El rompecabezas de la recomposición dentro de las revueltas de las periferias urbanas

MACHINA /

Entrevista con el soicólogo Atanasio Bugliari Goggia, quien ha escrito para Ombrecorte dos importantes volúmenes sobre las luchas y las organizaciones políticas de la banlieue (periferia de las grandes ciudades). Tras los disturbios de junio, fue entrevistado por varias revistas y sitios web italianos, pero aun así sentimos la necesidad de entrevistarle para explorar algunos temas que parecían olvidados y que, en cambio, consideramos de primera importancia: desde la relación entre la composición de clase de los disturbios y las organizaciones políticas hasta el problema de la recomposición entre trozos del proletariado metropolitano, separados por una línea de color que alimenta las formas más feroces de racismo.

Nadie posee y es capaz de practicar las soluciones a los problemas discutidos en la entrevista, pero nuestro invitado nos ofrece una indicación importante: sólo la fuerza de las luchas puede hacer palpable la práctica de la recomposición y romper la línea de color. Por el contrario, todas las demás formas liberales de antirracismo sólo confirman, aunque con un signo diferente, esa separación que es nuestro principal problema político.

Bugliari Goggia  aborda las cuestiones del cambio social metropolitano, centrándose en la dinámica de la oposición organizada y las técnicas de control social dentro de los contextos urbanos. Utilizando el método etnográfico, con la ayuda de la observación participante y las historias de vida, ha investigado las realidades antagónicas de Turín, Bolonia, París y Montpellier. A partir de la tradición oral y de fuentes archivísticas y judiciales, ha realizado investigaciones sobre las muertes por amianto en Italia y Suiza y sobre la emigración italiana a Suiza.

En otras entrevistas, usted ha ofrecido una explicación de los disturbios, situándolos en el contexto de la crisis económica y social que se abate sobre toda Europa desde hace varias décadas. ¿Es posible identificar otros elementos que nos ayuden a comprender el fenómeno? Por ejemplo, la cuestión de la integración me parece un aspecto central, sobre todo en un país como Francia donde, entre otras cosas, existe el derecho a la tierra. ¿Qué opina al respecto?

Las interpretaciones que ha mencionado parecen muy evidentes, pero no lo son para todo el mundo. Estos levantamientos son sin duda una respuesta contra la crisis. Sin embargo, la interpretación economicista puede ser problemática. Para seguir con el tema de la integración, creo que en estas revueltas no hay tanto una reivindicación de la integración como una crítica material del uso distorsionado que las instituciones hacen de este verdadero “dispositivo”. Los jóvenes que animaron las revueltas de junio han seguido todos los caminos esperados para sentirse integrados: nacieron en Francia, fueron a escuelas francesas, sus abuelos y padres hicieron rica a Francia en los “Treinta Gloriosos” y ahora mantienen el país haciendo los peores y mal pagados trabajos, prácticas gratuitas, etc., pero son conscientes de que esa integración les ha colocado en una posición de inferioridad al someterles a formas mortales de exclusión y control, por el color de su piel y su origen. Para un joven árabe o negro, el riesgo de ser asesinado, como desgraciadamente las noticias no dejan de mostrarnos, o “simplemente” detenido por la policía es mucho mayor que el riesgo para un ciudadano blanco medio.

Así pues, no cabe duda de que la población árabe y negra está sometida a un sistema de dominación racial y colonial. Por lo tanto, el carácter anticolonial de estos disturbios es evidente y es muy difícil no compartir la lectura fanoniana (Frantz Fanon) que hacen los militantes de las banlieues. Sin embargo, si adoptamos un punto de vista de clase, podemos decir que se es pobre porque se es negro y se es negro porque se es pobre. De hecho, la pobreza también oscurece la piel de los blancos que viven en los suburbios. Estos dispositivos de poder colonial, tan poderosos y tal vez únicos en Europa, se aplican cada vez más en otras esferas sociales y contra otros fragmentos de la composición, que antes podían ser inmunes a ellos debido a la riqueza y al reparto territorial.

Basta pensar en este sentido en la represión a la que se enfrentan movimientos como los “Gilets Jaunes” o el que se opuso a la reforma de las pensiones, hasta el movimiento que me parece más interesante, el de “Soulèvements de la Terre”. Así pues, la agudización de la crisis económica ha provocado un reajuste de los movimientos de las ciudades y las banlieues en cuanto a los dispositivos de control y represión de tipo colonial a los que están sometidos. Esto demuestra que la tesis fanoniana que asigna tanto a la clase como a la raza una función estructural, frente a las interpretaciones que señalan a esta última como una mera superestructura, contiene algo más que un germen de verdad. Es, además, la interpretación que prevalece entre los colectivos y grupos de la banlieue. Este reajuste en los dispositivos de control también puede, en mi opinión, favorecer -algo que ya se ha vislumbrado en los últimos años- un acercamiento entre el movimiento de las banlieues y los movimientos de las ciudades.

¿Cuál es la relación entre los movimientos de las ciudades y el movimiento de las banlieues?

Para responder a esta pregunta, por el momento, no hago distinción entre los grupos suburbanos organizados y la composición juvenil de la banlieue, que se mueve en gran medida a través de modalidades que defino en términos de “afinidad sin hegemonía”, aunque sé que se trata de dos realidades diferentes y distintas, aunque unidas por formas de solidaridad y transmisión del conocimiento de las luchas que las sitúan en una línea de continuidad política e “ideal”.

Dicho esto, en general, el primer dato a registrar es el rechazo de todo lo que viene de fuera de la banlieue y tiene una impronta institucional, desde los partidos de izquierda a los sindicatos, pasando por las organizaciones de izquierda radical. Es un rechazo que tiene raíces históricas, que van desde la falta de apoyo a las luchas de liberación hasta la escasa consideración de los sindicatos por las necesidades de la fracción inmigrante de la clase obrera, pasando por el paternalismo absoluto con el que en los años 80 el Partido Socialista dirigido por gente como Mitterand intentó domesticar, porque ya no era posible pretender nada, a un naciente movimiento banlieue con reivindicaciones precisas. A pesar de los intentos de cooptación -algunos exitosos y utilizados con el objetivo de demostrar que hay espacio para la emancipación individual de las condiciones de vida de la banlieue dentro del dispositivo republicano-, este rechazo sigue siendo mayoritario.

Incluso las declaraciones de Mélenchon no creo que sean suficientes para salvar esta brecha, porque tienen un fondo de ambigüedad: más allá de la solidaridad por la ejecución de Nahel, no tocan el problema principal, el del uso de las armas en caso de negativa a cumplir y, más en general, el papel cada vez más político de la fuerza policial, por ahora un verdadero poder autónomo e independiente dentro de la configuración institucional más allá de los Alpes. Por estas razones, creo que no hay posibilidad de diálogo.

Esta fractura afecta también a la relación con lo que yo llamo los movimientos de las ciudades, que sólo se ha recompuesto parcialmente en los últimos años desde el movimiento de los “Gilets Jaunes”. Una de las razones de esta división, en mi opinión, tiene que ver con la diferente afiliación de clase, según la cual, por ejemplo, la composición de los movimientos de la ciudad percibe los problemas relacionados con el trabajo en forma de falta de realización y no como un problema de pura supervivencia, como es el caso de la composición del movimiento de la banlieue. Por poner un ejemplo algo anticuado: el movimiento contra la reforma del CPE (contrato de primer empleo) no consiguió implicar a la banlieue porque, aunque esta ley introdujo una precarización radical del mercado laboral, la banlieue la vio casi en términos positivos porque mejoraba sus posibilidades de acceso al empleo, sin cambiar la sustancia: de hecho, para el joven de la banlieu, el mercado laboral ya había adquirido durante años las características de la flexibilidad y la precariedad.

Sin embargo, el empobrecimiento provocado por la crisis, que ha empujado a muchos habitantes de la ciudad al mismo cono de sombra que el proletariado y el subproletariado residentes en la banlieue, combinado con la escalada represiva del Estado contra los movimientos de la ciudad, ha producido sin duda un acercamiento entre ambas composiciones, tanto en lo que respecta a las condiciones de vida como a las modalidades de acción política y de estar en la calle. En este sentido, el movimiento de los “Gilets Jaunes” representó un parteaguas importante. Por ejemplo, los saqueos que vimos en la revuelta de este verano no estaban presentes en los disturbios de 2005 y, en mi opinión, es una práctica que debe mucho a los movimientos de la ciudad, es sin duda el resultado de imitar las prácticas de los grupos organizados de la izquierda radical de la ciudad.

Sin embargo, el acercamiento a nivel de pertenencia de clase no se traduce en un acercamiento político. Pero éste es un problema que, como he dicho, tiene raíces históricas muy profundas. Por poner un último ejemplo: la palabra religiosa, muy presente en las instancias políticas de la banlieue, siempre ha sido vista con desconfianza por las organizaciones políticas vinculadas al movimiento de la ciudad, y esto ha contribuido y sigue contribuyendo a consolidar la fractura.

 Lo que ha dicho sobre la relación entre los movimientos de las banlieues y los “Gilets Jaunes” me parece muy importante. ¿Puede explicarlo con más detalle?

 El movimiento de los “Gilets Jaunes” representó sin duda un importante punto de inflexión en la relación entre el movimiento de las banlieues y los movimientos urbanos. En primer lugar, porque, como he dicho, la represión del Estado y el uso violento del poder policial que sufrió ese movimiento fueron factores de acercamiento: de hecho, los jóvenes de la banlieue dejaron en parte de ver a los militantes de la ciudad como “privilegiados”, incluso en los niveles de ferocidad represiva que el Estado les reservaba. En segundo lugar, porque los “Gilets Jaunes” carecían del paternalismo típico de los movimientos urbanos anteriores y de la izquierda comunista y anarquista. Esto hizo de los “Gilets Jaunes” un movimiento más atractivo para los jóvenes y los militantes de las banlieues, especialmente en ciudades como Montpellier y Lyon. Sin embargo, hay que decir que este acercamiento no se produjo de forma homogénea, ya que el movimiento de los “Gilets Jaunes” tuvo declinaciones territoriales muy diferentes. En otras ciudades como París, por ejemplo, los elementos interclasistas, la exclusión de la cuestión racial y el populismo ya in nuce, que más tarde estalló en el movimiento antivacunas y en las restricciones anticovid, bloquearon la participación de la composición banlieue y de sus organizaciones políticas.

 Es emblemático que las organizaciones de izquierdas, que están más arraigadas en los movimientos urbanos, representen un obstáculo para la participación de las subjetividades racializadas de la banlieue.

Como decía, los movimientos urbanos no llevan consigo tanto el vicio de la pureza ideológica, que no es necesariamente un rasgo negativo, como la pretensión de ser portadores de una verdad política, incluso en los modelos de acción, que desde la banlieue siempre se ha percibido como una forma de paternalismo “blanco”. Durante los disturbios de 2005, este vicio con rasgos coloniales de la izquierda fue flagrante. En aquella ocasión, a diferencia de los disturbios de este verano, hubo poca solidaridad por parte de las organizaciones políticas de izquierda e incluso de la izquierda radical, salvo de forma anodina contra la represión estatal. Por el contrario, incluso en la izquierda, hubo un discurso paternalista y moralista, indistinguible del de la derecha, que leyó los disturbios en los términos despectivos de una “jacquerie”, es decir, desde un ángulo que etiquetó a los jóvenes alborotadores como carentes de todo proyecto político, cuya única aspiración real era integrarse en la sociedad de consumo. Creo que sigue siendo necesaria una profunda descolonización de la mirada.

 Un tema clásico de primera importancia es, como siempre, la relación entre espontaneidad y organización. ¿Qué puede decirnos al respecto?

La relación entre las organizaciones políticas de la banlieue y la parte de la composición juvenil que participa en las revueltas es bastante compleja. Si, por las razones que hemos visto antes, es imposible que las organizaciones de izquierda y de izquierda radical intervengan en la banlieue, incluso para las organizaciones de la banlieue, nacidas entre los años ochenta y noventa, así como para las de más reciente creación, las cosas, por desgracia, no son sencillas, porque viven una crisis muy fuerte desde hace 15-20 años, lo que complica su intento de politizar a las nuevas generaciones. Sin duda, la represión ha desempeñado un papel decisivo en la producción de esta crisis. No hay que olvidar que, junto al ejercicio cotidiano del poder policial, en el periodo posterior a 2010, bajo Hollande, se disolvieron por ley todas las organizaciones que tenían un sello “comunitario” o religioso. Tras la oleada de atentados terroristas de la segunda mitad de la década de 2010, la respuesta represiva del Estado polarizó a la sociedad y regimentó a las organizaciones políticas y sindicales dentro de un discurso islamófobo, expulsando de iure y de facto a importantes organizaciones políticas arraigadas en la banlieue de los límites de la legitimidad política.

A este cuadro hay que añadir la crisis general de la militancia, que afecta a todo el mundo y que afecta a la banlieue como a cualquier otra esfera social y política, por lo que ha habido muy poco recambio intergeneracional.

No se puede afirmar que los disturbios estén dirigidos por organizaciones políticas de la banlieue, aunque es cierto que los militantes de estas últimas han tenido todos un pasado “casseur”. Las revueltas, mucho más frecuentes en los suburbios de lo que la atención mediática puede captar, representan así una etapa fundamental en los procesos de politización de las biografías de los jóvenes de las banlieues. La revuelta es a todos los efectos, aunque con todas sus limitaciones, un instrumento de lucha del movimiento banlieue.

A pesar de la crisis de militancia y de los golpes de la represión, las organizaciones de las banlieues están presentes sobre el terreno y gozan de un gran reconocimiento. Para los jóvenes, por ejemplo, son la expresión de una política que no se ha corrompido, que es capaz de llevar adelante las reivindicaciones de la periferia sin venderse a las instituciones de la República. Una organización política, una asociación de la banlieue, corre el riesgo de perder toda autoridad si renuncia a su intransigencia hacia la política institucional, aunque ésta le facilite el acceso a fondos que le permitan sobrevivir.

Sin embargo, este fuerte reconocimiento -de hecho, no hay ningún joven de la banlieue que no conozca el nombre de uno de los militantes más activos del “Mouvement de l’immigration et des banlieues” o del “Parti des indigènes de la république”, por ejemplo- no se traduce automáticamente en la adhesión de los jóvenes a las organizaciones militantes, salvo en porcentajes bajos. Esto se debe en parte a que el esfuerzo y el compromiso de la militancia, como ya he dicho, no suscitan hoy un interés particular en casi todas partes, y en parte a que los jóvenes, aunque respetan el trabajo de las organizaciones políticas, le atribuyen el defecto de no haber obtenido nunca resultados. El espontaneísmo que ponen en práctica los jóvenes de las banlieues es, pues, un espontaneísmo razonado, un verdadero método de lucha. En el libro llamo a esta forma de actuar en las revueltas “afinidad sin hegemonía”. Con esta categoría quiero indicar el sentimiento de pertenencia a una misma ubicación social, a una misma condición de explotación, que impulsa la acción colectiva de las revueltas, sin que exista, sin embargo, un objetivo último o un programa político explícito, sino sólo algunas reivindicaciones confusas y magmáticas.

Sin embargo, lo que estas organizaciones políticas consiguen hacer muy bien, y que de alguna manera desempeña un papel en el estallido de las revueltas, se refiere a la transmisión de la memoria de las luchas anticoloniales, así como de las que se libraron dentro de las fronteras francesas desde los años sesenta contra los dispositivos, a la vez económicos, coloniales y neocoloniales, que estrangulaban a la población de origen inmigrante (en las fábricas y las minas, por el derecho a vivir, contra la “doble pena”, por citar sólo algunas emblemáticas).

Aún hoy, no hay joven de la banlieue que no sea consciente de la historicidad de su propia condición, la de su familia y la de sus vecinos. Este trabajo de transmisión y reactivación de la memoria es extremadamente importante, porque en Francia existe un nivel monstruoso de racismo institucional, que delata un odio republicano hacia este segmento de la población y que vicia enormemente el juicio oficial sobre el peso del colonialismo en la historia política de la República. Un trabajo político, este de los grupos organizados, que contribuye a la concienciación de los jóvenes. De forma más general, para dar cuenta de esta “politización de lo cotidiano” de las nuevas generaciones, en la obra utilizo el concepto de “cuentos que recorren la banlieue”, en un intento precisamente de poner de manifiesto esa capacidad de los habitantes para construir un horizonte común a través del recuerdo de un pasado de luchas y un presente de explotación.

Hay una cuestión de la que, comprensiblemente por razones de conveniencia política, se habla muy poco, pero que debe tenerse en cuenta si se pretende abrir procesos de recomposición. Me refiero a las fracturas dentro de la composición de clase y a los conflictos potenciales entre sus diferentes segmentos. Para explicarme pondré un ejemplo. Durante los disturbios de Los Ángeles del 92, se produjeron saqueos contra coreanos que regentaban negocios, lo que demuestra la presencia de un conflicto entre grupos igualmente racializados. ¿Existe un fenómeno semejante en la banlieue?

 No soy del todo capaz de responder a esta pregunta. Intentaré dar algunas pistas. Sin duda, el paralelismo con Los Ángeles y las revueltas en Estados Unidos en general es apropiado, sobre todo para esta última revuelta. En el seno de las banlieues, la división es definitivamente blanca. Si hay una separación es con todo lo que puede considerarse blanco. Sin embargo, en los disturbios también hay un componente del proletariado y subproletariado blanco de la banlieue, a menudo de origen inmigrante.

Me parece que la banlieue francesa es bastante diferente del gueto estadounidense, en términos de geografía humana. De hecho, la banlieue tiene una población mucho más diversa, un elemento que, en mi opinión, inhibe la producción de una división entre componentes racializados. Los propios residentes de la banlieue tienden a reivindicar la “mixité” social de la periferia y a representarla como el lugar de concentración de la población inmigrante y pobre, más que como el lugar de una comunidad racial específica. El funcionamiento de esta geografía humana diferente puede apreciarse, por ejemplo, observando la dinámica de la pequeña delincuencia: en Francia, el mundo de la pequeña delincuencia no está polarizado por la etnia, sino por la afiliación territorial. En Estados Unidos, en cambio, la estructuración de guetos racialmente homogéneos en su interior facilita la expresión de rivalidades y violencias interraciales.

En la banlieue las contaminaciones son fuertes y reales y los encuentros entre las diferentes afiliaciones raciales son menos problemáticos que en Estados Unidos aunque, como he dicho, la división real sea entre blancos y no blancos. Porque el residente blanco de la banlieue, a pesar de no serlo, es visto con desconfianza tanto porque se le sigue considerando privilegiado en comparación con los de filiación racial de origen colonial, como porque podría ser ambiguo si no abiertamente racista. La desconfianza está, por tanto, justificada, y a menudo se debe al racismo de los blancos proletarios. Antes hablábamos de una división, también política, entre banlieue y ciudad, pero en las segundas revueltas también emerge otra fractura importante, la que existe entre la “cité”, la parte más pobre de la banlieue, y lo que está fuera, la parte “pavillonaire” donde vive un segmento mejor situado en la jerarquía capitalista por tipo de trabajo y más implicado en las formas de mediación política y reconocimiento institucional. Está claro que en los disturbios a veces también se expresa la ira contra este segmento de la composición de la banlieue. Pero aquí la desavenencia no es étnica, sino más “política” y se refiere al nivel de mediación con las instituciones a las que se accede.

Hechas estas consideraciones generales, no puedo decir si en esta revuelta hubo violencia interracial como la hubo durante la revuelta de Los Ángeles en el 92 que mencionas en tu pregunta. Dicho esto, los procesos de gentrificación, a los que dedico amplio espacio en el primero de los dos volúmenes publicados para “Ombrecorte” y que están trastocando la geografía de las ciudades, según muchos estudiosos tendrán como consecuencia la guetización étnica, por lo que no es descartable que a medio plazo se produzca un escenario a la americana.

Estas últimas consideraciones son muy significativas porque además de darnos una imagen realista de la situación social, nos permiten definir el perfil de un “antirracismo de clase”…

La proporción de blancos explícitamente derechistas o fascistas en la banlieue es muy pequeña y se manifiesta muy poco en formas políticas organizadas, entre otras cosas porque en Francia la extrema derecha no nace en los suburbios.

En la banlieue hay un componente importante del proletariado blanco que participa en las revueltas, que sin duda estuvo presente en las de 2005, que se siente igualmente confinado espacial y socialmente, que expresa un fuerte sentimiento antiinstitucional y que, sin embargo, en algunos casos es capaz de dar lugar a formas de xenofobia. En la revuelta, sin embargo, pueden encontrar oportunidades para desafiar a las instituciones de la República. Creo que pueden darse formas de recomposición breve y esporádica en circunstancias como la de este verano. Una recomposición que se desarrolla en la materialidad de la lucha más que en el plano de la conciencia. Este me parece, en general, el terreno más productivo del antirracismo. También porque el antirracismo pedagógico, el de las buenas intenciones, en Francia, a diferencia quizás de Italia, está completamente integrado en el sistema institucional, esto, sin embargo, deja más espacio a las organizaciones que intentan practicar un antirracismo que plantea el problema de la recomposición.

 Otra cuestión delicada es la del Islam y el islamismo. ¿Cómo se relaciona la religión con la política en la banlieue?

La cuestión del islamismo en relación con la política puede articularse en tres niveles. En el primer nivel encontramos un islam que desempeña una función consoladora y se impone en la medida en que falta una perspectiva política de emancipación. Es un Islam que conduce al repliegue en la esfera privada, que se ocupa, como todas las religiones, del espíritu. Es el Islam “mimado” por el Estado porque, en la medida en que despolitiza, es un instrumento de gobierno.

Se utiliza contra las organizaciones de inspiración religiosa, por tanto, no propiamente religiosas, portadoras de un mensaje político, que representan el segundo nivel. Contra ellas, el Estado utiliza el laicismo y la islamofobia para desacreditar las reivindicaciones políticas procedentes de los suburbios y de las organizaciones de la banlieue.

Por último, en el tercer nivel encontramos el islam político procedente de fuera de Francia, como el de las primaveras árabes o el vinculado a la cuestión palestina, que ejerce una influencia muy fuerte sobre los militantes y los jóvenes de las banlieues porque representa una fuente inmediata de reconocimiento, un ejemplo icónico de lucha anticolonial en un territorio concreto. Por último, hay que decir que estas dimensiones del islam no tienen nada que ver con el yihadismo, que, si acaso, es la otra cara de la moneda del islam con una función consoladora, y que, como este último, puede tener una influencia en la medida en que las perspectivas de emancipación y las organizaciones que se hacen cargo de ella son las más afectadas por el Estado.

Traducción: Sin Permiso.

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