DIARIO OCTUBRE /
La reivindicación de los derechos de la mujer y su organización para que su voz sea escuchada en un mundo capitalista caracterizado por el talante patriarcal, tiene en la política revolucionaria alemana de origen judío Clara Zetkin (1857-1933), a una de sus principales referentes.
Fue precisamente de ella la iniciativa en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en 1910 (de la que fue la primera Secretaria Internacional) de celebrar el Día de la Mujer Trabajadora, proponiendo para ello justamente este día.
Algunos de los principios fundamentales sobre la actuación en “el movimiento femenino” los publicó la propia Zetkin después de una larga conversación con Lenin que puede resumir bastante bien lo que constituye la “memoria histórica comunista” en cuanto al análisis y comportamiento revolucionario en el frente de la mujer.
Extractamos algunos párrafos de la entrevista, publicada en enero de 1925:
Lenin me había hablado muchas veces del problema de la mujer. Se veía que atribuía una importancia muy grande al movimiento femenino, como parte esencial, en ocasiones incluso decisiva, del movimiento de las masas. Huelga decir que, para él, la plena equiparación social de la mujer con el hombre era un principio inconmovible, y que ningún comunista podía ni siquiera discutir. […]
“Así delimitaremos con toda precisión los campos entre nosotros y el movimiento burgués por la “emancipación de la mujer”. (…) El movimiento comunista femenino debe ser un movimiento de masas, debe ser una parte del movimiento general de masas, no sólo del movimiento de los proletarios, sino de todos los explotados y oprimidos, de todas las víctimas del capitalismo. (…) Sin las mujeres no puede existir un verdadero movimiento de masas. De nuestra concepción ideológica se desprenden asimismo medidas de organización. ¡Nada de organizaciones especiales de mujeres comunistas! La comunista es tan militante del Partido como lo es el comunista, con las mismas obligaciones y derechos. En esto no puede haber ninguna divergencia. (…) Necesitamos nuestros propios organismos para trabajar entre ellas, necesitamos métodos especiales de agitación y formas especiales de organización. No se trata de una defensa burguesa de los “derechos de la mujer”, sino de los intereses prácticos de la revolución”.
Le dije a Lenin que sus razonamientos constituían para mí un apoyo valioso. Muchos camaradas, muy buenos camaradas, se oponían del modo más resuelto a que el Partido crease organismos especiales para una labor metódica entre las amplias masas femeninas. […]
“— Esto no es nuevo —replicó Lenin—. (…) Muchas cabezas de mentalidad revolucionaria, pero embrolladas, se remiten a los principios cuando no ven la realidad. (….) Comprendemos la situación privilegiada del hombre y odiamos —sí, odiamos— y queremos eliminar todo lo que oprime y atormenta a la obrera, a la mujer del obrero, a la campesina, a la mujer del hombre sencillo e incluso, en muchos aspectos, a la mujer de la clase acomodada. Los derechos y las medidas sociales que exigimos de la sociedad burguesa para la mujer, son una prueba de que comprendemos la situación y los intereses de la mujer y de que bajo la dictadura proletaria las tendremos en cuenta. Naturalmente, no con adormecedoras medidas de tutela; no, naturalmente que no, sino como revolucionarios que llaman a la mujer a trabajar en pie de igualdad por la transformación de la economía y de la superestructura ideológica”.
Aseguré a Lenin que compartía su punto de vista, pero que, indudablemente, este encontraría resistencia.
Dos hechos marcan a fuego las luchas feministas en los últimos años: por un lado la intensificación de la explotación laboral, el deterioro de las condiciones de vida y la opresión de las mujeres trabajadoras, y por otro, la ofensiva ideológica destinada a escamotear la naturaleza de clase de los mismos.
Ante tanto alarde pseudofeminista, tan respaldado mediáticamente y convertido en “políticamente correcto”, debemos recordar los orígenes de la celebración del 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer. Entre finales del siglo XIX y principios del XX se sucedieron, en Europa y EE.UU. varias huelgas de trabajadoras sobre todo de la industria del textil. También datan de esos convulsos años algunos incendios que acabaron con las vidas de jóvenes obreras que trabajaban en aberrantes condiciones en los criminales centros fabriles.
¿Se podría creer que la historia habría sido distinta si al frente de esas empresas asesinas y explotadoras hubiera estado una mujer, del talante ultraconservador de una Margaret Thatcher? Uno de los objetivos fundamentales de las clases dominantes es intentar conseguir que las personas oprimidas y, por supuesto, también las mujeres trabajadoras no sepan quiénes son, ni se identifique con claridad a sus enemigos.
El próximo 8 de marzo, en el que multitud de datos demoledores dan cuenta de la intolerable situación de las trabajadoras en el mundo, que empeora cada vez más, lo que aparece en primer plano son las denuncias de opresión de sectores de mujeres privilegiadas que llegan a preconizar revoluciones estéticas y que en absoluto cuestionan la dominación de clase ejercida por mujeres y hombres de la burguesía.
En Europa la diferencia promedio entre el salario de una mujer y el de un hombre ha alcanzado el máximo histórico del 29%. (…) Las actuales condiciones laborales determinan cada vez menores salarios y menos prestaciones por desempleo, que afectan sobremanera a las mujeres de la clase trabajadora. Y qué decir de la situación en América Latina. A todo ello se suma la intolerable violencia machista que, en forma de asesinatos, violaciones y malos tratos, se desata con fuerza y atrapa especialmente a las mujeres socialmente más desprotegidas, las de la clase trabajadora. Como respuesta, las mujeres trabajadoras organizadas deben estar en la primera línea de la denuncia y la resistencia más intransigente, y deben contar con la plena implicación de sus compañeros de clase en el ineludible combate contra el machismo.
Pero al tiempo que es preciso perseguir con toda firmeza la violencia machista, no se puede permitir que haya connfusión: las mujeres burguesas son las enemigas de clase y los hombres trabajadores –a los que hay que arrancar cualquier vestigio de patriarcado– son los aliados para el combate esencial: la destrucción de las relaciones sociales capitalistas. Hay que denunciar la perpetuación de la ideología patriarcal dominante también en la clase trabajadora, fundamentalmente en hombres pero también en mujeres, y combatir esa ideología que considera a la mujer un objeto del que apropiarse.
Frente a esas teorías que se pretenden feministas y que lanzan llamamientos “a todas las mujeres” sin distinción, es preciso proclamar al estilo Fidel: “Dentro de la clase obrera, todo; fuera (o contra ella), nada”. Es necesario ser implacables en la lucha por la emancipación en el camino de la liberación de la clase trabajadora hasta lograr que seamos “socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Diario Octubre, España.
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