POR MARCELO RUBÉNS BALBOA
El 22 de enero de 1891, nació en la isla de Cerdeña (Italia), hace 132 años, el filósofo y periodista italiano Antonio Gramsci, cuyo pensamiento es de gran vigencia para analizar los fenómenos sociopolíticos del siglo XXI. Su contribución más importante al movimiento de trabajadores fue la teoría de la hegemonía que describe cómo la clase capitalista mantiene su poder la mayor parte del tiempo, no por medio de la violencia y la represión abiertamente, sino a través de su dominio de la cultura.
Gramsci escribió sobre teoría política, sociología, antropología y lingüística. Su obra debe ser estudiada en su relación con la política, la cual reconoce como actividad dominante.
Su aporte a la causa de los pueblos, en contra del capitalismo y del fascismo, así como la potencia de su pensamiento quedó plasmado en la frase del fiscal al juez, al culminar su requisitoria: “¡Tenemos que impedir que este cerebro funcione durante veinte años!”. Fracasaron en su intento; el creador de los Cuadernos de la cárcel es herramienta indispensable para entender la actualidad y el cambio de época que vivimos…
La gran política y la política pequeña
La obra de Gramsci gira alrededor de la acción política, cuya expresión de la praxis históricamente se manifiesta como economía y filosofía en su proyección presente y futura. La política refleja las tendencias del desarrollo del bloque histórico, en el cual el grupo dominante, estimulado por su prestigio económico, impone su cultura, ideología y organiza la sociedad. Los sectores dominantes buscan los mecanismos para mermar la resistencia y contar con el consenso de los gobernados.
La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la creación de nuevos Estados, la lucha por la destrucción, defensa o conservación de determinadas estructuras económico-sociales. La pequeña política comprende las cuestiones cotidianas en el interior del Estado.
El Estado (burgués): consenso más coerción
En la gran política, el filósofo sardo sitúa al Estado y la lucha por la superación del modelo capitalista, la cual es reflejo de la disputa por la conquista del poder político. El Estado ha sido siempre el protagonista de la historia, en él se centra la potencialidad de las clases poseedoras, que se organizan y unen por encima de las diferencias y de las pugnas que produce la competencia para mantener sus privilegios, explica Gramsci.
“El Estado es todo el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados”.
El Estado burgués es igual al consenso más la coerción. El consenso se construye a través de diversas vías, como la educación, la familia, la religión, la moda, la cultura, etc. Así, de manera sutil, los gobernados participan voluntaria y activamente con el poder. Cuando algo falla, los sectores dominantes apelan a la fuerza, a la coerción, a la violencia de los aparatos represivos del Estado. De esta manera, se construye su hegemonía.
La concepción de hegemonía
Gramsci define hegemonía como la unidad de la dirección política, intelectual y moral que ejerce una clase social sobre el resto de la sociedad en un momento histórico dado. En las sociedades divididas en clases, como las nuestras, la hegemonía se forja a partir del uso de la fuerza para mantener el dominio sobre las clases antagónicas. En los casos de sociedades en las que se elimina la lucha de clases (o se puede regular sin que adquiera un carácter violento) es suficiente con el consenso para mantenerse cohesionada.
Gramsci destaca que el sector dominante de la sociedad ejerce su poder básicamente porque logra imponer su filosofía, sus costumbres, el sentido común, que facilitan la identificación inconsciente del pueblo con la clase dominante. Para lograr esta colaboración con quienes nos dominan, debe haber una serie de compromisos, alianzas, acuerdos, forcejeos, en los cuales la clase dominante cede a las presiones de los trabajadores con aumentos de sueldos, servicios de salud, educación, seguridad social. Así, la burguesía (en este caso la clase dominante) se erige, se presenta como la representante de toda la sociedad.
Cuando se produce la división en las clases trabajadoras, la burguesía aprovecha para recortar los derechos o acuerdos, como ocurre hoy en Europa, en el contexto del neoliberalismo. Por ello Gramsci considera que el trabajador debe trascender la lucha exclusiva por reivindicaciones económicas (economicismo),para enfrentar y superar la dominación política de la burguesía. Pero para esto debe definir en dónde se sitúa el poder, en qué sector de la sociedad se concentran las decisiones fundamentales.
Sociedad política y sociedad civil
Los sectores dominantes se organizan en la “sociedad política”, la cual ejerce la dominación a partir de la administración del gobierno y el control del Estado mismo; y la “sociedad civil”, en la que confluyen los diversos sectores sociales. Esta última la vemos en las organizaciones privadas (grupos empresariales, de presión, sectores religiosos, clubes, lobbies, etc.), en las cuales la burguesía dicta el comportamiento socialmente válido, decide lo bueno y malo, los gustos y erige la estructura legal que soporta la dominación. En otras palabras, nos induce su ideología.
Cada época histórica ha desarrollado grupos sociales, entre los cuales existe uno dominante. Este grupo escribe la historia a través del relato según su conveniencia, conduce y educa al pueblo subordinado. Una clase social que ha logrado organizar un Estado mantiene la hegemonía si existe una identificación entre gobernantes y gobernados. Esto sólo es posible en el momento en el que existe un equilibrio entre la sociedad política y la sociedad civil”, formando de esta manera, lo que Gramsci denomina Bloque histórico.
La crisis orgánica
Hay dos momentos en el concepto de Gramsci de crisis. El filósofo y marxista italiano reconoce en el capitalismo un sistema que se ha desarrollado en una constante crisis, sin que esto implique su desaparición. El capitalismo da respuesta a sus etapas difíciles ajustándose a los retos que le plantea su propio desarrollo, así como a las exigencias que le plantean los trabajadores.
Al analizar la situación italiana, con la llegada del fascismo, Gramsci entiende que no se trataba de una crisis recurrente del capitalismo, sino de una circunstancia especial en la que la burguesía sacrificó a una parte considerable de la misma para imponer un régimen de Estado absoluto que garantizara su existencia. De allí el nacimiento del fascismo y el nazismo.
A esta crisis la llamó “orgánica” o crisis hegemónica, durante la cual la clase dominante no tiene la capacidad de hacer avanzar su proyecto, desarrollar las fuerzas productivas y mantener su hegemonía, es decir, de dominar; y los dominados no quieren seguir en esta condición. En estas etapas se agudizan los conflictos sociales. El papel de las clases subalternas consiste en profundizar estas contradicciones para lograr que se genere el cambio.
La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo. Estas etapas generan un ambiente propicio para que surjan ideas que impulsen a reorganizar y reestructurar la vida del Estado. En estas ocasiones, explica Gramsci, “la clase dirigente tradicional que tiene un numeroso personal adiestrado, cambia hombres y programas y reasume el control que se le estaba escapando con una celeridad mayor de cuanto ocurre en las clases subalternas; si es necesario hace sacrificios, se expone a un porvenir oscuro cargado de promesas demagógicas, pero se mantiene en el poder, lo refuerza por el momento y se sirve de él para destruir al adversario”.
Si estuvo dispersa en varios partidos, se aglutina en torno a una dirección única “capaz de solventar la crisis y el peligro inminente para su dominación”. Pudiera optar por soluciones de fuerza en las que se llegue incluso al exterminio de la dirigencia del sector contra-hegemónico (el fascismo en Italia, las dictaduras del Cono Sur o el uso reciente de paramilitares); pero puede ocurrir que ceda en aspectos coyunturales para paliar la crisis.
Guerra de movimientos, guerra de posiciones
No existe una fórmula única para el cambio. La cuestión es definir una táctica para movilizar grandes masas o la estructuración de pequeños grupos con miras a acumular fuerzas o visto desde al arte militar, la conveniencia de aplicar una guerra de movimientos o una guerra de posiciones.
De acuerdo con el análisis gramsciano, si un Estado se sostiene mediante el uso de la coerción (la fuerza), dejando en un segundo plano el consenso (predomina la sociedad política sobre la sociedad civil) para destruirlo sólo basta la fuerza de quienes pretendan tomar el poder. En estos casos es recomendable una guerra de movimientos como en la Revolución bolchevique de octubre de 1917 en Rusia.
Ahora, si existe una sociedad civil fuerte y el Estado reposa su dominio en el consenso, dejando en un segundo plano a la sociedad política, no bastará con destruir el aparato represivo y tomar el gobierno, pues la dominación continuará viviendo en la sociedad civil y es allí en donde hay que combatirla mediante la guerra de posiciones. En las condiciones de desarrollo del capitalismo en Occidente, como en Europa y América Latina, se requiere conquistar progresivamente espacios de poder: en lo económico, educativo, cultural, religioso, entre otros.
En opinión de Gramsci, la sociedad civil bajo el marco del capitalismo no puede ser superada sin la participación consciente del pueblo, razón por la que la lucha se desenvuelve básicamente en el plano político-ideológico-cultural con la clase trabajadora organizada.
El partido como “Príncipe moderno” y el intelectual orgánico
La tarea de las clases subalternas es ganar el apoyo de los restantes sectores dominados (el campesinado, los comerciantes, estudiantes, amas de casa y otros), presentando un proyecto que incluya los anhelos de aquellos interesados en luchar contra la hegemonía de la burguesía.
Para tomar el Estado, la clase trabajadora transcurre tres etapas: a) la fase económica, de lucha por sus reivindicaciones básicas; b) la disputa de la hegemonía en la sociedad civil en la cual se unifican los sectores subalternos; c) la fase en la que se alcanza la hegemonía en la sociedad política o fase estatal, construyendo el Bloque histórico.
Es necesaria, entonces, una organización de las clases subalternas que les permita actuar de manera cohesionada, con eficacia, para construir la nueva sociedad. Dicha organización para la época de Gramsci, era el partido político, cuya función principal estaba dirigida a fundar un nuevo Estado. No se trata de una simple colectividad electoral, sino de una institución que sirve a determinados intereses políticos y económicos, la cual es concebida, estructurada y dirigida para transformar a la sociedad a partir de una concepción del mundo. El partido como “Príncipe moderno”, tomando la figura de Maquiavelo, debe ser, según Gramsci, el vocero y estructurador de esa voluntad colectiva hacia el socialismo.
En ese sentido, tiene el partido la tarea de promover la voluntad colectiva de los trabajadores. Todo miembro activo de un partido, por cumplir funciones político-organizativas, es un intelectual, sostenía el pensador italiano. Pero ya no un “intelectual tradicional”, individualista y elitista, sino un “intelectual orgánico”, nacido del pueblo y ligado a él en su lucha.
El partido es el encargado de forjar la estrategia para llevar al poder la contra-hegemonía y arrebatarle el dominio de la burguesía. Pero para esto es necesario recordar con Gramsci que es preciso y necesario “atraer la atención hacia el presente tal como es, si se quiere transformarlo”, anteponiendo “el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”.
Todo un sistema de ideas forjado en la lucha que nos lleva a recordar a Gramsci tal y como él se definía:
“Yo no quiero hacer el papel ni de mártir ni de héroe. Creo ser simplemente un hombre medio, que tiene sus convicciones profundas, y que no las cambia por nada en el mundo”.
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