Brasil: fin del debate, ¡ahora a las urnas!

POR GILBERTO LOPES

Eran más de las dos de la mañana cuando los siete –¡siete!– candidatos pusieron fin al largo debate (otros tres, por no tener suficiente representación parlamentaria, no participaron). Era jueves y, a tres días de las elecciones de este domingo, 2 de octubre, la campaña electoral entra en obligado silencio.

Con Lula orillando la mayoría absoluta –que le permitiría evitar un segundo turno, el 30 de octubre–, parecía haber mucho en juego. Podría haber sido un escenario propicio para inclinar la balanza, sumando los votos indecisos que hacen falta para consolidar el triunfo.

Creo que no lo fue. Si para un importante diario conservador de São Paulo, Lula ganó por puntos a su rival más inmediato, el presidente Jair Bolsonaro, para Valter Pomar, miembro del Directorio Nacional del Partido de los Trabajadores (PT) –el de Lula– “el debate contribuyó para que ocurra un segundo turno”.

Lo explica así: con el resultado dependiendo de una diferencia tan pequeña de votos (si nos atenemos al resultado de casi todas las encuestas), cualquier variación puede ser fundamental. Y, en el debate –cuyo formato puso a discutir los candidatos entre sí–, eran todos contra Lula.

Los candidatos presidenciales de Brasil posan durante el último debate televisivo realizado el pasado jueves 29 de septiembre.

Un formato de debate

Hace mucho desistí de ver esos debates, aquí o en cualquier lugar. En este, hice una excepción. ¡Y me decepcioné! Me parece que la televisión no sirve para eso. Si no me equivoco, esa moda comenzó en Estados Unidos y hoy tratan de convencernos de que son un ejemplo de “democracia”.

En los Estados Unidos funciona. Son dos candidatos que parten de una misma visión básica y que discrepan en aspectos bien determinados. Aquí (y en América Latina, en general) con siete candidatos (en Costa Rica, por ejemplo, hubo 25 en las elecciones de febrero pasado), es imposible. Además, hay una divergencia mayor, imposible de analizar en tres minutos.

De modo que –me parece– pagamos un precio muy alto (y muy negativo) por transformar la televisión en un escenario político. No es un escenario para el análisis, es una inyección directa en la vena. En el caso del debate de Brasil, el jueves 29 de septiembre, el mensaje más claro (y más cínico) fue el de un partido que se llama “Novo” (Nuevo), de una fantasía liberal que pide “sacar el peso del Estado de las espaldas de la gente”, privatizar todo, y nos asegura que la competencia es el camino para abaratar costos. ¡Como si el mundo no transitara ese camino desde el fin de la Guerra Fría, con las dramáticas consecuencias de la polarización económica y social que ha llevado al actual caos político!

Pero en el minuto de televisión, el mensaje puede llegar. De un modo u otro, en diferentes versiones, con matices, era el mismo de los seis candidatos, excepto Lula.
Me resultó imposible terminar de ver el debate. Empezó a las 22:30 y terminó pasadas las dos de la mañana. No valía la pena.

Pero no dejó de llamarme la atención el riferafe entre Lula y un candidato disfrazado de cura, patético (que seguramente no llegará a 0,5% de los votos), que salió a provocar al expresidente. Y lo logró. Lo insultó y Lula respondió. Me sorprendió ver a Lula caer en esa provocación. Pero, en un inteligente artículo sobre “De lo que depende la elección en el primer turno”, la periodista Maria Cristina Fernandes ya nos había advertido de que el escenario mejor para Lula era la plaza pública, no el debate reglado de televisión.

Lula nunca habló para el público, habló para su interlocutor, uno a la vez, todos contra él. Para mí, un error.

Nunca asumió su papel de candidato ganador, de claro favorito, no se diferenció de los demás. Debió haberlo hecho, podía haberlo hecho.

Y algo más: faltó el sentido del humor. A todos. Una cierta alegría. Ninguno la tuvo.

La oferta política

Hace menos de una semana Lula habló en un acto llamado “Brasil de la esperanza”. Explicó su acercamiento al hoy su candidato a la vicepresidencia, Geraldo Alckmin, un tradicional adversario político. “Hay que unir a los divergentes, para enfrentar a los antagónicos”, explicó. Y lo ha hecho de una manera que parecía inimaginable, atrayendo a empresarios y políticos, a líderes de las más diversas áreas, hasta hace no mucho enemigos del PT. Después de cuatro años de un presidente no solo corrupto sino cínico, sin ninguna preparación para el cargo, Brasil aspira al retorno de una cierta “normalidad”.

Para algunos, el esfuerzo de Lula en ese sentido es espurio; pero al parecer, para una mayoría, es necesario. “Al inicio –dijo Lula– éramos solo tres partidos. ¡Ahora somos diez!”.

Recordó que, en sus dos gobiernos anteriores, se generaron 22 millones de empleos, que Brasil era la sexta economía del mundo. Que hoy, 33 millones de personas no tienen qué comer en el país; que diez millones están desempleadas y casi 40 millones viven en la informalidad.

¡Un escenario pavoroso, insostenible!

Prometió volver a invertir en infraestructura, retomar los programas sociales que Bolsonaro acabó; renegociar las deudas que atenazan a 70% de las familias brasileñas; corregir las distorsiones del impuesto a la renta; volver a invertir en los pequeños y medianos productores rurales y en el agricultura familiar, además de otras muchas medidas. Entre ellas, la de fortalecer la empresas nacionales estratégicas, como la petrolera Petrobrás, escenario de enormes actos de corrupción que sirvieron de base para la llamada Lava Jato, una operación judicial que, mediante todo tipo de triquiñuelas, luego descalificadas por tribunales superiores, lo llevó a prisión y contribuyó a entregar esos recursos a inversionistas privados.

Como en campaña todo está a debate, los adversarios acusan a Lula de haber otorgado más beneficios a los banqueros que a la gente común durante sus gobiernos anteriores. “Es verdad que los empresarios ganaron dinero”, dijo Lula, que se reunió en São Paulo con algunos de los más importantes del país, casi todos tradicionales adversarios suyos. No será muy diferente en un nuevo gobierno suyo.

Pero un Brasil con una política soberana hará toda la diferencia en América Latina.

Con un mundo polarizado, con Washington empeñado en soluciones militares en los frentes más sensibles en Rusia y en China, con Europa silenciada y sometida a esas políticas, el mundo nunca vio tan de cerca la posibilidad de un conflicto nuclear.

Un triunfo de Lula crea la posibilidad de un frente latinoamericano capaz de abrir una ventana para hacer oír voces hoy acalladas –incluyendo las europeas y las norteamericanas más sensatas– que contribuyan a encauzar el nuevo escenario mundial. Un esfuerzo que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ya inició. ¡No será poca cosa!

São Paulo.

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