Los embates de la utopía autoritaria

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

“Al fascismo le resulta imposible ganarse a las masas mediante argumentos racionales, su propaganda se tiene que desviar del pensamiento discursivo, se debe orientar psicológicamente, y tiene que movilizar procesos regresivos, irracionales e inconscientes. Esta tarea la facilita la estructura mental de todos los estratos de la sociedad que sufren frustraciones absurdas y por ello desarrollan una mentalidad atrofiada e irracional…”.

–  Theodor W. Adorno.

El autoritario no conoce un sentimiento de verdadera autonomía. Vive en función del poder constituido y consolidado, percibe ya la realidad dentro de un esquema rígidamente jerárquico y si se somete a la voluntad de los poderosos y los representa es para dominar a su vez, para oprimir a los inferiores, a los débiles y desvalidos.

Se trata de un intento de explicación referido a la formación de los caracteres autoritarios que buscan, prepotentemente mostrar su supuesta condición de “superioridad” por ser funcionarios, empresarios ricos y poderosos, o por llevar chapas, emblemas e insignias, característicos de su rol castrense, con los que, ostentosamente, buscan humillar a los ciudadanos, y en particular a los sectores populares, y del accionar de unos sujetos sometidos que están orgullosos de su servidumbre voluntaria. Los primeros pretenden, bajo amenazas, advertencias e intimidaciones, generar “respeto” y miedo, gracias a las imposiciones propagandísticas y mediáticas, al envilecimiento del idioma y a otros mecanismos arteros, imponer, de nuevo, esas formas de gobierno regresivas, godas, autoritarias, totalitarias, que ellos siempre añoran, y los otros, representantes de los sectores populares, que constantemente son humillados y subordinados, pero que parecieran ser felices soportando esas humillaciones y maltratos.

Acerca del carácter autoritario y los orígenes del fascismo

No es equivocado utilizar el concepto de “fascistas” para referirnos a estos personajes que con profundo desagrado cada día se develan en Colombia. El fascismo no sólo hace referencia a los aspectos sociológicos, políticos, culturales y administrativos que se basan en la represión y el miedo, sino a esa manera de pensar y de actuar de muchos sujetos que han sido despojados de su independencia intelectual y de toda capacidad de juicio autónomo, mediante el aparataje articulado de recursos, tanto informativos, publicitarios y propagandísticos, como subliminales, psicológicos y pedagógicos, regularmente impuestos desde la infancia, que logran crear ataduras conscientes e inconscientes que se establecen muy tempranamente en la formación de sus personalidades y que, en consecuencia, van estructurando unas mentalidades colectivas afines a los intereses de los orientadores, guías o maestros de estos aprendices y discípulos.

Como claramente lo establecieron Theodor Adorno y Max Horkheimer en sus estudios sobre autoridad y familia, se trata de lograr, mediante el rigor pedagógico y educativo (mediante el adiestramiento) individuos sumisos, acríticos, domésticos, que permanentemente reclamen una autoridad a la cual obedecer. Sujetos sometidos que requieran la protección y el amparo, una especie de padre todo poderoso, que los ame y los proteja de la supuesta, o real, hostilidad del mundo exterior.

Bajo esas premisas de servidumbre a cambio de protección, se fueron formando las ideologías mesiánicas; el mesianismo, como recurso esperanzador en esas mentalidades colectivas anhelantes de una vida mejor.

Esa extendida y manipulada ilusión de alcanzar la felicidad gracias a la intervención de poderes superiores ha permitido, desde la antigüedad, no sólo la proliferación de las más variadas doctrinas y creencias religiosas, sino, la astuta intervención de diversos organismos y aparatos estatales que han venido a sustituir la imagen de ese padre todo poderoso, de ese Mesías. Bajo el capitalismo estos mecanismos de sometimiento se han fortalecido y diversificado. Se trata no sólo la familia patriarcal, de las iglesias, las academias, las escuelas, los tribunales, la Policía, el Ejército, sino de toda una enorme maquinaria represiva e ideologizante, que realiza la constante tarea de lograr la sumisión y la subalternidad generalizada. Los regímenes autoritarios y totalitarios simplemente hacen más visibles estos mecanismos.

El profesor Rubén Jaramillo Vélez en su libro, ‘El súbdito –En torno a los orígenes del autoritarismo’– nos precisa de qué manera se forman y operan los caracteres o personalidades autoritarias:

“El autoritario no conoce un sentimiento de verdadera autonomía. Vive en función del poder constituido y consolidado, percibe ya la realidad dentro de un esquema rígidamente jerárquico y si se somete a la voluntad de los poderosos y los representa es para dominar a su vez, para oprimir a los inferiores, a los débiles y desvalidos: “Si la incapacidad para la acción independiente es la característica de la actitud del carácter autoritario en su relación con el más fuerte, su actitud hacia el más débil e impotente ofrece una compensación. Así como el poder despierta en él, automáticamente, miedo y amor –aun cuando este amor sea ambivalente–, así también el desvalimiento despierta en él desprecio y odio… se quiere torturar y hacer padecer al débil. Toda la hostilidad y la agresión que no ha podido ponerse de manifiesto en la relación con el más fuerte, encuentra su objetivo en el débil. El odio contra el fuerte tiene que ser reprimido, en cambio la crueldad hacia el débil puede ser disfrutada. Ha sido preciso renunciar a imponer su voluntad al más fuerte, pero resta el placer, la sensación de poder, que proporciona el ilimitado dominio del débil. ¿Y cómo demostrar mejor el dominio, que obligándolo a sufrir?”

El fascismo tradicional, mediante el promeserismo, el engaño publicitario sistemático, la demagogia, y la constante manipulación de las esperanzas, logró esas grandes movilizaciones populares que nos muestra la historia, a partir de precarios movimientos o partidos políticos carentes de tesis y argumentos, pero sobrecargados de símbolos, consignas y de lemas que los desvalidos individuos-masa, insignificantes, impotentes, y con sentimientos de orfandad, consideraron válido aferrarse a esos “grandes hombres”, esos jefes y caudillos, en quienes proyectaron sus sueños e ilusiones, con uniformes militares, –como Mussolini o Hitler– les satisfacían ese universo de aspiraciones y deseos. Se hizo copiosa, entonces, la utilización de muchos mecanismos y artificios que condujeran, más allá del simple miedo y la obediencia, hasta la “banalidad del mal” como tan acertadamente lo esclareciera y explicara Hannah Arendt. Es decir, esa indiferencia generalizada con que muchos funcionarios –y ciudadanos del común–, actuando como autómatas, evitan reflexionar o establecer juicios sobre sus acciones, justificando su apatía y su insensibilidad, como acatamiento a las normas establecidas, o como una supuesta “obediencia debida” a las autoridades. Así funcionó siempre el capitalismo en sus diversas versiones –autoritarias o “democráticas”.

El embrutecimiento del idioma

Ese carácter autoritario de los fascistas les hace difícil el captar ideas o argumentos. A ellos les es más cómodo aceptar, obedecer, de manera incuestionable, las órdenes y los gritos de sus jefes. El escritor español Pere Bonnin en su libro ‘Así hablan los nazis’ –editorial Dopesa 1973– nos enseña que el proceso de embrutecimiento del idioma realizado por los autoritarios y fascistas se da como todo cambio lingüístico, lenta y desapercibidamente, y presenta muchas variantes, que van desde la deportivación hasta el uso de un lenguaje militarista, tonto y agresivo, que se considera fuerte, potente y suficiente. Dice el autor:

“La tendencia a usar términos y metáforas del deporte y de la vida militar, en el lenguaje cotidiano es anterior al fascismo, aunque con él se forzó de tal modo el léxico específicamente deportivo, que más que de empréstitos ocasionales cabe hablar de verdaderas anexiones. Como dijera el mismo Hitler, para el nacionalsocialismo es más importante la educación física, que la formación del carácter y del intelecto. El deporte no servía para dar fuerza, agilidad o audacia a las personas, sino para endurecerlas, fomentar su espíritu agresivo y conseguir un cuerpo duro como el acero… La ‘obstinada personificación de la fuerza viril’ se convirtió en el ideal del nacionalsocialismo, –y en general de todos los totalitarismos–, que desean a sus hombres y mujeres ligeros como galgos, resistentes como el cuero y duros como el acero de Krupp”.

Según Hitler, debería haber más atención sobre el entrenamiento físico que sobre el fomento de las facultades morales e intelectuales. Los discursos, los escritos y las conversaciones de los nazis estaban inscritas en un reiterado y fastidioso argot militarista y deportivo. Utilizaban metáforas altisonantes tales como “encajar un golpe o una derrota”, “perder el aliento antes de llegar a la meta”, “hacer trizas o pedazos” algo y otras muchas expresiones semejantes, vulgares y torpes, pero que sirven para meter temor tanto a los adversarios, como los propios seguidores.

Goebbels, en un discurso pronunciado después de la trágica derrota de Stalingrado, dice: “Nos lavamos la sangre de los ojos para poder ver claro, y nos disponemos a entrar en el próximo asalto”.

Unos días más tarde razona: “Un pueblo que hasta ahora sólo ha boxeado con la izquierda y ahora se está poniendo el guante a la derecha para usarla sin contemplaciones en el próximo asalto, no tiene por qué mostrarse indulgente”.

“Ambos ejemplos ponen de relieve el grado de embrutecimiento de la vida humana, al no hacer una distinción entre situaciones graves y situaciones frívolas. El uso inadecuado del argot deportivo, además de atolondrar a la mente, consigue inculcar la jactancia, la temeridad e incluso la intimación en las masas”.

Los actuales promotores de la utopía autoritaria en Colombia, –nostálgicos sobrevivientes no sólo del fracasado nazi-fascismo, tradicional, y del lauro–ospinismo de mediados del siglo pasado, tan despótico, autoritario, criminal, totalitario, como los regímenes que emulaban y reproducían –Musolinni, Hitler, Franco– tan cargados de símbolos y marchas, han entendido que para que funcione ahora, “en democracia”, la manipulación de esos sujetos con caracteres autoritarios, es necesario seguir promoviendo ese lenguaje militarista que logró convencer, por ejemplo, a mesnadas de campesinos analfabetas que conformaron la “prestigiosa” policía chulavita de Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez. Además de fomentar ese lenguaje militarista (que tiene la ridícula exclamación de ¡Ajúa! Como una consigna de valentía y una convocación a presuntas marchas victoriosas.

El odio al otro, al diferente, al que no encaja en los patrones y valores establecidos por el laureanismo, el turbayismo y por el uribismo, sigue siendo la consigna que se fomenta, ya no sólo desde iglesias, escuelas y cuarteles, sino, ahora, desde el inefable mundillo de la prensa alcantarilla, la “grandeza” de unos pretendidos caudillos y Mesías, y unas ficticias identidades grupales como sociedades y federaciones de industriales, ganaderos, comerciantes y, en general, de empresarios, constituidos en camarillas, logias, sectas, batallones, –de “emprendedores”, de buhoneros, de mercachifles o de combatientes, de excombatientes, de reservistas– que continúan actuando bajo el poder de esos desaforados gritos y de símbolos e imágenes motivadores de acciones colectivas, o de rebaño, –tal como desde antaño se lograse con esos símbolos “sagrados” de los monoteísmos en pugna, como la cruz de los cristianos, la estrella de David de los judíos o la media luna de los musulmanes. Ahora bajo los movimientos fascistas, totalitarios, autoritarios o demo-fascistas, funcionan otros emblemas, y arquetipos igualmente movilizadores como la patria, la nación, la raza u otros “ideales” como el de “Dios y patria” que persiste en ostentar la policía colombiana. Símbolos y emblemas promotores de reclutamientos forzados y de nuevos ídolos a los cuales someterse y adorar por parte de los militantes y seguidores de estas nuevas sectas…

En ese caldo de cultivo, el fascismo eleva como valores máximos el orden y la disciplina y apela a un discurso tradicionalista, heredero del régimen colonial y hacendatario, demagogo y autoritario, para inflamar las pasiones de un pueblo ignorante y desentendido de la historia y los eleva hasta el punto mismo del convencimiento de que estos caudillos civiles o militares, están en disponibilidad de ofrecerles un mundo mejor, en todo caso, bajo las reglas de la obediencia acrítica al más hirsuto e ignaro militarismo que hace de esa barbarización del lenguaje un punto de entronque para alcanzar la sumisión de los conscriptos casi, casi, idiotizados, quienes –merced a la convicción de “la debida obediencia”– están dispuestos a dejarse arrastrar a la aplicación de las ejecuciones extrajudiciales (los eufemísticamente llamados “falsos positivos”) o a ser arreados, como mansos rebaños a las urnas electoreras, como se lo señalen sus comandantes y jefes.

Como podemos observar, en las sociedades contemporáneas, –y no sólo en Colombia– todavía se mantienen latentes las semillas, los gérmenes, el virus, de ese sistema totalitario y autoritario que se ha denominado “fascismo”, y que hoy pretenden renovar desde una supuesta “oposición inteligente” manejada por los resentidos perdedores de la politiquería, la cleptocracia y las descompuestas expresiones de unos corruptos militares, a pesar de las incuestionables acciones de cambio emprendidas por el gobierno de Gustavo Petro.

El principio esperanza nos señala que, en todo caso, están presentes las fuerzas materiales e intelectuales que llevarán a cabo la transformación que exige esta sociedad a pesar de los embates del autoritarismo militarista, golpista y regresivo.

Semanario Caja de Herramientas, Bogotá.

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