Manipulación mediática en la era digital: retos para enfrentarla

REVISTA NUESTRA BANDERA /

La batalla de las ideas, la lucha ideológica, es un elemento básico en cualquier confrontación social, política o militar. La historia está llena de construcciones, de relatos a la medida de los intereses del poder dominante: cambian los instrumentos, los métodos y las formas, pero el fondo es que, sin hegemonía cultural, ideológica, es mucho más difícil conseguir las victorias sociales, políticas e incluso militares.

Es un clásico afirmar que en muchos centros de poder de los Estados Unidos se considera como una de las principales causas de la derrota de sus ejércitos en Vietnam la permisividad informativa que permitía que el ciudadano medio norteamericano se desayunase con noticias frescas y directas de lo que ocurría allí, desde las inmolaciones de monjes budistas contrarios a la guerra a las atrocidades que cometían sus tropas en aquel lejano país donde poco se les había perdido, como impactante era también contemplar las imágenes de decenas de ataúdes descender diariamente de los aviones de las Fuerzas Aéreas en los aeropuertos norteamericanos; aspectos, todos ellos, que venían a provocar una desmoralización de la retaguardia con una pérdida de apoyo a la participación en la guerra.

Aprendida la lección, en futuras acciones, desde los Balcanes a Ucrania, los Estados Unidos se han cuidado muy bien de implantar un férreo filtro a las comunicaciones mediáticas, de manera que se enterraba la información y aparecía la propaganda, convirtiendo cualquier noticia en un arma de guerra. Para ello, no se contentan con censurar las noticias, sino que dan un paso más y las fabrican para que la realidad con la que se abren los noticieros informativos corresponda con el relato oficial que interesa al poder, llegando a presentar cualquier confrontación política o militar como una película de buenos y malos, sin ningún matiz ni divergencia. Son relatos que distorsionan deliberadamente la realidad primando las emociones por encima de los hechos objetivos con el fin de manipular y orientar los comportamientos sociales y políticos de la ciudadanía. Es la llamada posverdad, que junto con las fake news se han convertido, en la era digital, en armas de destrucción masiva del pensamiento alternativo en el terreno de la ideología y de las ideas y a favor de los intereses del capital.

Esta manipulación mediática en forma de fake news tiene una dimensión especial en América Latina y el Caribe como parte de la ofensiva que están librando los Estados Unidos para tratar de recuperar lo que consideraban su «patio trasero» y que ahora se les ha rebelado; fake news que se conjugan en esta región con el terrorismo judicial para tratar de acabar con todos los Gobiernos progresistas que han ganado el apoyo popular.

De esta manera, en un momento de transición en el orden internacional, donde los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN están tratando de revertir por todos los medios a su alcance una situación de cambios geopolíticos y desarrollo de las fuerzas productivas a nivel mundial que estaba cuestionando su hegemonía en favor de un ordenamiento multipolar de características horizontales, cobra todo su sentido el recrudecimiento de la batalla de las ideas para asegurar el apoyo de una base social a su pretensión de agravar los conflictos internacionales, y avanzar así hacia una situación de Guerra Fría que le permita reagrupar fuerzas en un esquema construido a la medida de sus necesidades.

Por este motivo, hay ideas tóxicas que son inoculadas por los medios en la sociedad hasta convertirlas en lugares comunes. En torno a ellas se construye la legitimidad del discurso dominante y actúan de bloqueante de toda consideración crítica: la de «comunidad internacional» (sinónimo de UE-OTAN-USA, pero que no incluye a, por ejemplo, India; no digamos ya a China o Rusia); la del «orden internacional basado en reglas» (reglas, por supuesto, a la medida de los intereses imperiales, que nadie ha votado); el latiguillo de que «nuestra (paz, bienestar, valores, prosperidad: póngase lo que se quiera) se defiende más allá de nuestras fronteras» (con el que puede justificarse cualquier intervención militar). Estas ideas, que son repetidas constantemente en los medios, actúan como fundamento último de legitimidad, producen inmediatamente la segregación de cualquier planteamiento crítico y tienen por misión desnaturalizar cualquier discurso alternativo al dominante.

En este sentido, convencer a la mayoría social de que la paz solo se asegura con la supremacía bélica de una de las partes en el conflicto, justificando su rearme, y de que para garantizar la seguridad hay que ceder libertades colectivas e individuales, es el objetivo imperialista de todo este entramado de construcción informativa de la realidad al servicio del poder dominante.

Con este objetivo, el imperialismo ha puesto en movimiento toda una gran maquinaria para construir una realidad virtual que sostenga un relato que justifique ante la ciudadanía su espiral belicista.

De esta manera, cuando se intensifica la batalla comunicacional, en la que el imperialismo trata de conseguir la ampliación de los apoyos a sus políticas agresivas, autoritarias, racistas y patriarcales para mantener el dominio sobre amplias zonas del planeta, desde España la revista Nuestra Bandera trata de poner un granito de arena para poder disputar con éxito esta batalla comunicacional, invitando a reflexionar para lograr responder con argumentos sólidos, claros y solventes a las mentiras, manipulaciones y deformaciones de la realidad con que los medios, al servicio de los intereses dominantes, bombardean a una opinión pública cada vez más limitada en sus posibilidades de contrastar las informaciones que recibe tanto a través de esos grandes medios de comunicación tradicionales como de las grandes propietarias de las plataformas digitales.

Así, la reflexión crítica sobre la manipulación mediática viene de lejos. Por ejemplo, la Escuela de Frankfurt nos alertaba de los efectos que la industrialización de la comunicación y la cultura podían tener para el pensamiento autónomo y reflexivo de la población. O la denuncia de la economía política de la comunicación sobre las consecuencias que la concentración de la propiedad o la dependencia de la publicidad comercial tenía para la representación plural y democrática de diferentes puntos de vista de cara a la opinión pública. Sin embargo, el nuevo escenario producto de la innovación tecnológica y la convergencia digital, que ha evolucionado hasta el punto de que hay más dispositivos móviles conectados a algún tipo de red de comunicación que habitantes en el planeta, supone un nuevo reto para la configuración de sociedades libres y democráticas.

No se trata de adoptar una postura autocomplaciente que se abraza al fatalismo del «no hay nada que hacer» ante la magnitud de las tendencias reaccionarias en manos de las grandes compañías del ámbito de la comunicación. Esas posturas negarían no solo la potencialidad de los sujetos, sino la propia posibilidad de la política, que opera de manera creativa y autónoma en escenarios con múltiples y contradictorias correlaciones de fuerzas. Pero sí se trata de no responder con viejas fórmulas a nuevos problemas. Si las formas de producción, distribución y consumo de la comunicación se han modificado bajo el impacto de lo digital, sobre todo a raíz de la expansión de las grandes plataformas digitales, es lógico pensar que las formas de manipulación informativa se han modificado también, haciéndose más complejas y sofisticadas.

Esto obliga a repensar nuevas agendas de trabajo en las que apuntemos al control del algoritmo y la circulación masiva de datos como elementos de soberanía popular frente a los intereses comerciales. Todas estas consideraciones sitúan el objetivo al que modestamente es preciso: dotar de instrumentos para dar la batalla de las ideas en esta era digital, a todos los niveles, a las fuerzas que hoy plantamos cara al imperialismo luchando por construir una sociedad más justa, igualitaria y solidaria que avance hacia el socialismo.

Revista Nuestra Bandera, España.

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