LA ROSA ROJA /
El historiador y cientista social argentino-mexicano Adolfo Gilly falleció este martes 4 de julio en México a la edad de 95 años. Nacido en Buenos Aires en 1928 se naturalizó mexicano en 1982. Poco después de su llegada a Ciudad México fue recluido en la cárcel de Lecumberri por pertenecer a la Cuarta Internacional. Producto de ese injusto encierro es su obra más conocida, La revolución interrumpida.
Desde 1979 se desempeñó como profesor en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Además fue académico e investigador visitante en las Universidades de Chicago, Columbia, Maryland, Stanford, Yale, New York, y por dos veces investigador residente en el National Humanities Center, North Carolina.
Tuvo estrechos nexos académicos con Colombia a través de algunos de sus colegas y amigos, entre ellos el sacerdote Camilo Torres Restrepo y el humanista y catedrático universitario Ricardo Sánchez Ángel.
El pensamiento de Gilly siempre estuvo orientado al socialismo, lo cual lo llevó a militar en partidos de izquierda de México y a ser solidario en los procesos de lucha por la emancipación de los pueblos de América Latina.
Adolfo Atilio Malvagni Gilly realizó sus estudios en Buenos Aires en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, donde se graduó en 1946, y la licenciatura en Procuraduría de Justicia en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en 1948.
Siendo muy joven se afilió a la Federación Gráfica Bonaerense y militó en la Cuarta Internacional en Argentina. En las décadas cuarenta y cincuenta del siglo pasado estudió la economía y la historia de su país y la del resto de los países latinoamericanos. Realizó distintos viajes por el continente, ayudando a fundar o a mantener los periódicos trotskistas locales. Se desempeñó como consejero de Cuauhtémoc Cárdenas durante su administración como jefe de gobierno de la Ciudad de México.
No obstante su partida definitiva, Adolfo Gilly constituye un referente intelectual latinoamericano y un incansable luchador por las causas solidarias y la justicia social.
Deferencia con La Rosa Roja
A través del profesor Ricardo Sánchez Ángel en mayo de 2021, el maestro Gilly tuvo la deferencia con nuestro portal La Rosa Roja de compartirnos una sugerente nota que escribió en homenaje a la memoria del padre Camilo Torres Restrepo.
Al expresar la voz de condolencia a los familiares y allegados del profesor Gilly, reproducimos a continuación el mencionado texto.
Camilo, el precursor de la teología de la liberación
POR ADOLFO GILLY /
En su nota remitente, el profesor Gilly explica que el título de su relato se debe a que Camilo Torres fue el precursor de la “teología de la liberación, que hoy alcanza hasta el papa Francisco”.
“Camilo fue uno de mis amigos y compañeros más queridos, y me atrevo a decir que fue recíproco, como me lo dijo la que era en su equipo su secretaria más cercana, Guitemie Olivieri, cuando años después alcanzó a llegar a visitarme a la cárcel de Lecumberri en México”, expresa el autor.
Puntual y a la vez entrañable, esta semblanza del colombiano Camilo Torres (1929-1966) elaborada por Gilly, honra la figura del sacerdote y luchador de gran energía y sólido pensamiento político y social. En 1966 se unió al Ejército de Liberación Nacional (ELN) y, en su primera incursión, con poco o nulo entrenamiento, fue ultimado por el Ejército colombiano; tenía treinta siete años de edad. Sin embargo, su figura es sin duda emblemática del compromiso con los desposeídos de su país y de una enorme congruencia con su fe cristiana.
Gilly es autor de la clásica historia de la revolución mexicana, La revolución interrumpida (descargar el libro aquí), y otros importantes estudios históricos y políticos. Figura estelar del pensamiento y la acción de Nuestra América, en esta amena crónica relata su encuentro con Camilo Torres Restrepo y las dimensiones de la personalidad de este.
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Camilo Torres Restrepo, el cura colombiano que tomó partido por los pobres de la tierra y se la jugó con ellos hasta el último día de su vida, murió el 15 de febrero de 1966.
Conocí a Camilo en Bogotá en mayo de 1965. Iba yo hacia Montevideo, de regreso de un extenso reportaje al Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre en las montañas de Guatemala, publicado después en Monthly Review, revista de la izquierda socialista y marxista independiente en Nueva York y Buenos Aires. Hice escala en Bogotá. Allí, mensajero de una carta de la editora porteña de la revista dirigida a Camilo Torres Restrepo, decano de la Escuela de Administración Pública en Bogotá, apenas llegado fui a buscar al destinatario. Subí al piso 14 de un edificio donde estaba su despacho, pregunté por el doctor Camilo Torres y, para mi sorpresa de marxista irredento, salió un cura a quien le dije que traía un mensaje para el profesor Camilo Torres. El aparecido me dirigió una mirada divertida y me dijo: “Sí. Camilo Torres soy yo.” Quién sabe cuál haya sido mi rostro de sorpresa, pero Camilo hizo como si nada, sonrió, pasamos a su despacho y comenzamos a conversar.
El diálogo, inesperado para ambos, duró los varios días de mi estancia en Bogotá: con Camilo, con monseñor Germán Guzmán, con Guitemie Olivieri y el equipo de ayudantes de Camilo en la Universidad y también, una tarde, con la madre de Camilo en su casa, dulce señora de quien hasta hoy, más de medio siglo y muchas peripecias después, guardo un recuerdo inolvidable.
Camilo me llevó en su carro a recorrer los barrios ricos de entonces, una especie de Polanco bogotano, de donde provenía su familia y cuyos domicilios me iba señalando; y después los barrios pobres de Bogotá. En largas conversaciones referí a él y a monseñor Germán Guzmán las experiencias de la guerrilla del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre en Guatemala, dirigida por tres militares: el coronel Augusto Vicente Loarca y los tenientes Marco Antonio Yon Sosa y Luis Turcios Lima. El obispo escuchaba y tomaba afanosos apuntes, sólo después entendí por qué.
Meses después, ya en Montevideo, donde conversamos largamente con el director de Marcha, el inolvidable don Carlos Quijano, y con Eduardo Galeano, entonces joven y brillante secretario de redacción de veinticinco años de edad, publiqué un extenso reportaje sobre Camilo Torres. Era febrero de 1966. Para ese entonces Camilo ya se había ido a la montaña y el reportaje se titulaba “Camilo, guerrillero”. Estos son algunos de sus pasajes.
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Conversé en mayo último (1965) con Camilo en Bogotá. Camilo Torres es un hombre joven y tiene aspecto joven. Alto, habla con entusiasmo y también con pasión. Y si en las discusiones es capaz de tal pasión por las ideas, tiende al mismo tiempo a llevarlas a conclusiones prácticas y a medidas organizativas. No es un simple cura popular: tiene una formación política e intelectual, combinada con un interés por saber y entender lo que la gente piensa y siente. Estaba ansioso por conocer las experiencias de las guerrillas guatemaltecas. En su manera de aproximarse a los problemas y a los sentimientos del pueblo hay cierta similitud con la forma de análisis de Franz Fanon, aunque por entonces él no había leído los libros del teórico de la etapa insurreccional de la Revolución argelina. Esto es lo que escribía en esos días el cura colombiano, cuando era un sociólogo, en un estudio sobre la violencia:
Las guerrillas han impuesto la disciplina que los propios campesinos solicitaban; han hecho a la autoridad más democrática; y han otorgado confianza y seguridad a nuestras comunidades rurales. Mencionamos esto al discutir el sentimiento de inferioridad que ha desaparecido de las áreas campesinas donde el fenómeno de la violencia se ha manifestado. A pesar de todo, la violencia ha provocado un proceso social imprevisto para las clases dirigentes. Ha despertado la conciencia campesina; les ha dado solidaridad de grupo, un sentimiento de superioridad y seguridad en la acción que ha abierto posibilidades de progreso social y ha institucionalizado la agresividad, con el resultado de que el campesino colombiano comienza a preferir los intereses del campesinado a aquellos de los partidos tradicionales. Se constituirá, como efecto, un grupo de presión política socioeconómica capaz de producir los cambios estructurales en el sentido menos deseado y supuesto por las clases dirigentes. Podemos decir que “la violencia” ha sido para Colombia el cambio sociocultural más importante en las áreas campesinas desde la época de la conquista española.
Pregunté a Camilo si, en su opinión, toca a los cristianos tomar una decisión definida en estos temas. Me contestó:
–Pues claro. El cristiano, si quiere serlo realmente y no sólo de palabra, debe participar activamente en los cambios sociales. La fe pasiva no basta para acercarse a Dios. Es imprescindible la caridad. Y la caridad significa, concretamente, vivir el sentimiento de la fraternidad humana. Ese sentimiento se manifiesta hoy en los movimientos revolucionarios de los pueblos, en la necesidad de unir a los países débiles y oprimidos para acabar con la explotación. Los cristianos deben tomar partido con los oprimidos, no con los opresores.
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Camilo Torres tenía por entonces treinta y siete años de edad. Hijo de una familia aristocrática de Colombia, hasta mayo de 1965 fue el Decano de la Escuela de Administración Pública. En 1964 había sido separado de una cátedra en la Universidad Nacional de Bogotá por haber apoyado una huelga estudiantil. Profesor de sociología, junto con monseñor Germán Guzmán realizó investigaciones y estudios sobre la situación del campesinado colombiano. Hasta los dieciocho años de edad, cuando ingresó en el seminario, se había criado en las tierras de su familia, cabalgando con los orgullosos vaqueros de los llanos orientales de Colombia.
En la Universidad de Bogotá fue sacudido y arrastrado por los movimientos estudiantiles y fue no sólo un profesor sino también un dirigente para los estudiantes. Su renovado contacto con los campesinos vino después, cuando ya había vivido y participado en las luchas estudiantiles. Seguramente una y otra experiencia se unieron en su conciencia. Y Camilo, que hasta un tiempo antes trataba de explicar a las clases dirigentes que era necesario terminar con la situación de explotación, miseria y opresión del campesinado si querían evitar una violentísima explosión social, terminó por concluir que sólo una revolución que cambiara toda la estructura económica y social del país podía mejorar la situación del campesinado y que esa trasformación sería resistida por esas clases con todos los medios a su alcance. El sociólogo había dejado paso al revolucionario y el dirigente estudiantil se preparaba interiormente para convertirse en líder campesino.
Camilo Torres, para aquel mes de mayo de 1965, ya visitaba regularmente y contribuía a organizar pueblos campesinos en torno a sus necesidades y demandas comunitarias. En abril de 1965, la Curia colombiana decidió que Camilo debía ausentarse para estudiar en Bélgica. De este dilema crucial para su vida me habló en aquel mes de mayo. Si no se iba, lo pasaban al estado laical y debía abandonar la vestimenta sacerdotal, la sotana, me dijo. “¿Pero tú en verdad y en conciencia eres católico?”, le pregunté. “Por supuesto”, respondió. “Yo creo en Cristo y cuando en mi ruego converso con él lo llamo ‘Patrón’, porque es mi jefe, mi patrón.” “¿Y entonces, por qué te importa llevar o no la sotana?” “Mira”, me dijo, “yo creo en Cristo y mi relación con él no tiene que ver con la vestimenta que llevo. Pero para mis gentes, para los campesinos que en mí confían, la sotana es simbólica y es muy importante. Yo debo respetar ese sentimiento. La jerarquía lo sabe y por eso, si no me voy, quieren reducirme al estado laical.” “Pues me parece que no te queda de otra que explicar la situación y el dilema a las comunidades campesinas que te escuchan y confían en ti”.
En mis apuntes de entonces quedó así registrado. Camilo atravesó un conflicto interior: ¿irse, para mantener su posición en la Iglesia y luego regresar, o quedarse y afrontar una ruptura inmediata? Irse podía significar que los estudiantes y campesinos que lo apoyaban lo consideraran un desertor. Quedarse era romper con la Iglesia institucional de la cual se sentía parte integrante. Todo indica que la presión de su propia gente resolvió el conflicto. Camilo rehusó cumplir las órdenes de la Curia y pidió ser reducido al estado laico, sin por ello renunciar al sacerdocio.
A partir de entonces, toda su actividad se concentró en la campaña por el Frente Unido del Pueblo, mítines y sobre todo la publicación del semanario Frente Unido a partir de agosto de 1965, dirigido por el propio Camilo Torres. En su primer número, fechado en Bogotá el 26 de agosto de 1965, publicó un manifiesto titulado “Mensaje a los cristianos”. Allí definió sus creencias, sus ideas, sus compromisos y su vida.
El 15 de febrero de 1966, hace cincuenta y cinco años, moría Camilo en un enfrentamiento militar. Hasta hoy el Ejército colombiano no ha dicho en dónde quedaron sus restos. El día ha de llegar…
Apenas incorporado a la guerrilla y sin instrucción militar, su primera misión asignada fue cruzar la línea de fuego e ir a rescatar un fusil abandonado por el ejército para conquistar su primer arma, según un ritual absurdo de cierta norma guerrillera: un “bautismo de fuego”, por así llamarlo. Camilo se aventuró, solitario, y el ejército lo mató. Debo pensar, también, que fue un alivio para la “jerarquía” de esa guerrilla en la cual la presencia de una figura como Camilo Torres echaba involuntaria sombra sobre sus jefes orgánicos. Fabio Vázquez Castaño se llamaba el comandante que permitió esa aventura. Murió mucho después, como exiliado y refugiado en Cuba.
Un hecho resulta diáfanamente claro: Camilo Torres nunca llegó a ser guerrillero. Lo mataron en su primer empeño. El mito de “Camilo, el cura guerrillero”, todavía hoy en circulación, es una falsa utilización de su figura para fines ajenos a sus ideas, sus luchas y su vida. No me propongo aquí juzgar a quienes lo usan. Nomás preciso que es una mentira.
Para mi inmensa sorpresa, un domingo de agosto o septiembre de 1971, a la crujía N de la Cárcel de Lecumberri, donde estaba preso desde 1966, vino a visitarme Guitemie Olivieri. Me habló largamente de Camilo y de nuestro encuentro de aquellos días en Bogotá. Pero esta es otra historia y no estoy yo ahora para contarla ni ustedes para saberla.
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A la mitad del año 1965, Camilo Torres lanzó en Bogotá el periódico Frente Unido, vocero de una nueva organización, el Frente Unido del Pueblo. Desde un principio, el Frente Unido se declaró ajeno a la participación electoral en el sistema político oligárquico existente en Colombia y anunció su propósito de organizar a los campesinos, los trabajadores y el pueblo pobre y oprimido. En la primera edición, el 26 de agosto de 1965, apareció un “Mensaje a los cristianos”de Camilo Torres, primero de una serie donde fue delineando y explicando sus ideas, sus razones y sus objetivos.
Entre agosto y noviembre de ese año, Frente Unido publicó otros ocho mensajes de Camilo dirigidos a distintos sectores de la nación colombiana: a los comunistas, a los militares, a los sindicalistas, a las mujeres, a los estudiantes, a los desempleados, a los presos políticos y a la oligarquía.
La serie se cerró cuando Camilo Torres decidió sumarse a la lucha guerrillera. En enero de 1966 lanzó una “Proclama al pueblo colombiano” donde explicaba sus razones para incorporarse al Ejército de Liberación Nacional encabezado por Fabio Vázquez Castaño. Un lector atento puede advertir un marcado cambio de estilo entre este documento y los ocho mensajes anteriores. Pero aquí se cierra la serie y más no sabemos.
Camilo Torres Restrepo murió hace cincuenta y cinco años en su primer enfrentamiento armado con el ejército. No estaba preparado, aún no sabía de fusiles ni emboscadas. Tal vez le urgía dar testimonio de su empeño ante sí mismo y ante sus compañeros que no supieron protegerlo. Era el 15 de febrero de 1966. Nacido el 3 de febrero de 1929, apenas había cumplido los treinta y siete años de su edad, que en ese entonces era también la mía.
Su “Mensaje a los cristianos” es tal vez el más revelador y el más sentido de la serie sucesiva. Hablaba a los suyos y, a su manera, a aquel que Camilo llamaba su Patrón. Aquí se reproduce su texto, homenaje y recuerdo.
Mensaje a los cristianos de Camilo Torres
Las convulsiones producidas por los acontecimientos políticos, religiosos y sociales de los últimos tiempos posiblemente han llevado a los cristianos de Colombia a mucha confusión. Es necesario que en este momento decisivo para nuestra historia los cristianos estemos firmes alrededor de las bases esenciales de nuestra
religión.
Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo. “El que ama a su prójimo cumple con su ley”. (San Pablo, Romanos xiii, 8). Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado “la caridad”, no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.
Esos medios no los van a buscar las minorías privilegiadas que tienen el poder, porque generalmente esos medios eficaces obligan a las minorías a sacrificar sus privilegios. Por ejemplo, para lograr que haya más trabajo en Colombia, sería mejor que no se sacaran los capitales en forma de dólares y que más bien se invirtieran en el país en fuentes de trabajo. Pero como el peso colombiano se desvaloriza todos los días, los que tienen el dinero y tienen el poder nunca van a prohibir la exportación del dinero, porque exportándolo se libran de la devaluación.
Es necesario entonces quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente, es lo esencial de una revolución. La Revolución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que “no haya autoridad sino de parte de Dios” (San Pablo, Romanos XXI, 1). Pero Santo Tomás dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.
Cuando hay una autoridad en contra del pueblo, esa autoridad no es legítima y se llama tiranía. Los cristianos podemos y debemos luchar contra la tiranía. El gobierno actual es tiránico porque no lo respalda sino el 20 por ciento de los electores y porque sus decisiones salen de las minorías privilegiadas.
Los defectos temporales de la Iglesia no nos deben escandalizar. La Iglesia es humana. Lo importante es creer también que es divina y que si nosotros los cristianos cumplimos con nuestra obligación de amar al prójimo, estamos fortaleciendo a la Iglesia.
Yo he dejado los privilegios y deberes del clero, pero no he dejado de ser sacerdote. Creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo, en el terreno temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer misa si Dios me lo permite. Creo que así sigo el mandato de Cristo: “Si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (San Mateo V, 23-24).
Después de la Revolución los cristianos tendremos la conciencia de que establecimos un sistema que está orientado por el amor al prójimo.
La lucha es larga, comencemos ya…
Bogotá, 26 agosto 1965.
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