteamericano, dijo públicamente que “la invasión es una liberación”.
Noriega se entregó a los invasores. ¿Fue eso una extradición? ¡Absolutamente, no! El régimen de ocupación bajo Guillermo Endara exclamó, como buen marioneta o mariquita, “que se lo lleven”, sin trámite alguno. Panamá y EUA no tenían un tratado de extradición aplicable y no se hizo proceso legal alguno.
Por esa razón, las Memorias de Noriega se titulan The Memoirs of Manuel Noriega, America’s Prisoner (Manuel Noriega and Peter Eisner, Random House, New York, 1997).
El resto es historia: Washington reconoció que era la primera vez que capturaban a un jefe militar. Noriega no era un reo común, sino un Prisionero de Guerra de EUA.
Su traslado a EUA fue un secuestro, igual que ha ocurrido con Alex Saab, cuyo calvario aún no culmina. Contrario a lo que se decía, a Noriega no lo esperaba ningún indictment en Florida, como lo confesó el juez Hoeveler, y hubo que improvisarle uno de apuro. Luego, el jurado que absolvió a Noriega de todos los cargos fue presionado por el mismísimo presidente George Bush, que le exigió cambiar su veredicto de inocente.
Posteriormente, los fiscales les arrancaron confesiones a algunos narcotraficantes presos del Cartel de Medellín que implicaban a Noriega en el narcotráfico, a cambio de rebaja en sus respectivas penas. A la postre, no les cumplieron las promesas, y los colombianos se retractaron y dijeron que Noriega nunca fue un narcotraficante como habían confesado. ¡Que Alex Saab se vea en el espejo de Manuel A. Noriega!
Esa es la verdadera democracia que Washington le vende al mundo.
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