POR JUANA CARRASCO MARTÍN
Inflación en los artículos de primera necesidad y un aumento significativo de los gastos militares se dan la mano para hacer sufrir a los ciudadanos comunes del Viejo Continente.
Desde los alimentos hasta la energía, la Eurozona recibe los zambombazos del conflicto armado y de las sanciones occidentales contra Rusia que siguieron a la crisis mundial paralizante que provocó la Covid-19. Los precios vuelan más alto que los drones y hasta que los aviones de combate que Kiev anhela recibir en cantidades suficientes como para acabar las hostilidades declarándose vencedora, una ilusión esta sin visos de convertirse en realidad.
Menciono el conflicto armado porque tiene mucho que ver con la situación económica de un continente poderoso que se está debilitando a ojos vista porque se empeña en seguirle la rima al aliado mandón de allende el Atlántico.
Esa errada decisión de los Gobiernos de no responder a sus propios intereses, desprotege a los europeos, quienes comienzan a abrir los ojos a golpe de verle los precios a los productos de primera necesidad.
Una muestra: los portugueses salieron desde el inicio de este año en Lisboa, no para disfrutar la hermosura de su bucólica capital, sino para protestar. El bolsillo no les da cuando van al mercado… y le llamaron el invierno del descontento. Y ese invierno ya va acabando y la primavera que se acerca no trae florecimiento alguno.
Tan es así que el Gobierno luso lanzó el pasado marzo una macrooperación para inspeccionar las cadenas de supermercados con el objetivo de hurgar en los márgenes de ganancias y ver si forman parte de una subida artificial de los precios de los alimentos.
En Francia parece que el Gobierno llegó a un acuerdo con los grandes distribuidores del país para bajar el precio de la alimentación; sin embargo, los franceses siguen en las calles contra el presidente Enmanuel Macron y su ley de aumento de la edad de la jubilación.
La auténtica barrera natural que suponen los montes Pirineos entre el país galo y España no impidieron que esa inflación galopante en los artículos de primerísima necesidad se sientan en Iberia, donde ya en octubre del pasado año habían alcanzado aumentos del 40 por ciento y los expertos vaticinaban que esa tendencia seguirá al menos hasta 2025. Más de 24 millones de españoles perdieron poder adquisitivo en 2022, decía un reciente comentario de El País.
El Reino Unido, a pesar del Brexit, o hasta impulsado por su desgajamiento de la Unión Europea, también ha sentido el golpetazo, y paros y huelgas se han hecho sentir.
Las tensiones sociales se multiplican en Alemania desde el inicio del año y el lunes 27 de marzo de 2023 se paralizó el transporte por una huelga que exigío aumentos salariales para poder enfrentar el coste de la vida.
DW ha informado que además de los servicios ferroviarios, casi todos los aeropuertos, vías fluviales, autopistas y transporte público local están afectados en siete de los 16 estados germanos, lo que no es poco y Deutsche Bahn, el operador ferroviario, en lugar de responder a los reclamos de los trabajadores, calificó que había «millones de pasajeros» afectados por una «huelga excesiva y exagerada», y se viró para el lateral acusando a otros: «Los ganadores del día son las compañías petroleras».
Lo inusual en Alemania, el movimiento de protesta de la pasada semana unió al sindicato EVG que agrupa a 230 000 trabajadores de las compañías ferroviarias, y al Ver.di, que representa a 2,5 millones de empleados del sector de servicios.
Otra verdad muy pesada en la balanza
¿Acaso hay algo más en este adverso entorno económico europeo? Pues sí, y menosprecia a sus ciudadanos. Los gastos de los Estados se han incrementado de manera nada natural y en ningún momento para beneficio de la población.
El informe vino de una entidad de alta credibilidad mundial, el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), que a mediados de marzo dijo que las importaciones de armas en Europa se duplicaron durante 2022 por una razón, el suministro masivo que han hecho los otanianos hacia Ucrania, transformado en el tercer importador del mundo.
Aunque no es solo el Gobierno de Kiev el destinatario, los propios países del Viejo Continente hicieron crecer sus importaciones con el alza de los gastos militares. Polonia y Noruega están entre los que han apostado significativamente por la compra de armas, y no son los únicos. Dice el estudio del SIPRI que el aumento de importaciones europeas alcanzó 35 por ciento en 2022.
De todo hay en esa canasta que se infla, no desde el 24 de febrero de 2022 cuando comenzó el conflicto en Ucrania. Aviones de combate, submarinos, drones, vehículos blindados, misiles antitanques, fusiles, municiones. De todo en las facturas de compra. Y lo más destacable del estudio, esa tendencia se pronuncia desde 2018, y cuando compararon con un lustro anterior a esa fecha, el aumento de las importaciones europeas fue del 47 por ciento.
Sin embargo, en casi todo el resto del mundo los gastos militares se han reducido en ese quinquenio 2018-2022: en África (-40 %), América del Sur (-20 %), incluso en Asia (-7 %) y Oriente Medio (-9 %), aunque siguen estando en la lista de los que compran, fundamentalmente, a los cinco grandes exportadores de la multimillonaria industria bélica, donde la primacía sigue estando en poder de los consorcios estadounidenses.
Hablamos de Estados Unidos, que acapara el 40 por ciento de las ganancias por exportaciones de ese terrífico negocio, seguido de Rusia (16 por ciento), Francia (11 por ciento), China (5 por ciento) y Alemania (4 por ciento).
Sanciones a Rusia, inflación, deuda, desempleo y emigración en masa desde Ucrania contribuyen a intensificar la frágil situación de los trabajadores, golpeados por la inflación. Han querido arrodillar a Moscú y se han encontrado que son sus propias piernas las que se están debilitando.
Juventud Rebelde, Cuba.
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