POR RAÚL ZIBECHI
Este 17 de noviembre se cumplieron 40 años de la fundación del Ejército Zapatista de Liberación (EZLN) y en algunas semanas celebramos los 40 años del alzamiento del 1º de enero de 1994.
El zapatismo está tan vivo como tres o cuatro décadas atrás, lo que nos motiva a intentar entender su excepcionalidad. La primera cuestión es que estamos ante un proceso revolucionario, ya que hubo un cambio de régimen en las áreas donde se asienta el zapatismo.
Se terminó el régimen de las haciendas y de los finqueros. Las tierras fueron recuperadas y los hacendados huyeron. En esos espacios comenzaron a gobernarse las bases de apoyo y comunidades, los municipios autónomos y las juntas de buen gobierno que ejercieron la autonomía.
Pero no estamos ante una revolución clásica, como las que conocimos en los dos últimos siglos y, en particular, desde la Revolución rusa de 1917. Aquí podemos recordar el diálogo entre el subcomandante Marcos y el viejo Antonio, para decir que el proceso de transformaciones comienza en cierto momento, quizá imposible de fechar, y no finaliza nunca, si es verdadero.
El relato se refiere a la lucha, que es como un círculo que no tiene fin, pero creo que puede aplicarse al proceso de cambios zapatista. En segundo lugar, estoy convencido de que el zapatismo modificó el concepto que teníamos de la forma de cambiar el mundo, focalizado en fechas y lugares: 25 de octubre de 1917, toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo, por ejemplo; 14 de julio de 1789, toma de la Bastilla; 1 de octubre de 1949, triunfo de la revolución china y proclamación de la República Popular. Y así.
Si no entendí mal, el proceso zapatista comenzó, tal vez, 40 años atrás, y aún sigue transformando la realidad. Se trata de un extenso proceso de cambios permanentes, centrado en los seres humanos y no sólo en cosas o en objetos, cuyo centro es la autonomía.
La recuperación de la tierra, de los medios de producción, es algo central, pero no así la ocupación de edificios e instituciones. Los cambios de fondo pueden comenzar, como en este caso, incluso antes de recuperar la tierra, porque se concretan en los modos de hacer, en los trabajos colectivos como eje de cualquier construcción y, por supuesto, en la autonomía.
El zapatismo rechaza estancarse, institucionalizarse y, por tanto, dejar de transformar la vida. Se asume como proceso siempre inacabado, no congelado en fechas, lugares y personas. A partir de estas ideas, propongo espejar el proceso zapatista con la situación que atravesaban otros procesos de cambios al cumplir 30 años.
La Revolución rusa naufragó mucho antes de llegar a sus 30 años. Menos de una década después de la toma del poder, arreciaron las purgas dentro del partido y la represión contra quienes discrepaban con la dirección, pero sobre todo los ataques a los campesinos y a sus costumbres, imponiendo la colectivización forzosa.
Es cierto que la revolución rusa debió afrontar una guerra civil con la intervención de las principales potencias extranjeras. Pero la represión contra la oposición obrera y los asesinatos de altos dirigentes como Trotsky, no son consecuencia de la guerra civil, sino de la lucha por el control absoluto del poder por un reducido grupo de dirigentes.
En 1979, tres décadas después del triunfo de la revolución, China estaba abrazando el capitalismo luego de haber encarcelado a varios dirigentes del partido, incluso a la viuda de Mao, Chiang Ching. Pese a los errores de Mao y su tendencia a gobernar desde arriba, su muerte en 1976 precipitó la marcha hacia el capitalismo y el abandono de toda tensión transformadora por la nueva dirección encabezada por Deng Xiaoping y quienes le siguieron.
La cultura política imperante en esos procesos se fue alejando de los principios iniciales y fundacionales; con el tiempo tendió a reproducir los modos y vicios de las clases derrotadas, como atinó a observar el propio Lenin hacia el final de su vida. Suele compararse a Stalin como un zar y a los comunistas chinos con la casta privilegiada de los mandarines.
La lucha por el poder fue el eje de las revoluciones “triunfantes”, centradas en el Estado. La autonomía y la construcción de lo nuevo son el núcleo del zapatismo. Por todo esto, a 30 años del “¡Ya basta!” podemos decir que el zapatismo sigue transformando el mundo, creando el mundo nuevo y defendiéndolo.
Ha creado nuevas formas de ejercer el poder a través del “mandar obedeciendo”. Las relaciones entre las personas se siguen modificando en la salud, la educación, la producción, la justicia, la fiesta, el deporte y el arte, orientadas por la ética rebelde.
No se trata de que hicieron algo grande en 1994, y ya. Se trata del proceso largo de cambios y de creaciones, y comprender que ahora van por más. Luego de dos largas décadas de un progresismo que ha mostrado sus miserias, el zapatismo sigue éticamente intachable. Continúan con la misma vitalidad de siempre pese a los cercos y las violencias que enfrentan. Zapata vive…
La Jornada, México.