POR JOSÉ DARÍO CASTRILLÓN OROZCO /
Por los tiempos que corren se levantan voces de alarma por la polarización política de la sociedad latinoamericana, palabreja gelatinosa que designa el debate entre dos visiones opuestas de lo público. Lo curioso es que quienes están escandalizados por este fenómeno son los mismos que profesaron durante casi un siglo la teoría del enemigo interno. ¡Ver para creer!
Se invoca la polarización como a un espíritu inmundo para aterrorizar a débiles mentales: Ahí viene la polarización claman ciertos razoneros, cada que sectores progresistas avanzan dentro del espectro social. Los que nunca se preocuparon por la brecha ocasionada por un sistema que empobrecía a los muchos para enriquecer a unos cuantos, alertan contra ese lobo que rompe cierto “consenso social”, llamado también “armonía social”, o “integración social”, aunque más parece un pacto entre favorecidos para seguirse favoreciendo con el Estado, mientras mantienen en la exclusión a los siempre excluidos. Coartadas de la injusticia.
Pero no es sólo en la parroquia, en la edición 2023 del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, la agencia Edelman Global Advisory presentó un informe alertando sobre los riesgos globales de la polarización. Señala seis países con grado “severo” de polarización, en su orden de severidad: Argentina, Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, España, y Suecia. Determina tal grado indagando: desconfianza en el gobierno, falta de identidad compartida, justicia, pesimismo económico, temores sociales y desconfianza en los medios de comunicación. ¡Finalmente descubre que la tensión entre ricos y pobres polariza a una sociedad!
Concluye que crece el fenómeno, y con ello hay un aumento global de confianza en las empresas, y menor confianza en los gobiernos, que cae ocho puntos, y la diferencia entre estas la llaman brecha de confianza. El predicado oculto es que la creencia en las empresas deviene en algo así como un oasis ético en un mundo polarizado: mientras periodistas y políticos desarreglan el mundo aquellas lo componen. No está por demás recordar que Edelman hace la encuesta entre ejecutivos de corporaciones, y que vive de los contratos en relaciones públicas que esos directivos le hacen.
Pero hasta en estas mediciones Colombia es campo de paradojas. Ubicada entre países severamente polarizados, el gobierno gana tres puntos de confianza en relación con la medición del 2022, alcanzando 68 %, el noveno país donde los nacionales confían en su (nuevo) gobierno de talante progresista. Sin embargo, la confianza en las empresas es de 40 %, ubicándolas en un nivel crítico de credibilidad. Llamativo, porque los pastorcitos que se desgañitan denunciando la polarización pretenden superponer los intereses corporativos a los sociales, mientras las comunidades han ubicado a la empresa como un germen de la corrupción, y la confianza en los medios de comunicación (pastorcitos), apéndices de las corporaciones, es desastrosa.
Es evidente que el fenómeno existe, aunque sólo la derecha mundial lo ve como una amenaza. Puede decirse que país por país del continente americano, hay antagonismos políticos enfrentados, y el ascenso de fuerzas no tradicionales los exacerba, especialmente cuando acometen reformas sociales, según su ideario y el mandato que han recibido de los electores.
Entonces, las nuevas expresiones sociales y políticas ya no son incremento de participación, sino la peste de la polarización. Y se requiere combatirla, entonces surgen las tomas a los parlamentos, los golpes de Estado, las encarcelaciones de presidentes, las matanzas de manifestantes, el no reconocer resultados electorales, diseminar embustes… El mismo clero católico que hace votos de obediencia, lleva en su seno la división entre corrientes políticas antagónicas, donde la jerarquía está en abierta oposición a gobiernos progresistas, hasta bendecir el golpe de Estado en Perú, mientras prelados de base tienen una visión más acorde con la del papa Francisco, en favor de los desposeídos.
Sin nombrar el antagonismo de las iglesias protestantes con las católicas, donde la mayoría de las primeras están con la derecha más ultramontana. Igual pasa con los organismos multilaterales.
¿Cuál es el escándalo? Si la democracia no se fortalece con visiones alternativas es porque otras visiones no tienen cabida, y hay que mantener un único polo, el del capitalismo brutal que se impuso tras la disolución de la Unión Soviética, y el desplome del campo socialista, lo que Fukuyama denominó “el fin de la historia”.
Se pregona que la polarización rompe un consenso social, una especie de paraíso original al cual es urgente regresar, no se dice para qué, pero es urgente. Tampoco se dice cuándo, ni entre quiénes se construyó, pero dejó por fuera a las mayorías, no sólo por no haberlas consultado, sino por haberlas excluido de los avances de la humanidad en calidad de vida, en ciencia, en tecnología, en cultura… El primer paso del tal consenso fue la proliferación de dictaduras militares en Latinoamérica, y el golpe de Estado en Chile, 1973, con el asesinato del presidente Salvador Allende; también los cerca de 800.000 colombianos asesinados entre 1985 y 2018, según la Comisión de la Verdad, más 130.00 entre desaparecidos, torturados, masacres y millares de presos políticos.
También se denuncia la polarización como desgracia en la ciudad colombiana de Medellín, donde fue elegido un alcalde ajeno al consorcio empresarial regional, que durante décadas tenía entre su organigrama a la Alcaldía de la capital de Antioquia como una de sus empresas, y a las Empresas Públicas de esta urbe, su competencia, de caja menor. Cuando el alcalde no es funcional a los intereses del emporio es polarizador, y abogan por regresar a un dominio corporativo sobre la ciudad, independiente de la corruptela empresarial las corporaciones por sobre la ciudadanía.
La tercera guerra mundial que se está incubando en Ucrania, tiene el mismo trasfondo, la unilateralidad del poder mundial. Allí se presenta como víctima al gobierno de facto de Ucrania, donde un personajillo pintoresco de tesitura fascista da un golpe de cuartel al ejecutivo, anula los poderes legislativo y judicial, prohíbe 17 partidos políticos, también los sindicatos, y, enarbolando insignias nazis, desata una cacería feroz sobre ciudadanos de origen ruso.
El modelo ucraniano, de Zelenski, es la solución que añoran los lacrimógenos de la polarización: un partido único, de extrema derecha, el gobierno manejado por cuatro empresarios, sin regulación para sus negocios, mientras las masas de trabajadores no han de tener garantía ni sobre las conquistas laborales de un siglo de luchas. De resto garrote para quien se atreva a pensar distinto, por polarizador.
La antipolarización promueve un sistema de castas donde a ciertos sujetos se les reconoce un saber sobre el gobierno, y al resto una intención perversa al gobernar. Es la abolición en política del entusiasmo (de etimología griega: tener un dios dentro, ser poseído por lo divino), sacralizar la impotencia, desterrar la utopía. Parodiando a Eduardo Galeano: no polarizar la sociedad es mantener la división del trabajo donde pocos se especializan en ganar y muchos en perder.
Revista Sur, Bogotá.
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