El fracaso de la Ilustración

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

Subyace en la historia de la revolución cultural burguesa, un componente explicativo de su malicioso engaño y, consecuentemente, de su ulterior fracaso: detrás de la ideología del “progreso” y de la vocación catequizadora, evangelizadora y civilizatoria, encontramos como elemento central, la idea de una supuesta superioridad eurocéntrica, racista y colonialista, como principal factor de expansión de la llamada civilización occidental y cristiana, que contenía, latente desde sus orígenes, desde la época de los “descubrimientos” y de los colonialismos, el germen de la posterior etapa imperialista del modo de producción burgués.

La teoría del progreso llevaría implícita no sólo la idea y el ímpetu en la transformación de los medios y las fuerzas productivas, sino el propósito de alcanzar la “evolución del espíritu humano”, mediante una serie de procesos formativos y domesticadores que se expresan en la promoción de la alfabetización y de la escuela, como principales mecanismos para el supuesto triunfo de la razón y la civilización.

Las tecnologías del poder se centraron, entonces, en la regulación y la normalización, primero de los cuerpos individuales, en una especie de anatomo-política, y luego, en el control poblacional y de la especie, llegando a lo que tan acertadamente llamó Michel Foucault, la biopolitica, que consistiría tanto en el despojo y el genocidio colonialista que, a nombre de los procesos culturizadores y civilizatorios se desplegaron por el mundo entero durante los siglos anteriores, como en una decantada lógica de aceptación de lo dado, en una publicitada convicción de que no existe alternativa al desarrollo y al progreso, tal como lo difunden las diversas expresiones religiosas, los Estados, los grupos políticos, el sistema educativo y los medios de comunicación.

Hoy es evidente la engañifa y el fracaso de la Ilustración, en particular en lo concerniente al proceso emancipa torio, como se declaraba en las tesis kantianas.

Este proyecto que se proponía someter la naturaleza al dominio de los seres humanos, liberados de todas las formas de superstición y encantamiento, se ha convertido en una simple promoción del desarrollo material, tecno-científico, mecánico, que niega la libertad de los seres humanos.

Cuando pareciera, según muchos teóricos, que hemos llegado al fin de la historia, que vivimos ya la época de la realización plena de las propuestas anunciadas, es notoria la decadencia irrefrenable de Occidente en un mundo globalizado; el desengaño, el escepticismo у el hastío hacen mella sobre la orgullosa teoría del “Progreso”.

Las más oscuras, las peores predicciones y catástrofes se han cumplido: las guerras totales, la instauración de múltiples formas de autoritarismo y terrorismo de Estado, han establecido la excepcionalidad como regla, impuesto la monotonización de la vida, el “pensamiento único” y se ha puesto en marcha una nueva forma de fascismo, esta vez de carácter democrático.

Las más diversas y contradictorias corrientes políticas e ideológicas (el liberalismo, el socialismo, el fascismo) vieron en la tecnocracia, en el maquinismo, en el cientifismo, la realización de una escatología de carácter tecnológico que les permitiría, la realización de sus proyectos y propuestas. Cada una de estas corrientes aceptaba la técnica, como el código fundamental de sus quehaceres, hasta llegar a imponer, la nueva religión del progreso como sustento de la modernidad.

A pesar de que algunas voces críticas se levantaron denunciando el desmedido entusiasmo, veneración y casi idolatría hacia las tesis del “progreso” -por ejemplo Horkheimer y Adorno en la ‘Dialéctica de la Ilustración’, establecieron que “el mito es ya Ilustración y la Ilustración recae en la mitología”, y buscaron averiguar por qué el programa del Iluminismo que tenía como propósito liberar al mundo del encantamiento, de la magia y, mediante la ciencia, disolver los mitos e impugnar la imaginación, había recaído en otra especie de religión y de barbarie- el ambicioso sueño de la “Razón Ilustrada”, devino en simple razón instrumental, además condujo no a la emancipación, sino a la gregarización humana por cuenta de la cultura de masas, y fue causante del surgimiento de la barbarie nazi-fascista, de los totalitarismos y del establecimiento de nuevas formas de dominación y nuevos dogmas.

La razón ilustrada no cuestionó los valores y fines que perseguía, no puso en duda los métodos ni los objetivos para el logro de la pretendida felicidad individual y el dominio de la naturaleza. Como consecuencia, el conocimiento se transformó en poder y la naturaleza quedó reducida a mero objeto de explotación y dominio.

El imperio de la razón instrumental llevó a que la ciencia y la técnica asumieran la función de la ideología en el capitalismo tardío, perdiendo completamente la función crítica que tuvo en sus comienzos.

Así pues, las ciencias positivas, en otro tiempo emancipadoras, están, por el contrario, implicadas no sólo en los procesos de alienación y cosificación de los seres humanos, sino en todas esas acciones exterministas que han caracterizado la reciente historia.

Como expresión de protesta ante esta situación, Moris Berman escribió en 1981 su libro, ‘El reencantamiento del mundo’, allí dice que “la vida occidental parece estar derivando hacia un incesante aumento de entropía, hacia un caos económico y tecnológico, hacia un desastre ecológico y, finalmente hacia un desmembramiento y desintegración psíquica (…) La visión del mundo que predominó en Occidente, hasta la víspera de la revolución científica, fue la de un mundo encantado… y los seres humanos se sentían a sus anchas en este ambiente (…) A medida que el pensamiento tecnológico y burocrático invade los rincones más profundos de nuestras mentes, la preservación de un espacio psíquico se ha tornado algo casi imposible (…) Establece que ya no es posible retroceder a la alquimia o al animismo pero enfatiza en señalar que, “si es que vamos a sobrevivir como especie, tendrá que surgir algún tipo de conciencia holística o participativa con su correspondiente formación sociopolítica”. Propone, entonces, una ciencia, unos saberes que tiendan a recobrar, a restablecer la relación entre las reflexiones intelectuales, los valores eróticos y los sentimientos…

Paralelamente con esta decadencia psíquica e intelectual, estamos viviendo ya una especie de homogeneización total; se ufanan los poderes políticos y la academia, de haber alcanzado una especie de convergencia, de coexistencia y de consenso cínico, entre los más dispares planteamientos e ideologías antaño contrapuestos y antagónicos, pero hoy felizmente identificados. Como lo ha analizado Slavoj Zizek, bajo la impronta de teorías multiculturales y postmodernas, “que pretenden la coexistencia en tolerancia de grupos con estilos de vida ‘híbridos’ y en continua transformación, grupos divididos en infinitos subgrupos (mujeres hispanas, homosexuales negros, varones blancos, enfermos de Sida, madres lesbianas…). Este continuo florecer de grupos y subgrupos con sus identidades híbridas, fluidas, mutables, reivindicando cada uno su estilo de vida, su propia cultura, esta incesante diversificación, sólo es posible y pensable en el marco de la globalización capitalista y es precisamente así como la globalización capitalista incide sobre nuestro sentimiento de pertenencia étnica o comunitaria: el único vínculo que une a todos esos grupos es el vínculo del capital, siempre dispuesto a satisfacer las demandas específicas de cada grupo o subgrupo (turismo gay, música hispana… “. (S. Zizek ‘En defensa de la intolerancia’).

Como si todo ello fuese poco, “la deriva socialdemócrata del marxismo, -como lo ha expuesto Pedro García Olivo-, con la aceptación de las reglas del juego de la democracia burguesa, que desemboca en una ruptura explícita con su matriz y una convergencia con las posiciones clásicas del radicalismo liberal, termina de aportar los ingredientes para el compuesto movedizo del Estado del Bienestar (reformismo socio-laboral, productivismo, mística del Progreso, ideología de la reconciliación de las clases, codificación de derechos humanos, progresismo ético-jurídico…”.

Ante este evidente fracaso, muchos recurren a la nostalgia y a los anhelos de retorno a un pasado supuestamente encantador, bucólico y elemental, cuando no se refugian en el nihilismo, el pragmatismo cínico o en el escapismo ateórico y ramplón, disfrazado de compromiso académico y universitario.

Tomado de Carrión Julio César, Lamento por los goliardos -La incesante búsqueda de la insolencia perdida-.

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