Influencia de las plataformas sociales en procesos políticos de Latinoamérica

POR ROSA MIRIAM ELIZALDE /

Vivimos una ilusión «democratizadora» con la revolución digital, que hizo realidad la utopía que imaginara Bertolt Brecht con la radiodifusión -recordemos su sueño de que cada oyente no solo escuchara, sino que hablara-.

Pero esa posibilidad convive no solo con un proceso de colonización del espacio, el tiempo y las palabras de los ciudadanos, sino de lo que es más importante, de sus mentes y sus imaginarios. La lógica de las armas (es decir, de la intervención violenta o la amenaza de ella mediante sanciones u otros mecanismos dondequiera que el conflicto favorezca a la dominación y los intereses imperialistas), no opera hoy sin las «armas de la lógica», que movilizan formidables instrumentos y recursos, y que ejercen controles absolutistas sobre la información y la formación de opinión pública, los gustos y los deseos, los anhelos y las esperanzas de la población sometida a una existencia de precariedad material y espiritual.

Esas «armas de la lógica» se aplican para legislar y gobernar las subjetividades, para construir una conciencia colectiva que resulte sensible al sistema de dominación. El determinismo económico más grosero, la eliminación de referentes históricos y la perspectiva de futuro –esto es, de la memoria y del proyecto–, la trivialización y la manipulación del trabajo intelectual, están entre los principios fundamentales de esa guerra cultural, que no se produce de manera arbitraria, sino bajo diseños políticos y estructuras organizativas que llevan años construyéndose, como veremos más adelante.

Tecnopolítica, nuevos territorios y geografía de lo social

Cuando se habla de redes sociales en el mundo occidental, se hace referencia a media docena de plataformas digitales por las que circula el 80 % del tráfico de contenido que hay en internet, y que pertenecen a empresas multinacionales cuyo modelo de negocio consiste en ofrecer servicios y productos generalmente gratuitos, o muy baratos, a cambio de una serie de privilegios: la vigilancia (como demostró Edward Snowden), la atención (lo que garantiza que haya gente adicta a la pantalla y funcione el modelo de negocio) y nuestros datos (conocidos como el petróleo del siglo XXI).

Con el 63 por ciento de la población mundial conectada a internet y el 70 por ciento de los habitantes enganchados a los dispositivos móviles, Silicon Valley encontró una aparentemente inagotable mina de oro y la tecnopolítica ha descubierto nuevos territorios y geografías de lo social. Al conectar a bajo costo los intereses de los individuos, estos se han revelado como el santo grial para la acción política, porque pueden ser más relevantes para motivar a la ciudadanía que las condiciones económicas, educativas o sociolaborales. «La explotación ha devenido en autoexplotación», afirma el filósofo coreano Byung-Chul Han [1], conocido como el profeta del Big Data.

El panóptico se modernizó en la forma de las redes sociales, ahora «cada uno es panóptico de sí mismo», dice Han. La antigua biopolítica quedó superada por la «psicopolítica», que se basa en la «creación de perfiles psicológicos de la población a partir del cruzamiento de grandes volúmenes de datos e información recopilada en nubes online, administradas por las empresas y ofrecidas como mercadería a los Estados represivos».

Lo que no se suele comprender es que las plataformas sociales no son un cambio de escala respecto a medios preexistentes -la radio, la televisión, la prensa escrita-, sino estructuras mediáticas capaces de llegar a millones de personas con información personalizada, adaptada como un guante a cada individuo, según sus preferencias y sin que este tenga conciencia de que su vecino o a su hijo recibe otra cosa, debido a la evolución de los sistemas de almacenamiento y procesamiento de datos.

Los últimos meses vienen siendo críticos para la gestión de las grandes plataformas digitales, basadas en el extractivismo de los datos, con pérdidas bursátiles que obedecen a que los ritmos de crecimiento y obtención de ganancias por parte de Alphabet (dueño de Google), de Meta (dueño de Facebook, Instagram, WhatsApp) y de Twitter son menores a los esperados, al tiempo que varios de estos conglomerados protagonizan despidos masivos. Meta ha expulsado a 11 mil trabajadores, el 13% de su plantilla, en tanto que Twitter, poseída por Elon Musk, despidió a la mitad de su planta laboral, y Amazon, ha establecido un récord, 13 mil personas enviadas a la calle.

Pero el poder económico de estas transnacionales sigue siendo abrumador. Las 10 empresas más poderosas y ricas del mundo -seis de ellas en el negocio de las telecomunicaciones- tuvieron en 2022 unos ingresos conjuntos que suman 4,3 billones de dólares, lo que equivale al 4,5 % del Producto Interno Bruto (PIB) mundial. Apple sola concentra al PIB de 43 países africanos (cerca de un billón de dólares).

Varios autores hemos propuesto desde hace algunos años el concepto de colonialismo 2.0 para describir y analizar el modo en que el imperialismo del siglo XXI explota los datos de los casi 8 000 millones de personas que viven en el planeta. Así como el colonialismo posibilitó el proceso de acumulación originaria que financió el surgimiento del capitalismo hace 500 años, en un proceso de expansión territorial y división del trabajo entre metrópolis y colonias de las que se extraían materias primas al mismo tiempo baratas y valiosas, hoy estamos viviendo un nuevo despojo de recursos que está impulsando una nueva fase de estructuración capitalista. Es decir, estamos viviendo un nuevo orden emergente para la apropiación de la vida humana de modo que los datos puedan ser extraídos continuamente de ella para obtener ganancias.

Cinco multinacionales estadounidenses, que no pagan impuestos donde operan y no cumplen la legislación local, actúan como señores feudales que controlan infraestructuras críticas en todo el planeta.  Expertos como Cédric Durand hablan de tecnofeudalismo, un feudalismo propio de los tiempos modernos en el cual unos pocos señores feudales, dueños de tecnología, acaparan las rentas que corresponderían a millones de ciudadanos (los vasallos), se convierten en tecnodictadores, multiplican las desigualdades sociales, el desempleo crónico y millones de pobres suplementarios. Ese puñado de tecno-oligarcas acumulan fortunas jamás igualadas, a partir de un modelo medieval, quizás el más autoritario que se conozca: sabe todo de todos, pero nadie o casi nadie sabe cómo funciona ni lo desafía.

En su libro Tecnofeudalismo: crítica de la economía digital, Cédric Durand afirma que «hay un número muy limitado de individuos capaces de conducir y controlar el proceso de sociabilización de millones de seres humanos para mantener la posición dominante de unas pocas empresas. La centralización de los espacios digitales nos conduce al lado opuesto de toda perspectiva de emancipación»[2]

En un ensayo reciente [3], Evgueni Morozov ha llamado a no olvidar el papel del Estado en la consolidación de la industria tecnológica estadounidense. De otra forma no se entendería por qué el antiguo CEO de Google, Eric Schmidt, dirige hoy el Defense Innovation Board, órgano asesor del Pentágono; ni el nexo de Palantir con la comunidad de inteligencia de Estados Unidos -uno de sus principales dueños, Peter Thiel, está detrás de PayPal, Facebook, Tesla, Uber, AirBnb y SpaceX -; ni se entendería el gran argumento de Zuckerberg para impedir la fragmentación de Facebook: ganarían los chinos y se debilitaría la posición de EE.UU. Y hasta ahora, con ese chantaje, ha logrado mantener su transnacional, a pesar de los mega-escándalos que han sacudido a esta plataforma.

No se puede separar la razón económica de la política en el colonialismo 2.0. Estas compañías estadounidenses son depredadoras en términos de producción, finanzas y medioambiente, pero a la vez constituyen arena común y agentes de poder político que encabezan la disputa por la atención, el tiempo, la interacción y el control de nuestros pueblos. Son el soporte de las poderosísimas «armas de la lógica» que se utilizan en la guerra cognitiva, la nueva forma de intervención militar en las operaciones de la OTAN.

Un estudio publicado por la Alianza Atlántica en noviembre de 2020, reconocía que hay un nuevo ejército en activo, que contempla «el cerebro como campo de batalla del siglo XXI» (Claverie y du Cluzel, 2020). [4] Además de las operaciones de aire, mar, tierra y el ciberespacio, este un nuevo dispositivo bélico se dedica a «resetear» la mente de los individuos, con una tropa integrada por científicos de especialidades de élite como neurólogos, sociólogos, matemáticos, epidemiólogos, expertos en Inteligencia Artificial y otros profesionales.

El Pentágono es la institución que más ha avanzado en este ámbito, según el informe:

Aunque varias naciones han llevado a cabo y actualmente están realizando investigación y desarrollo neurocientíficos con fines militares, quizás los esfuerzos más proactivos en este sentido han sido realizados por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos; con la investigación y el desarrollo más notable y de rápida maduración llevada a cabo por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) y la Actividad de Proyectos de Investigación Avanzada de Inteligencia (IARPA). [5]

François du Cluzel, un ex oficial militar francés que en 2013 ayudó a crear el Centro de Innovación de la OTAN (iHub), con base en Norfolk, Virginia, fue el principal encargado de elaborar este estudio de la Alianza Atlántica. En una vidoconferencia reciente, explicó de qué va la «guerra cognitiva»:

Es crucial entender que se trata de un juego sobre nuestra cognición, sobre la forma en que nuestro cerebro procesa la información y la convierte en conocimiento, en lugar de únicamente un juego sobre información o sobre aspectos psicológicos de nuestro cerebro. No es solo una acción contra lo que pensamos, sino también una acción contra nuestra forma de pensar, la forma en que procesamos la información y la convertimos en conocimiento… En otras palabras, la guerra cognitiva no es una palabra más, otro nombre para la guerra de información. Es una guerra contra nuestro procesador individual, nuestro cerebro. (NAOC, 2021) [6]

Dependencia latinoamericana de las plataformas de EE.UU.

América Latina es la región más dependiente del mundo de las plataformas estadounidenses, y no es obra de la casualidad.

En 2011 el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos aprobó lo que en algunos círculos académicos se conoce como operación de «conectividad efectiva». Fue un plan declarado en un documento público para «expandir» las plataformas sociales de EE.UU. en el continente. El objetivo era promover los intereses norteamericanos en la región, pero teniendo en cuenta las condiciones de cada país, de modo que la capacitación y las inversiones no se produjeran en bloque, sino de manera diferenciada y por tanto «efectiva». El documento dejó claro el interés de Estados Unidos para promover sus plataformas en el continente:

Con más de 50 por ciento de la población del mundo menor de 30 años, los nuevos medios sociales y las tecnologías asociadas, que son tan populares dentro de ese grupo demográfico, seguirán revolucionando las comunicaciones en el futuro. Los medios sociales y los incentivos tecnológicos en América Latina sobre la base de las realidades políticas, económicas y sociales serán cruciales para el éxito de los esfuerzos gubernamentales de Estados Unidos en la región. (USGPO, 2011) [7]

El documento concluyó con recomendaciones específicas para cada país latinoamericano, incluida Cuba -aunque la estrategia para la Isla se mantuvo en secreto-. En todos los casos, «aumenta la conectividad y se reduce al mínimo los riesgos críticos para Estados Unidos. Nuestro gobierno debe ser el líder en la inversión de infraestructura», concluyó.

La «doctrina de la conectividad efectiva» ha sido un éxito, y las evidencias están por todos lados.  En 2022, según el portal de estadísticas internacionales Statista [8], el promedio mundial de penetración de Facebook en la región fue del 39,8%. En América Latina y el Caribe, el 77,8% por ciento de la población utiliza este canal (367,4 millones de usuarios), más de 10 puntos porcentuales que en Europa. Entre los menores de 24 años, la presencia en Facebook es aún mayor: el 81% de los latinoamericanos.

Nuestro continente también encabeza la lista de mayor tiempo en pantalla de los usuarios de las plataformas sociales: 212 minutos diarios. Un estudio conjunto del Instituto de Integración de América Latina y Corporación Latinobarómetro (LB) determinaron que más del 50% de los latinoamericanos que no cuentan con servicios básicos utilizan diariamente redes como Facebook, WhatsApp o YouTube [9].

El último informe del Digital News Report [10] señaló que América Latina es también la región del mundo donde más los ciudadanos se informan por redes sociales, especialmente por Facebook e Instagram. En Argentina, por ejemplo, lo hace el 69 %, mientras que en México el 68 % y en Brasil el 64 %.

Ante este panorama, como prometía la «doctrina de conectividad efectiva», el impacto de las plataformas sociales en la vida política latinoamericana es abrumador. Basta mirar las campañas más recientes. En Colombia, mientras Rodolfo Hernández era conocido como el viejito de TikTok por sus reels delirantes, Gustavo Petro se transformó en cuestión de semanas en uno de los colombianos con más seguidores de su país. En Chile, el plebiscito de salida para una nueva constitución estuvo cargado de acusaciones de fake news sobre lo que decía y no decía la propuesta, a la vez que semana a semana se viralizaban declaraciones y acciones de todo tipo. En Brasil, durante las recientes elecciones presidenciales, el Tribunal Supremo Federal, no sólo ordenó borrar a las redes sociales miles de publicaciones que consideró antidemocráticas, sino que arrestó a cinco empresarios por «promover» desde sus WhatsApp un golpe de Estado. Se ha hecho habitual que mandatarios como Nayib Bukele en El Salvador y Andrés Manuel López Obrador en México, con más de 5 millones y 9,7 millones de seguidores en Twitter, respectivamente, sean acusados de gobernar por las redes sociales, en las que divulgan sus opiniones, acciones y decisiones contantemente.

El analista Daniel Zovatto [11] advierte varias tendencias fundamentales que marcan la política electoral en América Latina desde el 2020. Ambos reconocen el peso que en estos cambios han tenido las plataformas sociales:

  • Destrucción de la confianza en las instituciones: en nuestra región existen dos grandes encuestas sobre este tema: el Barómetro de las Américas (BA) y el Latinobarómetro (LB). En ambas, el apoyo a los gobiernos ha descendido en los últimos años, del 69  % en 2008 al 62  % en 2021 (BA) y del 63  % en 2010 a 49  % en 2020 (LB). Mientras, el 73  % de los encuestados en 2020 afirmaban que «se gobierna para grupos poderosos en su propio beneficio» (LB). La confianza en los partidos políticos ha llegado a su piso más bajo: 13 %.
  • Hiperpolarización tóxica: en el último lustro se observa un debilitamiento de la confianza en la política tradicional, acompañado de una hiperfragmentación que permite que candidatos marginales se destaquen en sus mensajes. La polarización extrema genera además niveles peligrosos de violencia política, verbal o física. En estos contextos hiperpolarizados, los candidatos derrotados tienden a no aceptar los resultados, denunciar fraudes inexistentes y comenzar campañas de ataque y desprestigio a las instituciones electorales y gubernamentales.
  • Trivialización de la política: Se apela al efectismo, a la espectacularidad y a la simplificación de los mensajes. Se divide a la sociedad en campos de batalla: nosotros versus ellos. Ese «ellos» suele ser descrito como una élite, casta o clase social a la cual se asocian todos los males del país (antiestablishment), buscando caricaturizar a los oponentes. Se privilegian las relaciones directas con los seguidores y se desestima el tejido comunitario.
  • Contaminación informativa:Las fake news, las campañas de desinformación y la contaminación informativa están en ascenso. Los mensajes transmitidos vía redes sociales son mayoritariamente negativos -con emociones de ira, miedo y desconfianza-, reproducen la polarización y generan efectos de cámaras de eco (diálogo entre iguales). Esto impide el diálogo político constructivo. Sus efectos sobre los procesos electorales son adversos.
  • Voto de castigo al oficialismo: desde 2019 a 2022 se han celebrado 15 elecciones presidenciales. Salvo en Nicaragua, en todas ellas hubo un voto castigo a los partidos o candidatos del partido gobernante, que fueron derrotados en las urnas.

Efectos de la guerra cognitiva

En Cuba vivimos los efectos de la guerra cognitiva liderada por el gobierno de Estados Unidos, que tuvo el momento más peligroso en el verano de 2021, durante las protestas del 11 y 12 de julio de ese año.

Cuando se abordan públicamente estos acontecimientos poco se habla de la complicidad de las plataformas tecnológicas en las operaciones de influencia extranjera del gobierno de Estados Unidos y en la creación de “biomas del odio” como catalizadores de la violencia en Cuba.

A inicios de la década del 90 del siglo pasado se discutió y aprobó la Ley Torricelli que permitió la conexión de Cuba a Internet, porque los políticos estadounidenses vieron en la «glasnost digital» una oportunidad para destruir la Revolución cubana. El investigador Herbert I. Schiller daba por sentado la existencia de un «Imperio Norteamericano Emergente», que se preparaba para la guerra electrónica: «Es un imperio con un mínimo de substancia moral, pero Hollywood es solo la zona más visible de ese imperio. Existe ya una amplia y activa coalición de intereses gubernamentales, militares y empresariales que abarcan las industrias informáticas, de la información y de medios de comunicación. La percepción del mundo que tienen estos actores es decididamente electrónica»[12]

La mayoría de los fondos públicos y privados para el «cambio de régimen» en Cuba derivaron desde esa década al escenario digital. Salieron de esa industria los proyectos más rocambolescos, desde Radio y TV Martí, pasando, entre muchos otros, por el llamado Twitter cubano, Zunzuneo; la red que intentó instalar clandestinamente el contratista Alan Gross, y la VPN Psiphon, creada por la comunidad de inteligencia de EE.UU. y ofrecida gratuitamente a los cubanos en julio de 2021.

Los dos objetivos principales y no excluyentes para la recolonización de Cuba han sido, por un lado, seducir y subyugar a las audiencias con una narrativa a favor del «sueño» estadounidense, su benevolencia y poder; por el otro, castigar al ciudadano común con un monstruoso régimen de sanciones e intervenir la esfera pública de la Isla para criminalizar por ello al gobierno cubano.

Pero nunca creyeron estar más cerca de lograrlo que con la variante del colonialismo 2.0, cuando la nebulosa cadena de intermediarios -legisladores de ascendencia cubana en Estados Unidos, emigrados, medios de comunicación, diplomacia, centros de investigación, la industria cultural estadounidense y otros- lograron coordinarse a la velocidad de un clic, instalar como sentido común que Cuba estaba a las puertas de un estallido y amplificar ese relato, gracias a las plataformas sociales y a los sistemas de procesamiento de datos, que permiten saber a los estrategas de guerra cognitiva qué está pasando en cada manzana -más del 70 por ciento de los cubanos están conectados a Internet y la plataforma más popular en el país es Facebook.

Alan McLeod documentó el papel que tuvo un grupo privado de Facebook «La Villa del Humor», en la planificación de las protestas que se iniciaron el 11 de julio por la ciudad de San Antonio de los Baños. El periodista del diario digital estadounidense Mint Press News, que se infiltró en este grupo, comprobó personalmente cómo «las noticias y las imágenes de las manifestaciones eran impulsadas por individuos y grupos en los Estados Unidos (…), a un nivel que difícilmente puede concebirse en ese país»[13]

Facebook no solo permitió la exhibición de contenido incendiario, incluido el que propugnaba el odio e incitaba a la violencia, la hostilidad y la discriminación, sino que se convirtió en una cámara de resonancia de contenido antigubernamental en redes utilizadas por usuarios cubanos, pero promovido desde un estado y organizaciones en el extranjero. Sus efectos pudieron conducir a procesos con graves violaciones de los derechos humanos, incluido el genocidio, como los que se vivieron en Myanmar (2018) y Etiopía (2019) debido a los abusos que permitió la plataforma de redes sociales y han sido ampliamente documentados. Twitter fue clave, a su vez, en la propagación de la etiqueta #SOSCuba, que se convirtió de manera artificial en el tema de conversación de mayor alcance internacional sobre Cuba en la historia de Internet.

#SOSCuba tuvo una viralidad totalmente artificial, porque la etiqueta que acompañó y visibilizó las protestas solo fue compartida por el 5% de usuarios geolocalizados en Cuba, entre el 11 y 12 de julio de 2021, como se puede ver en esta gráfica:

La representación de las protestas del 11 de julio en Cuba es un perfecto caso de estudio de cómo las plataformas sociales conducen a la sofisticación de las viejas reglas de la propaganda, basadas en la exageración y la simplificación, la ridiculización del adversario, la mentira, la desinformación, la difusión de bulos y la propagación de teorías conspirativas. La peculiaridad de la situación actual es que los sesgos informativos se pueden inducir y configurar automáticamente para modelar los escenarios políticos en cortos períodos de tiempo.

Colonialismo 2.0

Desde hace unos años hemos abordado estos temas con amigos latinoamericanos, estadounidenses y europeos, en el Coloquio Internacional «Patria», auspiciado por la Unión de Periodistas de Cuba.

En la más reciente edición del Coloquio, se habló de que bajo las reglas que ha impuesto el colonialismo 2.0 es muy difícil construir sociedades verdaderamente democráticas en un mundo digital. Pero la izquierda no debería bajo ningún concepto dejar de considerar que hay múltiples posibilidades de usos de las tecnologías bajo otro signo que no sea la desigualdad, la depredación y la alienación de millones de seres humanos.

Por eso se habló de la urgencia de disputar el poder estadounidense en el escenario digital y de propiciar las alianzas políticas, la formación de capacidades y los espacios que integren la comunicación, la generación de contenidos y servicios, y el desarrollo de las tecnologías soberanas.

Hubo llamados a recuperar proyectos latinoamericanos que impulsó UNASUR -como el cable de fibra óptica para América del Sur o el desarrollo de plataformas propias para repatriar contenidos alojados en servidores estadounidenses-, pero en lo estratégico se deberían desplegar esfuerzos en varios frentes de batalla:

  • Batalla jurídica: pelear por un marco jurídico homogéneo y fiable que minimice el control de los gigantes tecnológicos norteamericanos. Esta disputa hay que darla a todas las escalas: en lo local, lo nacional, lo regional y lo global. Como ocurre hoy con las luchas por los derechos de género, familia o medioambiente, es imprescindible conciliar un cuerpo de principios comunes sobre la regulación del ciberespacio, en particular sobre los derechos a la privacidad, la soberanía y el control de los datos.
  • Batalla comunicacional: armar una agenda comunicacional común, supranacional, que incorpore temas como la formación, la gobernanza de Internet, el copyright, la innovación, la industria cultural, las estéticas contemporáneas en la narrativa política, las brechas de género y etarias, entre otros temas.
  • Batalla de las relaciones: concertar redes políticas, económicas, financieras, tecnológicas que ganen la disputa de sentido frente a la colonización del espacio digital, y recuperar y socializar las buenas prácticas y las acciones de resistencia.
  • Batalla por las herramientas: crear nuestros propios laboratorios para la tecnopolítica y nuestras propias plataformas. Es improbable que un país por sí solo -y mucho menos una organización aislada- pueda encontrar recursos para enfrentar a las cibertropas organizadas por la derecha y por los laboratorios imperiales que se movilizan a la velocidad de un clic en jornadas electorales o en escenarios de crisis, pero un bloque de profesionales, organizaciones, movimientos y gobiernos progresistas tendría mayor capacidad de desarrollar niveles de respuesta. Permitiría más poder de negociación frente a las potencias en Inteligencia Artificial y Big Data y sus empresas, además de desafiar las instancias globales donde se definen las políticas de gobernanza.

Notas

[1] Han, Byung-Chul (2012). La sociedad del cansancio. Bunoes Aires: Editorial Herder. P.17

[2] Durand, C. (2021). Tecnofeudalismo: crítica de la economía digital. La Cebra; Donostia: Kaxilda. pp. 32-33.

[3] Morozov, E. (2022). Critique of Techno-Feudal Reason. New Left Review (Vol. 133-134).  Enero-Junio 2022. Accedido el 26 de marzo de 2023, en https://newleftreview.org/issues/ii133/articles/evgeny-morozov-critique-of-techno-feudal-reason

[4] Claverie, B; du Cluzel, F (2022). “The Cognitive Warfare Concept”. Innovation Hub Sponsored by NATO Allied Command Transformation. Accedido el 23 de marzo de 2023, en https://www.innovationhubact.org/sites/default/files/202202/CW%20article%20Claverie%20du%20Cluzel%20final_0.pdf

[5] Ibidem.

[6] NAOC (2021). Canada – NATO Innovation Challenge Fall 2021: Cognitive Warfare. Videoconferencia. Accedido el 23 de marzo de 2023, en https://www.eventbrite.ca/e/canada-nato-innovation-challenge-fall-2021-cognitive-warfare-tickets-181243302597#

[7] U.S. Government Printing Office (USGPO). Latin American Governments Need to «Friend» Social Media and Technology. A Minority Staff Report Prepared for the Use of the Committee on Foreign Relations United States Senate. One Hundred Twelfth Congress. First Session, October 5, 2011. 13/11/2013 23:12 hs. En: http://www.gpo.gov/fdsys/pkg/CPRT-112SPRT70501/html/CPRT-112SPRT70501.htm

[8] Statista (2022). Porcentaje de población global usuaria de de Facebook a mayo de 2022, por área geográfica. En: https://es.statista.com/estadisticas/634940/facebook-tasa-de-penetracion-global-en-mayo-de–por-region/

[9] Corporación Latinobarómetro (2022). Informe 2021. En: https://www.latinobarometro.org/LATDocs/F00011665-Latinobarometro_Informe_2021.pdf

[10] Neuman, N. et al. (2021). Digital News Report 2021.  Reuters Institute for the Study of Journalism. En: https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/sites/default/files/2021-06/Digital_News_Report_2021_FINAL.pdf

[11] Zovatto, D. (2022) “El superciclo electoral latinoamericano 2021-2024”. Diálogo político.  En: https://dialogopolitico.org/elecciones/el-superciclo-electoral-latinoamericano-2021-2024/

[12] Schiller, H.  (2006). “Augurios de supremacía electrónica global”. CIC Cuadernos de Información y Comunicación 2006, vol. 11, 167-178.

[13] McLeod, A. (2021). “Private Facebook Group That Organized the July Protests in Cuba Plans Bigger Ones Soon”.  Mint Press News, 5 de octubre de 2021. En: https://www.mintpressnews.com/private-facebook-group-organized-july-protests-cuba-plans-bigger-ones-soon/278598/

@rm_elizalde

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