La catástrofe que nos amenaza

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

“Los periódicos, no son más que ´lupanares del pensamiento´, un infierno de iniquidades, de mentiras, de traiciones. Allí mandan… las realidades del oficio, las fangosas necesidades de una interminable serie de bajezas, claudicaciones y chanchullos… “Un hombre puro en el periodismo, es tan raro como las fortunas honradas en el mundo financiero… Todos caen en el abismo de la desgracia, en el fango del periódico, en las ciénagas de la edición”.

– Honorato de Balzac

“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

– Umberto Eco

Podemos afirmar que hoy el periodismo en Colombia está prácticamente arrinconado por malas prácticas, arrastrado por la fatuidad, la frivolidad y la estulticia que impera en las distintas empresas de la comunicación y en las llamadas redes sociales.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española aún define el término oligofrenia como “deficiencia mental” y se refiere a la supuesta, o real, discapacidad psicológica de algunos individuos debido, supuestamente, a variadas causas que desde la infancia atrofiaron su desarrollo intelectual. Esta palabra, a pesar de encontrarse en desuso y considerarse peyorativa, como las semejantes o sinónimas de “idiota”, “torpe”, “imbécil”, “tonto”, “necio”, “estúpido”, “tarado”, “corto”, “morón”, “retrasado”, “desequilibrado”, “subnormal”, “anormal” y otras que, en todo caso, han servido para enriquecer el, de por sí amplio, vocabulario de los insultos y las insolencias.

El término de “idiota” o “idiotez” fue originalmente empleado en la antigua cultura grecolatina para designar a aquellos individuos incapaces de ocuparse de los asuntos públicos por ignorancia o por no pertenecer a las castas, dinastías y elites consideradas “cultas”. Luego, en la Edad Media, bajo la dictadura espiritual ejercida por la Iglesia, el término sirvió para designar a los iletrados y desconocedores de las llamadas “Sagradas Escrituras”.

La Edad Media fue rigurosa en la creación de múltiples jerarquías y clasificaciones sociales sostenidas, aparentemente, en el nivel intelectual y cultural de las personas. Las sociedades feudales fueron prolíficas en las clasificaciones y estructuras sociales basadas en esas jerarquías impuestas, que mentirosamente decían expresar la bondad, la moral y la “inteligencia” de los sujetos.

La mentalidad burguesa habría de constituirse sobre esos mismos falsos principios y tradiciones “intelectuales” y, aunque inicialmente la naciente burguesía promoviese el laicismo y la profanidad, luego retomaría las diversas formas de las mitologías religiosas y su metafísica, hasta restituir el concepto de genio e inteligencia, como una especie de gracia divina otorgada en exclusividad a los representantes y a los defensores de su clase social y sus proyectos.

Hilando delgado, se fue tejiendo toda esa urdimbre ideológica que serviría para explicar “científicamente” su advenimiento al poder y justificar las diferencias socioeconómicas, políticas y culturales, y así, dar una fingida garantía de continuidad al “orden” establecido. Bajo la presión de las clases dirigentes, de esa naciente burguesía, se nos fue llevando hasta la consideración de establecer la condición socioeconómica de las personas, a partir de un hipotético “coeficiente intelectual”, que definiría su estatus y la conformación de los entramados económicos, políticos y sociales, basándose en ese embuste pseudocientífico. Como claramente lo señalara Hans Magnus Enzensberger en su libro En el laberinto de la inteligencia. Una guía para idiotas’, nos han conducido a querer fortalecer orgullosamente la distinción, no solo frente a los demás animales, sino, peor aún, a la fijación de absurdas jerarquías de “inteligencia” entre los seres humanos. Jerarquías que se corresponden con las establecidas por los patrones culturales eurocéntricos, elaborados bajo las diversas convicciones político-religiosas, colonialistas, racistas y clasistas que han impuesto su hegemonía y dominio en diversas regiones y momentos y que lograron una mayor fundamentación teorética gracias a la intervención de aparatos ideológicos puestos a su servicio y, muy especialmente, a partir de la introducción de la escuela, como mecanismo central para el logro de la obediencia y la subalternidad.

Mediante ese sistemático empleo de la jerarquización social, se ha logrado no sólo la subalternidad y la obediencia de las masas, sino el condicionamiento temprano de los sectores populares, que terminaron por aceptar su infundada condición de inferioridad intelectual y moral, mientras, paradójicamente, se consideran libres, autónomos y sapientes, acatando como inmodificables las estructuras económicas y sociales establecidas y respetando la supuesta superioridad y preeminencia de unos fantoches “actores culturales” e intelectuales que el sistema les impone.

Ya en el El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx advertía de qué manera se busca suplantar a los sectores populares y su inteligencia política y organizacional, por unos grupos de aventureros, vástagos degenerados de la burguesía, alcahuetes, petimetres, figurines, saltimbanquis y escritorzuelos. En resumen, toda una caterva difusa e informe de mediocres, anhelantes de reconocimiento social, pero carente de posibilidades reales, que son fácilmente manipulables por los grupos hegemónicos. Con toda esta masa lumpenesca y errante, buscaba el engreído idiota sobrino de Napoleón, crear una supuesta “sociedad de beneficencia” con que pretendió suplantar a los sectores de trabajadores y su condición intelectual y ética.

En ese rango “intelectual” y moral se encuentran hoy los llamados “periodistas”: la labor de estos “intelectuales”, consiste en manejar como recadistas, razoneros o mensajeros, unos elementales saberes, vaguedades conceptuales e información banal. Se trata de personajillos mediáticamente encumbrados en esta supuesta “sociedad del conocimiento”, que se publicita desde las empresas de la información y la manipulación como una clara actividad “intelectual” desarrollada por escritorzuelos comprometidos con una forma particular de comunicación social y de literatura, que les permite, con pose arrogante, astutamente, discutir, reclamar y hasta exigir, desde organismos como la llamada en Colombia Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) o la tan poderosa como inútil Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), por la “libertad de expresión y de opinión”, cuando en realidad defienden es los intereses de los propietarios de los grandes periódicos y agencias informativas, es decir, de los empresarios de las multinacionales de la “información” quienes, en última instancia son quienes definen el curso de la información, de las noticias y hasta de la “opinión” de todos estos plumíferos y cagatintas, a sueldo de sus nóminas y conforme sus propios intereses empresariales. De esta manera se vive a diario no solo una falsación informativa en contra de la verdad y se humilla la inteligencia, tanto de los trabajadores de la información, como la de los seguidores de estos medios, sometiéndolos a los simples intereses politiqueros de estas corporaciones y empresas, “cada vez más mediocres, corruptas y mafiosas”.

Podemos afirmar que hoy el periodismo en Colombia está prácticamente arrinconado por esas malas prácticas, arrastrado por la fatuidad, la frivolidad y la estulticia que impera en las distintas empresas de la comunicación y en las llamadas redes sociales. Hay que reiterar sobre esa condición servil que, de manera casi generalizada, se ha impuesto sobre la falsa “intelectualidad” de un periodismo vinculado servilmente a los “astutos” quehaceres políticos, pseudo-académicos, publicistas y faranduleros, cabalgan unas falsas dinastías que, históricamente, han hecho de la simulación, del rastacuerismo y del trepadorismo los elementos centrales de sus inconsistentes “convicciones ideológicas”, de sus pasajeros activismos sociales, deportivos, políticos, culturales; de sus acomodaticias actividades “periodísticas”.

Estos figurones “periodistas”, proclamando la mediocridad y el respeto por la “autoridad” que ellos dicen representar, se han convertido en promotores de las imbecilidades de moda, de la vulgaridad y de la medianía, capturando la atención de enormes hordas de idiotas consumistas, en estas sociedades del espectáculo y la infocracia.

Esa ampulosa actividad, esa saturación mediática que se suele denominar “periodismo”, ya fue señalada por George Orwell en su distopía “1984” como un mecanismo poderoso para lograr el control social, por parte del Gran Hermano que vigila y castiga. A esa estructura de vigilancia y control, así como de propaganda del sistema disfrazada de información, que busca el lavado de cerebros y la uniformidad de opiniones, la denominó Orwell el “doblepensar”, fundamento acomodaticio y cínico del quehacer cotidiano de estos domésticos oligofrénicos que fungen como “periodistas” de manera dinástica y hereditaria. Promotores de ese doblepensar, manejado con criterios dinásticos y familiares con sus nombres y apellidos –como Daniel Samper, padre e hijo, Carlos Antonio Vélez y su arrogante hijo Luis Carlos, Vicky Dávila y su familia Gnecco, los herederos de los Lleras, de los Turbay y muchos otros– siguen ahí haciendo daño como teóricos del embrutecimiento generalizado.

En su libro Reflexiones antediluvianas, de 1997, Karel Kosik nos advierte que el carácter preventivo de sus reflexiones es ponernos sobre aviso acerca del poder que la idiotez y la corrupción han alcanzado, que son algo así como los elementos centrales explicatorios de la catástrofe que nos amenaza. Dice Kosik que el diluvio a que se refiere es el de la desmesurada voracidad que caracteriza al hombre contemporáneo que, compelido por una patológica avidez de banalidades, naderías y superficialidades que lo asfixian, lo destruyen, absorbiéndolo por completo y privándolo de humanidad…

La cultura no sólo está seriamente amenazada, por estos oligofrénicos, sino que ya se ve sustituida por la mediocridad farandulera y eventista –y por la eficacia de unas sociedades del espectáculo que han logrado, precisamente, atrapar e idiotizar a las inmensas mayorías–, mientras, lamentablemente, los espíritus críticos de antaño, sometidos al aislamiento y a la marginalidad, simplemente observan, con escepticismo y aflicción, la decadencia generalizada. Se pregunta, entonces, Kosik, si tiene sentido persistir en defender la democracia, si aún puede la democracia ser digna o está condenada a la mediocridad, a la grosería y a esa falta de estilo –e idiotez– de quienes la usufructúan, asumiendo, con repugnancia, que el “pueblo” y la llamada “democracia” son esas amorfas masas de fanáticos hinchas de un equipo o los fans manipulados por los advertidos negociantes de la farándula.

Para intentar superar esa catástrofe que nos amenaza, es indispensable tratar de superar esta sociedad del espectáculo y de la infocracia, establecida en torno a la alabanza a todos estos ídolos y héroes faranduleros, apoyando un serio proyecto de cambio y de reconstrucción política y cultural, que nos permita zafarnos, hacer de lado todos estos payasos, bufones, actorzuelos y showman que vienen liderando y dirigiendo estas decadentes y deplorables sistemas de información y de opinión de manera oligofrénica y hereditaria.

Semanario Caja de Herramientas, Bogotá.

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