POR ESTEBAN DE GORI /
Violaciones de derechos civiles, más de 66 mil detenciones masivas y casi 5 mil arrestos arbitrarios: se cumplió un año del régimen de excepción en El Salvador, el país con mayor población encarcelada del mundo. El método del presidente salvadoreño se puso de moda entre las nuevas derechas. Nayib Bukele no sólo construyó un modelo punitivista sino que intentó refundar un nuevo orden, una pedagogía del castigo y la crueldad que impactan en América Latina.
“Para Nayib Bukele, El Salvador es Tierra Santa y, como todo cruzado, siempre quiso tomarla. Y lo logró. Ahora es su Tierra Santa. Una donde la lucha es con el pecado”. El diagnóstico es de una analista política centroamericana. Quien se autopercibe y designa como “instrumento de Dios” se desempeña como presidente de uno de los países más pequeños de América y uno de los más asediados por la violencia marera. Concentra un gran apoyo social luego de —según datos oficiales— reducir a cero los homicidios en su país y demostrar que el Estado puede administrar los territorios.
Hace un año Bukele instauró un régimen de excepción que permitió más de 66 mil detenciones masivas, violaciones de derechos civiles y casi 5 mil arrestos arbitrarios. Habilitó, a su vez, el ajuste de cuentas con ciertos opositores: siete sindicalistas fueron detenidos en mayo de 2022 y varios funcionarios fueron perseguidos. Bukele construyó, a finales de enero de 2023, el Centro de Confinamiento del Terrorismo, una mega cárcel famosa por su formato hollywoodense y que busca ser materia prima de exportación.
Bukele ganó varias batallas culturales, asoció maras a terroristas (algo que no es nuevo en la política salvadoreña) y legitimó una versión singular del Estado: “el Estado corrector”. Y como en el capitalismo todo se consume rápido, casi sin metabolizarlo, algunos políticos y políticas de América lo incorporaron al vademécum de la solución de la inseguridad. Bukele es un buen consumo: joven, guapo, carismático, esposo recto, cariñoso, un hombre cool del orden. Y, sobre todo, un ganador. Su padre, gran empresario e Imán de El Salvador, le había aconsejado “¡Ganá! Un político que pierde, se quema”.
Esta oferta de “capacidades y virtudes” cae bien en derechas punitivistas que sustituyeron a Rudolph Giuliani —el ultraconservador exalcalde de Nueva York y uno de los adherentes de la “tolerancia cero”— por el presidente de El Salvador. Bukele es parte de una búsqueda existencial de las derechas. Cayetana Álvarez de Toledo, dirigente del neofascista Partido Popular español (también en una búsqueda existencial más liberal), destaca que el rescate de la política, la defensa de la batalla de ideas y la relocalización de las derechas en la disputa debe ser uno de los ejes organizadores de estos espacios. Unas semanas atrás, en la cena de la Fundación Libertad, presentó “Entre la sumisión y el conflicto, elijan el conflicto”, un texto en el que propone construir alternativas políticas en toda la región. “Nuestras derechas pretenden ganar elecciones a pesar de sus ideas, en vez de gracias a ellas. Y acaban perdiendo la batalla cultural por pura incompetencia. Nuestras derechas se empeñan en creer que los ciudadanos son máquinas materialistas, a las que solo les importa el bolsillo. No es verdad. Los seres humanos tenemos ideas, ideales y aspiraciones. Somos animales morales”.
Bukele está en el camino de soluciones iliberales para la construcción de su derecha y no deja de trabajar y operar sobre lo moral que hay en las personas. Hoy El Salvador es el país con la mayor población encarcelada del mundo. “Giuliani al lado de Bukele es Heidi”, dice un sociólogo que conoce la política neoyorkina.
Su recorrido político es meteórico, como su sonrisa. Siempre se ríe. De alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012) y San Salvador (2015) por el partido izquierdista FMLN a constructor de un nuevo partido llamado Nuevas Ideas, Bukele nació en 1981: no solo es un joven dirigente de posguerra civil que logra colocarse por fuera de los partidos tradicionales (la ARENA y el FMLN), sino que se convierte en constructor de un orden de posguerra en su país. En parte, “encerrar a la maras” es intentar resolver uno de los problemas que abrió la propia guerra civil en El Salvador. No solo construye un modelo punitivista, sino que intenta refundar un nuevo orden político y moral.
Nuevas Ideas gana las elecciones en 2019, Bukele se transforma en presidente y allí comienza a desmantelar el bipartidismo histórico entre la derechista Arena y el efemelenismo. Desde ese momento, su estrategia es avanzar sobre las instituciones. Su primer objetivo, la Asamblea Nacional. Los primeros días de febrero de 2020 presiona a sus miembros para que voten un préstamo dirigido a la represión de las pandillas. El FMLN y la ARENA se oponen y dejan la sesión sin quórum. Bukele, ante sus propios asambleístas, irrumpe y militariza la Asamblea. Hace una gran demostración de fuerza contra la “casta” y una puesta en escena de un nuevo poder político-religioso. Se cubre el rostro con sus manos. Reza y exclama: “Yo le pregunté a Dios, y Dios me dijo: paciencia”.
Este fue el inicio de su propia campaña electoral para las legislativas de 2021, elección en la que su partido obtuvo el 66% de los votos y se quedó con la mayoría de los escaños. Con este nuevo y mayoritario apoyo parlamentario rediseñó la justicia. Durante la pandemia, el bukelismo destituyó a cinco jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema que se oponían a que el Estado avanzara sobre derechos civiles durante la crisis sanitaria. Para frenar el virus el Presidente quería encerrar a los enfermos en centros de contención.
Encierro y cura son parte de un gran simbolismo y orientación en su gobierno. Una asamblea propia “jubiló” a un tercio de los jueces. Se nombró a Rodolfo Delgado como nuevo Fiscal General y fue el encargado de ir contra los funcionarios que investigaban las reuniones y pactos entre Bukele y las maras, algo que ya habían hecho los gobiernos de ARENA y el FMLN para bajar la tasa de homicidios. Bukele negoció durante más de ocho años con las pandillas. Incluso siendo Presidente continuó con las negociaciones y el nuevo Fiscal General, además de perseguir a quienes investigaban esos acuerdos, desmanteló el Grupo Antimafia.
Estados Unidos condenó esos pactos y sancionó al país. Entre el 25 y el 27 de marzo de 2022 la mara MS-13 asesinó a 87 personas. Bukele logró que la Asamblea Nacional decretara un régimen de excepción para permitir que militares y policías encarcelen a sospechosos de pertenecer a una pandilla. Así volvió el punitivismo recargado a El Salvador. Las leyes de “mano dura” y “súper mano dura” (entre 2003 y 2009) son antecedentes a tener en cuenta para observar cómo creció esta tendencia. Bukele no actuó con originalidad, sino todo lo contrario.
El Presidente salvadoreño no solo avanzó sobre la Asamblea y la Justicia: también lo hizo sobre otros territorios para lograr un mayor apoyo social. Capitalizó el malestar con la política tradicional y realizó una alianza con las iglesias. En 2017 se produjo un acercamiento entre Bukele, entonces alcalde de San Salvador, y el Pastor Toby Jr., hombre que lideraba 500 iglesias bautistas en territorio salvadoreño. Su padre, el Pastor Toby, que había encontrado un “nicho” de pelea con la teología de la liberación, tenía más horas de televisión y de tarima que cualquier política o político de El Salvador. Su hijo, con un imperio territorial y televisivo bautista heredado, es hoy un gran aliado del presidente. Ambos empezaron a compartir territorios. Se vincularon en parte a la construcción de un gran imaginario sobre la pena y la desviación social o pecado. No es solo punitivismo normativo, sino que se refuerza a partir de la ruptura de la “palabra de Dios”. La norma asume otra valencia cultural y simbólica. Entre ellos, de alguna manera, surge el Estado corrector.
En el mes de los grandes asesinatos de la MS-13, Bukele tomó un fragmento del discurso del Pastor Toby Jr. y lo posteó en sus redes: “Tata (padre) que gobierna en su casa, no tiene mareros en su casa”. En ese discurso el pastor reflexionaba: “Corrige al niño con vara pero no se apresure tu alma a destruirlo. (…) Como nos alejamos de la palabra de Dios tenemos los problemas de siempre”. Puso en duda que los y las jóvenes poseyeran derechos, otorgando toda la decisión y poder al padre. Una fundamentación moral donde todo el poder recae en el patriarca. Por ende y metafóricamente, en el Estado.
Ese power of the patriarch circula en las gestualidades y prácticas de los dos líderes. Bukele y Toby Jr. rediseñan sus audiencias y ponen a circular en éstas la política gubernamental y la palabra de Dios.
En momentos de persecución a los mareros, el Pastor Toby Jr. en un escenificado diálogo con sus hijos les advierte: “Si te llegas a torcer, te van a torcer”. La palabra de Dios y el Estado están ahí para que nadie se tuerza. Aunque esto traiga detenciones arbitrarias, hacinamiento carcelario (creció un 358 % antes de la mega cárcel) y muertes en los establecimientos penitenciarios (132)…. No hay educación ciudadana sin dolor y sin experimentar las consecuencias de la ruptura de la ley. En noviembre de 2022, Bukele envío a presos a romper las lápidas con simbolismos mareros, el castigo no solo se produce en la tierra sino también en el cielo. El Estado está para enderezar aquí y allá.
A finales de enero de 2023 se inaugura el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), los homicidios bajan a cero y el apoyo social aumenta. Bukele logra adhesión ciudadana para suspender derechos civiles y humanos y reencantar a una sociedad a través de la instalación de un nuevo liderazgo y del discurso religioso. Parte de esa adhesión es obtenida por la fatiga social ante las maras que controlaban de manera violenta los territorios, que imponían costosas extorsiones a comerciantes, que cegaban vidas y que llevaban adelante el reclutamiento de jóvenes vulnerables. El imperio de Bukele se sostiene en la imposición del imperio estatal (policial y gubernamental), uno que se ha sostenido con crecimiento económico (2,2 % del PBI en 2022) y la circulación de remesas. Su política fue reticular: ganar territorio para el Estado. O ganás o te quemás.
Hace pocos días se cumplió un año del régimen de excepción en El Salvador. “Es una fecha importante para dar gracias a Dios por permitirnos dejar atrás el legado tan oscuro, de luto y de terror que impusieron las pandillas por décadas”, dijo el diputado Ernesto Castro. El bukelismo tenía mucho que festejar: según los datos oficiales, el 2022 fue el año menos violento en la historia del país.
Crueldad y búsqueda de rectitud son parte de las narraciones e imágenes vinculadas a la exposición fílmica de la mega cárcel y de toda la palabra gubernamental. En el video de la mega cárcel puede observarse a personas rendidas ante el Estado. Corriendo en calzoncillos y con la cabeza gacha. La idea transmitida es prístina: deben asumir la derrota total. En los discursos gubernamentales que se pusieron en marcha desde el inicio del régimen de excepción, el castigo se activó en las condiciones carcelarias y en las comunidades.
El régimen de excepción es una gran experiencia de expectativa social de castigo. Por ello nadie protestó frente a la amenaza del gobierno de dejar sin colchón o sin comida a los presos. Una pedagogía del castigo y la crueldad está en marcha. Bukele insistió: “Si se pasan de vivos vamos a pasar de dos tiempos a cero tiempos de comida”. En febrero de 2023, ante el fervor popular que apoya y exige sanción, los presos debieron pagar por su comida y por los elementos para su higiene. Bukele empoderó a la sociedad salvadoreña desde una plataforma punitivista y religiosa muy potente. El Estado y Dios te dan la “sangre” que tanto esperabas. Te la dan y te muestran cómo opera en el cuerpo de los detenidos. A veces, la “sangre” da votos y no hay político ni política que no preste atención a esto.
Una pedagogía del castigo, de la crueldad y búsqueda de rectitud impactan en el país centroamericano, en la región y, singularmente, en nuestro país. Bukele se convirtió en un buen artefacto para “mostrar” que es posible acabar con las pandillas. Xiomara Castro, presidenta de Honduras, cree que la política de su par salvadoreño puede replicarse en su país. En Ecuador, el mandatario salvadoreño tiene mejor imagen que muchos políticos locales. En Argentina, pese a las críticas de administraciones tan diferentes como las de Petro o Biden, el modelo Bukele fue apreciado por algunos dirigentes de la coalición neoliberal que lidera el ultraderechista e impresentable exmandatario Mauricio Macri, Juntos por el Cambio (Patricia Bullrich, Joaquín de la Torre) y por el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni. Un modelo que, como ya está demostrado, “no gana la guerra contra las drogas”, sino que desarticula grupos y controles territoriales por parte de actores contrarios al Estado. La idea es hacer de este último un gran jugador.
Mientras su figura circula por América Latina, Bukele pretende extender el régimen de excepción hasta 2024 (año electoral) indicando a todos y todas, con la palabra de Dios en la lengua y el poder estatal en la mano, que quien se tuerce será torcido. Que ahí está el Estado, ahora empoderado y con apoyo popular marcando el camino hacia la rectitud. Así, la profecía cristiana nuevamente se pavonea en el jardín del Estado.
Anfibia, Buenos Aires.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.