POR JAIME FLÓREZ MEZA /
“Estoy aquí pegado porque la semana pasada la ONU hacía oficial que ya es imposible contener el calentamiento del planeta en 1,5 grados, sobrepasando los límites marcados en el Acuerdo de París y comprometiendo nuestra seguridad alimentaria”, decía el joven mientras su mano estaba adherida al marco de La maja vestida, en la sala Las Majas, de Francisco de Goya, del Museo del Prado en Madrid. A su turno su compañera, adherida al marco de La maja desnuda, pedía al gobierno español suspender las subvenciones al sector ganadero, uno de los más contaminantes del mundo, y destinar ese dinero a alternativas que enfrenten eficazmente el cambio climático. Se produce revuelo en la sala. Las guardias de seguridad intentan desalojar a los jóvenes, pero estos no pueden despegarse de los marcos y siguen hablando. Finalmente llegan varios agentes de policía, despegan las manos de los activistas usando un disolvente y se los llevan detenidos.
El suceso ocurrió el 5 de noviembre, un día antes de iniciarse en Sharm El Sheij, Egipto, la 27 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la COP 27. Tres días después, Samuel, de 18 años, y Alba, de 21, fueron liberados junto a dos mujeres periodistas que habían sido citadas por Futuro Vegetal, el grupo ecologista al que pertenecen los jóvenes, “pero aún se encuentran en un proceso de investigación por la presunta comisión de un delito contra el patrimonio histórico-artístico”, según fuentes oficiales.
Arte y política
Cuando Picasso pintó su famoso mural Guernica seguramente quería decir algo sobre lo que estaba pasando en su tiempo, concretamente en España, abatida por la peor guerra de su historia: la Guerra civil que había estallado en 1936. Pero no solo quería elevar su voz por lo que estaba pasando en su país. Intentaba, si se quiere, expresar su rechazo por todo lo que significa la guerra, cualquier guerra, y la eventualidad de la que ya se aproximaba en 1937 cuando pintó la obra (dos años después la Alemania nazi daría inicio a la Segunda Guerra Mundial). No era coincidencia, pues, que fuera el Tercer Reich el ejecutor de aquellos bombardeos sobre la villa vasca de Guernica en su apoyo al fascismo español. En este sentido, el Guernica es la visión de un pintor sobre la barbarie y el terror de toda guerra. El propio Goya (cuyas “majas” han adquirido de repente una connotación ecologista tras la efímera intervención de los dos jóvenes activistas) también lo hizo hace doscientos años con su estremecedora serie de grabados Los desastres de la guerra.
Durante el siglo XX infinidad de prácticas artísticas buscaron dar su visión cruda y desgarradora sobre estos y otros aspectos oscuros de la condición humana, tocar muy hondo al espectador, cuestionar los absurdos y peligros de la era industrial, la deshumanización, las discriminaciones de todo tipo, el consumismo irracional, los regímenes totalitarios, el patriarcado, la opresión en todas sus formas, la contaminación ambiental…; incluso poner en tela de juicio al mismo arte o al arte institucionalizado, o a cualquier objeto convertido en arte por decisión de un museo, como el urinario de Marcel Duchamp que fuera golpeado con un martillo por el pintor y artista francés de performance Pierre Pinoncelli.
Pero ya no solo los artistas provocan; también lo hacen muchos espectadores. Este ha sido el caso, en los últimos meses, de distintos ecologistas que desde Australia a España han realizado una serie de acciones en museos para protestar por lo insuficiente o nulo que están haciendo los países más ricos y las corporaciones más contaminantes del mundo por frenar la emergencia climática. Escogen las obras previamente (de artistas como Da Vinci, Picasso, Vermeer, Van Gogh, Constable, Monet, Goya, entre otros), entran en los museos e intervienen sobre ellas con distintos materiales, sin dañarlas, sin lastimar a nadie, y les hablan a los visitantes sobre la mayor amenaza que enfrenta la humanidad a causa del progresivo calentamiento global, antes de ser arrestados por la Policía. Por cierto, el artista preferido ha sido Vincent van Gogh.
¿Performance? ¿Concienciación sobre la amenaza climática? ¿Desobediencia y resistencia civil? ¿Resignificación del arte? ¿Romanticismo? ¿Ingenuidad? ¿Utopía? ¿Un movimiento ecologista internacional que busca una mayor visibilidad de su causa? No es fácil responder a todos los interrogantes que generan estas acciones, aunque ciertos medios de información se refieran a ellas como actos vandálicos o atentados contra obras de arte, convirtiendo así a estos activistas en poco menos que terroristas.
Si bien es cierto que las movilizaciones en defensa del medio ambiente son un hecho que se volvió necesario y reiterado desde la segunda mitad del siglo XX, y que para sensibilizar a gobiernos, industrias y ciudadanos en general se lo ha hecho de muy diversas formas, desde protestas masivas de toda índole a acciones individuales de determinadas personas (como el caso de la activista sueca Greta Thunberg), la novedad de estas protestas es que se están realizando al interior de museos importantes desde mayo de este año, y que se han intensificado poco antes y durante la COP 27 en Egipto. Ahora son casi a diario. El 9 de noviembre, por ejemplo, dos mujeres se adhirieron con pegamento a una obra de Andy Warhol, Latas de sopa Campbell, en la Galería Nacional de Camberra en Australia. Como en la mayoría de casos, reclaman al gobierno parar los subsidios a los combustibles fósiles; de hecho, la organización que representan se llama Stop Fossil Fuel Subsidies. El 10 de noviembre, en el Museo de Historia Natural de Viena, dos mujeres de la organización internacional Last Generation pegaron sus manos al pedestal de un esqueleto de un dinosaurio, como una forma de simbolizar que la humanidad va a terminar extinguiéndose si no se hace algo urgente a escala mundial. Por cierto, estas acciones han sido realizadas mayormente por mujeres.
¿Por qué en los museos? ¿Daría igual que fuera en cualquier otro espacio interior o exterior: un centro comercial, un parque, una universidad, un supermercado, un cine, una avenida, una biblioteca? Evidentemente no. ¿Qué tienen, entonces, los museos para ser uno de los blancos favoritos de este activismo ecológico internacional?
Un Picasso como telón de fondo
Son ya muchas las acciones de este tipo que se han llevado a efecto en lo corrido de este año. La primera, hoy quizás ya olvidada, tuvo lugar en mayo en el Museo del Louvre. Haciéndose pasar por una adulta mayor con dificultades motrices, un joven ingresó al museo parisino en una silla de ruedas, se dirigió a la sala donde se exhibe La Gioconda y, una vez ante ella, arrojó un tortazo sobre el vidrio que la protege. El 9 de octubre de 2022 en Melbourne, Australia, en la Galería Nacional de Victoria, al pie del cuadro Masacre en Corea, de Picasso, dos mujeres pertenecientes a la organización ecologista Extinction Rebellion extendieron una pancarta negra en la cual se leía “Caos climático = guerra + hambruna”, y luego pegaron sus manos al lienzo, protegido por una cubierta.
La organización Just Stop Oil (“Solo detengan el petróleo”), una coalición de grupos que opera en el Reino Unido para luchar contra el uso desmedido de combustibles fósiles, ha sido uno de los más activos en éste y otro tipo de acciones ecologistas en las que, por ejemplo, interrumpen el tránsito durante horas. Obras artísticas de considerable valoración también han sido objeto de sus protestas para exigir al gobierno británico que no emita más licencias de petróleo y gas y disminuya la producción de hidrocarburos. Precisamente la acción más mediática de cuantas se han realizado este año la protagonizaron dos chicas de este grupo en la Galería Nacional de Londres el 14 de octubre, cuando arrojaron sopa de tomate al cuadro Los girasoles, de Van Gogh, y se pegaron a la pared. Otra organización muy activa ha sido la ya mencionada Last Generation.
Como no es el propósito de este artículo hacer un inventario de todas estas protestas, es importante remarcar que se están desarrollando en países muy industrializados y por consiguiente altamente contaminantes, como el Reino Unido, Alemania y Australia.
Ahora bien, un museo es un dispositivo cultural que salvaguarda una serie de objetos que han recibido de parte de Estados, expertos e instituciones distintos nombres, según sea el caso: obras de arte, piezas arqueológicas y antropológicas, restos fósiles, documentos históricos, entre otros. En cualquier caso, se les considera elementos del patrimonio tangible de una nación. En otros casos, el recinto completo forma parte de los bienes del patrimonio cultural de la humanidad instituido por la UNESCO. Justamente lo que reclaman los activistas que han realizado sus protestas al interior de los museos es que, así como se salvaguarda y protege esos objetos por su valor artístico y cultural, con mayor razón los Estados deberían cuidar el medioambiente en todas sus formas, porque constituye el mayor bien de la humanidad, del cual depende en absoluto toda la diversidad biológica del planeta para su subsistencia.
Sin embargo, hay quienes opinan que es más importante salvar un museo, un templo o cualquier otro bien arquitectónico, artístico y cultural que la misma selva amazónica, como dijera en su momento el alcalde ultraconservador de Madrid, José Luis Martínez-Almeida al declarar que salvaría primero la catedral de Notre Dame. “Sin duda, las activistas leen bien los tiempos cuando dirigen sus acciones contra uno de los valores superiores de nuestra civilización: el arte en cualquiera de sus expresiones. Subrayan lo obvio: efectivamente, aún tomamos la naturaleza como algo dado y externo y atribuimos el valor a nuestro propio genio”, dice Elena de los Ríos, recalcando que han sido principalmente mujeres las protagonistas de estos actos.
¿Serán tomados en serio?
Estos valientes ecoactivistas nos dicen que el tiempo se agotó, que ya estamos en el umbral de 1,5° C por encima de los niveles preindustriales, que si la temperatura global sigue aumentando habrá un colapso ambiental planetario, que los recursos naturales para la vida se agotan, que la crisis alimentaria y las hambrunas acechan, y que a los países más ricos e industrializados no parece importarles. Eso intentan decirnos desesperadamente estos “vándalos” y “terroristas” que atacan obras de arte. Pero los científicos más serios del mundo llevan mucho tiempo diciéndolo.
Así pues, la pregunta no debería ser si tanto los unos como los otros serán tomados en serio por las personas, gobiernos, organismos y corporaciones de mayor poder en el mundo, sino si la propia COP 27 es seria. El hecho de que la ONU haya escogido como sede a un país cuyo gobierno no es en ningún aspecto un referente de democracia y respeto por los derechos humanos, sino todo lo contrario, parece una broma de mal gusto y denota una falta total de voluntad de lograr avances significativos en la lucha por mitigar la crisis climática. Sharm el-Sheij es “un paraíso turístico en un país que viola muchos de los derechos humanos básicos”, dijo Greta Thunberg. Sin embargo, el mayor problema tampoco es que no asistan representantes de países como China, India y Rusia, que son primero, tercero y cuarto, respectivamente, en emisión de gases de efecto invernadero a nivel mundial. La cuestión es que la sociedad civil esté tan escasamente representada, como ya lo denunciara Thunberg, que decidió no asistir a la conferencia climática por todas sus inconsistencias. “Será difícil para los activistas hacer oír su voz”, agregó.
Hace un año la joven activista había dicho en la COP 26 de Glasgow: “Dentro de la COP hay políticos y personas en el poder que fingen tomarse nuestro futuro en serio”.
Las sufragistas: ¿inspiración?
Estas acciones, revestidas de escándalo y defenestradas por muchos medios y espectadores, no son, sin embargo, tan extremas como lo eran las de las sufragistas británicas hace más de cien años. El movimiento sufragista surgió a fines del siglo XIX en el Reino Unido, aunque desde décadas anteriores muchas mujeres venían luchando para que se aprobara el voto femenino. En la primera década del XX las sufragistas iniciaron públicamente su lucha. “El movimiento feminista por el voto se dio cuenta rápidamente de que el patriarcado había depositado un pedazo de su corazón en el museo, el lugar donde entronizaba a sus genios más queridos. Durante el apogeo del movimiento, las acciones contra obras estratégicamente escogidas fueron constantes”, cuenta Elena de los Ríos.
El movimiento estaba divido entre la facción que presidía Estelle Sylvia Pankhurst, la Unión Sociopolítica de Mujeres, que era radical y violenta, y la de Millicent Fawcett, la Unión Nacional de Sociedades por el Sufragio Femenino, que desaprobaba el uso de la violencia. En 1913 miembros del primer grupo “entraron en la sala de los Prerrafaelitas de la Manchester Art Gallery y deterioraron un total de trece obras, las más valiosas y grandes, que reflejaban un modelo de mujer trasnochado, idealizado e imposible”, apunta de los Ríos. Otra muy publicitada acción fue la que realizó Mary Richardson en marzo de 1914 cuando atacó a cuchilladas La Venus del espejo, de Velázquez, conservada en la National Gallery de Londres. Un año antes se había aprobado en el Reino Unido el sufragio a las mujeres mayores de 30 años. Richardson fue condenada a seis meses de prisión.
“La escalada en las acciones de las sufragistas en los museos causaron un caos considerable y demostraron que el gobierno era incapaz de proteger las obras artísticas de la furia feminista. Se acumularon los cierres, el turismo se resintió. Los ataques a obras de arte fueron rechazados por la mayoría de los políticos, condenados en la prensa y perseguidos por la policía, pero dieron mucha publicidad al sufragismo, aunque muchas veces su agenda quedara eclipsada por la espectacularización de lo delictivo” (de los Ríos, 2022).
Cien años después una de las mayores luchas de las activistas y de sus pares masculinos es por la justicia climática. Los métodos y las circunstancias han cambiado y, por desgracia, la temperatura planetaria también. Dijo el músico y activista británico Bob Geldof, aquel del histórico concierto Live Aid, que estas acciones en los museos “no matan a nadie, pero el cambio climático sí lo hace”.
Referencias
De los Ríos, Elena, “‘Art attack’: lo que las activistas climáticas que atacan obras de arte en museos comparten con las sufragistas”, https://www.womennow.es/es/noticia/art-attack-activistas-climaticas-atacan-obras-arte-museos-comparten-sufragistas-movimiento-feminista/
DW, “Ataques en museos: ¿qué vale más, el arte o la naturaleza?”, https://www.dw.com/es/ataques-en-museos-qu%C3%A9-vale-m%C3%A1s-el-arte-o-la-naturaleza/a-63555645
La Vanguardia, “Las protestas ecologistas llegan a España: activistas se pegan a los marcos de dos cuadros de Goya en el Museo del Prado”, https://www.lavanguardia.com/cultura/20221105/8595253/museo-prado-activistas-cuadros-protestas.html
Videos
Acciones de ecologistas europeos en museos / El Independiente: https://www.youtube.com/watch?v=HNjMcX77nBA
Ataque contra el arte: protestas contra el cambio climático – [Documéntame #19]: https://www.youtube.com/watch?v=W7dKEc2xLZ4
Dos activistas se pegan a ‘Las majas’ de Goya en el Museo del Prado / El País: https://www.youtube.com/watch?v=1cLxEI_AJPE
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