POR LUIS MANUEL ARCE ISAAC /
En la cumbre de la OTAN y el Grupo de los 7 realizada el pasado 24 de marzo las únicas palabras que estuvieron ausentes fueron paz, negociación, diálogo. Ninguno de los líderes presentes en Bruselas, incluidos los principales, el estadounidense Joe Biden, el germano Olaf Scholz, ni el noruego Jens Stoltenberg, las recordaron a pesar de ser las más esperadas por el mundo.
Los acuerdos en esa reunión cimera se encargan por sí mismos de demostrar que Ucrania no es el centro del problema que se dirime, sino simplemente el escenario de un conflicto de mayor envergadura con objetivos geopolíticos cada vez mejor definidos.
Allí se libra una guerra -todavía con sordina- de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea contra Rusia y China, y no solamente como se decía, por el control del viejo continente, aunque sea por ahora el frente principal.
Quien no lo entienda así es porque no quiere o le da temor, pero lamentablemente es la realidad: hay un desbocamiento en los sujetos activos ofensivos, y también en los defensivos, que pone de punta los nervios al pensar que se pueden romper las amarras nucleares.
El asunto es que no se trata de un pensamiento ni una visión apocalíptica del conflicto ucraniano, sino de las posiciones de las partes en las cuales nadie cede, entre otras causas por un convencimiento a priori de que está en juego el futuro de algo que viene y será diferente a lo que hoy nos agobia. Biden dijo sin tapujos: hay un cambio, y Estados Unidos tiene que liderarlo.
Se sabe que la distribución desigual de la riqueza mundial no puede continuar ni la masa de pobres y hambrientos puede seguir aumentando. Los ricos lo toleran, pero cada vez es más difícil de obviarlo. Todo se hace contraproducente porque no se abocan a buscar una salida pues significa la sustitución del sistema que lo genera.
La OTAN habla de armas y el G7 ni siquiera se detiene a mirar los niveles de inflación, el desempleo, los estragos de la pandemia de Covid-19 y la enorme masa de migrantes de todas partes del mundo huyendo de la pobreza y de los tiros, y de todo tipo de sufrimientos. En Bruselas sólo hablaron de pólvora, no de alimentos ni medicinas.
Posiciones de la OTAN, Biden y la Unión Europea
La OTAN planteó aumentar el apoyo militar a Kiev con equipos de defensa contra armas químicas y biológicas, sin aludir que en ese país las fabrica en laboratorios ucranianos y estadounidenses, así como desarrollar más la ciberseguridad cuando esos mismos estrategas bombardean al mundo de informaciones falsas.
Además, propuso aumentar “sustancialmente” sus fuerzas terrestres “en la parte oriental” del grupo de países de la OTAN, fortalecer la defensa aérea y antimisiles integrada, desplegar por vía marítima “grupos de ataque de portaviones, submarinos y un número significativo de barcos de combate de manera persistente”.
Biden, por su parte, propuso continuar apoyando a Ucrania con “cantidades significativas y crecientes de asistencia en materia de seguridad”. Establecer cuatro nuevos batallones de combate en Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria y Hungría como parte de los planes defensivos de la Alianza Atlántica. Desarrollar capacidades adicionales para “fortalecer las defensas de la OTAN”.
Además, precisó que es necesario adaptar un concepto estratégico actualizado para garantizar que el organismo esté en condiciones de “enfrentar cualquier desafío en el nuevo y más peligroso entorno de seguridad”. Cualquier uso por parte de Rusia de un arma química o biológica sería inaceptable y tendría graves consecuencias, dijo el mandatario estadounidense.
Ni Biden ni la OTAN mencionaron que el proyecto más grande del Pentágono en esa materia son los laboratorios que dirige en Ucrania y que, según Moscú, estaban listos para ser usados contra la población rusa en el Donetsk. La ONU no ha atendido las demandas del Kremlin de investigar la denuncia a pesar de las pruebas y videos presentados.
Entre tanto, la Unión Europea (UE) planteó revisar constantemente las sanciones contra Rusia para determinar su efectividad. Los países de la eurozona deben estar listos para aceptar nuevas restricciones contra Moscú. No admitieron que los únicos que secundan las sanciones son Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Corea del Sur, Suiza, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Taiwán, Singapur, y la UE. Nadie más en todos los continentes porque se sabe lo que significa una guerra económica. En América Latina hasta ahora ni un solo gobierno.
Si se requieren más elementos para confirmar que es una guerra de Estados Unidos con el uso de la OTAN, hay que ver las amenazas de Biden a China, bastante forzadas. Dijo que le advirtió al presidente Xi Jinping que Beijing se pondría en un “peligro significativo” si brindaba apoyo a Rusia.
Paralelamente el inquilino de la Casa Blanca propuso a sus aliados rodear al gigante asiático con una red de misiles para lo cual su gobierno aportaría una inversión millonaria (27 mil 400 millones de dólares), para ubicarlos a lo largo de la llamada primera y segunda cadenas de islas del Pacífico y el Mar de China, incluidos Taiwán, Japón y Filipinas.
Por el contrario, China responde a la amenaza militar con instrumentos de paz. Beijing apuesta por una solución a largo plazo basada en el respeto mutuo entre las principales potencias mundiales, la ausencia de una mentalidad de la Guerra Fría, la abstención de una confrontación entre los bandos y la construcción paulatina de una arquitectura de seguridad global y regional equilibrada, eficaz y sostenible que permita enfrentar en colaboración los cambio que se atisban.
Frente a la red militar nuclear de Biden, Xi Jinping impulsa una Asociación Económica Integral Regional que engloba a 15 países de Asia-Pacífico y supondrá el 30 por ciento de la economía mundial, que ya entró en vigor en Malasia en febrero bajo las siglas de RCEP. Esa política rompe con el esquema de Biden de una aldea global estadounidense la cual es repudiada en todas partes.
¿Por qué mover a un mes de la operación militar especial rusa en Ucrania todo ese arsenal del que se habló en la cumbre de Bruselas, y no dedicar ni una sola línea a la paz y el diálogo?
Larry C. Johnson, un antiguo oficial de la CIA, dio su respuesta hace apenas unos días en una larga y muy explicativa entrevista de prensa a The Unz Review. An alternative Media Selection, bajo el sugestivo título Larry C. Johnson: “The Ukrainian Army Has Been Defeated. What’s Left Is Mop-Up”, reproducido en varios medios. “El Ejercito ucraniano fue derrotado. Qué queda por limpiar”.
Él cree demostrar, con elementos aparentemente irrefutables, por qué su afirmación de que Moscú ya ganó la guerra y que lo que restan son labores de limpieza. Asegura, con visión de observador, que Ucrania está vencida y no se rinde por su compromiso con Estados Unidos y la OTAN.
Dando por aceptable el análisis de esta persona -bien lejos de toda sospecha de izquierdista o antimperialista-, la gran pregunta es: ¿por qué realizar una cumbre de la OTAN y el G7 con la presencia del presidente de Estados Unidos, y movilizar una masa de armamentos como en la época de Vietnam o Irak?, y lo más angustiante: ¿por qué no abrieron una mínima posibilidad al diálogo y la paz?
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