Tartufos

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

“No pensarán los que me conocen que soy un alma interesada. Todos los bienes de este mundo tienen pocos atractivos para mí, y su engañoso brillo no me deslumbra. Si me resuelvo a recibir del padre la donación que ha querido hacerme es, en verdad, porque temo que todos los bienes caigan en malas manos, que pueden hacer de ellos en el mundo un uso criminal, no sirviendo, según me propongo yo, para gloria del Cielo y bien del prójimo”.

– Tartufo (Acto III escena I).

En el año1664, Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Moliere, presentó su comedia en cinco actos llamada “Tartufo”, como una sátira despiadada contra la hipocresía que acompaña a un sinnúmero de personajes de la vida política, eclesiástica, cultural y, en general, de la vida cotidiana. Moliere señala cómo la representación de autoridad y de prestigio, que acompaña a estos individuos, con su enorme capacidad de influencia, constituye un grave peligro. Aunque en realidad estos sujetos son peligrosos y siniestros, gracias a la tolerancia y aquiescencia social, que les admite y les permite deambular en nuestro alrededor, aparentando “normalidad” en los distintos ámbitos –pero particularmente en los quehaceres políticos–, les permite a estos personajes utilizar su posición de una manera aviesa, para convencer y dominar no solo a quienes los siguen y acatan, sino a las propias instituciones en donde se desempeñan.

Tartufo, aunque comedia, expresa esa la tragedia impuesta a la sociedad por aquello simuladores aceptados y hasta defendidos por las corruptas estructuras establecidas llevándolos a gozar de un gran prestigio y, asimismo, de impunidad, a través del poder mediático, de las reiteradas mentiras, de las apariencias y de la falsa moral que constantemente desarrollan. No en vano Tartufo afirma: “quien peca en silencio, no peca, es el escándalo es lo que vuelve pecaminosa a la acción”.

En Colombia, muchas conductas, actitudes y comportamientos, basados en la simulación, la “pose” y el engaño, se han convertido en el cotidiano quehacer de gran número de individuos de las más diversas capas sociales, tanto de las “élites” –las llamadas “gentes de bien”–, como de amplísimos sectores de los estratos medios, de los sectores populares y hasta de las clases marginales.

No se trata sólo de la farsa del credencialismo universitario y de toda la mediocridad certificada, establecida por la imposición de un sistema escolar basado exclusivamente en los títulos y los diplomas, las rutinas y la competitividad academicista, sino de otras aberraciones “culturales”, asumidas como garantía de “posición” social.

Nuestra pretensión política es señalar, y denunciar, esa hipocresía institucionalizada, el daño social que alcanza esa realidad que se prohíja desde el mundillo universitario, tan lleno de mayorías silenciosas, embrutecidas sistemáticamente, con sus saberes “especializados”, prepotentes y engañosos, que han sido enteramente subordinadas a la ideología del “éxito” y la competitividad que les fijan unas relaciones sociales de opresión y fingimiento, basadas en la productividad y el consumismo y, por supuesto, contrarias ya al altruismo y la solidaridad.

Los personajes que se fabrican en el gueto universitario son como los actores de una farsa –como la representada por el “astuto” Tartufo de Moliere–. Personajes que, bajo el imperio del anonimato, van arrastrando sus insulsas y pequeñas vidas, cautivos del narcisista orgullo de perseguir primero, y luego ostentar, como gran cosa, un título universitario, que esgrimirán como patente de corsarios, en un absurdo ambiente de mediocridad en competencia.

Hay que entender que, también, son Tartufos todos esos supuestos defensores de la “democracia” establecida, todos esos figurones politiqueros, oportunistas, clientelistas y farsantes, fabricados en el ámbito universitario, en el empresarial, en el burocratismo –estatal y privado–, en el lucrativo negocio de las sectas religiosas, en las oportunistas organizaciones no gubernamentales – ONG, y en las empresitas electoreras que se presentan como movimientos y partidos políticos que andan en el negocio de la compraventa de votos y electores, cargados de veleidades y promesas…

Hemos de entender que, así como las gentes del hampa, del arroyo, el lumpen, odian a los ricos porque no pueden ser ricos, los pequeños burgueses arribistas, desplazados de la auténtica cultura, sueñan con ser cultos, con “ser alguien en la vida”, entonces, simulan la sapiencia, se creen cultos y, arrogantemente, disfrazan su ignorancia no sólo con diplomas, títulos y credenciales, sino con falsas apariencias de “compostura”, de moralidad y de “dignidad”

Refugiándose en sus lánguidos cargos politiqueros y burocráticos y, queriendo superar su opacidad y su mediocridad, se aventuran a cumplir disciplinadamente con las campañas sensibleras, de fatuo moralismo y de “defensa de la democracia”, del orden establecido y de las “buenas costumbres”, como lo ordenen sus líderes, sus patrones, sus capataces y, en el empeño de ser admirados por ellos y recordados por su participación en las supuestas “reformas” y/o contrarreformas, están dispuestos a realizar las peores mezquindades, vilezas y abyecciones.

Quizá una de las más claras expresiones acerca de esa condición social de “Tartufos” sea ese generalizado fingimiento, ese rastacuerismo, esa pose de inteligencia situacional sea la llamada “astucia paisa” que se ha impuesto, casi que, de una manera generalizada, en el acontecer político y social…

Como lo precisara el escritor Rafael Gutiérrez Girardot, la prepotencia, la simulación de estatus, de inteligencia y de cultura, en fin, el rastacuerismo, ha sido una de las principales características de los líderes latinoamericanos y particularmente colombianos, más emparentados con el caciquismo que con la academia, más llevados por la simulación del saber, que por el auténtico conocimiento o el rigor de la investigación y la cátedra.

Se trata de politiqueros oportunistas, trepangos y levantados, surgidos del fondo del gamonalato semifeudal y provinciano, de sujetos que, crecidos en su descomposición, luego de medrar migajas a jefes gamonales y caciques, después de ensayar todas las formas de genuflexión e incluso, siendo totalmente iletrados e incultos, ya que provienen de muy abajo, surgidos del fango, del arrierismo o de ser “lavaperros” de mafiosos, quieren posar de cultos y entendidos, y como avivatos culebreros, buscan descrestar incautos con su palabrería, haciendo aspavientos y alharacas, o citas bibliográficas y de textos que desconocen y, posando de sabios, suelen llamar la atención haciendo escándalos insustanciales y diciendo cosas que ni entienden, pero que sirven para causar sensación y dar la imagen de “sapientes” –nos basta reconocer, en el desprestigiado Congreso colombiano la presencia de sujetos de la talla de Ernesto Macías, Jonatán Tamayo más conocido con el alias de “Manguito”, María Fernanda Cabal y su mascota Miguel Polo Polo, Caterine Juvinao y Jonathan Ferney Pulido conocido de marras como Jota Pe– dichas “figuras” conforman ese tinglado de la farsa y son apoyados por, los también comediantes de tercera, residuos, vástagos, engendros, entenados y nietos de las viejas estructuras dinásticas y oligárquicas que han mal gobernado este país –Miguel Uribe Turbay, nieto del inefable Julio César Turbay, Enrique Gómez, nieto del “Monstruo” Laureano Gómez, Paloma Valencia, nieta del beodo Guillermo León Valencia, German Vargas Lleras, nieto del autoritario Carlos Lleras–. Esta fauna, esta ‘trupe’, este circense elenco de caricaturescos personajes con el apoyo de una prensa basura, subrogada al poder del narcoparamilitarismo, son, definitivamente, la expresión más clara y poderosa de la llamada “oposición inteligente” al gobierno de Gustavo Petro. Esta “caterva de vencejos”, conforma del “tartufismo” en Colombia.

Así ha funcionado la “dirección cultural y moral” del régimen colonial hacendatario legado por la colonia española que pretende reencaucharse. Hemos de entender que, asimismo, se encumbró la soldadesca nazi, pretendiendo no sólo una fingida condición de ‘superioridad’, sino un supuesto saber falso y espurio.

Semanario Caja de Herramientas, Bogotá.