POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
Esplendores y miserias de una corriente política tradicional como el liberalismo colombiano, anclada en un anacrónico sistema señorial-hacendatario.
Como resultado del desgaste marcado por el tiempo, por las incontables cobardías históricas, las renuncias teóricas e ideológicas y por el entreguismo a las maquinarias y a la corruptela; por andar sólo en búsqueda de repartijas y prebendas para sus acomodaticios, descompuestos y pantalleros ‘líderes’, por todo ello, el otrora grande Partido Liberal Colombiano, hoy no es más que un sepulcro blanqueado, un putrefacto cadáver, con pretensiones de resurrección política…
La República Señorial, heredada de la colonia y los procesos “independentistas”, impuso la llamada “hegemonía conservadora” que dio como resultado el oneroso retorno al régimen colonial, luego se contemplaría tanto el apogeo como la derrota de la República Liberal en los años 30 y 40 del siglo pasado, y el fortalecimiento de los procesos de contrarrevolución preventiva, realizados por el patriciado latifundista godo y por la nueva lumpen burguesía empresarial que, de común acuerdo y mediante la conformación de esa “hegemonía compartida” o comodato, entre los dos partidos tradicionales conocido con el eufemístico término de “Frente Nacional”, despedazaron y se distribuyeron el país a sangre y fuego, logrando, eficazmente, imposibilitar las luchas populares y crear organizaciones distractivas -en realidad empresas electoreras- que apoyan e impulsan las formas absolutistas de gobierno y las nuevas ‘clases emergentes’ mediante una permanente violencia disuasiva y de aniquilamiento, sobre los balbuceantes organismos sindicales, políticos y culturales de los sectores populares, impidiendo todo asomo de reforma y cambio.
Con esas presuntas “alternativas” que en realidad son “disidencias tácticas” ofrecidas por los mismos grupos hegemónicos (como se dio con el tramposo MRL de López Michelsen, con la inicial ANAPO y, luego, con las piruetas del llamado Nuevo Liberalismo, que finalmente se mostró abiertamente turbayista), ha logrado la corrupta oligarquía y las mafias gubernamentales, defender las premisas y fundamentos políticos, éticos y morales de la “institucionalidad” y, de contera, la cooptación y reinserción de los rebeldes e inconformes, transformando esa inconformidad de los sectores populares, en una simple adaptación sumisa a las “reglas del juego”, es decir, en una resignación electorera, que no cesa de ser reutilizada, ya sea, creando nuevos “partidos políticos” como el denominado Cambio Radical, el Partido de la U, el Centro Democrático, el Partido Verde y tantos otros que están ahí únicamente para participar, de forma abierta y logrera, en la repartija del fisco, del erario y en la adjudicación de contratos con los distintos órganos del Estado.
Esa disputa por alcanzar las ventajas del poder corrupto incluye, como lo estamos viendo, el retorno, la reincorporación, la resurrección de esas ya viejas disidencias tácticas, como pretenden hacerlo ahora, exhumando el cadáver del decrépito, ruinoso y decadente Nuevo Liberalismo. Se trata, también, del cascarón del “Partido Liberal” oficial, macilento y acomodado; ese partido que arruinaron y vaciaron de contenido y de ideas Julio César Turbay Ayala, Virgilio Barco, César Gaviria, Ernesto Samper y Juan Manuel Santos, ocupando la Presidencia y cuyos contubernios desbordaron el enredo tradicional de corrupción y cleptocracia, con las castas señoriales, el clero envilecido, los militares abyectos, bandoleros, chulavitas, “pájaros” y sicarios, sino que ahora es con las mafias del narcotráfico y con el paramilitarismo, incrustadas en el cotidiano quehacer político y, por supuesto, en el Congreso -basta recordar que uno de los principales cabecillas de las Autodefensas, Salvatore Mancuso, reconoció que el 35 por ciento de los congresistas tenían vínculos con el paramilitarismo.
Ese Partido Liberal es hoy un muerto viviente, un zombi que, desde los negociados bipartidistas del Frente Nacional, trata de cobrar vida y deambula en todos los procesos electoreros, pidiendo “mermelada” y acomodando sus fichas. Partido Liberal profundamente infectado que está en manos hoy del inefable César Gaviria Trujillo, un espurio y fraudulento “líder”, padre del neoliberalismo en Colombia, dispuesto como buen oportunista a realizar todas las maromas, triquiñuelas y negociaciones que le permitan mantenerse, él y sus hijos, en el corrompido cotarro de la politiquería, bajo las banderas de esa desacreditada colectividad, pidiendo teatralmente respeto y sosteniendo el falso discursito de la dignidad y la defensa del “orden establecido”.
Ese fantasma y ruin electorero pertenece al grupo de “bellacos” que señala Slavoj Zizek al decir: “Los bellacos liberales conformistas pueden encontrar una satisfacción hipócrita en su defensa del orden existente: saben que hay corrupción, explotación y todo lo que se quiera; pero cualquier intento de cambiar las cosas se denuncia como éticamente peligroso, e inaceptable, como una resurrección del fantasma del totalitarismo”.
En búsqueda de alternativas a toda esta decadencia y descomposición, irrumpe hoy un remozado movimiento popular en Colombia -El Pacto Histórico- cuyo propósito de realizar las reformas sociales que requiere el país debe llevar consigo a sus máximos líderes, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez a escarbar, y encontrar, más allá de las corruptas élites del ya gastado régimen señorial, las bases integras y honestas, que aún perviven del partido de Murillo Toro, Benjamín Herrera, Uribe Uribe, de Gaitán, de los guerrilleros del Llano y de Gerardo Molina, esos grupos y movimientos, de rebeldes e inconformes, interesados en revivir el auténtico pensamiento liberal de carácter popular, esquivando la cloaca de sus actuales y decadentes directivos, liderados por un impresentable codicioso como Gaviria Trujillo.
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