POR CLARA WEISS Y DAVID NORTH /
Entre este martes 11 y miércoles 12 de julio, los líderes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se reúnen en Vilnius, Lituania, a sólo unos cientos de kilómetros del campo de batalla de la guerra en Ucrania, que ya se ha cobrado cientos de miles de vidas.
No faltarán las denuncias de la brutalidad rusa. Sin duda, al gobierno lituano en particular se le agradecerán sus esfuerzos por encabezar la guerra de la OTAN o, como la llaman los obedientes lacayos de los medios de comunicación de Occidente, la lucha por defender la «democracia».
Joe Biden, que acaba de aprobar la entrega de bombas de racimo a Ucrania, una de las armas más brutales y criminales de la guerra moderna, denunciará la inhumanidad de Vladimir Putin. Olaf Scholz, cuyo gobierno está llevando a cabo el mayor rearme desde Hitler y está a punto de estacionar 4.000 soldados alemanes en Lituania, volverá al escenario de algunos de los peores crímenes del imperialismo alemán, escupiendo propaganda de guerra bien preparada.
Se anticipa además que en esta cumbre de la agresiva organización militar transatlántica se autorizará una intensificación de su guerra contra Rusia, la cual irá vinculada a una campaña mediática a favor de la intervención directa para prevenir el colapso militar ucraniano.
Esta campaña ha asumido la forma de una solicitud para que Ucrania sea admitida en la OTAN. Esto ampraría a Ucrania bajo el artículo 5 de la OTAN, que a su vez significaría una obligación según el tratado de que EE.UU. se vaya a la guerra con Rusia.
Historia de destrucción y horror
De lo que no se hablará en el contexto de esta reunión es de la historia de la ciudad en la que se reúnen: Vilna, en lituano Vilnius, antaño conocida como la «Jerusalén de Europa», fue escenario de algunas de las mayores y más bárbaras masacres de la historia de la destrucción de la judería europea dirigida por los nazis. Con el 95 por ciento de su población judía de antes de la guerra, unos 210.000 judíos asesinados, Lituania registró una tasa de mortalidad más alta que casi cualquier otro país de Europa. Los nacionalistas lituanos estuvieron entre los principales autores de aquel crimen histórico.
Al igual que sus homólogos ucranianos, la burguesía lituana combinó históricamente una tradición de amargo anticomunismo con un vil antisemitismo. Tras la ocupación soviética de Lituania en 1940, nacionalistas y generales de extrema derecha huyeron a Alemania, donde fundaron, en colaboración directa con el régimen nazi, el Frente Activista Lituano (LAF).
Casi simultáneamente a los pogromos que lanzaban los nazis y la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) en Ucrania Occidental, el LAF y los ocupantes alemanes iniciaron una orgía de matanzas masivas en Lituania. En menos de tres años, una comunidad de 800 años de antigüedad, que desempeñó un papel central en el desarrollo de la cultura judía y mundial, fue aniquilada casi por completo.
De los aproximadamente 210.000 judíos que vivían en Lituania antes de la invasión nazi del 22 de junio de 1941, 195.000 habían sido asesinados al final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. La inmensa mayoría había muerto a finales de 1941.
La característica más horrible del Holocausto en Lituania fue la participación abierta y desvergonzada de importantes sectores de la población en la caza, tortura y asesinato de judíos. La historiadora Masha Greenbaum ofrece un relato desgarrador de la matanza que asoló el país en los días previos e inmediatamente posteriores a la invasión nazi.
La entrada de los nazis en Lituania, que había sido anexionada por la Unión Soviética en 1940, fue acogida con entusiasmo por las fuerzas nacionalistas, anticomunistas y violentamente antisemitas. Entre sus principales figuras se encontraba el embajador lituano en Berlín, el coronel Kazys Skirpa, que era ampliamente conocido por ser un ferviente admirador de Adolf Hitler. Antes de la invasión alemana, Skirpa dirigía una importante red de fascistas lituanos.
Greenbaum escribe en The Jews of Lithuania: A History of a Remarkable Community (Una historia de una comunidad notable) 1316-1945:
“Estas células de fascistas lituanos, simpatizantes nazis y nacionalistas lituanos eran componentes importantes del LAF, Lietuvos Aktyvistu Frontas (Frente Activista Lituano), el mayor y mejor organizado de los grupos nacionalistas. Pero había muchas otras facciones, como el Lobo de Hierro, el Ejército Lituano de la Libertad, los Halcones y el Frente Lituano de Restauración. Penetraron en las universidades, la función pública, las profesiones, incluso en los institutos. Según fuentes lituanas, el número de miembros de estos grupos clandestinos y unidades antisoviéticas alcanzó los 100.000”.
Tres días antes de la invasión, Skirpa -en contacto permanente con la Gestapo (policía secreta) y la Wehrmacht (ejército) nazis- publicó el folleto No. 37 para su distribución masiva por toda Lituania. Era un llamamiento no disimulado a la destrucción total de los judíos lituanos.
Las atrocidades de la última semana de junio de 1941 no cesaron hasta el final de la guerra. Los judíos fueron las principales víctimas, pero no las únicas. El lugar más notorio de los asesinatos en masa en Lituania fue el bosque de Ponary, en las afueras de Vilnius. Se calcula que entre 1941 y 1944, hasta 100.000 personas, entre ellas unos 70.000 judíos, 20.000 polacos y 8.000 prisioneros de guerra soviéticos, fueron asesinados allí por los Einsatzgruppen de las SS alemanas y sus colaboradores lituanos. La mayoría de los asesinatos fueron llevados a cabo por una unidad de 80 hombres de los Ypatingasis būrys, voluntarios lituanos organizados en las SS. La matanza sólo terminó con el avance del Ejército Rojo soviético.
Después de la guerra, muchos de los peores colaboradores nazis y cómplices de asesinatos en masa continuaron sus vidas ilesos. Kazys Škirpa, fundador de la LAF, trabajó en el Trinity College de Dublín y en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Murió en Washington D.C. el 18 de agosto de 1979 a la edad de 84 años.
Aleksandras Lileikis, jefe de la Policía de Seguridad lituana en Vilnius, uno de los principales organizadores del asesinato de la comunidad judía en esta ciudad, encontró empleo en la CIA y obtuvo permiso para emigrar a Estados Unidos. Se instaló en Massachusetts y adquirió la ciudadanía estadounidense. No fue hasta 1994 cuando las investigaciones sobre sus crímenes, largamente retrasadas, condujeron a su desnaturalización. Regresó a Lituania, que no pudo eludir las demandas para su procesamiento por el cargo de genocidio. Pero Lileikis murió en septiembre de 2000 a la edad de 93 años antes de que se llegara a un veredicto.
Tras la disolución de la Unión Soviética, la nueva burguesía lituana promovió la rehabilitación de sus antepasados colaboradores del nazismo. El gobierno y los principales partidos minimizaron y encubrieron la magnitud de los crímenes cometidos entre 1941 y 1945, al tiempo que emitían ocasionalmente, por razones de conveniencia política, declaraciones pro forma e insensibles de pesar oficial por el exterminio de los judíos lituanos.
La guerra por poderes que se está librando en Ucrania ha sido impulsada y justificada por mentiras. La falsificación de la historia y la rehabilitación de los nazis y sus colaboradores en Ucrania, Polonia, Lituania y Alemania son componentes esenciales de la agenda de la OTAN.
En la reunión de los conspiradores de la OTAN en Vilnius en esta segunda semana de julio está en juego una grotesca lógica histórica. Los líderes del imperialismo mundial actual traman sus nuevos crímenes contra la humanidad bajo las oscuras sombras de los cometidos hace 80 años.
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