POR JUAN J. PAZ Y MIÑO CEPEDA /
En los continuos estudios sobre las nuevas relaciones mundiales entre bloques y países, que se han producido en medio de imparables transformaciones de la economía y la política internacionales del siglo XXI, va quedando en claro que la era de la globalización capitalista hegemonizada por los Estados Unidos tras el derrumbe del socialismo de tipo soviético, se debilita, lo cual no significa que haya caído el poder que mantiene esa potencia. Pero el proceso de construcción de un mundo multipolar, particularmente determinado por el ascenso de China y Rusia, junto con la conformación de bloques con capacidades autónomas como los BRICS, es irreversible. Y en ese contexto se inserta la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que quedó constituida en la Cumbre de 2010.
La CELAC es un espacio de coordinación y convergencia de acciones conjuntas entre los países de la región, con exclusión de los EE.UU. y Canadá. Este solo hecho da cuenta de su importancia y de la ruptura que ocasionó con el americanismo monroísta. La visión latinoamericanista fue posible por las claras posiciones asumidas por los gobernantes del primer ciclo progresista, se debilitó con gobernantes derechistas que les sucedieron (entre los cuales destacó Jair Bolsonaro, de Brasil) y ha sido revitalizada por mandatarios de un nuevo ciclo progresista y particularmente con el retorno de Brasil gracias al presidente Lula da Silva.La reciente cumbre de la CELAC y la Unión Europea (UE), realizada el 17 y 18 de julio (2023), ha puesto de manifiesto, una vez más, que América Latina afianza sus propias políticas internacionales. Ello se refleja en la Declaración final, un documento de 41 puntos, en los que hay señalamientos de carácter general, redactados en el tono diplomático con el que suelen valorarse las relaciones entre América Latina y Europa, la democracia, los derechos y principios sociales universales, el reconocimiento a pueblos y nacionalidades tanto como a la institucionalidad o las esperanzas por una humanidad que logre solucionar sus problemas y límites históricos.
La reciente cumbre de la CELAC y la Unión Europea (UE), realizada el 17 y 18 de julio (2023), ha puesto de manifiesto, una vez más, que América Latina afianza sus propias políticas internacionales. Ello se refleja en la Declaración final, un documento de 41 puntos, en los que hay señalamientos de carácter general, redactados en el tono diplomático con el que suelen valorarse las relaciones entre América Latina y Europa, la democracia, los derechos y principios sociales universales, el reconocimiento a pueblos y nacionalidades tanto como a la institucionalidad o las esperanzas por una humanidad que logre solucionar sus problemas y límites históricos.
Pero hay varios asuntos que merecen ser resaltados. El 10 se refiere a la esclavitud y la trata de esclavos, que incluye la trata transatlántica, como “tragedias atroces” y un “crimen de lesa humanidad”, lo cual constituye una clara alusión al colonialismo europeo. Punto 11: expresa condena al “bloqueo económico, comercial y financiero impuesto contra Cuba” y rechaza la designación de este país como “Estado promotor del terrorismo”, lo cual evidencia una nueva derrota histórica y directa para los EE.UU. Punto 12: se “toma nota” de que es la CELAC la que ha declarado que América Latina y el Caribe son una “Zona de Paz”, sin dejar en claro si Europa participa de un criterio similar. Punto 13: también la UE declara haber “tomado nota” de la “cuestión de la soberanía sobre las Islas Malvinas” y de “la posición histórica de la CELAC, basada en la importancia del diálogo y el respeto del Derecho internacional en la solución pacífica de controversias”, lo cual es un eficaz golpe diplomático a la misma Europa y aún más directo a Inglaterra. Punto 15: frente a las presiones europeas y las que desde el origen del conflicto vienen realizando los EE.UU., no se ha logrado que América Latina se una al Occidente hegemónico para inculpar a Rusia, de manera que la Declaración tuvo que acoger la diplomática frase: “Expresamos nuestra profunda preocupación por la guerra en curso contra Ucrania”. De este modo, los países latinoamericanos han ratificado su clara posición de no inmiscuirse en una guerra ajena y preservar a la región como Zona de Paz. Punto 17: Dice la Declaración: “Destacamos la necesidad de reforzar el sistema multilateral y de promover una gobernanza mundial más eficaz e inclusiva, que respete el Derecho internacional”. Con ello igualmente la región latinoamericana no se ha unido a la ideología de los EE.UU., compartida por Europa, de tratar de imponer un “orden basado en reglas”, que ha sido el concepto forjado para enfrentar especialmente a China, sino que se refuerza la idea del Derecho internacional, que exige respeto a la soberanía de los países, la convivencia pacífica y el reconocimiento de la variedad de sistemas políticos, sin caer en la maniquea división entre el mundo de la “democracia” y el de los “autoritarismos”. Punto 18: se postula un nuevo orden económico-financiero, “que engloba el Pacto de París por los Pueblos y por el Planeta, la Agenda de Acción de Adís Abeba y la Iniciativa de Bridgetown”, lo cual es un golpe al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial. Los puntos 19 hasta el 26 igualmente refuerzan no solo la protección del medio ambiente sino la preservación de los recursos existentes en América Latina y que siguen en la voraz mira de empresas transnacionales y países que las respaldan.
Se añaden compromisos teóricos sobre los avances tecnológicos, la inteligencia artificial, la seguridad ciudadana, la justicia social, el combate a la delincuencia y a la corrupción. Sobre todo, la preocupación por “el continuo deterioro de la seguridad pública y la situación humanitaria en Haití” (punto 38); el “pleno apoyo al proceso de paz en Colombia” (punto 39), que resulta en un cuestionamiento a los guerreristas y extremas derechas de este país, y un respaldo de enorme significación para el presidente Gustavo Petro, quien enfrenta la creciente oposición y reacción de esas fuerzas contrarias a la paz. También el aliento al “diálogo constructivo entre las partes en las negociaciones dirigidas por Venezuela en Ciudad de México” (punto 40), que podía incluir la condena al bloqueo que sufre el país, comparable con el que soporta Cuba, y que la Declaración no lo contiene.
Por todo lo señalado, la Declaración final de la Cumbra CELAC-UE no es tan agridulce como algunos suponen o demasiado tibia, como otros han subrayado. Y esto, a pesar de las voces disonantes como las del presidente de Chile, Gabriel Boric, abogando por la condena a Rusia; o la de Guillermo Lasso de Ecuador, privilegiando la eliminación de la visa Schengen como demanda central, para añadir, días después y una vez retornado al país, la suscripción de un “Memorando de Entendimiento” (MOU) sobre asuntos militares y de seguridad con los EE.UU., totalmente ajenos al espíritu de la CELAC; e incluso la de Nicaragua, negándose a suscribir la Declaración.
De todos modos, lo que queda en evidencia es que no se logró doblegar los principios históricos fundamentales que han caracterizado a las posiciones latinoamericanistas desde el siglo XIX y que solo han crecido con el paso de los siglos y hoy se muestran suficientemente sólidos y con fuerte presencia. De manera que la cumbre ha sido de vital importancia histórica para posicionar a América Latina con su propio peso continental e internacional.
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