POR ALBERTO ARANGUIBEL B.
“El imperialismo no lucha contra las drogas sino que las administra”.
– Hugo Chávez
Como todo en el capitalismo, el ranking de los negocios supuestamente más rentables es casi siempre un soberano embuste.
Los famosos anuarios que dan cuenta de las estadísticas del dinero en cualquiera de sus formas, como los que publica la afamada revista Fortune, por ejemplo, suelen estar orientados a convencer a la opinión pública mundial de una realidad ilusoria y sin sentido, que establece que el capitalismo sería el modelo correcto para asegurar el éxito individual de las personas, pero en el cual los millonarios son siempre los mismos.
Publicaciones como Fortune aseguran que los mejores negocios en el mundo van desde la industria farmacéutica, la inversión especulativa de capitales, las innovación y desarrollo de aplicaciones para internet, las bebidas gaseosas, fabricación de productos para el hogar y para el cuidado e higiene personal, hasta el ensamblaje de vehículos, e incluso la exploración y producción petrolera.
Pero Estados Unidos, la más grande potencia capitalista de todos los tiempos, demuestra hoy por hoy con el sentido que le imprime a la demencial guerra económica que ha decidido desatar contra el propio capitalismo más allá de sus fronteras, que el mejor negocio del mundo no es ninguno de los anteriores, sino uno en el cual el imperio ha venido adquiriendo cada vez una mayor capacidad de control y predominio casi absoluto.
La más poderosa máquina de propaganda que jamás haya conocido la humanidad, está hoy al servicio de la promoción de ese gran negocio que EE.UU. quiere convertir en la perfecta forma de hacer dinero, por encima incluso de las estructuras del sistema financiero sobre el que se asienta el capitalismo.
El consumo de drogas (de todo tipo) se ha instalado en la narrativa cinematográfica norteamericana como un componente esencial de la vida en todo género fílmico. Lo que fue de escandaloso en la década de los 60 y 70 del siglo XX el cigarrillo como objeto de placer y de seducción, lo es ahora la desquiciante presencia de las drogas hasta en las situaciones más inverosímiles de la fílmica hollywoodense, abarcando todos los ámbitos de la sociedad que son meticulosamente recreados en toda clase de películas, en las que no existe jamás ninguna situación placentera que no esté precedida por la ingesta alcohólica profusa y el consumo de drogas indiscriminado. Con especial preeminencia de esta última.
¿Por qué el mismo país que ha establecido la certificación arbitraria de los países según su grado de lucha contra las drogas, promueve de manera tan intensiva el consumo de todo género de estupefacientes a través de su poderoso aparato comunicacional, siendo tan evidente la contradicción entre una cosa y la otra?
¿Por qué Uruguay, Argentina, Canadá, y el propio Estados Unidos, presentan como un civilizatorio avance de sus sociedades la legalización de la marihuana (ya no para uso medicinal, como fue en un momento la excusa, sino para usos netamente recreativos) sin que ninguno de esos países sea susceptible de ser incluido en esas listas de descertificación con las cuales el imperio se erige una vez más en policía del mundo?
Por una sola y muy particular razón; el gigantesco negocio detrás de las drogas.
Tal como lo comentamos en el año 2015, la ilegalización del alcohol en los Estados Unidos entre 1920 y 1933, por ejemplo, fue considerada una de las más grandes violaciones a la libertad que se haya perpetrado en esa nación en toda su historia, pero también (por esa misma razón) uno de los más lucrativos negocios llevados a cabo en tiempos de severa recesión económica.
En ambas prohibiciones, la del alcohol y la de las drogas, la represión a la población estuvo determinada siempre por la necesidad de incrementar el flujo de presos hacia las cárceles privadas (más de un millón por causas del consumo o tráfico de drogas, en su mayoría afrodescendientes pobres), así como de elevar el precio de dichos productos ilícitos en las calles.
De ahí que la saña contra el narcotráfico de la que hace gala hoy Estados Unidos no es sino una fachada para todo un andamiaje económico cuyos capitales son los más redituables que existen hoy en día en el mercado financiero mundial, en virtud de ser capitales libres de pasivos contables, costos financieros y de cargas impositivas. (¿Por qué los imperios sí pueden drogarse? Correo del Orinoco 01/06/2015).
El narcotráfico es un negocio que no entra en la contabilidad de ninguna empresa legalmente establecida, en virtud de lo cual tampoco es legalmente bancarizable. Sus inmensas posibilidades de rentabilidad están determinadas fundamentalmente por dos factores esenciales que aseguran el altísimo nivel de capitalización de ese excepcional negocio para el imperio. En primer lugar; la implacable persecución contra un negocio que es muy estratégicamente presentado como ilícito, lo cual eleva su precio en el mercado de manera exponencial. Y, en segundo término, que el policía que supuestamente lo persigue (léase EE.UU.) es el mismo que capitaliza la ganancia más cuantiosa del descomunal negocio, evitando su ingreso al sistema bancario convencional como producto de una actividad susceptible de obligación tributaria alguna. Con la droga, todo ingreso es ganancia neta y segura. Pero por los caminos verdes… de los dólares.
La acusación de país forajido contra aquellas naciones que no sirvan a los intereses del imperio, es el recurso perfecto para elevar artificialmente el precio del producto en un mercado que es netamente controlado por quien aparece descertificando, toda vez que es quién administra y resguarda los grandes centros de producción mediante sus más de 830 bases militares en el mundo. País que a la vez es, no sólo el que promueve el consumo a través del aparato comunicacional con mayor penetración en el planeta, sino el que recibe los capitales que genera la droga, a través de las miles de opciones para el lavado de dinero que existen en el sistema bancario norteamericano, y que hoy los organismos internacionales como la ONU calculan en cerca de 400 mil millones de dólares al año.
Tal acusación contra los pueblos cumple el doble propósito de atacar y someter a las economías soberanas que no se plieguen a los designios del imperio, paliando así la inminente e inevitable caída del dólar como moneda de referencia en el mercado internacional. Pero a la vez sirve para confundir a la opinión pública, haciéndole creer al mundo que quien acusa es el bueno de la película. La vieja estratagema de “¡Agarren al ladrón!”
Al respecto, decíamos entonces: “Ese cinismo es exactamente el que impuso como norma los Estados Unidos en su accionar contra el narcotráfico desde 1930, cuando creó el Federal Bureau of Narcotics para supuestamente frenar el consumo de marihuana, a la vez que estimulaba la producción y el tráfico de estupefacientes en el mundo entero por razones de naturaleza estrictamente geopolítica y financiera. O lo que pretendió Richard Nixon cuando desaprobaba el informe de la Comisión Shafer en 1972 (que recomendaba legalizar el consumo y venta de marihuana en el país) mientras que en el sur del Asia los soldados norteamericanos se erigían en los más grandes narcotraficantes de su tiempo”.
El revelador artículo de Peter Dale Scott, “El opio, la CIA y la administración Karzai”, publicado en la Red Voltaire en 2010, da cuenta de las implicaciones de la CIA a través del tiempo en el surgimiento y desarrollo de los más grandes mercados de narcóticos hoy en día en el mundo. En dicho artículo el autor refiere con total exactitud cómo los cultivos de precursores de drogas se incrementan en aquellos países donde hace presencia militar los Estados Unidos, como Afganistán, Colombia, Paquistán y México. (Art. Cit.).
Las drogas estupefacientes, que con toda razón Barack Obama considera infinitamente menos dañinas que el alcohol, no son sino una trampa multiforme instalada hoy sobre las sociedades del mundo entero por un imperio inmoral e insaciable, cuyos linderos éticos son diametralmente opuestos al tamaño de su codicia y a su sed de acumulación de riqueza sin importar el hambre o el padecimiento de los pueblos. Una lujuria sicotrópica que combina la naturaleza salvaje del capitalismo con la abyecta idea de la dominación y el sometimiento de los miles de millones de seres humanos que se niegan y se negarán por los siglos de los siglos a rendirse a su repugnante e ilegítimo mandato.
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