POR JORGE ALEMÁN
La Revolución fue una de las grandes narrativas modernas.
La historia se transformaba a través del cruce de una línea; había un desplazamiento de los poderes desde su raíz y la narrativa que se organizaba con respecto a la misma se refería a un acontecimiento que establecía un antes y después.
Las políticas contemporáneas que vinieron a continuación de la Revolución jugaron, al menos parcialmente, con diversos ecos de la misma. Si no había más lugar para la Revolución en su sentido radical, se evocaban algunos aspectos de la misma en un sentido parcial.
De este modo, los proyectos populares y antiimperialistas seguían manteniendo en sus relatos emancipatorios algunos aspectos retóricos de la Revolución, especialmente en las apelaciones al gran cambio histórico y los mitos, las liturgias, la mística; todos elementos que funcionaban como un combustible del proyecto en juego en su apuesta transformadora.
Tal como anticiparon de distintos modos algunos de los grandes pensadores del siglo XX, la fusión estructural del Capitalismo y la Técnica y sus procesos de aceleramiento histórico fueron pulverizando las grandes narrativas históricas, se fueron destruyendo sus puntos de anclaje y los soportes que daban lugar a la narración de un acontecimiento y al aura que siempre lo acompañaba.
No se trata de que los conflictos y antagonismos que atraviesan a las sociedades capitalistas hayan perdido intensidad, por el contrario, el proceso de concentración de la riqueza y el aumento de la desigualdad siguen su marcha ineluctable. De hecho, hay grandes ” fogonazos” en las distintas ciudades del mundo que recuerdan la vigencia de estos antagonismos irreductibles. Pero todos quedan devorados por la información, las redes, la proliferación indefinida de datos, los algoritmos, las fake news, etc. La “metafísica” de la Técnica consiste en un tipo de intervención sobre la Historia donde la voluntad colectiva ha sido sustituida por una red que se expande transversalmente y que en tiempo real aniquila los tiempos del devenir histórico.
Esta ausencia de las narrativas transformadoras e inspiradas en la justicia social ha sido reemplazada en algunos casos por un desastre, un simulacro de revolución, que las ultraderechas promueven con imágenes de destrucción y odio, que darían supuestamente lugar a un gran cambio. Obviamente en un sentido contrario al de Revolución, en las ultraderechas se trata de destruir, desde los poderes, el último bastión de resistencia que los pueblos han sabido construir.
La presencia amenazante de las ultraderechas muestra que las tesis de la globalización y la posmodernidad han fracasado, los poderes no están tan seguros de las nuevas servidumbres del individualismo de masas y perciben que para seguir llevando a cabo su proyecto de acumulación indefinida e incesante de riquezas se deben restaurar los distintos aparatos represivos.
Los ideales y las utopías de la Revolución tal como fueron conocidos en el siglo XX no retornarán. Queda por ver si no puede haber otro comienzo de emancipación a partir de todo aquello que es inapropiable para los distintos dispositivos de poder. Esta vez no será la utopía de la realización del cielo en la tierra. Se tratará de hacer un duelo por el sentido de aquellas narrativas. El duelo, en su trabajo activo, estará marcado por un largo período de interrogantes, enigmas y preguntas por el saber hacer que ya no se presenta de un modo instrumental y disponible. Tan solo atravesando el tiempo de la incertidumbre podremos llegar a la posibilidad de algo distinto. El tiempo de lo distinto y lo frágil es paradójicamente el refugio posible frente a la saturación de “novedades” que se extinguen en su propia presentación. El desafío de las experiencias colectivas es estar abiertas a un tiempo sin respuestas inmediatas y no decepcionarse o desorientarse.
Página/12, Buenos Aires.
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