POR ALDO CASAS
Al decir de Antonio Gramsci, la hegemonía es la construcción política y cultural que permite a la clase capitalista, que ya domina la estructura económica y el Estado, pasar ser también clase dirigente en la esfera de conducción política, intelectual y moral de otras clases y grupos sociales y contar así con su adhesión más o menos automática. El ejercicio normal de la hegemonía combina coerción y consenso, en cambiantes formas de equilibrio que arraigan en el sentido común o pensamiento cotidiano de los de abajo.
El sentido común es una suma de verdades “obvias”, en tanto son aceptadas como tal en mundos sociales determinados. Se trata de un conocimiento abigarrado, heterogéneo, fluctuante, aunque relativamente constante. Son ideas y creencias que no solo existen en la mente de los individuos, pues se encarnan en instituciones y prácticas sociales. Siendo producto de un mundo que el capital puso patas para arriba, y fracturado por el antagonismo económico-social, con la alienación y fetichismos que de allí se derivan, internaliza la subordinación.
El sentido común de clases y grupos subalternos queda en gran medida determinado también por los modos en que son incorporados dentro de lo que Gramsci denominó “Estado en sentido amplio”, o sea el conjunto de actividades económicas, políticas e ideológicas con que la clase dominante y dirigente justifica y mantiene poder y privilegio, obteniendo para ello el consenso, activo o pasivo, de los subalternos.
La clase capitalista y su Estado despliegan relatos hegemónicos en los que se explica la realidad social y su privilegiada situación económica, política y cultural, difundiendo creencias, valores y concepciones del mundo que arraigan en la conciencia de los explotados y oprimidos precisamente como sentido común, de tal manera que en el pensamiento cotidiano de los subalternos las relaciones de poder y las desigualdades existentes están interiorizadas como si fueran las únicas posibles. Puede constatarse al mismo tiempo que la experiencia de vida y subjetividad de individuos, grupos y clases sociales que no constituyen una entidad única ni homogénea, es incoherente y polimorfa. En suma: los subalternos interpretan y se orientan en el mundo con un sentido común que es “ambiguo, contradictorio y multiforme”.
Gramsci considera imprescindible ocuparse del sentido común para desmontar incoherencias y engaños que sirven al mantenimiento del statu quo. Pero advierte con similar insistencia que, en la caótica confusión del sentido común, que es tanto hogar como prisión de la subjetividad del pueblo, existen también núcleos de buen sentido, destellos de conciencia nacidos de concretas experiencias de vida y rebeldía de los oprimidos, que es preciso identificar, cuidar y desarrollar: son miradas disidentes, embrionarios discursos a contramano del conformismo impuesto, expresiones de lo que llama “el espíritu creativo del pueblo en sus diversas fases y grados de desarrollo”. Ese buen sentido debe ser punto de apoyo de la praxis contra hegemónica que los revolucionarios deben contribuir a desarrollar.
Gramsci insiste en que el rol de los intelectuales orgánicamente ligados a la clase obrera o, mejor aún, el rol del “intelectual orgánico colectivo” y su “filosofía de la praxis” (es su manera elusiva pero también sugerente de aludir al partido de la clase obrera o Partido Comunista) es precisamente transformar esas expresiones de buen sentido en un discurso articulado, coherente, cultural y políticamente eficaz, superando limitaciones localistas y corporativas. El “intelectual orgánico colectivo”, debería encarnar y desarrollar ese “espíritu creativo del pueblo” como experiencia contrahegemónica colectiva de los subalternos y forjar una voluntad común dispuesta a enfrentar y derrotar la explotación y dominación del capital, con tácticas que deberían ajustarse a las más diversas condiciones de combate.
Y a propósito de esto, retomo lo que decía al comienzo. No podemos ignorar que la crisis estructural del capital, que es también crisis del sistema mundial de Estados y los sistemas políticos surgidos tras la Segunda Guerra Mundial, y la ofensiva neoliberal con que el capital pretende contener dicha crisis, ha producido y continúa generando transformaciones que modifican radicalmente ese “terreno de disputa” sobre el que Gramsci escribiera hace más de 80 años y estamos discutiendo hoy. A pesar de ser ateo y ajeno a toda superstición, ante el triunfo de la extrema derecha y la neofascista Gregoria Meloni en las elecciones de Italia no pude evitar pensar que Antonio Gramsci se revolvería en la tumba. Del Partido fundado por Gramsci, aquel que lideró la lucha contra Mussolini, coautor de la Constitución en la posguerra, el que llegara a ser el Partido Comunista más fuerte de Occidente, no quedan prácticamente ni rastros, y la negra marea del fascismo parece cubrir Italia. A tal desenlace colaboraron tanto el Partido Socialista, que también fuera de masas, como el Partido Comunista de Italia (PCI), que renegaron de toda postura de izquierda con el Partido Democrático, convirtiéndose en activos ejecutores de las políticas neoliberales de la Unión Europea, desorganizando y desmoralizando a millones de militantes, haciéndole el campo orégano a los aventureros como el payaso que fundó el Movimiento 5 Estrellas y a la extrema derecha pura y dura que el pasado domingo 25 de septiembre finalmente se impuso en toda la línea.
Más grave incluso que la pulverización de los antiguos partidos obreros masas y la total domesticación de las centrales sindicales, ha sido y es la destrucción del entramado orgánico de la cultura material y la vida cotidiana de las clases populares, situación que genera formidable dificultades al desarrollo del “espíritu creativo del pueblo” y a la reconstrucción de una izquierda revolucionaria. La planificada imposición de mercancías, hábitos y modos de consumo masivo, trastocó la vida cotidiana y el sistema de necesidades humanas. El control ejercido por el capital en el proceso de trabajo se extiende tendencialmente a la totalidad de la praxis social. Clases y grupos subalternos pierden el control de su propia vida en todos los terrenos (trabajo, alimentación, transporte, vivienda, salud y cuidados, descanso, diversión…). La impotencia y catástrofe simbólica que esto genera se traduce, para el sentido común de vastos sectores, en que la realidad social es una jungla carente de sentido y valores donde cada uno debe arreglárselas para subsistir, a costa de los más débiles. Es ya el inicio de la guerra entre pobres, campo fértil para la discriminación, el racismo y el fascismo. Y la amenazante irrupción de la extrema derecha.
Y sin embargo, tan brutal retroceso en la conciencia y organización de los subalternos hace más necesaria la disputa hegemónica. A las frustraciones, la bronca o el desánimo, responde el sentido común hegemónico diciendo que “No hay alternativa” o, peor aún, inventando chivos expiatorios. Pero ello no impide que a las necesidades y carencias cotidianamente experimentadas por la inmensa mayoría de la humanidad, pueda responderse con una actividad contra hegemónica, especialmente en Nuestra América que, por un conjunto de razones históricas y experiencias políticas, conserva tradiciones de lucha y organización que pueden y deben ser puntos de apoyo para nuevos y revolucionarios desarrollos del espíritu creativo del pueblo. Sin paternalismo ni sustitutismo: desde organizaciones construidas y conducidas desde abajo con directa intervención de los afectados, instrumentos mediadores de prácticas solidarias, democráticas, colectivas y coordinadas. Sorteando los desvíos y freno del posibilismo o del “malmenorismo”, porque a las frustraciones, la bronca o el desánimo más extremos, corresponde oponer un horizonte emancipatorio aún más radical: organizarnos y luchar para vivir de otra manera, reinventar un modo de vida donde el trabajo tenga sentido humano y social, auto-determinado; que la igualdad entre géneros, razas, etnias y generaciones sea sustantiva y que la naturaleza sea preservada. Un modo de vida incompatible con el capitalismo pandémico y crepuscular en cuyo claroscuro surgen los monstruos, que están ya también entre nosotros.
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