POR OSCAR ROTUNDO /
No han pasado 24 horas del intento de magnicidio contra la exmandataria y actual vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y el mundo sigue entregando muestras de solidaridad y preocupación por este evento que sacudió no solo a la sociedad de este país suramericano sino a todas las mujeres y hombres que aspiran en nuestro continente a la construcción de un futuro digno, con justicia social, independencia y soberanía.
Más allá de los pormenores que surgen de una catarata informativa que se centra fundamentalmente en las características del evento, que en la esencia del fenómeno político, podemos apreciar que este hecho aberrante es producto de la enajenación y alienación a la que nos conduce la derecha mafiosa que pretende imponernos sus planes de sometimiento a cualquier costo.
Cuando se plantea que la única forma de postrar a un pueblo es aniquilando a sus líderes es porque la derecha entiende que ha sido superada en la política y lo único que le queda es recurrir a golpes de Estado, masacres o magnicidios.
Los sucesos ocurridos el pasado jueves 1 de septiembre con la expresidenta Cristina Fernández son la continuación de los intentos de denostación personal, persecución política y aplicación del lawfare (guerra jurídica) para proscribirla de por vida, como un intento de muerte política, y ante el fracaso de todos estos escenarios han avanzado por optar el camino de la desaparición física.
Esta situación nos plantea muchos interrogantes en el sentido de cómo analizamos lo que está ocurriendo en el mundo y cómo realmente interpretamos el fenómeno de resurgimiento del fascismo con su alta dosis de terrorismo que les es característico y que cada día se hace más visible ante los ojos impávidos de la militancia popular y revolucionaria sin que se avance en la desarticulación y denuncia de la gravedad a que ello conduce a las sociedades.
La aparición de bolsas mortuorias, guillotinas y monigotes ahorcados con las figuras de quienes representan al proyecto popular en Argentina son un presagio de lo que el odio fascista prevé para el destino de nuestros pueblos. Así ha ocurrido en Venezuela durante todo este tiempo de revolución en las que el fascismo exhibió todo su libreto terrorista con los mismos argumentos, al igual que en Bolivia, Nicaragua y Cuba.
Estamos inmersos en una guerra híbrida contra el fascismo, un fascismo aupado por el imperialismo que al igual que en Ucrania, no duda en provocar el caos y la desolación para su propio beneficio.
Es por ello que el campo popular y revolucionario debe estar atento y a través de la política blindar el proyecto emancipatorio sin vacilaciones y sin concesiones a quienes no tienen ningún escrúpulo ante el sufrimiento de millones de personas que arrastrados a la desocupación y la miseria luchan día a día para construir un futuro mejor.
Minimizar este ataque contra la líder del movimiento popular o naturalizarlo como un hecho aislado, es posibilitar que la derecha siga con su plan desestabilizador, que tiene su correlato en la prepotencia del poder tanto judicial como económico que actúan con total impunidad apostando al deterioro del Gobierno de Alberto Fernández para poder canalizar el descontento social en las próximas elecciones de 2023.
Permitir que la prensa cipaya siga contaminando con mentiras y desinformación la realidad nacional impunemente, es contribuir al recalentamiento de la subjetividad para provocar el caos.
Necesitamos que los cargos públicos, estén ocupados por hombres y mujeres que respondan a la altura política de los acontecimientos y que actúen con determinación ante las provocaciones de la derecha.
Es necesario pasar ya a una gran contraofensiva política y retomar la iniciativa; los sectores populares tienen que reaccionar con organización y discusión política para ponerle freno a esta escalada fascista que pretende subordinar a la Argentina detrás de los intereses imperialistas.
Rescatar de la memoria histórica la sucesión de acontecimientos que ha protagonizado la clase política que hoy sigue reivindicando a la dictadura cívico militar asesina, y entender de una vez por todas que estos personajes que hoy se camuflan con ropajes democráticos, aplaudieron o participaron de los comandos civiles del 55 cuando se bombardeó dos veces la emblemática Plaza de Mayo de Buenos Aires, asesinando a civiles inocentes, o que hicieron la vista gorda y justificaron el fusilamiento de los presos en la cárcel de Trelew en 1972 o los campos de desaparición y exterminio del 76 al 83.
Si a partir de este acontecimiento demencial, que no mide las consecuencias que pudiera tener el gravísimo atentado a Cristina Fernández, el Gobierno no toma medidas para neutralizar a los elementos antidemocráticos y antipopulares, será la movilización y organización popular la que tiene y debe presionar para que sus intereses y los destinos de la Argentina sean preservados de esta arremetida desaforada de la derecha en todas sus expresiones y manifestaciones.
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