Israel en Palestina: una guerra entre quienes defienden sus tierras y quienes se las quieren quitar

Horror en la Franja de Gaza.

POR GILBERTO LOPES /

“La última noche fue extrema. Ya oigo los instrumentos de muerte. Los ríos de sangre continuarán corriendo la noche siguiente. Hagan lo que puedan. Esto no puede continuar, dijo el doctor Mads Gilbert desde el hospital gazatí de Al-Shifa, el 24 de julio del 2014.

¿Existirá todavía ese hospital? ¿Le habrá ido mejor que el hospital Al-Ahli, destruido por un bombardeo la semana pasada?

Averiguo. Sí, sigue existiendo. Es el hospital más grande de Gaza. Con capacidad para atender a 700 personas por día, hoy recibe a cinco mil. Estaba al borde del colapso. “Cuando llega el bombardeo, el infierno entero se desmorona sobre Al Shifa”, contó Alejandra Pataro, periodista del diario conservador argentino Clarín.

La voz del doctor Gilbert sigue sonando, sin que se terminen de aclarar las razones de tal tragedia. Hay que tratar de entender…

La guerra en la Franja de Gaza ha desviado la atención de Cisjordania, el otro territorio con el que debía conformarse un Estado palestino. Esa falta de atención –dijo la periodista israelí Amira Haas, en el diario Haaretz– ha permitido a los colonos judíos, apoyados por el Ejército, la Policía y cuerpos paramilitares, renovar sus ataques contra agricultores y pastores palestinos en Cisjordania, con un claro objetivo: expulsar las comunidades de sus tierras y de sus casas.

Haaretz ilumina aspectos de una realidad que pasó a segundo plano en Israel y que el resto del mundo prácticamente ignora. El frente militar de esta guerra se libra de nuevo en Gaza, con sus dramáticas consecuencias, pero aun así es difícil decidir cuál de los dos escenarios -el de Gaza o el de Cisjordania– es el más cruel.

Hace poco más de diez años, en mayo del 2013, Bradley Burston, columnista del Haaretz, escribía sobre el “verdadero secreto” de Israel. “No es la bomba atómica”, aseguraba, sino el presupuesto que el Estado asignaba a los asentamientos judíos en Cisjordania.

Nadie sabe cuánto dinero se vierte en los asentamientos. ¡Nadie! ¡Nunca! Burston hacía referencia a un informe de la radio del Ejército israelí sobre los recursos destinados a legalizar esos asentamientos y crear incentivos para atraer a miles de nuevos residentes, más allá de las fronteras de Cisjordania, establecidas por la “Línea Verde”.

“La pobreza en Israel es buena para los asentamientos y genial para la ocupación”, agregaba. Cuando comenzó la construcción de los asentamientos, en la década de los 80s –dice Burston– los gobiernos del conservador partido Likud, de Benjamin Netanyahu, “ya habían empezado a desmantelar las redes de seguridad de bienestar social”, fundamento de la economía y de la sociedad israelita desde su fundación, en 1948.

A medida en que las privatizaciones avanzaban, muchas personas en los pueblos y barrios marginales de Israel quedaban atrás. El gobierno financió entonces la creación de suburbios con viviendas a precios accesibles, que atrajeron a miles de compradores. Financiaron escuelas y transporte, de modo que la ocupación del territorio palestino se fue haciendo realidad hilera tras hilera. Luego surgieron bases del ejército en todas las direcciones “para proteger a los colonos”.

Diez años después del artículo de Burston, Ofer Aderet publicaba, también en el Haaretz, otros detalles del plan, revelados en documentos de archivos estatales, gracias a un proyecto del Taub Center para estudios israelíes, de la New York University, que muestran como la ocupación de los territorios palestinos, en Judea y Samaria, fue planificada cuidadosamente. ”El establecimiento de asentamientos judíos en los territorios ocupados ha sido la mayor empresa nacional del último medio siglo, pero ha atraído muy poca investigación académica”, se puede leer en la página del Taub Center.

En los documentos hechos públicos se revelaba que, primero, trataban de expropiar la tierra de cultivo de los palestinos, con el pretexto de que la iban a transformar en una zona de entrenamiento militar. Si los habitantes se resistían a abandonarla, los soldados saboteaban sus herramientas o usaban sus vehículos para destruir las cosechas. Como último recurso envenenaban las tierras, rociándolas con químicos tóxicos, letales para los animales y peligrosos para los humanos.

Esas medidas, aplicadas en la localidad de Aqraba, en 1972, durante el gobierno de la primera ministra Golda Meir, son un ejemplo de que, en esta materia, una misma política fue promovida de formas similares, por los diversos partidos israelíes.

El 21 de septiembre pasado, un informe de Naciones Unidas denunciaba un éxodo sin precedentes de pobladores palestinos en Cisjordania. Más de 1.100 habían tenido que abandonar sus propiedades desde 2022 debido a la violencia de los colonos judíos, que habían obligado a los palestinos a desalojar completamente cinco comunidades. Otras seis vieron partir la mitad de sus habitantes y algunas más, a partes menores de su población.

Devastación en la Franja de Gaza.

“Yo siento como si fuera un refugiado aquí y los colonos los propietarios de nuestra tierra”, dijo Ali Abu Kbash, un pastor que dejó su propiedad en la aldea de Al-Qabun, en Cisjordania, con sus cuatro hijos y 60 ovejas, para instalarse en las laderas rocosas de una aldea vecina.

La ola de abandonos de la llamada “Área C” de Cisjordania (un 60% del territorio, bajo control del ejército israelí, según los acuerdos de paz de Oslo, en los años 90) se ha intensificado. “El desalojo de los palestinos en medio de la creciente violencia de los colonos es de una magnitud no documentada previamente”, según la coordinadora de la oficina de las Naciones Unidas para los Asuntos Humanitarios en el Territorio Palestino Ocupado, Andrea de Domenico.

Los colonos instalan puestos de avanzada en la tierra palestina, liberan sus ovejas en los terrenos de los pastores palestinos y queman sus casas, apoyados por las autoridades y los militares.

En septiembre del 2020 los tribunales israelíes ordenaron la expulsión de una docena de palestinos de sus tierras en dos casos distintos: en uno, para entregar las tierras a una asociación de colonos; en el otro, a una compañía propiedad de activistas de extrema derecha.

Netanyahu, luchando por su supervivencia política en las elecciones de septiembre de 2019, anunció su disposición de apropiarse de hasta un tercio de Cisjordania. Ministros árabes de Relaciones Exteriores, reunidos en El Cairo, lo calificaron entonces de un “plan peligroso”, que violaba leyes internacionales. El canciller turco calificó dicho pronunciamiento de ”racista e incendiario”.

La ilegalidad de estas acciones ha sido reiterada por las más diversas instancias. La política de construcción y ampliación de asentamientos, incluyendo Jerusalén Este, es ilegal de acuerdo con el Derecho Internacional. La Unión Europea (UE) dijo que no reconocerá ninguna anexión unilateral del valle del Jordán por parte de Israel, según la portavoz del servicio diplomático europeo, Maja Kocijancic, en respuesta al plan anunciado por Netanyahu.

Pobreza endémica

Es imposible, en un artículo de prensa, contar una historia de siete décadas. Pero hay una infinidad de notas, de fuentes diversas, que resumen la situación que tratamos de describir.

En diciembre del 2004, la BBC entrevistó a Peter Hansen, director de la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA). “Las estadísticas de muerte, destrucción y pobreza no llegan a transmitir el verdadero sufrimiento de la población en los territorios ocupados. Barrios enteros (…) han sido arrasados. En nuestras escuelas, una generación completa crece en un ambiente de violencia aterradora. La maldición de la pobreza endémica alcanza ahora a dos tercios de la población”, dijo Hansen a la BBC.

En noviembre (2004) UNRWA pidió fondos para alimentar a 1,6 millones de palestinos en los territorios ocupados. ¿Se trata de personas que, si no fuera por UNRWA, no tendrían qué comer?, pregunta el periodista.

El David y Goliat del siglo XXI.

– Así es, dice Hansen. “Desde el comienzo de la intifada (septiembre del 2000) casi toda posibilidad de empleo para palestinos en Israel se ha acabado. Antes de la intifada eran 130 mil los palestinos que trabajaban en Israel. Estamos hablando de 130 mil familias, casi un millón de personas, porque las familias son grandes”, explica.

“Un informe del Banco Mundial de noviembre del 2004 dice que un 50% de los palestinos viven en la pobreza, con menos de dos dólares al día. UNRWA ha denunciado que uno de cada cinco niños en los territorios ocupados sufre de grave desnutrición”, dice el periodista.

“Hace cuatro años que estamos en este programa de emergencia. Por falta de fondos hemos tenido que bajar el nivel de ayuda alimentaria del 80% de lo que una familia precisa a un 60 %, y ahora a 40 %, porque sencillamente no nos llega suficiente dinero para hacer esto mejor”.

¿Es decir –le preguntan, de nuevo– que las familias reciben sólo el 40 % de los alimentos que precisan para subsistir?

–Así es. Van a tener que intentar hallar lo demás en otro lugar.

Las relaciones de Washington con los palestinos se habían puesto difíciles. El 6 de diciembre del 2017 Trump había anunciado que Estados Unidos reconocía a Jerusalén como capital de Israel. El secretario de Estado, Mike Pompeo, y la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Nikki Haley (hoy precandidata presidencial del partido Republicano), defendieron la medida, argumentando que el programa era responsable de la pobreza en Palestina.

El líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Mahmud Abbas, condenó la decisión. “Esta deplorable e inaceptable medida socava deliberadamente todos los esfuerzos de paz”, dijo Abbas.

Para Hamas, la decisión “abría las puertas del infierno para los intereses de los Estados Unidos en la región”.

En agosto de 2018 Donald Trump canceló los recursos destinados por Estados Unidos al programa de ayuda para los palestinos. Una medida que Biden revirtió en abril del 2021, anunciando el otorgamiento de 150 millones de dólares para UNRWA y otros 75 millones para asistencia económica y humanitaria en Cisjordania y la Franja de Gaza.

El muro

UNRWA denunció también el muro que construía Israel en Cisjordania. Pese a su importancia, la gran prensa habla poco (o nada) de ese muro.

Aunque no está totalmente terminado (y, por razones políticas, posiblemente no se complete nunca) sus consecuencias son devastadoras para los palestinos, como lo señala Hansen. El muro pasa por algunos lugares en que separa a la población de los establecimientos que tenemos para educación y salud”. “Hay problemas para que lleguen a los hospitales, porque la mayoría de los hospitales está en Jerusalén, que se está encerrando totalmente”.

Una compleja estructura a lo largo de más de 500 km, con unos 30 km de muros de hormigón de hasta siete metros de altura y cuatro metros de profundidad, se complementa con vallas, rejas y torres de vigilancia que rodean Cisjordania y Gaza. Una valla que los palestinos deben cruzar por puestos de control, de los cuales, hasta el año pasado, once abrían diariamente, mientras que otros lo hacían algunos días de la semana o solo en determinadas épocas de cosecha. Y donde el paso era siempre una decisión arbitraria y, con frecuencia, humillante, de los agentes de seguridad.

Alguien que vive al lado de Jerusalén y tiene que ir al hospital, en lugar de tomarle los quince minutos de antes, ahora le toma tres horas. Debe hacer un recorrido muy largo hacia el sur de Jerusalén y volver por el norte. Para gente anciana, enferma, esto está lejos de ser ideal.

“Una barrera que va mucho más allá del obvio impacto físico: es el dolor de la familia separada, la desprotección ante la casa confiscada o demolida, la angustia del agricultor que no riega su tierra y pierde su sustento, la rabia de los desplazamientos extendidos para esquivarlo, la humillación de los controles militares para cruzar, el anhelo del fiel que añora orar en Jerusalén, la melancolía de una puesta de sol robada”, contó la periodista Carmen Rangel en un artículo publicado en el Huffington Post, el 26 de junio del año pasado.

Israel comenzó a construir un muro en junio de 2002, con una extensión prevista entonces de unos 700 km, a un costo de más de 3,5 mil millones de dólares. Los palestinos denunciaron la expropiación de nuevos territorio con la construcción del muro, que no sigue la fronteriza Línea Verde.

El Tribunal Internacional de Justicia de La Haya dictaminó, en 2004, que esa estructura es ilegal porque gran parte de su trazado se adentra en los territorios autónomos palestinos.

El 23 diciembre del 2016, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la Resolución 2334 en la que reafirmaba que “el establecimiento de asentamientos por parte de Israel en el territorio palestino ocupado desde 1967, incluida Jerusalén Oriental, no tiene validez legal y constituye una flagrante violación del derecho internacional”.

Reiteraba su exigencia de que Israel pusiera fin, “de inmediato y por completo”, a toda actividad de asentamiento en el territorio palestino ocupado; y exhortaba a que se adoptaran medidas para prevenir todo acto de violencia contra civiles.

Como sabemos, nada de eso ha ocurrido.

La Autoridad Palestina, el órgano palestino de administración de parte del territorio ocupado surgida de los Acuerdos de Oslo, en 1993, ha visto su autoridad muy menguada por la división del territorio de Cisjordania en tres áreas: A, B y C. Los Acuerdos de Oslo dejaron en manos de Israel el control total de la economía palestina, así como sus asuntos civiles y de seguridad en más del 60 % de Cisjordania, designado como Área C.

Descontentos con esa situación, desde 2005 los palestinos eligieron como sus representantes en Gaza a Hamas y su política de resistencia armada a la ocupación, cuyo asalto a la población en el sur de Israel, a principios del mes de octubre, dio inicio a la más grave escalada militar del conflicto palestino-israelí.

“Hagan lo que puedan. Esto no puede continuar…”

¿La más grave? Quizás, pero basta volver la mirada hacía la historia para descubrir que se repite, una y otra vez.

El julio del 2014 se reunía el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra, para discutir una nueva incursión israelí en Gaza, la operación llamada “Margen Protectora”.

Según diversas estimaciones, entre  2.125  y  2.310 gazatíes murieron (1.492 civiles, incluyendo 551 niños y 299 mujeres) en este operativo. Casi once mil quedaron heridos. 66 soldados y cinco civiles (incluyendo un niño) israelíes también perdieron la vida.

La ONU denunció que los ataques del Ejército israelí contra Gaza podrían constituir “crímenes de guerra” y aprobó una investigación al respecto, mientras Palestina solicitó ayuda internacional para obligar al Israel a cesar una agresión que denunció como “una catástrofe humanitaria”.

La resolución fue aprobada en el Consejo de Derechos Humanos por 29 votos y 17 abstenciones. El único voto en contra fue el de los Estados Unidos. La resolución les parecía “destructiva” y que no contribuiría al cese de las hostilidades.

Israel calificó de “farsa” esa decisión. Su embajador ante el Consejo, Eviatar Manor, acusó a Hamas de cometer “crímenes de guerra” y aseguró que Israel “destruiría sus infraestructuras militares”.

El 24 de julio el doctor Mads Gilbert, del hospital gazatí de Al-Shifa, ciudadano noruego, publicó una carta abierta en el diario británico The Independent a la que ya hemos hecho referencia.

“Los ríos de sangre seguirán fluyendo la próxima noche. Ya oigo cómo ajustan sus instrumentos de muerte. Por favor. Hagan lo que puedan. Esto no puede continuar”, imploraba.

Ahí decía que La última noche fue extrema. La invasión terrestre de Gaza produjo decenas de furgones llenos de cuerpos mutilados, destrozados, sangrantes, temblorosos, agonizantes… Palestinos heridos de toda condición y edad, todos civiles, todos inocentes”.

Luego la orquesta de la maquinaria de guerra israelí vuelve a comenzar su macabra sinfonía. Justo en este instante: las salvas de artillería de los barcos de la marina anclados frente a la costa, el rugido de los F-16, los repugnantes drones (en árabe “zennanis”, “colibríes”y los Apaches. Todo construido y pagado por los Estados Unidos”.

Una inversión inteligente

¡Todo construido y pagado por los Estados Unidos!, decía el doctor Gilbert.

El jueves, 19 de octubre recién pasado, Joe Biden se dirigió a los norteamericanos (y al mundo) desde su oficina oval, en la Casa Blanca, para hablar de los conflictos en Palestina y en Ucrania.

Los terroristas de Hamas han desatado la maldad en el mundo. Son ellos –y Putin– los que pretenden acabar con la democracia y con sus vecinos, aseguró.

Si no pagan un precio, el costo y las amenazas contra Estados Unidos continuarán aumentando. Si ponemos todo en riesgo, si abandonamos Ucrania e Israel, nuestro liderazgo y nuestros valores estarán en peligro. Por eso pediré mañana recursos urgentes para financiar nuestras necesidades de seguridad nacional, dijo Biden. Y pidió 106 mil millones de dólares al Congreso: 60 mil millones para Ucrania y 14 mil para Israel. El resto, para otros gastos. “Es una inversión inteligente, que dará dividendos por generaciones para la seguridad de los Estados Unidos”, afirmó.

En esos días de guerra se estimaba en cerca de 270 millones las necesidades urgentes de Gaza, cuyos poco más de dos millones de habitantes no tenían agua, comida o electricidad, cortadas por Israel, ni recursos para sus hospitales.

El paquete que Biden enviaría al congreso apuntaba en otra dirección. Es un compromiso sin precedentes con la seguridad de Israel, que asegurará su ventaja militar, aseguró, sin dejar de añadir que era necesario que Israel operara de acuerdo con las leyes de la guerra, que protegiera a los civiles “lo mejor que pudiera”.

Biden estima que es el liderazgo norteamericano, sus valores, lo que mantiene el mundo unido. Que Estados Unidos es la nación indispensable, esencial para construir el arsenal de la democracia y defender la causa de la libertad. “No dejaremos que terroristas como Hamas, ni tiranos como Putin, venzan. No lo permitiré”. “¡Somos los Estados Unidos de América!”, afirmó.

Al comentar el discurso, la vocera del ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, María Zajárova, dijo: “Antes decían que era una lucha por la libertad y la democracia. Ahora resulta que es solo un cálculo”.

¿Y las reglas?

Hay quienes buscan justificar sus posiciones frente al conflicto entre los palestinos e Israel desde el punto de vista de la “ética”. Como si el problema de la ética no estuviera ya resuelto desde siempre, en las opciones económicas y políticas que, como muestra la historia, han sido tomadas hace ya más de 70 años.

Otros hablan de “terrorismo”. Pero transformado en arma política para descalificar a los enemigos, el “terrorismo” ha perdido su valor de análisis. Usado como calificativo, hace imposible todo intento de comprensión de los problemas.

¿Y las reglas? La relación entre Israel y Palestina muestra que, hace mucho, no hay reglas. Ninguna de las resoluciones de Naciones Unidas se cumple. Ningún acuerdo se respeta, ni los de Oslo, ni los de Minsk, en el caso de Ucrania.

Tampoco se habla de la bomba atómica de Israel, un debate imposible de disociar de otros, más actuales, de la bomba de Corea del Norte, o de Irán. ¿Son otras reglas las que se aplican en estos casos?

No se puede dejar de pensar que no faltan quienes quieren transformar en mundo en otro hospital Al-Ahil. ¿No hace falta hacer algún esfuerzo para evitarlo?

La martirizada Franja de Gaza.

Esa historia se falsificó

En España aún quedan muchos franquistas, dijo el director de orquesta Daniel Barenboim al diario español El País, en septiembre del 2020.

Con nueve años, Barenboim se fue de Argentina a Israel con sus padres. “Mis abuelos maternos, sobre todo mi abuela, fueron grandes sionistas. Ella más que mi abuelo. La mujer era la que mandaba en casa. Mi padre tampoco era un convencido. Digamos que se lo contagiaron mi madre y su suegra. El Estado de Israel se creó en 1948 y mis abuelos se fueron en 1951. Después llegamos nosotros”.

¿Echaba de menos entonces Argentina?, le preguntaron. –No me acuerdo, dice. ¿Y ahora? –Ahora, sí. Por varias razones. Porque con los años se vuelve a la infancia y porque lo que está sucediendo en Israel me duele mucho.

­­–¿Cómo era aquel país naciente?

Otra cosa radicalmente distinta a lo que se ha vuelto. La escalada militar, que se puede comprender, afectó sus bondades. El fervor decreció. No se puede ocupar militarmente otros pueblos con nuestra historia a cuestas, con siglos de persecución.

–El sionismo comenzó con la idea de un pueblo para un país sin pueblo, una idea poética y bellísima, pero falsa: a principios del siglo XX la memoria histórica allí fue falsificada. No se podía decir que aquel era un territorio sin pueblo. Había gente antes: solo existía un 9% de judíos a principios del siglo XX. No es que no hubiera nadie. Existía un 91 % que no lo eran. Pero eso se ocultaba, esa historia se falsificó, dijo Barenboim.

Como sabemos, los ríos de sangre siguen fluyendo. Lo cierto es que ¡esto no puede continuar!

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