POR BLANCHE PETRICH /
Para el presidente electo de Guatemala, Bernardo Arévalo de León, del progresista Movimiento Semilla, en el momento crítico que vive su país, con profundos problemas de corrupción institucional y una enorme desigualdad, “lo más revolucionario es recuperar la democracia”.
Y lo hace —sostiene en una entrevista con La Jornada de México— consciente de que “la lucha contra la corrupción es lo más urgente. Pero lo más importante es la lucha por el desarrollo. Lo que sucede es que solucionar las grandes brechas de salud, educación, desnutrición que existen en el país, no será posible hasta que haya una recuperación de las instituciones políticas”.
Es realista. Admite que en los cuatro años de gestión presidencial apenas se podrán sentar los cimientos para ese cambio. “En cuatro años no se resuelven 400 años de marginación y 30 años de asalto a las instituciones públicas, pero se pueden sentar las bases alrededor”.
Elude las definiciones tradicionales de la política: izquierda o derecha, conservadores o progresistas. “Nuestro partido, Movimiento Semilla, es un partido progresista. Pero el reto de ahora es el recate de las instituciones y recreación de los grandes consensos”.
A raíz que se perfiló este diplomático y académico de corte socialdemócrata como relevo del actual presidente, el cuestionado ultraconservador Alejandro Giammattei, Guatemala volvió a atraer la atención del mundo. Sobre la forma como su país se insertará en el contexto latinoamericano, que se mueve constantemente entre el progresismo y el retroceso, Arévalo reconoce que hay un movimiento pendular en América Latina “porque los consensos básicos se han diluido, hay una polarización marcada y la democracia representativa ya no es suficiente. Hace falta un proceso de democracia participativa”.
“Seguimos arrastrando los problemas del siglo XX”
Quince días antes de las elecciones, en una gira de campaña por Escuintla, el sur del país, su comitiva pasó por Texisco, tierra natal de su padre, e hizo una parada en el cementerio. El candidato se detuvo frente a la tumba del presidente Juan José Arévalo (1945-1951) durante unos quince minutos, concentrado, tocando la lápida con ambas manos.
En su cierre de campaña dijo ante la multitud: “Yo no soy mi padre”, aunque precisó que sus ideales y valores lo inspiran.
— Dos momentos, un mismo apellido. En los años cuarenta del siglo pasado la “primavera democrática”, la Revolución de Octubre. Y ahora usted está en el umbral de ocupar la presidencia ¿Cómo ve estos dos momentos?
—Con todas las diferencias. Guatemala estaba por salir del siglo XIX cuando llega la Revolución de Octubre. De hecho el siglo XX en Guatemala nace en 1944 (cuando es electo Juan José Arévalo) y en los 10 años siguientes. Era otro mundo. Una sociedad totalmente diferente. Hoy es un país y un pueblo distintos. Pero seguimos arrastrando los problemas del siglo XX cuando tendríamos que estar ya en el siglo XXI. Hay un eco alrededor de ese momento.
Seguimos sin resolver el problema de la construcción de una democracia sólida y que garantice el bienestar de la población, que era la visión que se tenía en ese momento. Hoy los retos son diferentes.
Alguien me preguntó porque no vamos a hacer una reforma agraria. Porque la reforma agraria era una solución para un país que estaba saliendo del siglo antepasado. Hoy eso no tiene sentido. La problemática es otra y las soluciones también.
—¿Aunque sigue el problema de la concentración de tierras en pocas manos?
—Es una condición pero este ya no es un país agrícola. La solución tiene que ser más amplia. Por supuesto que vamos a entregar tierras a población que no la tiene y la quiere. Pero lo vamos a hacer a través de los mecanismos que están establecidos en los Acuerdos de Paz (firmados en 1996). Lo que pasa es que esos acuerdos fueron secuestrados y corrompidos por estas élites, pero que si plantea los mecanismos como lograrlo.
—A diferencia de la semana pasada, el camino para que usted asuma la Presidencia el 14 de enero se ve más despejado ¿Cierto?
—No cantemos victoria, no sabemos que es lo que puede pasar todavía, pero la contundencia del voto hace que las condiciones para cualquier intento de una persecución política ilegal se vuelva mucho más complicada. Y no sólo por la magnitud del voto sino del entusiasmo popular que se vio en las calles, la forma en como todo el mundo salió a reconocer el resultado.
La lucha contra la corrupción sistémica
—En la campaña fue central la bandera anticorrupción. ¿Cómo se va a proceder?
—La lucha contra la corrupción es una tarea que tiene que responder a la naturaleza sistémica que tiene la cooptación del Estado y la penetración de la corrupción en la sociedad y se extiende más allá del Estado. El alcance de la cooptación corrupta del Estado en Guatemala hoy es tal que es imposible terminar con él en cuatro años. Pero podemos empezar a asentar ciertos cimientos firmes y fuertes alrededor de esto.
La corrupción tiene una dimensión legislativa, una dimensión que incluye temas del ejecutivo y hasta cuestiones de cultura pública. Uno de los principales problemas es la medida en que la sociedad ha naturalizado la corrupción. Y muchas veces inclusive participa porque esa naturalización es lo que lo permite.
Es una lucha que la daremos desde el ejecutivo y con voluntad política, que es lo que ha faltado en los últimos 30 años. Muchas veces el sentido básico de la participación electoral de los políticos era llegar al poder para ejercer la corrupción, no para gobernar.
El sistema de corrupción de hoy está articulado fundamentalmente alrededor de los negocios ilícitos que se tejen con el presupuesto de obras públicas del Estado. El chorro de ese presupuesto lo tiene el ejecutivo. Y nosotros vamos a cerrar ese chorro y vamos a quitar el aceite a los engranajes de la corrupción. Sin ese aceite, los engranajes se van a empezar a atrofiar.
—Otro brazo de la corrupción está en el poder judicial. ¿Qué se va hacer con la fiscal general Consuelo Porras y con el fiscal Rafael Curruchiche?
—Es muy claro que el fiscal Curruchiche y el juez Fredy Orellana no son los operadores, son los peones que cumplen órdenes en un tablero de ajedrez donde hay figuras mucho mayores, y muchas de esas figuras mayores están dentro del ejecutivo. Eso va a desaparecer.
Uno de los factores que han facilitado ese proceso de persecución política es resultado de instrucciones que llegan desde otro lado. El ejecutivo ya no va a estar en manos de ese grupo político criminal.
Las heridas abiertas de la guerra
—Treinta años después de que terminó formalmente la guerra todavía hay miles de víctimas que esperan respuestas, justicia y reparación. No se han cerrado las heridas. ¿Su gobierno tiene propuestas para ellos y en los temas de memoria?
—Estamos dispuestos a sentarnos con todo el pueblo de Guatemala. No hay ninguna reserva para dialogar con estos grupos que tienen planteamientos muy particulares alrededor de la violación sistemática de sus derechos durante el enfrentamiento y para abordar elementos de la memoria que son importantes para los procesos de convergencia y convivencia.
El proceso de salida de un enfrentamiento con estos niveles de abuso sistémico y crímenes de lesa humanidad requiere mucho tiempo y se logra avanzar en la medida en que el resto de la sociedad vaya avanzando.
—En materia de justicia transicional ¿su gobierno tiene una propuesta concreta para terminar de cerrar las heridas que siguen abiertas?
—A estas alturas lo que necesitamos es garantizar las condiciones de coexistencia pacífica, sin miedo, de todas las comunidades y al mismo tiempo garantizar el derecho al desarrollo, que es al final la razón por la cual se ha venido realizando todo esto. Lo que tenemos que hacer es solucionar el abandono y la marginación de estos grandes sectores de la población.
—¿En su política de combate a la pobreza, qué políticas pueden funcionar con una brecha de desigualdad tan grande?
—La lucha contra la corrupción es lo más urgente. Pero lo más importante es la lucha por el desarrollo. Lo que sucede es que solucionar las grandes brechas de salud, educación, desnutrición que existen en el país, no será posible hasta que haya una recuperación de las instituciones políticas.
Nuestro plan de gobierno tiene identificadas metas concretas para atender estas brechas teniendo claro que en cuatro años no se resuelven 400 años de marginación, 30 años de asalto a las instituciones públicas, pero se pueden sentar las bases alrededor.
Tenemos que empezar a apoyar a aquellas zonas más olvidadas del país, orientando la inversión pública con planes muy concretos para hacer inversiones en infraestructura, salud, educación, apoyo a productores, en las zonas más abandonadas del país ligadas a un proceso de inversión de carreteras.
—Con su victoria electoral Guatemala esta nuevamente en el foco de la atención internacional con muchas expectativas, en particular en América Latina, con este péndulo que va de un lado a otro, con gobiernos progresistas, hay retrocesos, inestabilidad y hasta golpes de Estado.
—Va más allá de lo regional. En el mundo hay democracias inclusive consolidadas con problemas no atendidos que obligan a reflexionar sobre cómo apuntalar la democracia para que siga siendo fiel a sus objetivos y principios.
Y sí, hay un movimiento pendular en América Latina, que implica la necesidad de reconstruir ciertos consensos sociales básicos que se han diluido. Hay una polarización marcada por una muy rápida insatisfacción.
Nosotros somos democracias representativas pero eso ya no alcanza para resolver los problemas de debilidad del Estado. La debemos complementar con una democracia participativa, para que las poblaciones participen en la toma de decisiones. Hay que balancear un sistema de partidos que nunca logra intermediar efectivamente.
Lo primero, recuperar la institucionalidad
—¿Cómo se inscribe esta idea de democracia participativa en los conceptos tradicionales de derecha, izquierda, conservadores, reformistas?
—En este momento el país lo que necesita es recuperar la institucionalidad. Y después si, rayar la cancha donde vamos a discutir ideológicamente. La estrategia que se ha seguido en Guatemala para distraer a la población son estas discusiones entre izquierda y derecha en las que la población no está involucrada.
Los objetivos reales son la lucha contra el hambre, por la salud, la educación. Y el compromiso con la democracia y contra la corrupción.
Semilla es un partido progresista pero entendemos que el reto de ahora es el recate de las instituciones y recreación de los grandes consensos. En este momento lo más revolucionario es recuperar la democracia.
La Jornada, México.
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