La sociedad de EE.UU. comienza a cuestionarse el Destino Manifiesto

POR CARMEN PAREJO RENDÓN /

La retirada de EE.UU. de Vietnam fue un éxito militar de los vietnamitas, pero también un éxito político para el pueblo estadounidense, que obligó, entre otras cosas, a EE.UU. a tener que rearticular la relación entre la población civil y el Ejército para poder continuar con sus políticas injerencistas.

Recientemente se produjo una manifestación multitudinaria en Washington, con un discurso cada vez más elaborado que no solo cuestionaba el rol de EE.UU. en relación con Israel, sino el papel de EE.UU. en el mundo.

Entre los lemas que se corearon pudimos escuchar “Desde Palestina hasta Filipinas, detengan la maquinaria de guerra estadounidense”.

El interés de EE.UU. en Filipinas

Entre 1899 y 1902 tuvo lugar la guerra filipino-estadounidense, considerado el levantamiento filipino como la primera guerra de liberación nacional del siglo XX. El general estadounidense Jacob Smith ordenó durante este conflicto “matar a todos los mayores de diez años”, y lo cierto es que mientras que en 1895 se estimaba que en Filipinas vivían nueve millones de personas, en el censo estadounidense de 1903 se contabilizaron unos siete millones y medio de habitantes en todo el país.

Aunque el interés evidente era el expansionismo estadounidense para su ascenso en la esfera política internacional, no faltó la propaganda, adaptada a la lógica racista de su tiempo, que justificó estas acciones bajo la premisa de que “los filipinos eran incapaces de autogobernarse” y que “Dios le había indicado que no podían hacer otra cosa más que educarlos y cristianizarlos”, tal y como lo definió el entonces presidente de EE.UU., William McKinley; o el vergonzante poema del británico Rudyard Kipling, de 1899, titulado ‘La carga del hombre blanco’, donde en verso se desarrolla este “mandato” casi divino de “civilizar” al otro, presentado como un favor para los “bárbaros” del mundo. Esta guerra acabó con la victoria de EE.UU. y con el país asiático convertido primero en colonia y después en neocolonia estadounidense. Así se inició el expansionismo asiático del Destino Manifiesto.

El pasado febrero, se anunció un nuevo aumento de la presencia militar del país americano en la nación asiática, la ampliación de los acuerdos preexistentes entre Washington y Manila, incluyendo el acceso a cuatro bases “estratégicas” en el archipiélago. El principal interés de EE.UU. se encuentra en la costa occidental del país, frente al mar de China Meridional. Filipinas como una base más para los intereses estadounidenses, en este caso en su pugna geopolítica contra el ascenso de China. Finalmente, ha sido y sigue siendo pesada esa carga del hombre blanco sobre el país asiático.

Cuando hablamos del excepcionalismo estadounidense, también debemos destacar su excepcional entramado militar. Un tercio de las tropas estadounidenses se encuentran hoy desplegadas por el mundo, su inversión en Defensa equivale al gasto de los siguientes diez países juntos. La construcción de bases militares en el extranjero, o la cesión de control sobre bases militares en otros países vía acuerdos, ha sido y sigue siendo una de las principales estrategias de proyección de su hegemonía a nivel planetario. EE.UU. no solo interviene en todos los puntos del globo, sino que, además, tiene la capacidad operativa para hacerlo, y una presencia omnipotente que hemos ido asumiendo como parte de la normalidad.

Si como decía Marx, cada modo de producción generaba las condiciones para su propia destrucción, con el modelo de ascenso militarista aplicado por los EE.UU. ocurre algo similar.

El político estadounidense ​George F. Kennan, destacado en la Guerra Fría por su Doctrina de la Contención (que serviría como base para la Doctrina Truman), expresó el temor a que, si la Unión Soviética se desintegraba, como finalmente ocurrió, “el complejo industrial-militar estadounidense tendría que seguir existiendo, sin cambios sustanciales, hasta que inventáramos algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un choque inaceptable para la economía estadounidense”.

Finalmente, esta forma de construir hegemonía internacional creó un monstruo económico, el llamado complejo militar-industrial estadounidense, que tiene la capacidad de intervenir de forma directa en la aplicación de las políticas del país.

Temor y amenazas creadas

Es importante recordar que George F. Kennan pasó gran parte de su carrera política tratando de aclarar que cuando consideró la expansión soviética como algo inevitable, no se refería al inicio de un conflicto de carácter militar, sino al temor por el expansionismo ideológico del comunismo y las revoluciones en todo el mundo.

En cualquier caso, estos elementos inauguraron una nueva etapa en la política exterior e interior estadounidense. Al Destino Manifiesto o a la “carga del hombre blanco” se le unió una política de la psicosis ante una amenaza constante. Estas “amenazas” varían desde el comunismo, el islam, la guerra de “civilizaciones” o el nuevo orden mundial. En todos los casos ha servido y sirve al mismo fin: una excusa para reprimir internamente, como con la llamada ‘Caza de Brujas’ del Mcartismo o, por ejemplo, con la limitación de derechos civiles tras el 11S. Pero también para múltiples injerencias en distintas partes del mundo, durante la Guerra Fría, pero sobre todo tras la desintegración de la Unión Soviética.

Pancartas con la leyenda “Palestina libre” durante una marcha de activistas en Tacoma, Wash.

Este pensamiento no solo caló en la sociedad estadounidense, sino que es la base detrás de discursos como el de Josep Borrell cuando mencionaba que se libraba una especie de guerra entre el jardín y la selva. Una vez más, como con el poema de Kipling, nos encontramos con una propaganda burda y racista que solo busca garantizar la hegemonía de EE.UU. y sus aliados europeos y seguir engordando a la bestia del complejo militar-industrial que ha marcado sus economías.

“Desde Palestina hasta México, los muros fronterizos deben desaparecer”, fue otro de los lemas coreados en Washington en la manifestación de solidaridad con Palestina. En los últimos años se han ido produciendo una serie de protestas que han cuestionado el rol de la cuestión racial en el desarrollo de la sociedad estadounidense. El racismo tiene un contexto geopolítico, histórico y económico, reflejo del colonialismo, la trata de esclavos racializados y la esclavitud como motor de desarrollo económico interno.

Este escenario llevó a cuestionar instituciones del Estado como la Policía, a través del movimiento Black Lives Matter, e incluso a pedir la abolición de las prisiones, algo impensable en el resto del mundo, pero que tiene su lógica cuando conocemos que el sistema cada vez más privatizado de las prisiones, en el país del mundo con más número de personas presas, sirve al desarrollo económico y a mantener un régimen de semiesclavitud al servicio de grandes empresas.

Más allá de que entendamos o estemos de acuerdo con todos los principios presentados en las manifestaciones antirracistas, lo que es evidente es que una parte importante del pueblo estadounidense lleva un tiempo replanteándose qué clase de país son y qué clase de país desean ser, lo que tarde o temprano implica cuestionar el planteamiento fundacional del Destino Manifiesto.

En un apartado de los Papeles del Pentágono, documento filtrado sobre la implicación de EE.UU. en Vietnam que exhibió la intención de enviar más tropas al país asiático, se rechazó la propuesta a través de la siguiente argumentación: “Si se envían más tropas luego nos harán falta para controlar los disturbios civiles en EE.UU.”.

@alinadetormes

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