LA ROSA ROJA /
Frente a la crítica realidad de un país como Colombia donde reina la confusión y sus mayorías nacionales deben enfrentar una desastrosa situación social, no basta con “los remiendos que proponen los bienintencionados moderados y cautelosos”, sostiene en su columna para el periódico Un Pasquín, el historiador, docente universitario y actual director del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre, Ricardo Sánchez Ángel, la cual reproducimos en la sección Opinión, de nuestra plataforma web.
Bajo el título de ‘Un gobierno de patrañas y el Pacto Histórico’, Sánchez Ángel reflexiona en torno de la manera cómo se está conduciendo al país a partir de la gestión administrativa del tándem Duque-Uribe, al tiempo que analiza el alcance de la convocatoria que viene haciendo a los sectores políticos y sociales del país el senador Gustavo Petro con miras a las elecciones legislativas y presidenciales del próximo año.
“El gobierno del uribato, con Duque-Uribe, como presidente, es parte del problema y no contribuye a las soluciones. Al revés, su gestión empeora las dolencias. Los políticos y la legión de terratenientes, empresarios y periodistas que los apoyan tienen la casa dividida. Este es el diagnóstico contundente de lo que está pasando”, afirma el profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia.
Sobre el Pacto Histórico que plantea Petro, Sánchez Ángel considera que “es un buen planteamiento, pero debe proyectarse en la Colombia profunda, con una vocación de permanencia, y no solo de circunstancia electoral, como, entiendo, se propone en la proclama. Esto implica volver al asunto del programa, como herramienta de las necesidades reales de las gentes del común”.
Texto de la columna
A continuación el texto completo de la columna periodística
Un gobierno de patrañas y el Pacto Histórico
POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL*
Se configura un debate electoral plagado de incertidumbres, donde reina la confusión y la desastrosa situación de las mayorías nacionales, el desempleo, el hambre, sí, el hambre, la violencia social en las ciudades y el feminicidio en la familia y en la actividad laboral. Además, las relaciones humanas están fracturadas. La violencia paramilitar se mantiene con el genocidio en pleno desarrollo de indígenas, negros, campesinos y a los antiguos guerrilleros. Desde el 2016, se reportan 753 líderes sociales asesinados. Este es el escenario de los acontecimientos.
El gobierno del uribato, con Duque-Uribe, como presidente, es parte del problema y no contribuye a las soluciones. Al revés, su gestión empeora las dolencias. Los políticos y la legión de terratenientes, empresarios y periodistas que los apoyan tienen la casa dividida. Este es el diagnóstico contundente de lo que está pasando.
Para comenzar la búsqueda de soluciones, el régimen presidencial bonapartista debe ser clausurado. Hay que reorientar las fuerzas armadas que cogobiernan el orden público y aplican la dinámica de guerra que el uribato ha decidido. No más eufemismos, ya que este gobierno está enfrascado en la pacificación, la Pax Americana, con su terrorismo de Estado. Al mismo tiempo, se sabotea el proceso de paz de distintas maneras. Es un gobierno de mañas y patrañas.
El curso vertiginoso de la mortandad y enfermedad de la pandemia muestra el clímax de la incompetencia. Está ausente un plan real de vacunas, sin politiquería. Por ello, se requiere exigir la vacuna ya, con una patente de libre uso, gratis para todos, y acompañando esta exigencia de una reforma a fondo del sistema de salud, sin descuidar su doble condición: qué sea preventiva y curativa. Al igual, el régimen laboral y social debe incorporar al personal médico como protagonista de los planes de salud. También es indispensable una perspectiva que supere el mercantilismo impuesto por el neoliberalismo vigente. Es hora de regresar a lo social y público, con la vida humana como epicentro de las decisiones, sin ambigüedades. Son tiempos de reforma de las estructuras y el sistema.
Esto no aguanta los remiendos que proponen los bienintencionados moderados y cautelosos. Respetuosamente, considero que tal postura conduce al inmovilismo. Los del Pacto Histórico, formado por distintas fuerzas de izquierda, donde la Colombia Humana, dirigida por Gustavo Petro es la mayoritaria, han proclamado sus propósitos. De la propuesta, me gusta su amplitud, con eje en lo popular, y el que hace énfasis en las organizaciones sociales. Al igual, hay otros temas de interés común que es urgente resolver.
Lo que me parece discutible es su silencio sobre la justicia y el nuevo régimen político. En la política internacional, Gustavo Petro se mueve de manera exageradamente calculada y, por tanto, contraproducente. El tema sobre Venezuela, que obliga a pedir relaciones ya, debería ser incorporado, sin que esto signifique apoyo al gobierno de Nicolás Maduro, pero sí un cumplimiento del imperativo del derecho de tener relaciones diplomáticas en coexistencia pacífica y hermandad con los vecinos: la “respice frater”.
Aunque la proclama habla de reforma agraria y, afortunadamente, no del desarrollo capitalista en el campo, es un asunto que requiere claridad, ya que ahí están las claves del genocidio y del poder autoritario en Colombia.
Sin duda, el Pacto Histórico es un buen planteamiento, pero debe proyectarse en la Colombia profunda, con una vocación de permanencia, y no solo de circunstancia electoral, como, entiendo, se propone en la proclama. Esto implica volver al asunto del programa, como herramienta de las necesidades reales de las gentes del común. Esa ha sido una de las fortalezas del discurso político de Gustavo Petro. A partir de ahí, se debe llamar a la movilización para que las otras medidas de transformación social de la vetusta república presidencialista y financiera sean aplicadas. Con confianza, el Pacto Histórico no debe tener vergüenza de afirmarse como un gran conglomerado de las izquierdas sociales y políticas. La alternativa de los gobiernos progresistas es un referente positivo, pero también negativo, porque, si bien avanzaron en el reparto social, quedaron prisioneros de los modelos económicos del neoextractivismo y el neoliberalismo y su ciclo se ha debilitado. Hay que mirarse en el espejo de Andrés López, en México, y Alberto Fernández, en Argentina, para no repetir errores.
*Profesor emérito, Universidad Nacional y profesor titular, Universidad Libre.
Un Pasquín, Bogotá.
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