INTERNACIONAL PROGRESISTA /
En noviembre de 2021, líderes y lideresas del mundo se reunieron en Glasgow, Escocia, para su fracaso anual de mantener la economía industrial dentro de los límites planetarios. Fue el 26º fracaso de este tipo, conocido como COP, un proceso de las Naciones Unidas que pretende mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados sobre los niveles preindustriales. Su negligencia podría significar el colapso de la civilización a nivel planetario.
Los compromisos asumidos en la COP26 fueron tan insignificantes que la ONU proyectó, de forma conservadora, que si se cumplían todos –y ese es un “si” muy grande– la temperatura global aumentaría 2,7 grados. Los gobiernos del mundo sabían que esto no era suficiente, pero acordaron colectivamente posponer las soluciones, afirmando que cada uno mejoraría sus compromisos año tras año.
Muy pocos lo han hecho. En esta última semana de octubre, la ONU y sus científicos han vuelto a advertir que el mundo no está cerca de evitar el colapso climático antes de la COP27, que tendrá lugar el mes de noviembre en Sharm El-Sheik, Egipto. Eso significa más incendios forestales, inundaciones, olas de calor que amenazan la vida, pérdidas de cosechas, huracanes y extinciones.
Se urgirá a la reunión de este mes de noviembre que cumpla por fin las promesas de ayer de reducir las emisiones y apoyar al Sur Global para que lo haga. Nadie debe esperar que cumplan ni siquiera estos objetivos limitados.
En 2009, los países ricos prometieron que proporcionarían a los más pobres 100.000 millones de dólares anuales de financiación climática para 2020. Esa cifra aún no se alcanzará este año. No tiene en cuenta las pérdidas y los daños que los países ya están experimentando por el colapso climático, como en el caso de Pakistán, que ha sufrido inundaciones devastadoras este año. Y no es más que una gota en el océano si se compara con las salidas anuales de los flujos financieros ilícitos, estimados en 1 billón de dólares al año; el gasto en armas de guerra, estimado en 2,13 billones de dólares anualmente; y la extracción de recursos, estimada en 2,2 billones de dólares al año.
Se alentará a los gobiernos a que actualicen y mejoren sus planes nacionales, con promesas de una rápida descarbonización en los próximos ocho años. Sin embargo, estos planes, ya incumplidos, carecerán de sentido si los combustibles fósiles siguen siendo subsidiados anualmente en 6 billones de dólares a nivel mundial, como estima el FMI.
El sistema global actual no puede arreglar el colapso climático porque esta crisis es hija de nuestro sistema global. Una economía construida para el 1% destruirá todo lo que conocemos y amamos.
Por eso, como advirtió en estos días Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, “tuvimos nuestra oportunidad de hacer cambios graduales, pero ese tiempo se ha acabado”. Continuó diciendo que “sólo una transformación de raíz de nuestras economías y sociedades puede salvarnos de un desastre climático acelerado”.
El objetivo de la Internacional Progresista es nada menos que la transformación total. Por ello apoyamos la soberanía de los Estados que buscan esa transformación y los movimientos de todo el mundo que desafían a sus gobernantes y pueden liderar el cambio a nivel nacional.
De ahí la tarea de fortalecer todas esas luchas por la transformación –luchas para preservar y mejorar todo lo que amamos– y reunirlas en un frente global que pueda tener éxito, y no fracasar estrepitosamente a escala planetaria.
Esa misión parece desalentadora; a veces, demasiado grande para lograrla. Pero, como dijo Mike Davis –el gran escritor radical estadounidense que murió el pasado 25 de octubre tras una larga batalla contra el cáncer– en una de sus últimas entrevistas, “la desesperación es inútil”.
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