Óscar Torres López. In memoriam

POR LUIS E. MARTÍNEZ ARROYO /

El Óscar que se fue hace pocos días estaba pleno de sus convicciones. Nada más ajeno a un individuo autocomplaciente, y mucho menos satisfecho con el statu quo colombiano y global. Había dicho sus verdades en el artículo Ecología crítica y política en el contexto de la pandemia del Covid-19, que integró el libro Análisis y reflexiones sobre el Covid-19. Pandemia y Postpandemia (Bosch Editor, 2020), de autores varios. La crisis de estos días no es solo una de las acostumbradas que padece en forma periódica el capitalismo, sino una crisis civilizatoria que tiene a la vida humana y de todo tipo en el planeta al borde de la extinción definitiva.

Su origen está en el carácter predatorio de quienes gobiernan y ejercen el poder, bañados aún por los aires del progreso a ultranza que trajo la Modernidad. El afán de rentabilidad insaciable los ha hecho perder el norte, si alguna vez lo tuvieron, y por eso no son capaces de entender que su gula tiene límites en los finitos recursos de la naturaleza. Cuando esta ha sido agredida de modo tan irracional, aparecen las consecuencias que hoy padecemos.

Criticó la política de desprecio que los gobernantes criollos del momento han mostrado hacia los desvalidos permanentes, mientras soltaron montones de dinero a los grandes empresarios nacionales, y abogó, como lo hacen los demócratas íntegros, por la asignación de una Renta Básica y por abandonar la política miserabilista de este y los anteriores gobiernos que envilece aún más a la población. La costra no aguanta un apretón de bolsillos para paliar la crisis de la pandemia.

Fue el continuum de sus primeros años en la militancia de las políticas alternativas a las frentenacionalistas, que todavía hoy tienen tanto arraigo en las costumbres de las elites nacionales. Su unión con las causas de la defensa de la naturaleza lo habían llevado a propiciar la creación de organizaciones campesinas que propendieran por el cultivo de huertas agroecológicas, huertas caseras. Lideró reuniones en municipios del Atlántico como Palmar de Varela, Sabanalarga, Manatí, con campesinos de allí y se preocupó porque fueran partícipes de jornadas de capacitación acerca de la economía campesina y las ventajas y riqueza que ella trae.

Así mismo, con sus estudiantes de la Universidad Libre del Centro de Investigaciones, realizó trabajos de campo en el corregimiento de La Playa, acerca de la crisis sanitaria de esta abandonada población que está en la periferia de la capital Barranquilla. Y se preocupó por la suerte de la ciénaga de Mallorquín dada la alta contaminación de ese cuerpo de agua, que no parece interesarle a quienes gobiernan la ciudad.

Con quien esto escribe mantuvo un permanente intercambio de pareceres acerca del proceso de gentrificación que se tomó Barranquilla, de la cultura del cemento y del concreto que identifica a la ciudad ante el mundo, de las moles que muestran a los nuevos, y por lo que se ve eternos, gobernantes locales. De la magnificencia de los escenarios deportivos y de otra índole, sin resultados cuantificables en la materia al canto. De la crisis cultural que vive la ciudad, cuyo escenario más emblemático no se sabe quién responde por él. Del adamismo indisimulable y del hacer tierra arrasada con el pasado inmediato en materia de obras y servicios públicos.

Sus admoniciones al sistema de salud nacional tuvieron una trágica y cruel respuesta. Los profesionales de la salud de la clínica que atiende a los docentes de la capital y del departamento le prestaron el servicio acostumbrado: un diagnóstico tardío y lleno de imprecisiones, con exámenes prescritos y no practicados, con muestras que se perdieron, para después entregar el corolario fatal: no hay nada que hacer, esa enfermedad ha avanzado mucho.

Adiós al amigo y compañero.

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