POR PABLO IGLESIAS TURRIÓN
Los demócratas debemos tomar nota de la osadía de Felipe VI en Bogotá porque significa muchas cosas. No fue, ni mucho menos, un gesto improvisado de soberbia senil como el tristemente famoso “por qué no te callas”.
Que lo de Felipe VI el domingo 7 de agosto en Bogotá es un gesto político no admite discusión. De hecho, recuerda mucho al que hizo José Luis Rodríguez Zapatero en el desfile del 12 de octubre de 2003 al paso de la bandera de Estados Unidos. Al permanecer sentado al paso de la bandera de las barras y estrellas, el entonces líder del PSOE escenificó con éxito su rechazo a la política belicista de EE.UU. en un contexto de amplio rechazo popular a la guerra de Irak. De hecho, Zapatero reivindicó públicamente su gesto como una protesta contra el Gobierno por haber hecho desfilar a los países cuyas tropas estaban en Irak y dijo que la guerra estaba dividiendo a la sociedad española.
Si quedaba alguna duda sobre si el gesto del rey es político, las reacciones no han hecho sino confirmarlo. Las derechas y ultraderechas políticas y mediáticas han defendido el gesto del rey presentando a Simón Bolívar como un asesino de españoles y un traidor, mientras que Podemos, con la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra a la cabeza, y las izquierdas independentistas, así como la escasa prensa de izquierdas, lo han definido como una falta de respeto institucional a un símbolo de la libertad latinoamericana.
Por su parte, el PSOE y el ala socialista del Gobierno de Pedro Sánchez han vuelto a representar su rol habitual en estas situaciones. Ni siquiera un ministro con tablas y registros como el de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, ha sabido disimular nuestro ridículo como país y ha venido a decir que el gesto del rey se justificaría porque la decisión del presidente Petro de traer la espada al acto no habría estado consensuada con el saliente Iván Duque (visto lo visto, quizá Felipe VI haga crecer el apellido del expresidente de Colombia y lo convierta en un duque de verdad) y no le habría sido comunicada al rey. “Si me pasan una espada por delante sin avisar yo no sé qué haría”, ha llegado a decir Iceta. Respeto la inteligencia y la ironía de Iceta y, precisamente por eso, sé que cuando se escuche se dará cuenta de que, esta vez, ha hecho el idiota al haber convertido el gesto de Felipe en un mensaje político del Estado español. Las empresas españolas que operan en Colombia y que necesitan de la mejor relación con el nuevo Gobierno colombiano deben estar hoy encantadísimas. Por muy de derechas que sean sus directivos, su trabajo consiste en hacer buenos negocios y, para eso, lo del domingo ya les digo yo que no ayuda mucho.
Nos quedaremos con la duda de qué quiso expresar concretamente Felipe VI al no ponerse en pie. No creo que la Casa del Rey se aparte de la tradicional cobardía borbónica y nos explique el porqué. ¿Le molesta al rey que las naciones latinoamericanas se independizaran de España y que los patriotas derrotaran a los realistas? Lo podemos deducir, pero tenemos un jefe de Estado que no da entrevistas (y eso que tampoco habría muchos periodistas dispuestos a hacerle preguntas difíciles).
Pero lo verdaderamente importante del incidente provocado por Felipe VI no es su significado, sino la inquietante pregunta que deja: ¿quién diablos se ha creído el rey que es para dar mensajes políticos en nombre de España?
He hablado con Felipe VI muchas veces y siempre encontré en él un hombre amable y culto, con mucha formación política, aunque quizá también con más interés por la política del que cabría esperar en alguien que, según la legalidad constitucional vigente, no debería jamás influir en ella. No puedo revelar detalles de las conversaciones que mantuve con él cuando fui secretario general de Podemos y vicepresidente del Gobierno, pero sí decir que no pienso que el rey sea un ultraderechista. Pero sí creo que es un conservador español y, por eso, aunque no le entusiasme Vox y la ultraderecha, siempre estará más cerca de ella que de lo que representan Podemos y las izquierdas independentistas y más si la necesita para salvar a la monarquía. Felipe VI no me parece un botarate preocupado por aventuras de esas que la prensa rosa llama “amorosas”, ni creo que sea un tipo obsesionado con enriquecerse ilícitamente, ni con matar a tiros animales drogados. Creo, por el contrario, que tiene plena conciencia de ser un operador político crucial y de ser también la figura política más respetada por buena parte de las élites judiciales, militares e incluso empresariales que viven en Madrid. Y precisamente por todo eso es una figura política mucho más peligrosa para el futuro de la maltrecha democracia española que su patético progenitor. Los demócratas debemos tomar nota de la osadía de Felipe VI en Bogotá porque significa muchas cosas; no fue, ni mucho menos, un gesto improvisado de soberbia senil como el tristemente famoso “por qué no te callas”.
Del PSOE, por mucho que sus juventudes vayan a cada Congreso con la matraca de que son republicanos, no cabe esperar mucho. Están convencidos que su otanismo y su cobardía con las élites empresariales, judiciales y militares les servirán de salvoconducto si la reacción ocupa el Consejo de Ministros. Ingenuos aquellos que piensen que la represión reaccionaria se conformará con indepes y podemitas.
Pero hoy tiene más sentido que nunca construir un horizonte republicano para los pueblos y naciones del Estado español. Ser republicano hoy no solo es una cuestión de identidad política, es la única forma de defender la democracia y la justicia social en España y, de paso, honrar a las naciones latinoamericanas a las que sólo una república podrá llamar hermanas.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.