Estado genocida: guerras de EE.UU. desde 2001 han matado a 4.5 millones de personas

Estados Unidos solo deja desolación y muerte en los no pocos países a los que ha invadido a lo largo de su infame historia de injerencismo, saqueo y guerra.

POR PATRICK MARTIN /

En un devastador informe publicado el pasado 15 de mayo, el Proyecto sobre el Costo de la Guerra de la Universidad Brown calcula que al menos 4.5 millones de personas han muerto como consecuencia de las guerras emprendidas por Estados Unidos desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.

El proyecto de investigación, que ha publicado periódicamente estimaciones sobre el número de personas que son víctimas directas de estas guerras -utilizando estimaciones bastante conservadoras- dirigió su atención en el informe actual a las muertes indirectas, las causadas por la perturbación de la agricultura, la atención sanitaria, el transporte y la economía en su conjunto, vinculadas a las guerras.

Soladados estadounidenses en Bagdad, Irak.

El asombroso total de 4.5 millones de muertes incluye Afganistán, Irak, Libia, Somalia, Siria y partes de Pakistán afectadas por los efectos indirectos de la guerra en Afganistán. Las muertes entre soldados y contratistas estadounidenses, incluidas los fallecimientos posteriores debidos a cánceres, suicidios y otras consecuencias de las guerras, no son el centro de atención.

El número estimado de muertos en las recientes guerras estadounidenses desmiente las afirmaciones de que Estados Unidos ha intervenido en la guerra de Ucrania para defender la libertad, la democracia y los derechos humanos. El imperialismo estadounidense es la fuerza más violenta y ensangrentada del planeta, y el peligro es que, si la guerra por poderes contra Rusia se convierte en un conflicto más generalizado, en el que incluso intervengan armas nucleares, el número de muertos superaría rápidamente incluso el horrible balance de los últimos 22 años.

El informe está redactado en un lenguaje neutral y académico y “no atribuye responsabilidad directa a ningún combatiente en particular”, según su autora, Stephanie Savell, copresidenta del Proyecto sobre el Costo de la Guerra. Las estimaciones y los relatos anecdóticos que las acompañan son, no obstante, pruebas irrefutables de la responsabilidad de Washington, tanto bajo gobiernos demócratas como republicanos, en los mayores crímenes del siglo XXI.

Dada la imposibilidad de obtener cifras demográficas exactas en los países estudiados, varios de ellos todavía en zonas de guerra, fue necesario “generar una estimación aproximada aplicando un ratio medio de cuatro muertes indirectas por cada una directa”. Esto se basa en un estudio de 2008 de la Secretaría de la Declaración de Ginebra, que descubrió, en una revisión de todas las guerras desde principios de la década de 1990, que la proporción de muertes indirectas por cada una directa oscilaba entre tres y 15.

Basándose en estudios anteriores del Proyecto sobre el Coste de la Guerra, que estimaba el total de muertes directas por estas guerras en unos 900.000 (una cifra conservadora si se tiene en cuenta que The Lancet ha publicado estimaciones de 600.000 muertos sólo por la guerra de Irak), multiplicando esta cifra por cuatro se obtiene un total indirecto de 3.6 millones. Sumando ambas cifras se obtiene la estimación final de todos los muertos: 4.5 millones.

Cualquiera que sea el margen de error de tal estimación, la cifra aproximada es en sí misma espantosa. Es una acusación del colosal costo humano de las “guerras del siglo XXI”, como las llamó alegremente el presidente George W. Bush cuando lanzó las dos primeras, en Afganistán e Irak. Barack Obama continuó esas dos guerras y añadió tres más, en Libia, Siria y Yemen, las dos últimas utilizando fuerzas proxy. Donald Trump y Joe Biden continuaron las cinco, de una forma u otra.

En un juicio moderno de Núremberg, los cuatro Presidentes estadounidenses estarían en el banquillo de los acusados, señalados de dirigir guerras ilegales de agresión y responsables de muerte y sufrimiento masivos.

La sexta de estas guerras, en Somalia, fue lanzada en realidad por el padre de Bush con la intervención inicial de Estados Unidos en 1992; desde entonces, todas las administraciones estadounidenses han llevado a cabo ataques aéreos, incursiones de fuerzas de operaciones especiales y ataques con misiles no tripulados, así como bloqueos de alimentos y otra ayuda humanitaria a una región u otra, o a todo el país. También se han producido invasiones del país por parte de fuerzas proxy estadounidenses de Etiopía y Kenia.

El Proyecto sobre el Costo de la Guerra sugiere cuatro causas principales interrelacionadas de la muerte masiva en medio y tras estas guerras:

  • Colapso económico, pérdida de medios de subsistencia e inseguridad alimentaria;
  • Destrucción de los servicios públicos y las infraestructuras sanitarias;
  • Contaminación medioambiental; y
  • Trauma y violencia persistentes.

Tal vez el país más devastado sea Afganistán, que sufrió 20 años de ocupación estadounidense y guerra, tras 10 años de guerra de guerrillas después de la invasión de la Unión Soviética, luego siete años de guerra civil hasta que los talibanes tomaron el poder, y cinco años de gobierno talibán antes de la invasión estadounidense.

La tasa de mortalidad en Afganistán para todos los sectores de la población es más alta ahora que en cualquier otro momento de esta terrible historia. Según el informe,

La economía de Afganistán se ha hundido y más de la mitad de la población vive ahora en la pobreza extrema, con menos de 1,90 dólares al día. La situación es calamitosa: el 95 % de los afganos no tiene suficiente para comer, y en los hogares encabezados por mujeres esa cifra es del 100 %. Se calcula que 18,9 millones de personas —casi la mitad de la población del país— sufrían inseguridad alimentaria aguda en 2022. De ellos, 3,9 millones de niños sufren desnutrición aguda o ‘emaciación’, es decir, una ingesta insuficiente de nutrientes esenciales, con graves consecuencias fisiológicas. Un millón de niños afganos corren peligro de muerte.

A efectos prácticos, no existe un sistema de asistencia sanitaria en el país fuera de unas pocas ciudades importantes. El informe señala: ‘“Tras la retirada de Estados Unidos de Afganistán, se interrumpió bruscamente toda financiación extranjera para la atención sanitaria y, un mes después, más del 80 % de las instalaciones sanitarias afganas presentaban disfunciones”.

La peor situación es la de los recién llegados al mundo. El estudio continúa: “En Afganistán, aproximadamente uno de cada diez recién nacidos murió entre enero y marzo de 2022, más de 13.000 en sólo tres meses”.

Como dijo al estudio la antropóloga Anila Daulatzai, tras una visita a Kabul: “En un lugar como Afganistán, la pregunta acuciante es si alguna muerte puede considerarse hoy no relacionada con la guerra”.

En la mayoría de los países estudiados, la destrucción de la agricultura y la sanidad no fue un subproducto imprevisto de la guerra, sino un objetivo esencial de la misma. En Siria, según el informe:

Diversas partes, incluidos los gobiernos de Siria, Rusia y Estados Unidos, y grupos militantes como el Estado Islámico y el Frente al-Nusra, han bombardeado hospitales e instalaciones sanitarias.

En Yemen, el Ejército saudí, respaldado por Estados Unidos, bombardeó granjas, almacenes de alimentos, tiendas de comestibles e incluso barcos pesqueros, en un esfuerzo deliberado por matar de hambre a la población. En Irak, los bombardeos estadounidenses se dirigieron contra instalaciones sanitarias y fábricas de medicamentos.

Irak tenía uno de los sistemas sanitarios más avanzados de Oriente Medio. Pero en los cinco años posteriores a la invasión estadounidense, a partir de 2003, la mitad de los médicos de la nación abandonaron el país, 18.000 en total. Con el ascenso del ISIS y el agravamiento de las condiciones de la guerra civil en 2014, otros 5.400 médicos abandonaron el país. Solo queda una fuerza mínima.

El estudio Cost of War ha podido recopilar informes actuales sobre desnutrición infantil, basados en los informes de trabajadores humanitarios y gobiernos. Estima que “actualmente 7,6 millones de niños sufren emaciación, o desnutrición aguda, en estos países”. La mitad de ellos se encuentran en Afganistán, y muchos del resto en Yemen.

En Yemen, el régimen saudí, utilizando bombas y aviones de guerra suministrados por las potencias imperialistas, principalmente Estados Unidos, y con información sobre objetivos proporcionada por oficiales militares estadounidenses y británicos, ha llevado a cabo unos 24.000 ataques aéreos contra un país de 33 millones de habitantes. De estos ataques, según el estudio, 7.000 tuvieron como objetivo instalaciones no militares, 8.000 instalaciones militares y 9.000 alcanzaron objetivos que no pudieron determinarse.

En Libia, fue Estados Unidos quien encabezó el bombardeo del país, tanto en la guerra que lanzaron conjuntamente Washington y la OTAN en 2011, que condujo al derrocamiento y espantoso asesinato del gobernante Muamar Gadafi, como posteriormente, cuando la nación africana se derrumbó en una prolongada guerra civil, en la que militantes islámicos, algunos respaldados por Estados Unidos y otros enfrentados a él, desempeñaron papeles importantes.

Según un informe del Pentágono, en la ciudad de Sirte, cuna de Gadafi y controlada entonces por el ISIS, Estados Unidos llevó a cabo 500 ataques aéreos entre agosto y diciembre de 2016, 300 con drones y 200 con aviones tripulados. Como señala Cost of War, se trató de “un bombardeo más intenso que en períodos comparables de las campañas aéreas estadounidenses en Siria e Irak”.

Hay otras innumerables consecuencias de estas guerras: municiones sin detonar en cantidades masivas, degradación medioambiental, TEPT generalizado y otros problemas de salud mental, destrucción de sistemas de alcantarillado y otras infraestructuras vitales para la salud pública. Sobre esta última cuestión, el informe señala: “las principales causas de muerte entre los niños iraquíes menores de cinco años son las infecciones de las vías respiratorias inferiores, la diarrea y el sarampión”.

Una de las consecuencias más importantes de estas guerras es el desplazamiento de decenas de millones de personas. El estudio calcula que 38 millones de personas se han visto desplazadas por las guerras posteriores al 11-S, la mayoría niños (53 %).

Las graves afectacciones a la población infantil a consecuencia de las agresivas intervenciones de EE.UU. en múltiples países, constituyen crimenes contra la humanidad.

Más de la mitad de la población siria de antes de la guerra ha sido desplazada: 5,6 millones de refugiados en otros países, 6,5 millones de desplazados internos (IDP, en la jerga de la ONU y los grupos de ayuda humanitaria). En 2022 había 4 millones de desplazados internos en Afganistán, el 60 % de ellos niños. Había 3,6 millones de desplazados internos en Yemen en 2019, pero pocos refugiados debido a la dificultad de escapar a través de los mares o de Arabia Saudí.

El informe termina con una conclusión tan tibia y breve —un llamamiento a un cambio de políticas por parte de varios gobiernos, incluido el de Estados Unidos— que está claro que la propia autora no cree en ella. Y con razón. La única respuesta racional a estos hechos y cifras devastadores es ponerle fin al imperialismo y a todos sus crímenes que atentan contra la estabilidad de la humanidad.

WSWS.ORG

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