Decrecimiento: menos es más o cómo salir del capitalismo sin colapsar

POR JUAN BORDERA

Estamos ya en esa fase en la que no se pueden silenciar las tesis del decrecimiento porque son una realidad biofísica innegable en un planeta finito.

El mundo está perdiendo el norte. Literalmente, si miramos al Ártico o a la ralentización de la corriente marina más importante del planeta. La globalización está mostrando sus carencias y debilidades. El fin de la historia que nos prometía el capitalismo no solo no se ha cumplido, sino que el sistema económico actual se ha confirmado como el depredador más eficiente de la naturaleza, absolutamente incompatible con los límites del propio planeta. Las crisis se suceden y solapan: económicas, sanitarias, y con el ruido de fondo de la emergencia ecológica, audible y visible ya en cualquier parte. Esperemos que pese a los últimos informes, al menos siga siendo reversible.

Ante este panorama de locura planetaria, en el que la humanidad parece no saber hacia dónde dirigirse, un joven y prestigioso antropólogo -quizá el gremio que más luz puede arrojar sobre en qué punto perdimos el rumbo- plantea una receta transformadora e ilusionante en su último libro, que ojalá fuera leído por todos aquellos que ostentan cargos de poder en países y grandes empresas.

Eso sí, no bastaría con que la élite política y empresarial entienda qué cuenta esta obra -de hecho, muchos de ellos estarán más que bien informados- , lo necesario es que el conocimiento desgranado por Jason Hickel, llegue a una buena parte de la sociedad, que debe desear y demandar los cambios que se proponen para que puedan ser implementados. En un proceso de realimentación positiva, sería crucial la aplicación sin más demora de las asambleas ciudadanas con carácter vinculante, capaces de ejercer una presión disruptiva en el lento y anquilosado discurrir de la política de partidos, cada vez más ligada al dictado de los mercados.

Volviendo al libro y a su autor, la biografía de Hickel, está llena de particularidades e incluso simbolismo. Los padres de este doctor en Antropología, miembro de la Royal Society of Arts, eran doctores en Suazilandia en la peor época del Sida. Allí nació y pasó su infancia. De la misma manera que la humanidad, su camino empezó en África, lo cual -junto a su especialización en economía- le permite tener una visión muy detallada de la desigualdad, de los procesos de colonización que aún siguen vigentes a través del sistema económico, y cómo habría que desmontarlos.

Jason Hickel

Su libro Less is More: How degrowth will save the world [Menos es más: Cómo el decrecimiento salvará el mundo] (Penguin Random House, 2020)– tranquilidad, afortunadamente lo peor es el título- es una maravilla de poco menos de 300 páginas aún pendientes de traducción al castellano, en las que con un innegable talento literario, el autor repasa la historia de los últimos seis siglos y cómo el capitalismo se ha ido sosteniendo siempre en busca de un “algo externo” que le permitiese seguir su expansión y acumulación: los cercamientos de tierras y la expropiación original de los bienes comunales, la esclavitud masiva, el imperialismo o el colonialismo, simplemente han sido las maneras de proseguir con la inercia, el endiablado ritmo del Juggernaut (fuerza cuyo avance nada puede detener y que aplasta o destruye todos los obstáculos en su camino), que ahora ha llegado al final de una encrucijada: o se sigue poniendo a la totalidad de los ecosistemas en peligro de mutación irreversible, y comprometiendo hasta la vida misma tal y como la conocemos, o se frena el crecimiento. No hay más caminos. There Is No Alternative. Aquellos que aún pretenden ver un camino mágico de crecimiento verde sostenible necesitan gafas nuevas. O quizá el camino verde al que se refieren es el que asfaltan los billetes, que seguirán creciendo en sus bolsillos mientras digan lo que se espera que digan para mantener su posición dentro de un sistema que agoniza.

Además, el autor rebate con claridad absoluta el habitual discurso de “el progreso” y de “mejoras en la calidad de vida”, que ya no se sostiene por ningún lado. Al menos no en lo referente al capitalismo. Durante los primeros 400 años no provocó otra cosa mayoritariamente que genocidio, esclavización masiva, colonización y desigualdad creciente. Solo a partir de 1870 comenzaron a verse mejoras en la esperanza de vida en Europa, producto del movimiento obrero, las luchas democráticas, y de la vuelta de los “comunes”, con la emergencia de los bienes públicos como la sanidad, la vivienda y la asistencia. Este proceso revela la importancia para el verdadero progreso, no tanto del crecimiento, como de la distribución justa de las oportunidades y los recursos. Y ahí radica la clave de la receta que nos transmite el libro, la redistribución radical -a través de muchas medidas concretas, detalladas al final- y la potenciación de los bienes públicos y comunes, como la única manera de evitar el descalabro ecológico sin perder en exceso calidad de vida. Eso es decrecimiento, crecer en calidad de vida y oportunidades para evitar un futuro que, de seguir la inercia actual, va a ser una distopía para la mayoría.

La única gran crítica que le haría al autor es referente al aspecto energético, en el que apenas entra. Probablemente conocedor de la complejidad del asunto, lo resuelve especificando que un descenso en el consumo energético hará más fácil la transición energética ineludible. Pero no queda claro cómo se va a dar eso en un mundo en el que la escasez es y será más real de lo que probablemente quiere reconocer. Es un manual que no es para expertos, es para cualquiera. Tal vez no sea esa mala estrategia para que al menos la propuesta decrecentista rompa la barrera del gueto intelectual y activista en la que sigue algo encorsetada. Y para el tema energético simplemente mejor documentarse en otras fuentes. Sin embargo, su receta económica es prometedora y muy detallada.

Definitivamente cerrando el debate sobre si el decrecimiento tiene un programa concreto. Si no lo tenía, ya lo tiene.

La otra gran crítica que se le suele hacer a las tesis decrecentistas es la ridiculez de asociarlo con un retroceso brutal que se resuelve con la típica expresión de “proponéis volver a las cuevas”. Como le leí a la maravillosa -y antropóloga también- Yayo Herrero hace poco: “Si hay algo que propone volver a las cuevas -o a los búnkeres- es el capitalismo marciano que representan Elon Musk y su séquito de creyentes en la Iglesia del Perpetuo Crecimiento, que en busca del enésimo ‘algo externo’ creen que en Marte sí podremos lograr la supervivencia de los más aptos -esto en el capitalismo es, de los más ricos-, aunque sea volviendo a las cavernas, en esta ocasión del planeta rojo”.

A estos planteamientos, entre otros muchos errores de bulto, les falla la comprensión histórica que Hickel desvela. El capitalismo no es el problema tanto como el síntoma de los verdaderos problemas: la falta de mentalidad de especie, de respeto y conocimiento de la interdependencia con los ecosistemas, de capacidad de autolimitación. Problemas que el capitalismo ha compartido con la mayor parte de proyectos socialistas, basados en las recetas del dualismo, el mecanicismo y la modernidad, verdaderos cimientos del Antropoceno.

Decía Víctor Hugo que no hay idea más peligrosa que aquella a la que le ha llegado su tiempo. El decrecimiento no es tanto vivir con menos, como sobre todo repartir mejor. Macron, el presidente de la nación que vio nacer estas ideas, al menos ya habló explícitamente a los “decrecentistas” en una rueda de prensa ofrecida en 2021. Ya saben, aquello de: primero te ignoran, después se ríen de ti, después te atacan, ¿y entonces…?

Entonces estamos ya en esa fase en la que no se pueden silenciar las tesis del decrecimiento porque son una realidad biofísica innegable en un planeta finito. Nada puede crecer para siempre. La cuestión ya no es otra que, si descenderemos suavemente y de forma planificada o dejaremos que el mercado lo haga tan “eficientemente” como acostumbra.

@JuanBordera

El Salto Diario

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