Comentarios al perfil sobre Francia Márquez

POR MARINO CANIZALES

Texto de la misiva dirigida por el profesor Marino Canizales al abogado, filósofo e investigador del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre, Mateo Romo Ordóñez, en la que hace algunas reflexiones en torno de su sugerente ensayo La Antígona de Yolombó.

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Estimado Mateo Romo: no te conozco, pero el brillante, acertado y audaz perfil que haz compuesto sobre Francia Márquez, nos hace intelectualmente amigos. Ya, antes, había leído con atención otra de tus reflexiones, muy buena, sólo que esta puso el tono muy arriba por su pertinencia política y la hondura de su contenido. No es nada fácil trazar un perfil de una personalidad tan polisémica y  a la vez tan centrada como esta mujer, quien tiene en su haber existencial e indentitario el ser negra, negra del Cauca y luchadora formada en una región caracterizada por una profunda lucha de clases.

Mateo Romo

Excúsame por reaccionar un poco tarde a tu ensayo, el cual me fue enviado por el profesor Ricardo Sánchez. Será tema de estudio este semestre en mi cátedra “Teoría Política del Delito” con estudiantes de Universidad del Valle en los Municipio de puerto Tejada y Santander de Quilichao, y lo haré conocer de mis amigos y compañeros más cercanos

Para empezar, debo decir que has sorteado con éxito el riesgo del anacronismo que siempre acecha esta clase de reflexiones, y más, ante una figura tan lejana y mítica como la Antígona, de Sófocles, donde el derecho como relación social y relación poder, era menos que embrionario y balbuciente, y donde el pánico a la “hybris” o falta, que no a la culpa—todavía inexistente—, lo dominaba todo. Aristóteles escribe su Ética Nicomáquea para responder a ese problema y salvar la estabilidad de Polis, pero fracasó políticamente, debiendo abandonar Atenas. Esto por cuanto la “ley” y la libertad en la Grecia antigua no eran laicas, y como si fuese poco, la política se confundía con la moral: su mundo y los ordenamientos que los regían siempre se consideraron dictados por el Olimpo. Es contra esos “dictados” que en esa misma Grecia antigua y clásica se construyó o inventó un concepto de razón y, por lo tanto, una racionalidad, donde se combinaron lo “laico” y lo profano, en una compleja relación de conflicto. Antígona, como figura trágica expresa con grandeza, de la mano de Sófocles, dicha tensión. Hoy, cayendo en el anacronismo, diríamos que actuó con “dignidad” ante Creonte, sólo que los griegos y también los romanos no conocieron el yo interior— cuyos primeros atisbos los encontramos en las Confesiones de San Agustín—, ni la noción de autonomía y mucho menos la referida a un derecho subjetivo. Estas son invenciones propias de una modernidad naciente a partir de los siglos XV y XVl. Los griegos conocieron sí, y de qué manera, la vergüenza; ellos la inventaron como sanción social, en una sociedad del “cara a cara”: cómo nos vemos y somos vistos, que sigue vigente. Descubrimiento que podemos rastrear en las investigaciones realizadas, entre otros, por Jean-Pierre Vernant. Por eso, Edipo se revienta los ojos. El reconocimiento y el ejercicio del desprecio estaban en la mirada, ante una falta, que atentaba contra la armonía de la Polis, no en la culpa sentida por el autor de una acción Esta última la inventó el cristianismo, introducida por Platón quien a su vez la tomó de chamanes asiáticos. Además, la presencia de Homero domina el mundo cultural y político de la Grecia antigua. Eso explica la vigencia implacable del ritual conocido como “la bella muerte”, que está en el centro de la tragedia de Antígona. Es esa Ley, en su doble su dimensión política y moral, la que Antígona subvierte, portadora de un gran espíritu de rebelión.

Creonte, determina e impone la Ley que su poder y figura representan; Antígona opone la ley moral de la mirada, la de “ella muerte”, que también tiene un valor y una eficacia colectiva: la importancia de la memoria, como ser visto y recordado en la memoria del mundo cerrado de la Polis. Ahora bien, el conflicto no se agota ahí, pero es su punto central: estamos, como decía Hegel, ante dos potencias igualmente válidas, en profunda tensión dramática.

Francia Márquez

Tu Francia Márquez, como la “Antígona de Yolombó”, trasciende las limitaciones morales del mito que, como ha sido reconocido, son grandiosas, pero mantiene y enriquece la tensión dramática, que es lo que lo hace intemporal a la vez que vigente para nosotros. En esa tensión trágica la simpatía moral y política está del lado débil pero rebelde, a quien le asisten las ideas de justicia e igualdad. La igualdad como reconocimiento de las diferencias, para, a partir de ahí, luchar contra las desigualdades que niegan esas diferencias. Tu “Antígona de Yolombó”, es ante todo un símbolo político, una personalidad política y un programa sui generis en un mundo dominado por un capitalismo racista, colonial, patriarcal y destructor de la vida y la naturaleza, contra el cual ella y los que son como ella, dan una lucha sin cuartel, la cual tiene, como es apenas obvio, pero se olvida, implicaciones morales. Ese el Creonte al que ella se enfrenta, el cual está inteligentemente caracterizado por ti. El que en lo local-universal, destruye su río Ovejas y los demás ríos del orbe terrestre, sus territorios ancestrales, las comunidades originarias, los bosques y selvas, degrada a la mujer, explota y oprime a los trabajadores y destruye el futuro de nuestro hijos, alimenta y perpetua toda clase prejuicios, desigualdades y exclusiones contra los diferentes.

En esta tensión dramática, “La Antígona de Yolombó” no sólo tiene la razón, sino que el mundo por el cual lucha, es posible. La tensión dramática que expresa y desarrolla Francia Márquez en tu ensayo no es fatal. Y no lo es, justamente por ser una mujer símbolo de rebeldía y transformación social y política, por ser una “Mujer Programa”, emancipatoria y liberadora en términos individuales y colectivos. Al respecto, ya lo dije antes, tu perfil es brillante y no tiene sentido repetir aquí sus elementos constitutivos. Destaco, sí, por su gran importancia política, el apartado que titulas “Soy porque somos”. En él se revelan al lector las claves de Francia Márquez como personalidad política, y también de los celos y mezquindades que ha despertado en algunos sectores dentro del llamado “Pacto Histórico”. Para empezar, es un acierto el rescate que haces, al final de tu ensayo, de la expresión y divisa de su campaña política “Soy porque somos”, que ya antes y como mucho tino había elaborado Arnulfo Bayona en dos sendos artículos sobre ella. Sólo que en este capítulo queda muy claro porqué “Colombia atestigua un acontecimiento insólito: Antígona se ha lanzado a la presidencia de la República.”  Su lucha no se traduce, haciendo una parodia, en la muerte honrosa de su hermano ante el tirano Creonte. Eso ya la sabemos. Aquí Polinices tiene otra significación, también positiva, pero de signo distinto. Polinices es la lucha por local: por los territorios ancestrales: la vereda de Yolombó, el corregimiento de la Toma; por el río Ovejas, y también el río Cauca, el Magdalena; por los árboles, el bosque, la fauna y la flora que los integran. Pero también, por una nueva sociedad y nueva república, por el reconocimiento de los pueblos originarios, por una nueva forma de vida, realidades que deben ser construidas y sustentadas por fuerzas sociales políticas anticapitalistas, ecosocialistas y feministas, que derriben el despotismo y la tiranía de ese Creonte con múltiples rostros y poderes. Por esto, es una “Mujer Programa”.

Gracias por tu ensayo,

Marino Canizales

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