La OTAN como religión imperial

POR ALFRED DE ZAYAS

La controversia entre Estados Unidos, la OTAN, Ucrania y Rusia no es totalmente nueva. Ya vimos la posibilidad de que se produjeran graves problemas en 2014, cuando Estos Unidos y los Estados europeos interfirieron en los asuntos internos de Ucrania y de forma encubierta o abierta contribuyeron al golpe de Estado contra el presidente elegido democráticamente de Ucrania, porque no jugaba el juego que Occidente le había asignado. Por supuesto, nuestros medios de comunicación aplaudieron el golpe como una “revolución de colores” con todos los oropeles de democracia.

Tal como señalan muchos profesores de derecho internacional y de relaciones internacionales, entre los que se incluyen Richard Falk, John Mearsheimer, Stephen Kinzer y Francis Boyle, la crisis de 2021/22 es una continuación lógica de las políticas expansionistas que ha seguido la OTAN desde la desaparición de la Unión Soviética. Esta estrategia de la OTAN lleva a la práctica la pretensión de Estados Unidos de tener la “misión” de exportar su modelo socioeconómico a otros países, con independencia de las preferencias de Estados soberanos o la autodeterminación de los pueblos.

Aunque los relatos de Estados Unidos y de la OTAN han demostrado ser inexactos y muchas veces deliberadamente falsos, el hecho es que la mayoría de los ciudadanos del mundo occidental cree de forma acrítica lo que se les dice. La “prensa de calidad”, como New York Times, Washington Post, The Times, Le Monde, El País, Neue Zürcher Zeitung y FAZ, es una eficaz caja de resonancia de las opiniones de Washington y apoya con entusiasmo la ofensiva de relaciones públicas y de propaganda geopolítica. Creo que se puede afirmar sin miedo a equivocarse que la única guerra que ha ganado la OTAN es la guerra de la información. Unos medios de comunicación corporativos, dóciles y cómplices han logrado persuadir a millones de personas en Estados Unidos y Europa de que los tóxicos relatos de los Ministerios de Asuntos Exteriores son realmente verdad. Creemos en el mito de la “Primavera Árabe” y del “EuroMaidan”, pero nunca oímos hablar del derecho de autodeterminación de los pueblos, incluidos los rusos de Donetsk y Lugansk, ni de lo que se podría llamar “Primavera Crimea”.

A menudo me pregunto cómo es posible esto cuando sabemos que Estados Unidos mintió deliberadamente en el caso de conflictos anteriores para hacer que un agresión pareciera una “defensa”. Se nos mintió respecto al incidente del Golfo de Tonkin y a las supuestas armas de destrucción masiva en Irak. Hay muchas pruebas de que la CIA y el M15 han organizado acontecimientos de “falsa bandera” en Oriente Próximo y otros lugares. ¿Por qué estas masas de personas instruidas no toman cierta distancia y se hacen más preguntas? Me atrevo a formular la hipótesis de que la mejor manera de entender el fenómeno de la OTAN es entenderlo como una religión laica. De este modo se nos permite creer sus relatos inverosímiles, porque podemos aceptar que son ciertos por una cuestión de fe.

Por supuesto, la OTAN no es precisamente una religión de las Bienaventuranzas y del Sermón de la Montaña (Matías V, 3-10), excepto por una Bienaventuranza típicamente occidental: Beati Possidetis, esto es, bienaventurados quienes poseen y ocupan. Lo que es mío, es mío; lo que es tuyo es negociable. Lo que ocupo lo he robado con todas las de la ley. Si consideramos la OTAN como una religión, podemos entender mejor determinados acontecimiento políticos en Europa y Oriente Próximo, Ucrania, Yugoslavia, Libia, Siria e Irak.

El credo de la OTAN es un tanto calvinista, un credo por y para los “elegidos”. Y, por definición, nosotros, Occidente, somos los “elegidos”, lo que significa “los buenos”. Solo nosotros nos salvaremos. Todo esto se puede aceptar por una cuestión de fe. Como cualquier religión, la religión de la OTAN tiene sus propios dogmas y su propio vocabulario. En el vocabulario de la OTAN una “revolución de colores” es un golpe de Estado, democracia es sinónimo de capitalismo, intervención humanitaria implica “cambio de régimen”, “imperio de la ley” significa NUESTRAS normas, el “Satán número uno” es Putin y el Satán número dos es Xi Jinping.

¿Podemos creer en la religión de la OTAN? Desde luego. Como escribió el filósofo romano-cartaginés Tertuliano en el siglo III d.C., credo quia absurdum: lo creo porque es absurdo. Y lo que es peor que el absurdo común y corriente, exige mentir constantemente al pueblo estadounidense, al mundo, a la ONU.

¿Ejemplos? El montaje propagandístico de las armas de destrucción masiva en 2003 no fue una simple “pia fraus” o mentira piadosa. Estuvo bien organizado y hubo muchos artífices. Lo triste es que un millón de personas iraquíes lo pagaron con sus vidas y su país quedó devastado. Como estadounidense, tanto yo como muchas otras personas gritamos “no en nuestro nombre”, pero ¿quién nos escuchó? El entonces Secretario General de la ONU Kofi Annan afirmó muchas veces que la invasión era contraria a la Carta de la ONU y cuando los periodistas le instaron a ser más preciso, afirmó que la invasión era “una guerra ilegal”. Peor que meramente una guerra ilegal era la violación más grave de los Principios de Nuremberg desde los juicios de Nuremberg, una auténtica revuelta contra el derecho internacional. No solo Estados Unidos sino también la llamada “Coalición de Voluntarios”, 43 Estados aparentemente comprometidos con la Carta de la ONU y con el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, atacaron deliberadamente el estado de derecho internacional.

Se podría pensar que después de que te hayan mentido en cuestiones de vida o muerte, habría un sano escepticismo, un cierto grado de precaución; es de suponer que las personas racionales pensarían “¿no hemos oído este tipo de propaganda antes?”. Pero no, si la OTAN es realmente una religión, aceptamos a priori sus dictámenes por una cuestión de fe. No ponemos en duda a [el actual secretario general de la OTAN] Jens Stoltenberg. Parece que existe un acuerdo tácito de que mentir en asuntos de Estado es “honorable” y que cuestionarlo es “antipatriótico”, de nuevo el principio maquiavélico de que el supuesto buen fin justifica los malos medios.

La apostasía es uno de los problemas de cualquier religión. Ocurre a menudo cuando los líderes de una religión mienten descaradamente a los fieles. Cuando las personas pierden la fe en los dirigentes actuales, buscan otra cosa en la que creer, por ejemplo, la historia, la herencia, la tradición. Me atrevo a considerarme un patriota estadounidense y un apóstata de la religión de la OTAN, porque rechazo la idea de “apoyo a mi país actúe bien o mal” (1). Quiero que mi país actúe correctamente y haga justicia, y que cuando el país vaya por el camino equivocado, quiero que vuelva a los ideales de la Constitución, de nuestra Declaración de Independencia, del discurso de Gettysburg (2), algo en lo que todavía puedo creer.

La OTAN se ha convertido en la religión perfecta para los matones y los belicistas, al igual que otras ideologías expansivas del pasado. En el fondo los romanos estaban orgullosos de sus legiones, los granaderos franceses morían gustosamente por las glorias de Napoleón, miles de soldados aplaudieron las campañas de bombardeo sobre Vietnam, Laos y Camboya.

Considero que la OTAN está dentro de la tradición del matón del pueblo. Pero la mayoría de los estadounidenses no puede saltar sobre sus propias sombras. La mayoría de los estadounidenses carece emocionalmente de la temeridad de rechazar a nuestros dirigentes, quizá porque la OTAN afirma ser una fuerza positiva para la democracia y los derechos humanos. Yo preguntaría a las víctimas de los drones y del uranio empobrecido en Afganistán, Irak, Siria y Yugoslavia qué opinan del historial de la OTAN.

Muchas religiones son solipsistas, autocomplacientes, se basan en la premisa de que ella y solo ella posee la verdad y de que el demonio amenaza esa verdad. La OTAN es una clásica religión solipsista, autosuficiente, interesada, basada en la premisa de que la OTAN es por definición la Fuerza buena. Un solipsista es incapaz de reflexionar sobre sí mismo, es incapaz de autocrítica, es incapaz de ver a los demás como a sí mismo, con fortalezas y debilidades, y posiblemente con algunas verdades también.

La OTAN se basa en el dogma de la “excepcionalidad” que Estados Unidos ha practicado durante más de dos siglos. Según la doctrina de la “excepcionalidad”, Estados Unidos y la OTAN están por encima del derecho internacional e incluso del derecho natural. “Excepcionalidad” es otra forma de expresar el dicho latino “quod licet Jovi, non licet bovi”: lo que Júpiter puede hacer no está permitido al común de los mortales. Nosotros somos los “bovi”, los bovinos.

Por otra parte, en Occidente estamos tan acostumbrados a nuestra “cultura del engaño” que reaccionamos sorprendidos cuando otro país simplemente no acepta que le hemos engañado. Esta cultura del engaño se ha convertido en algo tan natural para nosotros que ni siquiera nos damos cuenta cuando engañamos a otro. Es una forma de comportamiento depredador que la civilización todavía no ha logrado erradicar.

Pero, honestamente, ¿acaso la OTAN no es también un reflejo del imperialismo del siglo XXI, muy cercano al neocolonialismo? La OTAN no solo provoca y amenaza a los rivales geopolíticos, sino que en realidad saquea y explota a sus propios Estados miembros, no por la seguridad de esos, sino a beneficio del complejo militar-industrial. A todo el mundo le debería parecer obvio, aunque no lo es en absoluto, que la seguridad de Europa radica en el diálogo y el compromiso, en comprender los puntos de vista de todos los seres humanos que viven en el continente. La seguridad nunca fue idéntica a la carrera de armamento y al ruido de sables.

Según el relato dominante, los crímenes cometidos por la OTAN en los últimos 73 años no son crímenes, sino lamentables errores. No solo como jurista, sino también como historiador reconozco que puede que estemos perdiendo la batalla por la verdad. Es bastante probable que dentro de treinta, cincuenta, ochenta años la propaganda de la OTAN se imponga como la verdad histórica aceptada, sólidamente consolidada y repetida en los libros de historia. En parte se debe a que la mayoría de los historiadores, al igual que los abogados, son plumas de alquiler. Olviden la ilusión de que a medida que pasa el tiempo aumenta la objetividad histórica. Bien al contrario, todos los bulos que los testigos presenciales pueden desmontar hoy se acaban convirtiendo en el relato histórico aceptado una vez que han muerto todos los expertos y ya no pueden cuestionar ese relato. Olviden los documentos desclasificados que contradicen el relato, porque la experiencia nos enseña que solo muy raras veces pueden acabar con una mentira política bien arraigada. En efecto, la mentira política no morirá hasta que haya dejado de ser útil políticamente.

Por desgracia, muchas personas en Estados Unidos y Europa siguen asumiendo el relato de la OTAN, quizá porque es fácil y reconfortante pensar que nosotros somos “los buenos” y que los “graves peligros” que hay “fuera de aquí” hacen que la OTAN sea necesaria para nuestra supervivencia. Como escribió Julio César en su De bello civile, “quae volumus, ea credimus libenter”, esto es, creemos lo que queremos creer; dicho de otro modo, “mundus vult decepi”, es decir, en realidad el mundo quiere ser engañado.

Objetivamente, la expansión de la OTAN y las constantes provocaciones a Rusia fue y es un peligroso error geopolítico, una traición a la confianza que le debemos al pueblo ruso y, lo que es peor, una traición a la esperanza de paz que comparte la gran mayoría de la humanidad. En 1989-1991 tuvimos la oportunidad y la responsabilidad de garantizar la paz del mundo. La arrogancia y la megalomanía mataron esa esperanza. El complejo militar-industrial-financiero se basa en la guerra perpetua para seguir haciendo miles de millones de beneficios. 1989 podría haber marcado el comino de una era de aplicación de la Carta de las Naciones Unidas, de respeto del derecho internacional, de convertir las economías que dan prioridad a lo militar en economías de seguridad de los seres humanos y de servicios para ellos, de recorte de los inútiles presupuestos militares y de orientar los fondos liberados a erradicar la pobreza, la malaria y las pandemias, y de dedicar más fondos a la investigación y a desarrollar el sector sanitario, a mejorar hospitales e infraestructuras, a luchar contra el cambio climático, al mantenimiento de carreteras y puentes…

¿Quién es responsable de esta enorme traición al mundo? El difunto presidente George H.W. Bush y la difunta primera ministra británica Margaret Thatcher, junto con sus sucesores y todos sus asesores neoconservadores y defensores del “excepcionalismo”, además de los think tanks y los expertos que les alentaron.

¿Cómo fue posible esta traición? Solo por medio de la desinformación y la propaganda. Solo con la complicidad de los medios corporativos, que aplaudieron las ideas del “final de la historia” y del “ganador se queda con todo” de Fukuyama. Durante un tiempo la OTAN se deleitó con la ilusión de ser la única potencia hegemónica. ¿Cuánto duró esta quimera de un mundo unipolar? ¿Y cuántas atrocidades cometió la OTAN para imponer su hegemonía al mundo, cuántos crímenes contra la humanidad se cometieron en nombre de la “democracia” y de los “valores europeos”?

Los medios corporativos siguieron dócilmente el juego al declarar a Rusia y China nuestros enemigos jurados. Cualquier discusión razonable con los rusos y los chinos era y es condenada como “[política de] apaciguamiento”. Pero ¿no deberíamos mirarnos al espejo y reconocer que los únicos que deberíamos “apaciguarnos” somos nosotros? En efecto, tenemos que calmarnos y dejar de agredir a todos los demás: tenemos que parar las ofensivas tanto militares como informativas.

Si hay un país al que le importa muy poco el estado de derecho internacional (que también se conoce como el “orden internacional basado en normas” de Blinken) es, por desgracia, mi país, Estados Unidos de América.

Algunos de los tratados que Estados Unidos no ha ratificado son la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, el Estatuto de la Corte Penal Internacional, la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, el Acuerdo de Cielos Abiertos, el Protocolo Facultativo de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, el Protocolo Facultativo de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares, la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, la Convención sobre los Trabajadores Migrantes, la Convención sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales…

Finalmente comprendemos que ni Huntington ni Fukuyama acertaron respecto al siglo XXI, quien acertó fue Orwell.

Notas de la traductora:

(1) En el original “my country right or wrong”, una expresión de patrioterismo atribuida a un militar estadounidense del siglo XIX, Stephen Decatur.

(2) El discurso de Gettysburg es el discurso más famoso de Lincoln. Lo pronunció en la ciudad de Gettysburg el 19 de noviembre de 1863, cuatro meses y medio después de la Batalla de Gettysburg de la guerra civil estadounidense. Invocando los principios de igualdad de los hombres consagrados en la Declaración de Independencia, Lincoln redefinió la guerra civil como un nuevo nacimiento de la libertad para Estados Unidos y su ciudadanía.

Traducido del inglés para Rebelion.org por Beatriz Morales Bastos.

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