POR CARLOS DEL FRADE /
El drama permanente que sufren los haitianos porque siempre les llegan las Fuerzas Armadas extranjeras para supuestamente ayudar a combatir consecuencias sociales de procesos económicos feroces que son producto de las mismas potencias que dicen ser solidarias con el dolor humano. Habrá que empezar a pedir que no los ayuden más.
El 1º de enero de 1804, se declaraba la independencia de Haití. Desde entonces hasta el presente, es la geografía que sintetiza la hipocresía de las naciones dominantes en los últimos tres siglos.
Castigada por aquella revolución profunda e imperdonable, cada tanto las imágenes de los noticieros muestran hambrunas, catástrofes y crueldades difíciles de mensurar. Y siempre Haití parece ser el punto del planisferio más ayudado por los diferentes países del mundo.
Habrá que empezar a sostener que no ‘ayuden más’ a Haití. Pero también es bueno ver ese drama permanente que sufren los haitianos porque siempre vienen Fuerzas Armadas extranjeras para supuestamente ayudar a combatir consecuencias sociales de procesos económicos feroces que son producto de los mismos países que dicen ser solidarios con el dolor humano.
“Acosado por el terror de las pandillas, Haití espera una fuerza internacional”, sostenían las agencias internacionales de noticias a fines de mayo de 2024.
Es necesario repetir una constante histórica de los últimos cincuenta años: Haití es el país que más “ayuda” recibió de las Naciones Unidas y sus países miembros.
Sin embargo su realidad, consecuencia del desgarro impuesto desde afuera, genera esta postal: “Estrangulado por las pandillas, Haití sigue esperando la llegada de un primer contingente de la fuerza multinacional liderada por Kenia, prevista para esta semana pero que fue pospuesta… La misión, apoyada por la ONU y en la que Washington está muy implicado a nivel logístico -sin aportar hombres- consistirá en apoyar a la Policía haitiana en la lucha contra las bandas que aterrorizan a la población y controlan en gran medida la capital, Puerto Príncipe”, apuntaban los cables informativos hace algunos días.
La historia de Haití, a la que siempre es necesario volver, da cuenta de que hacia 1789 su población era de medio millón de personas. Cada año los franceses traían hasta cuarenta mil esclavos a la isla que eran explotados a favor de 32 mil europeos, dueños de casi todo.
La agitación comenzó en 1790. Sus iniciadores no fueron los más oprimidos, sino un grupo de “gente de color” residente en Francia que creó la “Sociedad de Amigos de los Negros”, entre cuyos miembros estaban también algunos franceses, como el alcalde de París y amigo de Francisco de Miranda, Jerôme Pétion. Este grupo logró que la Asamblea reconociese formalmente a los mulatos como ciudadanos franceses (no así a los esclavos); pero cuando el dirigente de la Sociedad, Vincent Ogé, intentó que las autoridades coloniales de Saint-Domingue cumpliesen la norma igualitaria, encontró el más firme rechazo. Ogé inició un levantamiento armado, pero la “gente de color” se negó a incluir en él a los esclavos, lo que provocó su derrota. Ogé fue ejecutado en 1791. Para entonces, la prédica igualitaria de la Revolución francesa en Haití había quedado en manos de quienes tenían el mayor interés en terminar con el Antiguo Régimen, que en la isla era sinónimo de esclavitud. Un autor afrocaribeño de habla inglesa, Cyril James, los bautizaría “los jacobinos negros”.
El 22 de agosto de 1791, mientras en París el rey Luis XVI estaba “recluido luego de su intento de fuga hacia Alemania, en el norte de Haití los esclavos se cansaron de los argumentos ‘ilustrados’ que aseguraban que, por ser negros no estaban preparados para ser ciudadanos libres e iguales. Ese día Dutty Boukman, Jean François y Georges Biassou iniciaron, no una ‘revuelta’, sino una revolución que rápidamente se extendió al resto de la colonia francesa”, cuenta el historiador argentino Felipe Pigna.
En 1802 Napoleón envió a cuarenta mil hombres al mando del general Charles Lecrerc que aplicó distintas formas de torturas y asesinatos que luego enseñaría a militares de América del Sur a partir de la década del cincuenta del siglo veinte.
Donatien de Vimeur, vizconde de Rochambeau, generó una feroz represión que produjo miles de ahorcados, ahogados o quemados vivos. Los prisioneros eran arrojados vivos a los calderos hirvientes de refinación de la melaza o enterrados hasta medio cuerpo en hormigueros.
“Las fuerzas reorganizadas bajo el mando de Dessalines, finalmente, se impusieron en la batalla de Vétyè (Vertières en francés), cuya fecha merece recordarse: 18 de noviembre de 1803. El ejército de ocupación napoleónico fue destrozado y el sanguinario Rochambeau debió capitular. Por años se hablaría en América de ‘la carnicería de Santo Domingo’, para referirse a los 3.500 franceses ejecutados entonces, no a los casi 30.000 haitianos asesinados por los colonialistas”, agrega Pigna.
A 220 años de la independencia haitiana, gracias a las ‘ayudas’ de los ‘países civilizados’, la crueldad impuesta en la vida cotidiana es una notable pedagogía de la hipocresía de las grandes potencias.
Agencia de noticias Pelota de Trapo, Buenos Aires.