POR OCTAVIO QUINTERO
Las estadísticas que reporta Twitter dejan mudo a cualquiera que tenga vaga noción sobre el poder de los medios de comunicación. A fines del año pasado, la social media que acaba de adquirir Elon Musk, el hombre más rico del mundo, en la impresionante cifra de 44.000 millones de dólares, tenía 1,3 billones de cuentas registradas, de las cuales, 330 millones se mueven diariamente produciendo 350.000 trinos cada minuto; 500 millones al día, 200.000 millones al año: ¡UF!
Semejante monstruo mediático, a tono con la revolución tecnológica que impulsa hoy el desarrollo económico, comercial y social del mundo; que ha convertido a cada uno de nosotros, a la vez, en emisor-receptor de información con la mayor libertad de expresión, un derecho que parecía (y aún parece) exclusivo de los medios tradicionales, tiene cavilando a más de uno, empezando por el propio presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, que sabe que Musk, aparte de tener mucho dinero, posee ahora un poderoso medio de comunicación a su discreción. Es decir, es actualmente, el hombre más rico y poderoso del mundo.
Los primeros anuncios del magnate son de tranquilidad: respeto a la libertad de expresión y abolición de los famosos bots convertidos en clásica aporía: fantasmas-reales que han aupado presidencias como las de Obama y Trump, en Estados Unidos, entre los casos más sonados.
La fabulosa operación vuelve a poner las redes sociales (RS) en primer plano. Son varios los gobiernos que han desarrollado y estudian nuevas regulaciones sobre el uso de las RS. El más connotado es el chino que censura a internet a través de regulaciones, todas prohibiendo las críticas contra el gobierno o el Partido Comunista.
En la siguiente escala de las regulaciones se podría ubicar a la Unión Europea. Justo el 24 de abril pasado, a la madrugada, el Parlamento aprobó la controvertida Ley de Servicios Digitales que permite a los 27 gobiernos miembros tomar medidas contra contenidos ilegales difundidos en Internet, buscando poner coto a la desinformación online. El problema es que ¿quién calificará la “ilegalidad” o “desinformación” en los contenidos? Pueden las plataformas como Google, Amazon, Meta (la matriz de Facebook) o Twitter terminar bajo presión, como en China.
No deja de preocupar la insistencia de EE.UU. en regular, también, las RS. La administración de Biden expresó su alarma en torno a la adquisición de Twitter por parte Musk. La idea de EE.UU. de extender regulaciones a las RS, si cuaja, debe preocupar a toda la población latinoamericana, cuyos gobiernos siguen mansamente, las pautas estadounidenses.
La persistente penetración de la revolución digital no solo en las actividades económicas, financieras y comerciales cotidianas de la gente, sino en su forma de interactuar con los demás y expresar su asentimiento o discordia con lo que pasa en su entorno y contorno, tiene al poder dominante tradicional en ascuas. La gente, que a través de internet ha escalado a una especie de saber social, está terminando por darse cuenta de que ha guardado frente a ese poder “un silencio parecido a la estupidez”, como lo califica Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, citando, a su vez, una proclama insurreccional de los indígenas bolivianos en 1809.
Las querellas mediáticas armadas en torno a gobiernos como el de Andrés Manuel López Obrador en México, o antes, el de Rafael Correa en Ecuador y mucho antes, el de Chávez en Venezuela, por citar los de mayor notoriedad, no son más que pataletas de la prensa tradicional que pierde su poder de alienación pública bajo la cual ha confeccionado una especie de servidumbre voluntaria a disposición de oligarcas déspotas y, últimamente, ladrones.
Las RS, devenidas con la revolución tecnológica, profundizaron la libertar de informar y recibir información de la masa, develándose el poder de alienación de la gran prensa. Podrían censurarlas ahora, y lo están intentando, pero brotarán por otra parte; llegaron para quedarse; se instalaron, gustando, en la mente de las personas. De ahí son indestronables por siempre y para siempre.
Fin de folio.- Cínico y desfachatado, el expresidente colombiano César Gaviria, abandona el barco en pique, y escapa tras la tabla que puede prolongar la cena de lentejas del próximo gobierno.
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