POR LUIS EDUARDO MARTÍNEZ ARROYO
La casa de la mamá de Eduardo García Martelo fue la base de operaciones del Comité de propaganda del Comité de Trabajo Socialista(CTS), durante los años 1974-75, periodo en el que los ‘troscos’ habían adquirido reconocida influencia en el Joaquín Fernando Vélez, cuando éste aún tenía vida en la sede antigua del barrio Olaya de Magangué.
Unos artesanales planígrafo, rodillo, tarro de tinta y una vieja máquina de escribir constituían el arsenal editorial con el que los aspirantes a Lenin y Plejánov, se proponían traer al mundo las periódicas ediciones de su Iskra magangueleña. A las precariedades técnicas de la labor periodística le hacían compañía las inmensas lagunas teóricas y políticas de los redactores, que eran los mismos impresores, expresadas en la calidad del producto final que recibía en cada reunión de balance una dura reprimenda de parte de quienes nunca escribían una coma.
La sencilla vivienda del barrio Versalles no solo albergaba a los comecandela socialistas, sino que entregaba la calidez y familiaridad de su dueña, dadora de tinto y pedazos de pan, y de espacios para que oyéramos el cassette original de los hermanos López y Jorge Oñate, Reyes vallenatos, mientras cumplíamos la labor de publicación, en desmedro suyo, pues nuestra música no la dejaba oír las radionovelas nocturnas que eran su distracción única, según me contó Eduardo la última vez que hablé con él por teléfono, a raíz de la muerte de su esposa.
El artista sin par, sin embargo, era otro de este fortín de la subversión escrita. El anfitrión, hijo mayor de la señora Martelo, Eduardo. De sus aplicadas y virtuosas manos salieron los inolvidables pasacalles y murales en tela de las figuras icónicas del Che Guevara y Camilo Torres Restrepo, que eran exhibidos en la fachada del colegio, uno colgando desde el segundo piso y el otro atravesando la calle, cuando nuestro sector político realizaba la semana guevarista y la jornada camilista.
Su pulso firme y elegante trazó las letras que llenaban las carteleras nuestras, que él mismo se encargaba de pegar en los espacios que el colegio entregaba.
El Eduardo García Martelo que conocí en los setenta, devino en el profesor Martelo de los últimos tiempos, quizás por la manía tan nuestra de cambiar las identidades de las personas. Había mantenido su incurable amor por la música salsa, como yo por la vallenata, y sufrió en los recientes tiempos pérdidas familiares lamentables, como el asesinato de su hijo mayor y la muerte súbita de su esposa, tal vez insumos de su repentina ida el pasado 7 de abril mediante un fulminante paro cardíaco.
¡Qué pena, viejo Garzo!
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