En Glasgow se decreta la muerte

Ricardo Sánchez Ángel

POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL*

Pareciera que existe una consciencia colectiva de la crisis ambiental que se vive a escala planetaria. En ese sentido, la cumbre de Glasgow suscitó grandes expectativas sobre los debates y conclusiones de la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26). Lo cierto es que los resultados han cancelado las ilusiones y generado una perversa confusión. Cunde el pesimismo, esa actitud donde reina el conformismo, lo que les permite a los gobiernos y a los poderes económicos potenciar la política tecnológica ambiental del capitalismo verde. Esto, a través de un reformismo sin reformas que no reordena el rumbo de la economía global, para que prime el derecho a la vida de la natura y la humanidad.

Lo que se impuso allí es aprovechar la crisis ambiental, el severo trastorno y, más de fondo, la fractura metabólica para lanzar las tecnologías limpias aplicadas y dejar intacto el cuestionamiento a los pilares que gravitan como aceleradores de la degradación. Ellos son: (1) el neoextractivismo, con tecnologías tradicionales o nuevas, con legalidad o sin ella. (2) El productivismo, que es el motor del sistema de búsqueda de ganancia y cuyo motivo es el “¡Enriqueceos!”. (3) El consumismo, para sostener la acumulación creando necesidades artificiales. Es la sociedad como un conjunto de grandes centros comerciales. (4) La alienación, que enajena nuestra relación con la natura y nuestro papel en las relaciones sociales y del trabajo, que se aceptan como normales y permanentes.

En Glasgow no se aprobó radicalmente el necesario ¡no! al carbón y demás combustibles fósiles. En vez de la eliminación, se aprobó la disminución, es decir, la permanencia y se articularon mejor las herramientas financieras a la elaboración de las políticas climáticas. Todo un triunfo del neoliberalismo, con su lema de desarrollo sostenible, donde el desarrollo es lo sustantivo y lo sostenible es el adjetivo, con más de quinientos lobistas garantizando los derechos del capital.

Glasgow fue una pasarela para que jefes y jefecitos de Estado y sus cortesanos, familias y funcionarios, exhibiendo sus vanidades, se maquillaran todos a una como líderes ambientales. El premier británico Boris Johnson, una figura grotesca y mentirosa, se desgañitó alardeando sobre la catástrofe climática. Los mandarines chinos y Putin trasladaron, junto con Joe Biden, su rival, las grandes confrontaciones geoeconómicas a la escena ambiental de Glasgow, a pesar de la declaración conjunta de Estados Unidos y China a favor de la causa ambiental. Pero, a renglón seguido, Biden anunció el sabotaje de los Juegos Olímpicos de Pekín. Tras de depredadores, bufones.

Y el señor presidente Iván Duque, desfilando en la pasarela, con su soso olor a matadero, promoviendo su casa en el aire, que ha construido como ficción de Colombia. Durante este gobierno, el genocidio en curso incluye, de manera sobresaliente, el asesinato de sesenta y cinco líderes ambientales en el 2020, la destrucción de la Amazonía (en el mismo año, se destruyeron 171.680 hectáreas de bosque). Igual, se vive ese proceso en la Orinoquía, los páramos, la selva tropical del Chocó y el Pacífico, los ríos grandes y pequeños, La Cocha y La Tota, en fin… Se ha aprobado tanto el fracking como la fumigación aérea contra los cultivos de coca y se mantiene triunfante la expansión del latifundio ganadero y del narcotráfico.

La prosa de la realidad refuta la demagogia virtual, la verdad enfrenta a la mentira y nos lleva a reclamar a los grandes medios por ser caja de resonancia de las imposturas del gobierno. Se trata de la comunicación como propaganda, y no como información.

Glasgow siguió eludiendo un hecho de fondo: que el ambiente no es solo natural, sino también social. Que la fractura metabólica, para ser superada, requiere resolver la cuestión social, donde está la tormenta de los sufrimientos humanos, que generan hambre y muerte, enfermedad y desolación. Pero, como dice Daniel Tanuro, el colega y agrónomo-ecologista, es demasiado tarde para ser pesimistas.

Requerimos asumir la ecosofía, avanzar en la praxis hacía un ecologismo independiente de los discursos de las agencias internacionales, los Estados y el reformismo verde para enfatizar en lo común de la naturaleza y la vida.

*Profesor emérito, Universidad Nacional de Colombia y profesor titular, Universidad Libre.

Un Pasquín, No. 102, Bogotá.

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