POR ROLANDO ASTARITA
En esta nota presento algunas reflexiones (que no pretenden ser exhaustivas) sobre la invasión rusa a Ucrania, iniciada el pasado 24 de febrero.
Intervención reaccionaria y chovinista
En primer lugar, señalemos el carácter reaccionario y nacional-chovinista de la intervención rusa en Ucrania. Una expresión brutal de ese carácter es la negación, por parte de Putin, del derecho a la existencia independiente de Ucrania. Hasta echó la culpa del asunto a Lenin, quien reconoció el derecho de los ucranianos a la autodeterminación.
Para lo que nos ocupa, es importante señalar que, si bien Lenin no fomentaba la separación de las regiones y pueblos, sí afirmaba que un Estado obrero centralizado debía sostenerse en la libre adhesión de todos aquellos que lo integraran. En una intervención del 6 de diciembre de 1921, decía: “La federación impuesta desde lo alto no será otra cosa que la creación de un aparato burocrático suplementario, completamente impopular a los ojos de las masas, y separado de ellas”. La advertencia era a propósito de las quejas de las repúblicas del Cáucaso (Georgia, Armenia, Azerbaiyán) por los métodos centralistas burocráticos con que se las presionaba. Y de hecho, en 1921 Georgia fue “sovietizada” por la fuerza, como admitiría Trotsky muchos años después. Por eso, y con razón, los georgianos comunistas disidentes criticaban la idea de que una revolución pudiera basarse en la superestructura (la burocracia), sin tener en cuenta el estado de la sociedad, sus aspiraciones, sus necesidades (véase Carrere D’Encausse, 1987).
De manera que históricamente se plantearon dos orientaciones: la de Lenin (pero no siempre aplicada por el líder bolchevique) sobre que el reconocimiento de los derechos nacionales era la única manera de superar efectivamente la conciencia nacional, y avanzar a la unidad. Y el enfoque burocrático administrativo, según el cual esa superación se haría por imposición represiva, “desde arriba”. Indudablemente Putin, y la dirección rusa, continúan esta última línea. Aquí solo importa la decisión de una dirigencia que se ubica por encima de lo que quieren las masas obreras, campesinas y populares, y sofoca cualquier posibilidad de deliberación democrática de los pueblos. Por eso, con desprecio de la historia, de las realidades culturales, de la voluntad de los ucranianos, Moscú reconoce la independencia de dos pequeñas y ficticias “repúblicas” del Donbass (creadas en 2014 en base al apoyo de la misma Rusia) y rechaza el derecho a la existencia de la nación ucraniana. El resultado es la profundización de las divisiones y rencores nacionales, y la exacerbación de los conflictos al interior de las propias masas trabajadoras. El rol criminal de Rusia en Siria, en apoyo al régimen de Al Assad, se repite hoy, y de forma acrecentada.
La entrada de las tropas rusas en Ucrania divide a los pueblos; y entroniza la idea del líder –o del poder ejecutivo, da igual- que decide por encima las masas. Por eso los defensores de regímenes como los de Venezuela, Nicaragua, Cuba, Siria, apoyan a Putin. Es lo opuesto a la idea, consustancial al pensamiento de Marx, de que “la liberación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores”. También es lo opuesto al internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos. Para los marxistas, el criterio debería ser que es progresivo todo lo que lleva a reforzar la solidaridad y la colaboración entre las masas trabajadoras, sea cual sea su nacionalidad, y reaccionario todo lo que incite a las divisiones nacionales, étnicas, o de cualquier otro tipo. Pero esto es lo que provoca esta invasión. Con el agregado de la descomposición social –millones de nuevos emigrados buscando un lugar por Europa, a merced de gobiernos y regímenes políticos que les son hostiles.
Prepotencia nacionalista
En segundo lugar, la prepotencia nacionalista “gran rusa” va de la mano de regímenes cada vez más represivos, y de corte bonapartista. La persecución de las disidencias, la prohibición de expresarse, de manifestarse, son las consecuencias naturales del nacionalismo burocrático. No es casual que hoy en Rusia se considere “traición a la patria” oponerse a la guerra. Y peor todavía la represión rusa en Ucrania.
Rol criminal de la OTAN
En tercer término, hay que enfatizar el rol criminal de la OTAN, con EEUU a la cabeza. Hicieron todo lo posible para cercar a Rusia y atizar el conflicto. En sus orígenes la OTAN se conformó como una alianza de carácter principalmente ofensivo contra la URSS y el bloque soviético. Con la caída del sistema soviético, en principio, debía desaparecer. Pero la política de EEUU fue extenderla indefinidamente. Así, hasta mediados de los 2000 se unieron a la Alianza Atlántica Lituania, Estonia, Letonia, Polonia, Rumania, Hungría, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia y Eslovenia. En 2009 lo hicieron Albania y Croacia; en 2017 la OTAN reconoció como miembros “aspirantes” a Bosnia-Herzegovina y Georgia; en 2019 admitió, también como aspirante, a Macedonia del Norte. Frente a esta amplia coalición, que rodea a Rusia, está la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), integrada por Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajistán Kirguistán y Tayikistán. Georgia, Azerbaiyán y Uzbekistán, que formaron parte de la alianza, se retiraron. La OTSC es incomparablemente menor que la OTAN. Por caso, el gasto militar del conjunto de los países de la Alianza Atlántica es de unos 1,174 billones de dólares; el gasto militar ruso (dato del gobierno ruso) sería 18 veces menor.
Por lo tanto, Rusia siempre consideró que la ampliación de la OTAN representaba una agresión a su seguridad. En ese respecto es digno de notar que periodistas, analistas y políticos de EEUU (Kissinger entre ellos) se opusieron a la política de cercamiento y hostigamiento hacia Rusia. Pero EEUU y la OTAN, continuaron la extensión de la Alianza.
La tensión creció. En 2008, cuando el gobierno ucraniano envió una carta oficial a la OTAN para la aplicación de un Plan de Membrecía (MAP), Putin advirtió que la entrada de Ucrania representaba una amenaza para su país. Algo similar ocurrió con Georgia. Su gobierno rompió relaciones con Rusia tras la intervención militar de esta, en 2008, en apoyo de la secesión de las provincias Osetia del Sur y Abjasia. Y solicitó la adhesión a la OTAN. Rusia advirtió que su línea roja era el despliegue de sistemas de ataque de Occidente en Ucrania y Georgia. Pero EEUU respondió con el argumento del derecho de Ucrania y Georgia a decidir lo que quisieran hacer. La OTAN, por su parte, prometió que ambos países serían admitidos en algún momento del futuro. Otro episodio de alta tensión se suscitó en junio de 2014, cuando un enviado de Putin sugirió, en entrevista con la prensa, que si Finlandia adhería a la OTAN podía iniciar la Tercera Guerra Mundial. Ese mismo año Rusia intervenía en Crimea e incitaba a los separatistas de Donetsk y Lugansk a declarar la independencia.
Con estos antecedentes, todo indicaba que en la cumbre de la OTAN a realizarse en 2022, Georgia y Ucrania serían admitidas. En diciembre de 2021 Rusia exigió a la OTAN que retirara la promesa de incorporar a Ucrania y Georgia. La OTAN y EEUU se escudaron en el “derecho de cada país a decidir”. Argumento curioso: en 1962 EEUU estuvo al borde de desatar una guerra mundial, y nuclear, porque no admitía la instalación de misiles en Cuba. Lo consideraba una amenaza a su seguridad. ¿Y el derecho a la autodeterminación? Esto para no hablar de la cantidad de intervenciones militares de EEUU, o de tropas armadas por EEUU, en las más diversas ocasiones y países (incluido Cuba). Más la promoción de golpes de Estado, y apoyo a sangrientas dictaduras militares. Esta historia, y la expansión de la OTAN hacia el Este ponen en evidencia que EEUU, y la OTAN, hicieron todo lo posible por llevar al extremo las tensiones con Rusia.
En cuarto término, y vinculado a lo anterior, no basta con decir que la OTAN se expandió hacia el este y cercó a Rusia. Es que ese avance no pudo haber ocurrido sin la aceptación, en algún grado apreciable, de los pueblos de esos países. Los gobiernos que encabezaron y promovieron esos procesos no sufrieron cuestionamientos importantes, y en muchos casos los parlamentos votaron las adhesiones. Incluso en países que tradicionalmente se mantuvieron “neutrales”, como Suecia y Finlandia, las opiniones están divididas (también parecía estarlo en Ucrania). Además, entre los argumentos que esgrimen los partidarios de mantenerse al margen de la OTAN figura, en primer lugar, no enemistarse con Moscú. No se advierte que haya un rechazo en sectores significativos de las poblaciones del centro y este de Europa, o de los países bálticos, a la OTAN en tanto aparato militar del imperialismo y del capital trasnacional.
Por lo tanto hay que mirar de frente y explicar esta falta de reacción de los pueblos contra la OTAN. Una posible respuesta es que estamos ante una consecuencia de la larga historia de intervenciones militares rusas, soviéticas o no soviéticas, en esos países. Por ejemplo, y a raíz de la intervención de Rusia en Georgia, en 2008 el gobierno convocó a un referéndum. El resultado fue que el 72% de los votantes estuvieron a favor de entrar en la OTAN. Parece imposible evitar la conclusión de que consideran a la OTAN una protección frente a la amenaza rusa. Se genera así una espiral de acciones y reacciones que solo puede desembocar en un incremento extremo de las tensiones.
En cualquier caso, la demanda de retirada de la OTAN no parece tener mucha posibilidad de enraizar en esos pueblos, al menos por el momento. Con el agregado de que la no membresía en la OTAN tampoco impide la colaboración y participación en operaciones militares internacionales junto a la Alianza. Es el caso de Suecia, entre otros.
Un país semicolonial
En quinto lugar, y en un plano más especulativo –hoy nadie sabe hasta dónde llegará Putin- adelantamos la hipótesis de que Ucrania puede pasar a ser un país semicolonial con respecto a Rusia (utilizando las conocidas categorías empleadas por Lenin, véase aquí). Es lo que ocurriría en caso de que se imponga un gobierno títere sustentado en las tropas de invasión y manejado por Moscú. En ese caso Ucrania habría pasado de país dependiente del capitalismo más globalizado a semicolonia rusa. Siempre en la línea del enfoque leninista, en esa eventualidad estaría planteada una lucha por la liberación nacional de Ucrania. Desde el punto de vista militar y geopolítico Rusia anularía toda posibilidad de adhesión de Ucrania a la OTAN. Desde el punto de vista económico, Ucrania sería empujada a una mayor relación comercial con Rusia. Sin embargo, ello no impedirá que, en el mediano plazo, vuelva a hacerse sentir la presión del mercado mundial sobre Ucrania. El poder de Rusia es limitado. A pesar de tener fuertes reservas y baja deuda, su pbi, como se ha señalado por estos días, es aproximadamente igual al de Italia; su PBI per cápita mucho menor; y está lejos de ubicarse a la vanguardia del cambio tecnológico. A largo plazo, no tiene forma de contrarrestar la superioridad económica de EEUU y las potencias europeas; o de China.
Sexto, se plantea la pregunta de si la invasión a Ucrania es el prolegómeno de una Tercera Guerra Mundial. Siguiendo las tesis sobre el imperialismo de Lenin, algunos marxistas consideran que el mundo va en camino al enfrentamiento armado entre las potencias. Es que según Lenin (también Bujarin) era inevitable el estallido de nuevas guerras entre las potencias por el reparto del mundo. Aquellos marxistas que siguen adhiriendo a ese pronóstico dicen que la entrada de Rusia en Ucrania es el prolegómeno de una Tercera Guerra Mundial. Aunque algo similar anunciaron en 2003, cuando EEUU y Gran Bretaña invadieron Irak. También cuando Rusia se quedó con Crimea, en 2014. Sin embargo, la anunciada guerra mundial no ocurrió. Y todo indicaría que ahora el conflicto tampoco escalaría hasta una guerra entre las potencias y de carácter mundial. Es una realidad que los países de la OTAN se abstuvieron de enviar tropas a Ucrania. Como dijo su presidente, “nos dejaron solos”.
Defensa de los capitales nacionales
Hay que explicar entonces por qué, transcurridas casi ocho décadas desde el final de la Segunda Guerra, no volvieron a ocurrir enfrentamientos de esa envergadura. He tratado la cuestión en Valor, economía mundial y globalización. La idea central –que tomo de Ernest Mandel (1969) y de Arrighi (1978)- es que el entrelazamiento mundial de los capitales pone un techo al desarrollo de los conflictos. Cito un pasaje: “Como ya lo había señalado Mandel, tal vez la transformación más importante en lo que atañe a las relaciones entre las potencias haya sido que en la posguerra la centralización del capital dejo de ser ‘nacional centrada’ y pasó a ser internacional. Fue ese cambio el que indujo a Arrighi, a fines de los setenta, a plantear que la integración económica vía la inversión directa, que se había desarrollado en la posguerra bajo hegemonía de Estados Unidos proporcionaba una base estructural que explicaba la ausencia de guerras inter-imperialistas” (p. 341).
Por ejemplo, el entrelazamiento de capitales de diversas naciones y la formación de la Unión Europea hacen muy improbable una guerra entre países del viejo continente volcados a la defensa de “sus” capitales nacionales. Pero lo mismo ocurre con las potencias no europeas. Las tenencias de activos (títulos de deuda, paquetes accionarios, propiedades inmobiliarias, etcétera) de un país por parte de los residentes de otro país hacen que esos inversores pierdan la identificación exclusiva con “su” Estado nacional. “Esta interpenetración de los capitales brinda entonces una base para comprender por qué los conflictos tienen un techo objetivo en su escalada…” (p. 343).
Con lo dicho no se pretende afirmar que los conflictos geopolíticos entre los Estados –por zonas de influencia, por mejorar las posiciones competitivas de sus capitales, por cuotas de mercado o acceso a las fuentes de materias primas- desaparezcan, sino que los mismos tienen un techo. Hasta cierto punto se localizan y limitan (aunque siempre siga planteada la posibilidad de que uno de esos choques desemboque en un conflicto generalizado).
Los conflictos en el sistema capitalista parecen tener límites
Esta situación de conflictos en la unidad del sistema capitalista mundial ayudaría a explicar por qué el enfrentamiento con Rusia parece tener límites. Ya en 2014, cuando se aplicaron sanciones económicas a Moscú (por Crimea y su actuación en Donbass), continuaron las inversiones de Alemania y Francia en Rusia. Así, hoy Francia es el principal empleador extranjero en Rusia. Empresas como Total tienen fuertes inversiones en hidrocarburos; también en el sector financiero actúan grupos franceses como Societé General. De la misma manera, en 2014 el capitalismo germano tenía inversiones en Rusia por unos 20.000 millones de euros; y en los años siguientes no disminuyeron significativamente. Alemania y Francia presionaban a países más débiles (caso Grecia) para que hicieran efectivas las sanciones, pero ellas mismas continuaban con sus negocios. Como también se ha señalado repetidas veces por estos días, actualmente Alemania obtiene el 40% de su petróleo y la mitad de su gas natural de Rusia. Por supuesto, las sanciones económicas van a tensionar y tal vez revertir parcialmente esta imbricación de intereses capitalistas. Pero no parece que, en el largo plazo, revierta la tendencia a la mundialización del capital.
Por último, señalo un factor que está ausente en muchos análisis de la izquierda. Me refiero a que la clase obrera no tiene un centro de organización, una Internacional. Es expresión del debilitamiento extremo al que han llegado las corrientes internacionalistas y revolucionarias. No existe, ante esta coyuntura, organización internacional alguna de las masas trabajadoras, que pueda coordinar y orientar una respuesta internacionalista frente a la guerra, el avance de los nacionalismos y del militarismo al servicio de las multinacionales o las burocracias. En la mayoría de los países los trabajadores siguen a líderes y partidos capitalistas y nacionalistas, en algunos casos moderadamente reformistas. Pero la única respuesta progresiva frente a esta situación solo puede darla un programa y una estrategia organizada desde una orientación internacionalista. Es imprescindible tenerlo presente.
Textos citados
Arrighi, G. (1978): La geometría del imperialismo, México, Siglo XXI.
Carrere D’Encausse, H. (1987): Le Grand Défi. Bocheviks et Nations, 1917-1930, Flammarion.
Mandel. E. (1969): Tratado de economía marxista, México, Era.
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