POR ARMANDO PALAU ALDANA
Una pesada carga en nuestra historia cumple dos siglos de vigencia y de vergüenza el 2 de enero de 2024, contados desde el decreto que dictó Bolívar en Lima ordenando: “Todo funcionario público, a quien se le convenciere en juicio sumario de haber malversado o tomado para sí de los fondos públicos de diez pesos arriba, queda sujeto a la pena capital” y “Los jueces a quienes, según la ley, compete este juicio, que en su caso no procedieren conforme a este decreto, serán condenados a la misma pena”.
Al finalizar de la segunda década del siglo XIX salíamos de la Patria Boba, una bobería en la que discurrió la difusa discusión entre el federalismo y el centralismo (dicen los historiadores), cerrada con broche de oro con la Batalla del puente de Boyacá y preámbulo a la Gran Colombia, consolidada en la campaña independentista que lideró el Libertador por la cordillera andina, sin lograr la liberación del rezago de malversación y asalto a los fondos del erario, un botín que se disputa en cada jornada electoral.
Varias décadas después de ese contexto histórico, la federalización que consolidó la primera República Liberal con los ilustres radicales, demostró que los mayores avances de Colombia se lograron precisamente en la segunda mitad del siglo XIX, hasta cuando de la mano del clero católico retrocedimos a la consolidación de los terratenientes gamonales escapulario en mano, para cimentar un centralismo que gobierna en medio de una relativa autonomía de las regiones, en donde se eligen a los ladrones de turno. ¡Cómo no!
La inveterada historia de la corrupción se corrobora con lugares comunes, apertura de sedes prelectorales, tanto en los partidos tradicionales como en los alternativos, curiosamente en esta ocasión, los ‘candidotes’ que se tornan cándidos en estos tiempos, le rinden culto en las vallas al padrinaje con figuras que aparecen detrás como jefes y financiadores de las nuevas bandolas que se elegirán en un par de meses. Claro está, toda regla tiene su excepción, seguramente encontraremos un honesto puñado como una aguja en un pajar.
No se trata únicamente de los elegidos, esto también tiene que ver con las y los electores, que tienen claro que en tiempos de desempleo el mayor empleador es el Estado, por tanto, en la segunda línea de réditos del botín juegan intermediarios con capacidad de convocatoria como recolectores de votos. Eso ocurre en la derecha y en el centro, porque la izquierda es una ficción ‘macartizada’ por las equivocaciones de la guerrilla. Todos juran sin sonrojarse haber luchado contra la corrupción, una inocultable farsa.
Uno que otro, le da una pincelada de discurso ambiental a la farsa de su campaña, pero son consumistas compulsivos, no tiene uno sino dos automóviles y varios celulares, aunque sólo uno le contestan a sus jefes y aliados, porque la comunicación entre los cuarenta ladrones de Alí Babá es fluida, mientras que los ingenuos electores se quedan esperando que les contesten la llamada después de elecciones, por esos quienes se dicen pragmáticos piden el pago de su sufragio “plata en mano culo en tierra”.
Por los lados de la coyuntura política de este gobierno de transición, una errática suma de egos, es probable que la gelatinosa masa de opinión muerda el anzuelo de las listas cerradas sin interesarles quienes las componen y encabezan y aumente los guarismos de ese pacto que solo cuenta con una quinta parte del electorado en el recinto del vox populi, pues ciertamente se necesita respaldo en las bases para ejercer la escuálida soberanía popular ahora que las reformas a la salud y la laboral se pelean su avance.
En todo esto, la mayor parte del dinero a quien Giovanni Papini llamara el estiércol del diablo, sigue en manos del confeso ladrón mayor. La banca obtuvo un poco más de 14 billones de ganancias el año pasado, aunque el botín no se mueve en estas arcas. Para la muestra otro botón, el Alcalde de Cali sigue fresco como una lechuga, no obstante tener sus cuentas bancarias embargadas por orden de la Contraloría General y se dio el lujo de gastarse un dineral del erario para garantizar pan y circo de lujo para el pueblo en el Petronio.
En fin, la triste tragedia continua y se consolida como el tango Las cuarenta (1937) que compuso Francisco Gorrindo y musicalizó Roberto Grela: “Aprendí todo lo malo, aprendí todo lo bueno,/sé del beso que se compra, sé del beso que se da;/del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga,/y sé que con mucha plata uno vale mucho más./ La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron;/cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar;/la experiencia fue mi amante; el desengaño, mi amigo…/Toda carta tiene contra y toda contra se da!”.
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