América Latina redefine el multilateralismo con sus propias reglas

POR CARMEN PAREJO RENDÓN /

La región de América Latina y el Caribe es un ejemplo claro de un cambio de tendencia hacia el multilateralismo para dejar en el pasado la injerencista Doctrina Monroe.

En 1795, Immanuel Kant publicó su ensayo ‘Sobre la paz perpetua’, siendo una de las bases teóricas que han fundamentado la idea del multilateralismo para las relaciones internacionales hasta nuestros días. Para Kant, encontrar un espacio de debate político entre todos los Estados podía ser una garantía para evitar la política por otros medios, es decir, la propia guerra.

Sin embargo, el multilateralismo hoy es mucho más que la obtención de una paz perpetua, como reclamaba el filósofo alemán. El debate se ha profundizado a través del cuestionamiento sobre las relaciones internacionales y los organismos multilaterales que se han ido desarrollando y que no solo no han evitado más guerras, sino que, desgraciadamente, ha aumentado la percepción de desigualdad económica y política en las relaciones internacionales entre las naciones.

El principal organismo de carácter multilateral universal actualmente existente es la Organización de Naciones Unidas (ONU). Sin embargo, este ente está atravesado por las desigualdades preexistentes entre los propios Estados y por la hegemonía actual. A la dominación económica de unos sobre otros, se le suma la dominación política. Además, la ONU se ha mostrado ineficaz en demasiadas ocasiones para la resolución de conflictos.

Podríamos considerar que la ONU fue efectiva durante la Guerra Fría, donde se desarrollaron una serie de normas, pero esto nos llevaría a otra pregunta: ¿fue la ONU o la propia Guerra Fría la que generó cierto equilibrio en las relaciones internacionales?

La nueva idea sobre multilateralismo aparece en un escenario donde todos los acuerdos y normas previas se han dinamitado durante años por el dominio en solitario de EE.UU. Es decir, porque parece no existir una necesidad de cumplimiento, al no haber un equilibrio en las relaciones entre los Estados. Es importante entender que este debate se produce en medio de una crisis profunda de hegemonía del modelo unipolar, desarrollado tras el fin de la Guerra Fría.

¿Hacia la construcción de nuevas relaciones internacionales?

La región de América Latina y el Caribe es un ejemplo claro de un cambio de tendencia. A nivel histórico, podemos destacar que, después de EE.UU., los países latinoamericanos y caribeños fueron los primeros en independizarse de sus antiguas metrópolis.

El vecino del norte aprovechó la ventaja que tenía, así como distintos conflictos en Europa, para afianzarse y controlar el desarrollo de sus países vecinos. Sin embargo, a 200 años de la proclamación de la Doctrina Monroe —el famoso “América para los americanos”— las cosas están cambiando.

Varios golpes de Estado perpetrados por el vecino del norte ante la mirada ausente —y a veces con la participación consciente— de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de la propia Naciones Unidas, han hecho que el hilo histórico latinoamericanista que surge ya en las fases iniciales de las luchas de independencia, haya retornado con fuerza y se consolide a través de las exigencias populares en los distintos procesos políticos que se han dado en los últimos años. El latinoamericanismo, entendido no solo como una alianza por una base cultural común, sino también como un elemento de resistencia y soberanía.

Si bien es cierto que los procesos populares en Latinoamérica tuvieron un flujo y un reflujo, actualmente parece que el escenario vuelve a la senda de la integración y la unidad. Y es de suponer que, pese a la mayor o menor radicalidad de los distintos gobiernos que van obteniendo el poder, la realidad regional y mundial poco a poco va a ir asentándose.

Como ejemplo, tenemos el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, que pese a unas políticas alineadas a EE.UU. en la región o su marcha de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), no rompió en sentido general sus acuerdos en la esfera internacional con países como China o como Rusia. Simplemente porque al propio Estado, más allá del presidente de turno, no le interesaba.

En 2006, promovido por dos grandes líderes latinoamericanos como fueron Fidel Castro y Hugo Chávez, nació la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), como respuesta alternativa al acuerdo propuesto por EE.UU., el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

La integración a ese mecanismo le supuso a Manuel Zelaya, entonces presidente de Honduras, un golpe de Estado al estilo clásico en 2009. Porque para situar el reflujo de los gobiernos populares en Latinoamérica o la moderación de esta nueva fase, debemos atender a que tras el golpe contra Zelaya vinieron otras intentonas golpistas, distintos procesos de ‘lawfare’ y el aumento del bloqueo a países como Cuba o Venezuela. Siempre con el sello de la Doctrina Monroe.

En 2010 nació la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que ha ido elevando su importancia de manera progresiva en la región, mientras que de forma paralela se producía la pérdida de credibilidad de la OEA, sobre todo por el rol desempeñado en el golpe de Estado en Bolivia en 2019.

Por su parte, la Unión de Naciones Suramericanas entró en declive en 2018, después de los cambios de gobierno en varios países. Sin embargo, tras la vuelta de Luiz Inácio Lula da Silva a Brasil, unido al apoyo de Argentina, el relanzamiento de la alianza ya es considerado por muchos un hecho.

Según datos de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), la mayor economía en la región es la brasileña, seguida por México y Argentina.

En el plano internacional, Brasil es uno de los países fundadores del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). A su vez, Argentina ha solicitado su integración en el bloque y existen especulaciones sobre México.

Es poco probable la próxima integración mexicana al BRICS debido a las propias contradicciones internas que le pueda generar al país por sus relaciones con EE.UU., incluyendo el tema fronterizo. Además, no se han hecho avisos previos en ese sentido.

Sin embargo, la posible integración de Argentina, unida a la participación de Brasil, dotarían a la región entera —conectada a través de organismos regionales creados ya para este nuevo mundo— de posibilidades para la profundización de sus proyectos de desarrollo independiente. Y también podrían ser un refuerzo para esos organismos de carácter regional que hasta ahora se habían visto afectados por las horas de reflujo.

Quizás, cuando hablamos de multilateralismo, solo estemos discutiendo de cómo, poco a poco, los distintos países del mundo están buscando la manera de garantizar su propio desarrollo sin subordinarse a intereses externos y sin ceñirse a unas reglas del juego claramente abusivas. Se trata, en resumidas cuentas, del rechazo al mundo unipolar, más que un bloque unitario en ideas o antagónico en su modelo económico.

Si los actuales foros no son capaces de crear mecanismos que garanticen la equidad y soberanía de los Estados, seguirán surgiendo otros organismos para sustituir a los instrumentos caducos que actualmente solo sirven a un mundo unipolar, un modelo que se encuentra en una fase tan violenta como agonizante.

@alinadetormes

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